Arantza Tapia, del Gobierno Vasco, y Nagore Alkorta, del Ayuntamiento de Azpeitia, se han mostrado a favor del proyecto de construcción de plantas eólicas. Ya lo habían decidido hace meses, pero dado que el proyecto no gozará de gran apoyo, les ha convenido guardarlo en secreto durante el mayor tiempo posible, mientras que coordinan sus estrategias para engañar al pueblo. El apoyo del PNV no sorprende a nadie, no como el de EH Bildu, en cuyo seno –y en su base social– sí ha causado alboroto que dicho partido se haya mostrado a favor de un macroproyecto de estas características. En efecto, las plantas eólicas causan una gran degradación del medioambiente.
En Euskal Herria son numerosas las luchas llevadas a cabo en contra de proyectos destructivos: los conflictos contra la central nuclear de Lemoiz, el embalse de Itoiz, la autovía de Leizaran y la lucha contra el TAV, entre otras decenas de luchas, en algunas de las cuales se llegó a conseguir grandes logros. En este caso, el proyecto destructivo viene en nombre de las energias renovables y de la mano de una empresa noruega –sabemos lo ejemplar que es el capitalismo nórdico–. Al igual que en los macroproyectos anteriormente mencionados, o como ocurre con las plantaciones masivas del pino y del eucalipto, las autoridades y empresas privadas se esfuerzan por comprar la voluntad del pueblo –o la de una parte–, para que a cambio, nosotros aceptemos la destrucción del entorno natural.
Primero se ha de denunciar la farsa del capitalismo «sostenible». En un sistema en el que los mayores medios de producción se encuentran en manos privadas e intereses egoístas, es imposible garantizar la perduración del medioambiente. En un contexto donde los combustibles fósiles son cada vez más escasos, la burguesía necesita de nuevas fuentes de beneficios, y es a eso a lo que vienen las energías renovables dentro del capitalismo, y no a «asegurarse del futuro del planeta». Mientras tanto, las empresas capitalistas de las «renovables» ningunean de la misma forma el medioambiente. El sentido común socialdemócrata nos dice: «mientras construyamos otro sistema, por lo menos habrá que hacer algo para salvar la naturaleza». Si bien estamos completamente de acuerdo con ello, los y las socialistas luchamos, en ese «mientras», para proteger el patrimonio natural y construir el socialismo–pues este no caerá del cielo–, y no para dejar este patrimonio en manos de empresas capitalistas.
Además, nos quieren vender la moto de que la empresa noruega llenará de provisiones los depósitos públicos, y que nosotros, como ciudadanía, seremos los que se vayan a beneficiar. Al contrario, la lógica de lo público-privado funciona de manera contraria en el capitalismo: la financiación de las empresas privadas se consigue a costa de la ciudadanía. Lo que hay detrás de la lógica público=bueno y privado=malo no es más que el hecho de que ambos respondan a la lógica del capital y los intereses de los capitalistas, es decir, ambos se complementan mutuamente. Un sistema económico emancipador, es decir, el socialismo, debe superar dicha dicotomía.
Dado que una gran parte de la población no es favorable a este tipo de macroproyectos, varios diputados y diputadas de EH Bildu intentan valerse de su referencialidad –su trayectoria política– para así legitimar la imposición de las eólicas. Nada nuevo bajo el sol. Eso sí, entre estos también hay quien se autoidentifica como ecologista. Todo esto, por lo tanto, nos muestra los evidentes límites de la estrategia de la socialdemocracia, en este caso respecto al tema de la preservación de la naturaleza y los ecosistemas.
En conclusión, es imprescindible luchar contra este tipo de proyectos destructivos, y fusionar estas luchas con una estrategia que permita un desarrollo natural y social responsable: la construcción económica del socialismo.