Hace mucho que se formulo la disyuntiva reforma o revolución, y todavía sigue planteándose como lo que no es: dos opciones a escoger, cuyos fines, al final, parecen converger por muy distintos que sean los caminos recorridos. De ser así, tanto la reforma como la revolución serían programas políticos viables, es decir, opciones políticas de la clase trabajadora, y su elección se reduciría en última instancia a cuestiones morales o tácticas: podría debatirse si optamos por la ruptura revolucionaria (a pesar de ser la opción trágica) o si es preferible la vía secular de la reforma (que compensa la demora con moderación), o si en este momento la revolución es posible o no nos queda más remedio que ser reformistas. De modo que nos decantaríamos por una u otra en base a un razonamiento táctico o por motivos subjetivos. Pero no. Reforma o revolución no se formuló en igualdad de términos, porque no representaba el dilema surgido de una alternativa real; más bien se utilizó para designar una contradicción entre fines y medios (contradicción que suscitaba el ala revisionista de la socialdemocracia alemana a finales del siglo diecinueve y comienzos del veinte) que se resolvía, ahora sí, en la disyuntiva real socialismo o barbarie.
Décadas de relativa prosperidad generalizada (que no de plena, puesto que los Estados de Bienestar no pudieron dar solución definitiva al malestar del proletariado, el que se corrobora día tras día como miseria irreductible del orden capitalista) crearon la ilusión de que en el capitalismo es posible un desarrollo ilimitado de las fuerzas productivas. Por eso dicen los apologetas burgueses que el modo de producción capitalista es capaz de reducir paulatinamente el nivel de pobreza mundial y que, si no se ha podido erradicar la pobreza hasta el momento, se debe a que el modo de producción capitalista posee algún que otro matiz caótico. Es decir, problemas de segundo orden, sancionables y de fácil solución. Al ser un problema parcial, continúan los apologetas, no se tiene que desechar el modo de producción capitalista en su totalidad, sino que se trata de mejorarlo. Este punto de vista, tan arraigado y generalizado en nuestros días incluso en los partidos de izquierda, es el mismo que enturbió la voluntad revolucionaria de la socialdemocracia europea a comienzos del siglo pasado y el que se quiso poner en tela de juicio con la crítica reforma o revolución. La crítica, llevada a cabo por militantes comunistas, pasaba por señalar que el auge económico propio del modo de producción capitalista no es capaz de soslayar la crisis venidera, de modo que en el capitalismo no existe una tendencia constante al enriquecimiento general de la población. Los comunistas demostraron que el desarrollo de las fuerzas productivas, determinada por la ley del valor, se da de bruces con la crisis (causada por dificultades de valorización del capital); ineludiblemente, ya que su necesidad se encuentra dada en los elementos básicos constitutivos de las relaciones modernas de producción.
Y ¿por qué? Porque la producción capitalista tiene como fin último la producción de plusvalor, el enriquecimiento personal del capitalista y la explotación efectiva de la fuerza de trabajo; por ello, cuando el contexto económico no es favorable y el capitalista no extrae suficiente plusvalor como para seguir acumulando, la máquina se para. Entonces, se dejan de pagar sueldos, se destruye tejido productivo, no se aplican las últimas innovaciones técnicas, no se invierte en mejoras objetivas del proceso de trabajo (respectivas a la comodidad o seguridad del trabajador) … ni se sostienes las limosnas pagadas con dinero público. No obstante, el avance actual de las fuerzas productivas (su desarrollo técnico y científico) es, potencialmente, capaz de crear una riqueza social tal que aseguraría el bienestar material de toda la clase trabajadora. Dado que podríamos vivir todos con nuestras necesidades básicas cubiertas, incluso mejor, señalamos los comunistas que el problema son las mismas relaciones capitalistas de producción. Porque podríamos vivir bien (existe la objetividad de esa fuerza productiva), pero malvivimos. Esta es la principal crítica que le hicieron los comunistas al revisionismo socialdemócrata: señalaron que su optimismo, el relativo a las posibilidades de desarrollo de la economía capitalista, no tenia ningún fundamento científico, y que era contradicho periódicamente por la misma experiencia de las crisis. Ya lo dijo Marx: en un momento dado, el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción entran en contradicción; el desarrollo se estanca bajo esa forma histórica concreta y el sistema involuciona. La reforma, por lo tanto, deja de ser viable a partir de un momento (pues parte de la aceptación de la economía vigente) y no obstante la revolución se presenta como única oportunidad para que la humanidad siga avanzando.
El comunismo, como programa político, presupone un grado de desarrollo de las fuerzas productivas capaz de producir riqueza universal (con acceso de todos a su consumo). Su reivindicación de libertad política, de hecho, se basa en dicha afirmación.