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(Traducción)

El miércoles a la noche (24 de febrero) la Ertzaintza expulsó de la facultad HEFA a los jóvenes que estaban encerrados en el edificio. Los militantes de UIB se encerraron el lunes y tan pronto como entraron se pusieron en contacto con el rectorado de la UPV, mostrando su disposición para negociar sus reivindicaciones. En cambio, el vicerrector llamo a la Ertzaintza haciendo oídos sordos a lo que decía UIB, dando la espalda a otras posibles soluciones. Ya que pidió que expulsaran a los alumnos por la fuerza en vez de plantear algo diferente, la UPV ha dejado en evidencia su irresponsabilidad, así como la importancia que tienen los estudiantes y los trabajadores para la universidad. Así las cosas, parece que los alumnos que el miércoles noche estaban dentro de la facultad no le importan a la UPV, y menos aun, sus reivindicaciones… Sin embargo, la cuestión política no es, tan solo, que la UPV mandara a la policía a la facultad (a pesar de que esto sea una evidencia de la militarización de la sociedad); lo que los militantes tenemos que tener en cuenta es lo siguiente: la falta de predisposición que la UPV ha mostrado desde el primer momento para la conversación y negociación, más aun, cuando los alumnos de la facultad de HEFA han tenido durante largos años -con la aprobación del decanato- lo que UIB pretendía negociar, el control sobre un espacio.

La opinión general dice que las Universidades, en teoría, son instituciones «progresistas»; además de asegurar una transmisión concreta del conocimiento, se dice que son los centros educativos los que difunden y fortalecen los valores humanistas. Según este sentido común, las universidades no son simples fortalezas del conocimiento científico, son también de su responsabilidad la libertad política y la crítica. Tenemos conocimiento de que alguna que otra lucha emancipatoria nació en alguna universidad concreta, pero no impulsada por la misma universidad. Pues, la universidad burguesa, la misma institución (esto es, el vicerrectorado, los decanatos, el departamento de educación del estado, los inversores privados y etcétera) es conservador de por sí, y en ocasiones, también reaccionaria: cualquier logro que tiene relación con los derechos de la clase trabajadora, que sucedió en la universidad o que la universidad hizo posible, es resultado de las luchas que los estudiantes y trabajadores llevaron a cabo contra la universidad o el modelo de sociedad que ésta defiende. Aquello que se estudia en la universidad -las ciencias y las teorías- fomenta necesariamente el debate y la crítica; y la sociología de la universidad -la edad de los estudiantes y sus ansias de saber- posibilitan la organización política. No obstante, la burguesía es consciente de ello y en el intento de despolitizar las universidades, siempre ha implantado, a la fuerza, reformas como la de Bolonia.

Hace mucho que las universidades tienen inclinación por el autoritarismo, y en su consecución también han dejado de lado, desvergonzadamente, la rigurosidad y la calidad científica. La petición de UIB, en cambio, es contraria a esta tendencia, el contrapeso a la despolitización. Y ese espació que reivindican tiene urgencia, para que mediante el trabajo militante diario se puedan defender los derechos de los trabajadores de la universidad, para poder luchar el bienestar de la clase trabajadora. Por lo tanto, el vicerrectorado debería de aceptar la negociación y, mientras analiza las exigencias de UIB, debería de asegurar la normalidad de la universidad, puesto que esta es la única manera de dejar de violar los derechos de los trabajadores de la universidad.