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El discurso oficial ante la escalofriante cifra de 214 muertos e incalculables daños que ha dejado a su paso la DANA en el levante recuerda en parte a la pandemia; la que nos intentaron colar como mera "catástrofe natural" que requería un control policial extremo en vez de más recursos sanitarios.

Antes de empezar de nuevo con la copla de que "de esta solo salimos juntos" y sucedáneas, conviene prevenir sobre esa ristra de políticos profesionales, periodistas, opinólogos, empresarios etcétera que son maestros en convertir sus culpas en "tragedias humanitarias inevitables".

Así pues, la DANA, como aire de baja presión, es un fenómeno natural. No lo es, por el contrario, que el Mediterráneo esté 2 grados por encima de su media de los 90, que el aviso llegara a la población cuando el agua llegaba a la cintura, que los currelas del Mercadona siguiesen trabajando, que los servicios de emergencias se estén desmantelando o que los ricos estén a salvo en sus urbanizaciones de lujo y las familias proletarias atrapadas en el trabajo, en el coche de camino a ella o en casas de juguete construidas en zonas inundables al calor de la especulación inmobiliaria.

En definitiva, que el titánico esfuerzo de solidaridad por ayudar no sea tapadera para el discurso de que "solo el pueblo salva al pueblo". No hay "pueblo" ni estamos en el mismo barco: aquí la clase obrera ha puesto los muertos mientras la burguesía se enriquece. Por ello, quienes tratan de achacar el problema (sólo) a la mera irresponsabilidad de algunos políticos quieren apropiarse del descontento para limitarse a cambiar de cara al gobierno. Sin embargo, eso no solucionará nada mientras los empresarios sigan enriqueciéndose a costa de todas esas consecuencias no naturales que luego nos venderán como una tragedia.

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