La cuestión ecológica, que ocupa hoy grandes apartados en periódicos y televisiones, se nos presenta de manera catastrófica: si bien todos los medios de la burguesía nos exigen un pequeño esfuerzo para evitar la catástrofe ecológica, todos reconocen que no hay nada que hacer, pues no estamos dispuestos a hacer ese esfuerzo. Y es que, en los medios capitalistas, la cuestión ecológica no tiene otro objetivo que exigir esfuerzos a la clase obrera, interponer medidas de control y autocontrol al conjunto de los oprimidos, y no solventar, de ninguna manera, la degradación a la que someten los capitalistas al planeta.
Eso es evidente cuando la huella ecológica va en aumento, la destrucción en el planeta es cada vez mayor y el noticiario está lleno de acontecimientos que parecen recordarnos que el ser humano no tiene salvación alguna. ¿Cómo va a salvar el planeta un individuo, si es presentado constantemente como un irresponsable cuya única responsabilidad es haber destruido el ecosistema que habita? ¿De qué manera podría surgir la salvación de aquello que es considerado el mal en sí mismo?
No nos extenderemos en lo paradójico de la cuestión. Tampoco en desarrollar la evidencia: los medios del Capital ni se plantean esas preguntas, pues no es su objetivo responderlas. Los capitalistas no creen en que se pueda salvar el planeta, simplemente lo usan de pretexto para interponer condiciones de competencia actualizadas a la situación política actual, condiciones que no buscan otra cosa que regular el acceso de los diferentes grupos de capitalistas a la explotación de la fuerza de trabajo a escala mundial.
Ahora bien: si la trampa capitalista pretende hacer cargar la degradación ecológica sobre el conjunto de los consumidores, indistintamente, la respuesta no puede ser, de ninguna de las maneras, hacer caso omiso del consumo y de su relación con la cuestión ecológica, sino que establecer de manera correcta la relación entre ambos, esto es, entre la producción y el consumo capitalista.
Es un error habitual centrar la cuestión ecológica en el capitalismo exclusivamente en el proceso productivo, entendido este como la actividad parapetada al interior de la fábrica. Ese error se da mayormente en aquellos que pretenden hacer oposición al punto de vista capitalista que exige cambiar los hábitos de consumo en el seno de la mayoría social. El motivo principal del error suele ser querer abstenerse de comprometerse en lo individual con cuidar el planeta, al menos hasta un futuro mejor que cambiaría la situación; o puede ser una vaga comprensión acerca de lo que es un modo de producción social.
El primero es un problema de ética burguesa, muy perjudicial en el ámbito de la militancia. Postergar siempre a un mañana mejor los compromisos individuales, se convierte en una excusa manida de quien sabe que ese mañana nunca va a llegar. El segundo es un problema estratégico que conduce en la mayoría de los casos al revisionismo.
Esa segunda cuestión, de manera resumida, se fundamenta así: como la producción capitalista es producción de plusvalor, toda la producción de riqueza “real”, esto es, de objetos prestos para satisfacer necesidades, queda subsumida bajo la lógica imperante de aumentar el beneficio capitalista, lo que implica el aumento, vía desarrollo de las fuerzas productivas, de la cantidad de bienes producidos en condiciones de mayor eficiencia económica y, por lo tanto, de la explotación de la naturaleza. Por ende, la labor de los comunistas consistiría en interponer una nueva medida a la producción, esto es, la medida subjetiva de la necesidad, o lo que en muchas experiencias ha resultado en esta perjudicial equiparación: comunismo es igual a austeridad.
Si bien el planteamiento que relaciona la destrucción de la naturaleza con la lógica productivista del Capital es correcto, lo es tan solo de manera incompleta. El aumento productivo de bienes bajo la lógica del aumento de la ganancia capitalista, que no atiende a otro límite que al interpuesto por la lógica de la valorización, implica desgaste y destrucción de la naturaleza. Eso es cierto; es suficiente desde una perspectiva reformista, pero insuficiente desde la óptica comunista.
La producción capitalista no es únicamente anarquía de la producción, o falta de medida social consciente de la cantidad de bienes a producir, que se traduce en un aumento desproporcionado del consumo del planeta. También es organización del territorio subsumida a la división internacional del trabajo más apta para la producción capitalista; es centralización de las capacidades productivas y especialización según territorios. Lo que implica una enorme red logística, largos recorridos de abastecimiento y localización de la producción en territorios determinados; no atendiendo a una mayor eficiencia ecológica ni a las condiciones naturales del territorio, sino que a una mayor eficiencia en la extracción de plusvalor a la clase obrera.
Todo eso está relacionado con el transporte, esto es, con la movilidad espacial de las mercancías en su proceso de producción. La gigante centralización de los procesos productivos conlleva no solo tener que llevar más lejos las mercancías producidas, sino también movilizar mayor cantidad de fuerza de trabajo. Movilización que implica un mayor consumo energético, una mayor huella ecológica, y que es inherente al sistema capitalista; aunque, efectivamente, pueda reducirse, en contados casos y hasta cierto límite, vía responsabilidad individual.
Ese sobreconsumo producido por la producción capitalista más allá del puesto de trabajo no se soluciona con energías renovables. Es evidente que el sobreconsumo energético y la degradación de la naturaleza son elementos que se pueden paliar únicamente mediante la reorganización de todo el proceso productivo. Reorganización que, efectivamente, no puede realizarse en el capitalismo, pues el aumento de la ganancia implica necesariamente la tendencia a la centralización capitalista, y por ello, al aumento del desgaste ecológico. La reorganización de la producción a escala mundial según un criterio ecológico exige que la lógica productiva torne en un nuevo principio de organización comunista donde la descentralización capitalista sea posible y se adecúe a una mayor eficiencia productiva, cumpliendo con los criterios de sostenibilidad ecológica.
El viejo principio de centralización adquiere, por tanto, una nueva perspectiva en la sociedad comunista. Si bien bajo el capitalismo genera las condiciones técnicas y sociales para una nueva organización social, su efectivización conlleva su redefinición. Y es que centralización no significa, necesariamente, construcción de inmensos centros industriales y logísticos, sino que reorganización de la producción mundial bajo criterios racionales y unitarios; unificación mundial de la sociedad comunista en su forma organizativa.
Comunismo no significa aumento de capacidad para producir coches, sino que disminución de su necesidad por motivo objetivo de la organización de la producción social. No significa organización productiva mundial bajo criterios de especialización que tienen por objetivo aumentar la eficiencia para producir ganancias –que no objetos de consumo que nadie va a consumir–, sino que articulación de las capacidades internacionalmente reapropiadas por la organización comunista –esto es, socialización de los medios de producción–, de manera eficiente y a escalas sociales no impuestas por el despotismo del Capital. Eso significa, por tanto, una nueva organización del proceso productivo a escala mundial, que implica que la organización de las capacidades sociales atienda a la mejor manera de responder a las necesidades de la sociedad comunista y sus miembros, necesidades que incluyen una responsable relación con nuestro entorno y una actividad adecuada a principios ecológicos racionales.
En definitiva, la superación del capitalismo implica cambios reales en las condiciones de vida social. Ya no, tal y como propugnan los propagandistas del Capital –de derechas y de izquierdas–, por sacrificios individuales, entendidos estos como aplicación rutinaria de un sufrimiento moral que hay que padecer, sino porque se revoluciona realmente el medio social, y con ello el natural, en el que convivimos las personas, modificando así las necesidades y los recursos necesarios para satisfacerlas, así como, también, qué duda cabe, nuestros intereses personales. Intereses personales que requieren sacrificios personales, pero no en el sentido en que los requieren los propagandistas del Capital.
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