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Aún es pronto, el significado de los resultados electorales del domingo pasado solo se podrá conocer cuando los partidos electos comiencen a tratar entre sí. Sobre estos datos, su actuación será la que aclare el panorama. La ya establecida disposición de la participación posible por escaños, sin embargo, suscita el siguiente diagnostico provisional:

a) la abstención, que se cifra en torno al 47%, no debe interpretarse a la ligera. Las medidas de seguridad protocolarias con las que se restringió la entrada a los colegios electorales y el riesgo real de contagio son motivo evidente de la baja participación, pero no debe considerárseles las únicas. En Galicia, por ejemplo, bajo circunstancias similares el porcentaje de votantes ha crecido en comparación a los comicios autonómicos de 2016 (de una participación del 53,63% ha pasado al 58,89%). Se trata, a propósito, de identificar los distintos elementos constitutivos de la abstención para poder, de ese modo, sacar las conclusiones políticas pertinentes. Un dato a considerar es la franja de edad de los votantes; los primeros sondeos indican que la participación juvenil ha sido inferior (incluso mínima), es decir, que la mayoría movilizada por las elecciones fue la más vulnerable. De ser así, las elecciones del domingo muestran que la ruptura generacional (la que se encuentra significativamente asociada con el proceso de desaparición de los Estados de Bienestar), y su correspondiente desinterés o desconfianza respecto de las formaciones políticas imperantes, adquiere cada vez mayor relevancia en la recta comprensión del momento histórico que vivimos. Si dicha actitud llegara a ser tendencial, dada las características poblacionales de la CAV, la abstención referida podría esclarecer el estado político de la lucha de clases con mayor nitidez que cualquier representación parlamentaria. b) los resultados muestran una polarización de la masa electoral: por un lado, el PNV, el partido autonomista de corte conservador, y, por otro lado, EH Bildu, como agrupación de los sectores progresistas. Al respecto cabe desmentir dos supuestos erróneos, dado que el afianzamiento de estos partidos se ha considerado un incremento de la representación general abertzale y la instauración de una alternativa. La representación del nacionalismo vasco en  los 53 escaños (31 correspondientes al PNV y 22 a EH Bildu) ni es homogénea ni es real; la vinculación de clase directa del PNV y el estado español es de sobra conocida, mas en relación a la representación parlamentaria propia de EH Bildu debe señalarse que su acumulación de fuerzas basada en la campaña del voto-útil no permite una escenificación creíble que justifique la subida electoral de la coalición como proveniente de la voluntad abertzale que representa, esto es, de la soberanista o independentista (sería bastante extraño que hicieran declaraciones de este tipo después del paripé que montaron con Sindicato de Estudiantes). EH Bildu no ha atraído a sector social alguno al programa político de la Izquierda Abertzale, es la coalición misma la que se ha elevado a conciencia de “izquierda” (bienaventurada y acrítica) de la sociedad civil. Pudiendo considerar en conjunto los resultados electorales del domingo y su trabajo institucional de los últimos años, lo correcto sería decir que EH Bildu queda del lado de la primera opción de esta alternativa real: política burguesa o revolución socialista. La disyuntiva «PNV o EH Bildu» habrá que ver si adquiere sentido político alguno valorable en términos de clase. c) VOX ha conseguido un escaño, lo que demuestra, entre otras cosas, la importancia histórica de retomar la lucha antifascista a pie de calle.

Los próximos días seremos testigos de la formación del próximo Gobierno Vasco, y en los respectivos tejemanejes entre partidos podremos comprender el carácter político real de cada uno. El tiempo puede hacer absurdo lo que con anterioridad parecía inimaginable.