ACTUALIDAD EDITORIAL IKUSPUNTUA CIENCIA OBRERA COLABORACIONES AGENDA GEDAR TB ARTEKA

(Traducción)

Un artículo de opinión que estos días se ha publicado en Naiz ha reivindicado el legado teórico de Gramsci; sí reivindicarlo, pero para los socialdemócratas. El texto, absolutamente contradictorio, ha sido recibido entre elogios por parte de los lectores y, lamentablemente, no debería sorprendernos. De hecho, son varios los reformistas que admiran al italiano, para quienes Gramsci sirve para justificar el desengaño socialdemócrata.

Dicen que Gramsci era comunista, no perdió la cabeza en espejismos ni utopías. Era, pues, comunista, pero con una concepción política más reformista que revolucionaria. Así debía ser si Gramsci estimaba el papel de los socialdemócratas actuales, o si sus escritos sirven para la defensa de la política socialdemócrata.

Gramsci es, para esos intérpretes erróneos, comunista y realista, y su cálculo es: comunista + realista = reformista. Pues bien, fue realista antes de ser encarcelado, y después de ingresar en la cárcel, porque Gramsci no consideraba al contexto político italiano como para tomar el poder por insurrección. Así fue. Sin embargo, eso no significa que las tesis políticas de Gramsci puedan equipararse a las de los socialdemócratas.

La opinión de Gramsci y la de los socialdemócratas actuales sólo tienen en común una afirmación: «No vivimos un momento revolucionario». Sin embargo, no podemos olvidar que, en palabras de Gramsci, un «momento revolucionario» tiene un significado denso, un momento propicio para la insurrección. De ahí que el momento pueda ser no revolucionario, mientras que para un comunista (también para Gramsci) la estrategia a mantener siempre es revolucionaria.

En este sentido, desde el punto de vista comunista, no hay contradicción entre la afirmación «no vivimos el momento revolucionario» de Gramsci y «todo momento es revolucionario» de Lucaks. Y lo es, porque incluso cuando no tenemos tiempo de conquistar el control sobre el territorio por rebelión hay que hacer política con ese objetivo. La estrategia es, así, en la continua preparación de la toma de poder proletaria y de la construcción económica del socialismo.

En el congreso de Lyon (1926) Gramsci y Togliatti rechazaron la insurrección proletaria, pero no hicieron propuestas reformistas. Establecieron como objetivo principal convertir el PCI en un partido bolchevique. Y a partir de los años 30 Gramsci, encarcelado, apoyó la «Asamblea Constituyente» (para que los PCI y otros partidos, en una sola oposición, se enfrentaran al fascismo).

La interpretación socialdemócrata de Gramsci suele tomar como ejemplo significativo la propuesta de la Asamblea Constituyente; olvidan, sin embargo, que se trataba de una propuesta táctica adaptada a la dictadura fascista y que Gramsci había tenido como modelo al partido bolchevique a la hora de proponerla. Tras derrotar a la dinastía Romanov, los bolcheviques declararon la guerra a los demócratas constituyentes, y lo mismo iba a proponerse Gramsci si se podía quitar de en medio a Mussolini.

Los partidos socialdemócratas actualmente en el Parlamento no pueden tomar como ejemplo de su táctica la propuesta de la Asamblea Constituyente. En efecto, 1) forman parte del Estado, no están sometidos a la dictadura; y 2) en un contexto análogo e hipotético, los comunistas se declararían a sí mismos en la caída de la dictadura bélica (pues entonces estaríamos asistiendo a un contexto similar al que vivimos hoy en día, en el que los socialdemócratas se pronuncian a su favor más que contra el Estado burgués).

Gramsci, que quería convertir el PCI en una organización bolchevique en una época en la que la insurrección era imposible, no vió con buenos ojos el reformismo. Gramsci, además, sabía que la «toma» del estado (o gobierno) burgués no es lo mismo que la toma de poder proletaria, y también tuvo claro que para la revolución socialista eran absolutamente necesarias las alianzas y los amplios bloques sociales. Sin embargo, Gramsci sólo distinguía dos partidos, el de los comunistas y el de la burguesía, por encima del pluralismo de las siglas, del que, a su juicio, forman parte nuestros objetivos y nuestras actitudes cotidianas. Un discurso propio puede estar plagado de términos como hegemonía y bloque histórico, pero eso no importa. Porque la medida de la verdad siempre es la práctica.

A tales intentos socialdemócratas, que quieren hacer suyo a Gramsci, Lenin les puso hace tiempo el nombre, revisionistas, cuya hipocresía se hace patente a medida que el partido histórico comunista se hace fuerte. Que las movilizaciones del 29 sean un ejemplo de lo que les viene.