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Trascurrida una semana de las elecciones la abstención sigue haciendo mella; pero de mencionarse, por parte de los partidos electos, se hace en relación a motivos de segundo orden. Esto es, o se refieren al supuesto temor de contagio (temor general y, de serlo, ocasional, propio del domingo pasado, pues las playas, bares, calles peatonales y comercios no muestran lo mismo) o se lamentan por no poder hacer más extensa la confianza que el resto de los votantes ha depositado en ellos (propiamente, cada partido se ha referido a sí mismo, no al conjunto de las instituciones parlamentarias). La amenaza de tan elevado porcentaje de abstención, sin embargo, obliga a no desdeñarla; de ello que la mayoría haya preferido no liarse en declaraciones y evitar, así, ver en entre dicho la representación propia de su partido, que en términos poblacionales es de menor relevancia (tanto cuantitativa como cualitativamente) que la abarcada por la abstención. Por eso, ningún responsable oficial de partido ha querido hablar más de lo debido, no obstante, como ha sido el caso de EH Bildu, cuentan con un círculo de cuadros políticos inferiores que parece ser consideraron oportuno quitar importancia al dato objetivo de la abstención reduciendo al absurdo las lecturas que la consideran significativa. Pésimo alarde de raciocinio causado por el hecho de que la abstención eclipsara su celebración de los resultados electorales. Si las instituciones propias de la transición del 78 no tienen de democráticas nada de por sí, ahora se evidencia la escisión participativa entre el «pueblo» y su representación política.

La baja participación en los comicios del domingo pasado permite considerar la opción de la democracia proletaria en oposición a la dictadura del capital financiero. Mas el análisis del estado de cosas actual está saturado por psicologías reaccionarias, que, por un lado, no quieren dar testimonio de la crisis social general que acontece (crisis que resulta de la productiva y se presenta, a su vez, como cultural y política) y que, por otro lado, no quieren hacer valer los hechos sobre la pequeña porción ejecutiva que ha caído en sus manos estas elecciones, o sobre la adquirida anteriormente en algún que otro municipio. En estos casos la argumentación, el silogismo o el sentido del deber han cedido su lugar a conceptos (por ejemplo, dialéctica, materialismo o hechos objetivos) que sacados de sus campos científicos correspondientes no refieren nada y que se tornan en boca de los que menosprecian la revolución socialista en vulgaridades con los que se intenta sustituir el razonamiento. La burla es su principal herramienta: cuando se ha querido subrayar el elemento de clase de la abstención muchos han ridiculizado dicha pretensión señalando que no existe una simpatía (entre los que se han abstenido de votar) respecto de la revolución y que, además, las razones de no haber votado son muchas y muy distintas. Pues bien, para sostener lo dicho tiran de ejemplos propios de una mentalidad aristócrata. Causas como la resaca de algún amigo o las vacaciones anuales de una cuadrilla de funcionarios no pueden explicar un porcentaje del 47% de abstención; al considerar ésta se trata de prestarle atención a sus elementos constitutivos (la franja de edad, procedencia, renta y patrimonio, etc.) y de sopesar la opción de que exista una vinculación de clase entre ellos. Si así lo fuera (tal y como parece) podríamos hablar de un componente de clase de la abstención, es decir, podríamos sostener que la mayoría integrante de ese 47% tiene características comunes (económicas, culturales…) del proletariado. ¿De ello se deduce que son comunistas? No. Pero por ello se sabe que pasan de las instituciones burguesas que los modernillos y los progresistas defienden y que existen, por lo tanto, las condiciones históricas para que surjan en el seno de la clase obrera formas de participación y organización distintas a la proporcionadas por el parlamentarismo. Quienes pretendan desautorizar la voluntad revolucionaria que sean más humildes, puesto que de momento la que se ha deslegitimado es su propuesta política. Y si, la abstención comprende distintas inclinaciones políticas y cada uno de los que no ha ido a votar tiene su razón particular, pero esto no anula el carácter de clase de la abstención, más bien la compone. De todas formas, puede que la solidaridad organizada del proletariado sea capaz de conferir la unidad de clase que el parlamento ha minado.