(Traducción)
A principios del siglo XX era habitual la siguiente pregunta: ¿es posible el desarrollo capitalista sin guerra? Entonces mucha gente creía que sí, pero ahora, al cabo de un siglo, tenemos que responder que no. A la expansión del modelo capitalista de producción, es decir, al crecimiento de la burguesía, le son propios el imperialismo y la guerra, el robo y la barbarie. Al menos no se ha demostrado lo contrario. Así, alguna necesidad económica, cualquier choque político o conflicto cultural es motivo suficiente para la guerra, y en el capitalismo no hay una organización institucional más racional que pueda imponer límites al más fuerte. No hay otra cosa que la potencia económico-militar. Es en estas situaciones donde más claramente se nos muestra el fracaso del derecho burgués, o su carácter de clase.
Cuando los derechos humanos no tienen ningún valor (sobre todo, al desaparecer el derecho a vivir) hablamos de situaciones de guerra; pero muchas veces lo que sucede es una simple matanza, más que la guerra. En Palestina, por ejemplo, es lo que viven estos días, la crueldad absoluta de un estado burgués. De hecho, Israel ha matado a unas 200 personas en las dos últimas semanas en Gaza, entre ellas 58 niños; ha bombardeado las oficinas de Associated Press y Al Jazeera, así como ha destruido los accesos al hospital de la ciudad, es decir, ha atacado sin medida a los palestinos. Y mientras tanto Benjamin Netanyahu, presidente de Israel, ha reivindicado la corrección moral de los ataques cada vez que los misiles han tocado tierra. Es un caso triste el de Israel y Palestina, que revela que la violencia y el abuso militar son producto de la estructura capitalista más básica. Aunque una u otra ideología puede tener que ver directamente con estos métodos, el capitalismo lleva en su seno la barbarie y la masacre. Y eso supone: una pérdida injustificada del derecho a la vida, ya sea de la mano de los nazis, de los sionistas o de algún otro.
Ya sabemos que el saneamiento del modelo productivo capitalista no es posible y que la única solución es la de la revolución socialista. Por eso la solidaridad con los palestinos debe ser verbal y práctica: una dura denuncia de lo que está pasando allí y un compromiso comunista local. Tenemos que luchar el presente con organización, en el lugar que a cada uno le corresponde, para que esto no vuelva a ocurrir en el futuro.