(Traducción)
A raíz de las elecciones del doce de julio, esta semana nos ha ofrecido un sinfín de declaraciones; comenzada la campaña, los partidos políticos han abordado diferentes temas y en pocos días han manifestado todo lo que han podido, como quien tiene la necesidad de lavarse la cara o el que tiene que justificar algo. Ya que la duración de la campaña electoral es corta, los partidos, con intención de atraer y convencer a los electores, tratan de comunicar de manera simple y entendible su opinión sobre diferentes cuestiones y problemas. Así pues, en este tipo de ocasiones la velocidad y el convencimiento se sobreponen al contenido del discurso. Así, la campaña electoral parece una disputa entre eslóganes y símbolos, que a no ser por las formas o palabras concretas es casi siempre igual. Es decir: propaganda. Y con propaganda, al fin y al cabo, se refiere a lo siguiente: apropiarse de la posición que la gente, con la transmisión de información y mediante la reflexión y la crítica, podía adoptar, valiéndose para ello de opiniones o síntesis de ideas estáticas. En los programas de los partidos, en esos folletos que recogen determinadas reivindicaciones, se puede apreciar bien lo dicho: son listas con pocos puntos, de enunciados breves, no dicen nada y nos llegan a casa con la papeleta en la misma carta. Podía pensarse que se trata de una cuestión de formato, que la campaña tiene que ser necesariamente así y que los partidos en el poder tienen una estrategia definida más allá de los programas simplistas. Preguntemosles, por tanto, en qué consiste la crisis y cómo podemos afrontarla.
La empresa Siemens-Gamesa de Agoitz puede ser tema de campaña; a causa de que la cerrarán, alguno ha podido denunciar duramente la actual situación económica, y ya de paso, presentar como solución a la crisis las políticas programáticas que se pueden llevar a cabo en el Gobierno. La «izquierda» ha optado por el parlamentarismo burgués, ante el supuesto utopismo de los comunistas, aun así, sus políticas realistas son tan vanas como los principios abstractos de libertad e igualdad. De hecho: a) los programas a favor de los servicios y ayudas económicas públicas, que vienen de aquellos que pretenden implantar una solución reformista a las inconveniencias del capital privado y de los que tienen como objetivo la financiación y el aumento de los presupuestos públicos, no tienen en cuenta el contexto histórico y, además, no atienden a la raíz del problema. El poder que tienen los estados para gasto público (también para el dinero que se puede recolectar a través de los impuestos) está condicionado por el nivel de rentabilidad del capital industrial, y en consecuencia, si la segunda cae, las opciones de inversión de la primera empiezan a desaparecer. Pues, cuando el problema es la acumulación del capital industrial, no se puede tomar como solución a medio plazo la capacidad-monetaria de una institución pública. Y b) la «izquierda» no propone ninguna solución a medio plazo y aún no ha dicho nada sobre superar el modo de producción que ha generado la crisis, así, mientras no confiese que no sabe qué hacer, no hará más que aumentar la subordinación a la dictadura económica que condena a la clase obrera a la crisis. En tiempos de miseria las opiniones políticas simples no favorecen en nada a la clase trabajadora, y los ritmos de la campaña de elecciones y las escenificaciones de seguridad solo aumentan la necedad. Evitemos la falta de rumbo, los trabajadores tenemos que desarrollar un conocimiento colectivo de la crisis.