2022/02/01

No hay que fiarse de quien protege la neutralidad de la ciencia capitalista; aunque muchas veces puede presentar una adecuada sistematización de las manifestaciones físicas de un mal, sus causas no se encuentran en modo alguno en su diagnóstico, y su único fin es reconocer la existencia del mal y, una vez expresado en el individuo, atacar sus efectos. Su posición ideológica está, pues, prefijada: aceptar lo que viene, dejarlo intacto. Al fin y al cabo, no cambiar nada.

La ciencia burguesa confunde el mal con su expresión. Llama atacar el mal a combatir sus expresiones. Su procedimiento también es suficientemente claro: el mal solo existe cuando sus efectos afloran, por lo que el mal debe deducirse de las consecuencias; debe ser un proceso físico, en la medida en que sus manifestaciones también lo son.

Llama atacar el mal a combatir sus expresiones

En materia de enfermedades mentales es especialmente esclarecedora la acción de la ciencia burguesa. Algunas de ellas las explica con malformaciones cerebrales. Estudia otras como procesos químicos –con expresión física– y ofrece medicaciones químicas para combatirlas. Y aun cuando aflora el mínimo intento de relacionarlas con los problemas sociales, hace completamente estéril el contexto social, y en su lugar se refiere a la vida individual del paciente, a la escasa educación ofrecida por sus padres o al episodio aislado que parece haber tenido alguna vez.

Además, la falta de historización de la enfermedad mental lleva también a considerar como enfermedad lo que no lo es, porque de esta forma se individualiza la cuestión y se abre la ocasión de ofrecer soluciones para evitar que esta se convierta en una lacra social, es decir, que se convierta en un problema para la sociedad, cuando el verdadero problema es la sociedad. Así, la enfermedad es una cuestión individual y la ciencia burguesa trabaja para que no se convierta en una cuestión social, para que el individuo no tenga problemas en formar parte de la sociedad, o para que no genere problemas a la sociedad.

El procedimiento, sin embargo, debería ser el contrario. Hay individuos enfermos porque forman parte de la sociedad, y una solución adecuada debería estudiar cómo excluirlos de esta sociedad, es decir, cómo destruir la sociedad capitalista de la que proceden las múltiples enfermedades mentales. La propia patología de la enfermedad sirve para no conseguir este último objetivo: el enfermo es una excepción, un caso extraño, aunque cada vez más numeroso.

Hay individuos enfermos porque forman parte de la sociedad. ¿Cómo destruir la sociedad capitalista de la que proceden las múltiples enfermedades mentales? La propia patología de la enfermedad sirve para no conseguir este último objetivo

La enfermedad sirve para patologizar a los enfermos, identificarlos y llevar a cabo una intervención personalizada sobre ellos. Y sirve también para estigmatizar. Porque el modo de patologización a menudo implica estigmatización. En la sociedad burguesa la enfermedad, la designación de alguien como enfermo, es un mecanismo de control social, un medio para postrar al individuo. El enfermo debe curarse y aceptar las medidas establecidas para curarse. Al enfermo se le disciplina la vida y se le dice que ya su vida no es la suya, sino la de la ciencia que debe curarla. Al enfermo se le dice constantemente cuál es la causa de su conducta y se le dice que no lo haga. El enfermo debe encontrar en él la razón y de él depende la curación, siempre y cuando obedezca. El enfermo, al fin y al cabo, tiene que cumplir las normas de la sociedad para dejar de serlo. Porque el enfermo es un foco de conflicto para la sociedad capitalista.

La enfermedad mental está históricamente condicionada, explicada de dos maneras, pero con el mismo sentido. Por un lado, son patologías sociales que se desarrollan en épocas históricas concretas. Es decir, muchas de las enfermedades mentales han aparecido por primera vez con la sociedad contemporánea y sus dinámicas sociales. Por otro lado, la sociedad contemporánea patologiza también como enfermedades mentales las que no se conocían anteriormente, ya que el conflicto social requiere de este tipo de intervenciones científicas para ser calmado. En otras palabras: muchas de las actitudes conflictivas que genera la dinámica social en su expansión son las que se definen como enfermedades mentales. La ansiedad, la depresión… son componentes del modelo de individuo que crea cada vez más la sociedad capitalista, es decir, son casi características del individuo sano –en el sentido de normalizado–, pero solo se concluyen como enfermedades cuando se convierten en un problema para el desarrollo de la dinámica social del individuo, es decir, cuando provocan una manifestación conflictiva haciendo imposible el funcionamiento normalizado de la dinámica social. Pues bien, las crea la sociedad capitalista, tanto porque influye en el individuo, pero también porque por primera vez las designa como enfermedades, con la dimensión social y política que esto tiene.

La ansiedad, la depresión… son componentes del modelo de individuo que crea cada vez más la sociedad capitalista

Las dos patologías mencionadas, sin embargo, se dan en cantidad de individuos sanos producidos por el sistema capitalista, y no son una enfermedad porque todavía no se han convertido en un problema, en un sentido físico. Es decir, si la sociedad y la ciencia burguesas llaman enfermedad a la emergencia conflictiva de la dinámica social, porque esta es una excepción, aunque cada vez más numerosa, hay que decir, en cambio, que la enfermedad no es sino la expresión individualizada de la sociedad burguesa, y que si no se destruye la sociedad de la que procede no se ataca al fundamento de la enfermedad, sino a la enfermedad, como expresión parcial de esta dinámica.

Está claro, cualquier enfermedad mental puede ser analizada según procesos físico-químicos. Así actúa la ciencia burguesa. Y, sin embargo, aunque eso existe, –es decir, aunque los individuos tengamos un desarrollo diferenciado y una capacidad divergente de adaptación al medio–, en cualquier caso, un medio adecuado debe favorecer su libre socialización, dejando fuera de la ecuación el conflicto y el sufrimiento. A pesar de las desigualdades, un desarrollo diferenciado se convierte en una lacra social en una sociedad en la que el colectivo no es sino la consecuencia de la socialización conflictiva de los individuos, por lo que la opresión se convierte en el primer medio de vida y la estigmatización y la patologización individual se hacen imprescindibles para salvar el propio sistema.

Un desarrollo diferenciado se convierte en una lacra social en una sociedad en la que el colectivo no es sino la consecuencia de la socialización conflictiva de los individuos

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