(Traducción)
Un militante comunista escribió hace tiempo que «la verdad es revolucionaria»; y tenía razón, al menos cuando hablamos de relaciones humanas, económicas o políticas. La verdad en estos casos es la división de clase del modelo capitalista de producción: la esclavitud asalariada y la propiedad privada de los medios de producción. Y es injusta la mencionada división de clases, que no puede reconocerse sin tener en cuenta la lucha de clases entre los obreros y los burgueses. Es decir: la clase obrera no acepta su condición de clase, se autoorganiza para reprobar su injusta condición de clase y combatir los males que acarrea la opresión de clase; la burguesía, por el contrario, no sólo oprime la fuerza de trabajo, sino que domina por la fuerza a la clase obrera, pues sabe muy bien que necesita defender el régimen asalariado (dictadura de la burguesía) para que su mandato dure. En consecuencia, la distinción de clase en la modernidad no es una realidad aceptada pasivamente por los obreros y los burgueses, sino una complicada dinámica formada por la oposición directa (por los obreros) y la defensa brutal (por los burgueses). El reconocimiento de la distinción de clases implica, por tanto, el de las otras dos: la opresión de clase y su no aceptación.
El derecho burgués, por ejemplo, ignora la división de clase entre obreros y burgueses. Por eso nos nombra a todos libres e iguales. Por eso podemos leer que en las constituciones burguesas todos tenemos el mismo derecho de propiedad. Pero la verdad es la siguiente: el obrero no puede obtener en el capitalismo propiedades que le aseguren la libertad política. Y la verdad es revolucionaria: este estado de cosas tiene implicaciones éticas y políticas (lucha de clases) que nos comprometen con el comunismo. Pues bien, porque la sociedad burguesa no tiene formalmente la distinción de clase se acepta como revolucionaria la verdad.
La tradición socialista (la suma de movimientos políticos que parten de la Primera Internacional) ha mantenido durante mucho tiempo viva la conciencia de la opresión capitalista, y la verdad se amparó en los programas políticos de esta tradición. Sin embargo, la Tradición Socialista se ha debilitado en las últimas décadas, también conciencia de clase de la clase obrera. Decimos que un trabajador actúa con conciencia de clase sólo si hace suya la implicación ético-política de la lucha de clases y tiene un compromiso militante. Sin embargo, ha sido muy importante la Tradición Socialista, que ha garantizado a los trabajadores el conocimiento de nuestra condición de clase, pero también nos ha enseñado que la condición de clase y la lucha por la emancipación del trabajo son una y la misma cosa. La Tradición Socialista ha sido el partido político de las experiencias de clase obrera, donde la memoria de lo sufrido, lo conseguido por lucha, los proyectos de emancipación, el conocimiento del capitalismo, la protección entre los trabajadores y la esperanza de libertad se han conservado de generación en generación.
Más que los científicos «desinteresados», han sido las luchas obreras las que han hecho posible el conocimiento del modo de producción capitalista, lo que es vital para el obrero. Y este conocimiento se ha transmitido, por una parte, en las organizaciones e instituciones de la Tradición Socialista; de ahí que el primero esté en peligro de extinción en tiempos en que el segundo es débil. El vínculo cultural entre las nuevas generaciones de obreros y la Tradición Socialista es una premisa indispensable de la revolución comunista; hoy, sin embargo, no existe una dinámica política revolucionaria, no por lo menos tan significativa, que pueda asegurar de forma espontánea esa conexión. Por ello, es severa la situación que vivimos. Pues bien, en ausencia de una cultura de lucha o de una institución estable que pueda poner en contacto a la Tradición Socialista con las nuevas generaciones de trabajadores, los militantes debemos abordar los recursos teóricos disponibles; como no se trata de una educación socialista, debemos vincularnos con estudios propios a la Tradición Socialista. Es decir, a nuestro pasado político.
La teoría tiene una función importante en este contexto, puesto que la Tradición Socialista no es fuerte, es un cierto representante técnico de una cultura política estable y próspera de los trabajadores. Y tiene importancia en tres sentidos: histórico, estratégico y militante.