Este texto busca introducir el tema de la salud mental en el análisis de la problemática juvenil. En efecto, se quiere ahondar en la idea de que es el sistema capitalista y, hoy día, el contexto de crisis, el que determina la salud mental de la población y, más concretamente, la de la juventud. Para ello, se analizará la situación económica y el modelo de vida de la juventud. Con todo, esta aproximación, que tiene como base encuestas sociológicas, no tiene mayor intención que dar unas claves generales, contenido que debe ser criticado y revisado.
Según la Organización Mundial de la Salud, para el año 2030 los problemas psicológicos serán la principal causa de discapacidad y, hoy día, suponen el 12,5 % de éstos, precediendo al cáncer o a las enfermedades cardiovasculares. En el Estado Español, una de cada cuatro personas padecerá alguna enfermedad mental diagnosticada a lo largo de su vida y, en los últimos dos años, el aumento ha sido imponente: desde que empezó la pandemia, al menos el 6,7 % de la población ha buscado ayuda del sector profesional y se estima que el 18,7 % posee síntomas relacionados con la depresión y el 21,6 % con la ansiedad. La noticia más espantosa, quizá, sea la tasa de suicidio de 2020: 3.914, la mayor cifra registrada desde el año 1906.
El motivo del artículo es hacer un análisis político y coyuntural de esta compleja cuestión; intentar trabajar la información recogida por diferentes encuestas y estudios sociológicos, todo ello desde una perspectiva de clase. Y es que, si bien dichos estudios sirven para medir la dimensión que ha adquirido el tema –número de casos, causas aparentes, etc.– no dan pie al entendimiento de la realidad tal y como es. La ciencia burguesa clasifica independientemente y de forma abstraída los fenómenos, y propone cambios dentro del sistema que justifican la misma y blanquean los problemas que genera: propuestas legislativas, campañas de prevención y concienciación, medidas de autoayuda, etc. Así, creo que la interpretación de los datos debe realizarse teniendo en cuenta tanto la estructura económica como la superestructura social del capitalismo del siglo XXI, a fin de saber dónde radica la cuestión y concluir que es el modelo de producción el que realmente lo sostiene.
Por ello, ahondaré en los problemas psicológicos de mayor aumento, pero con una visión amplia. Lejos de dar diagnósticos rigurosos o médicos, me referiré a los síntomas y patrones cada vez más frecuentes que muestra la juventud, con ejemplos que ilustren dichas situaciones, y comparando la causas sacadas por las encuestas con el modelo de vida de los jóvenes trabajadores. Se quiere hablar de la juventud, dado que, hoy por hoy, es uno de los sujetos que más están sufriendo la ofensiva económica, política y cultural de la burguesía. La necesidad de establecer nuevas modalidades de explotación en el proletariado y la plasticidad intrínseca de las nuevas generaciones hace que la juventud sea el perfecto sujeto en el que intervenir. Todo este proceso de pauperización y/o proletarización tiene consecuencias directas en su salud mental, sin tener en cuenta que el desarrollo del cuerpo, cerebro y de la personalidad (pensamiento, emociones, conducta, etc.) condiciona doblemente la vulnerabilidad de dicho sujeto.
SOBRE LA DETERMINACIÓN DE CLASE DE LA SALUD MENTAL
Los desequilibrios mentales son patrones racionales, emocionales y de conducta que reducen y/o privan de comportamientos saludables en el día a día; patrones disfuncionales, tanto temporales como crónicos que se entrelazan y se retroalimentan. Si es que es normal el padecimiento de altibajos de pensamiento o emocionales, actitudes nocivas o búsqueda de mecanismos disfuncionales de evasión –son todos parte de nuestro ser imperfecto–, se habla de enfermedades mentales cuando dichos desequilibrios se vuelven incontrolables, dañando la vida cotidiana del individuo y de la gente que lo rodea.
El DSM-V –el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales– ha llegado a catalogar más de 300 enfermedades mentales, de las cuales las principales son: los trastornos de ansiedad, estado de ánimo como la depresión, problemas de auto-percepción, desórdenes alimenticios o de dependencia. En cuanto a la edad de desarrollo, la OMS estima que el 50 % de los desequilibrios mentales se desarrollan antes de los 14 años y el 75 % por debajo de los 18, a pesar de que la mayoría pasen desapercibidos. La medicina y el psicoanálisis de los últimos siglos han podido concluir que el desarrollo infantil desempeña un papel determinante: ya desde el embarazo hasta los primeros años de vida, el cerebro y el cuerpo humano funcionan como esponjas y, seguidamente, es en la adolescencia y juventud cuando se completa la personalidad de cada individuo, conjunto de rasgos permanentes y, en cierta medida, inamovibles.
El 50 % de los desequilibrios mentales se desarrollan antes de los 14 años y el 75 % por debajo de los 18
La OMS clasifica en tres categorías los determinantes de salud mental: factores «individuales», «sociales» y «ambientales». (a) Las características individuales son tales como baja autoestima, baja madurez cognitiva y emocional, dificultades a la hora de comunicarse, enfermedades físicas, consumo de sustancias tóxicas y soledad. (b) Las circunstancias sociales hacen referencia a la desprotección, conflictos familiares, padecimiento directo o indirecto de la violencia, bajos ingresos económicos, fracaso escolar, estrés laboral, desempleo y dificultad de acceso a los recursos básicos. (c) Finalmente, tildan de factores ambientales a la exclusión y a la injusticia, a la falta de paridad social, a la guerra o a los desastres naturales. Tal como se ha mencionado en la introducción, salta a la vista que todos y cada uno de estos factores se entrelazan, y que están condicionadas y atravesadas por la opresión de clase. Sin embargo, al presentarse desde una perspectiva desclasada, se atribuyen al azar o a la responsabilidad individual, familiar, etc. Tal vez no de manera tan explícita, pero la falta de análisis de la totalidad impide cualquier propuesta integral que pueda abolir el problema. Así pues, al igual que los factores sociales corresponden a la reproducción económica y a las relaciones de clase, los factores «ambientales» –denominación de risa– responden a intereses capitalistas a nivel mundial, que finalmente se materializan en problemas individuales: soledad, escasa autoestima, consumo de sustancias tóxicas, etc. En fin, son prácticas y modelos de vida que se ven reforzados por la realidad capitalista.
Asimismo, la sociedad capitalista reproduce subjetividades y estratificaciones más propensas a las enfermedades psicológicas. En concreto, el proletariado de la periferia imperialista, poblaciones de estados en constante conflicto bélico, la mujer, el migrante, sujetos de naciones oprimidas, de sexualidades, géneros, etc. El capitalismo ha asumido y reformulado la dominación a las subjetividades históricamente menospreciadas, ya que esto le es útil para el aumento de plusvalía y para la división de la clase trabajadora, entre otros. Y los traumas ligados a la miseria específica que padecen estos sujetos tienen un impacto considerable en su salud mental. Esa miseria la constituyen la pobreza estructural (devaluación, altas tasas de desempleo, precariedad), la opresión dentro de la propia clase (estigma, discriminación, persecución social) o la represión directa (guerra, criminalización, encarcelamiento). Tal y como ha señalado La Asociación para la Prevención del Suicidio y la Atención al Superviviente (APSAS), los grupos vulnerables y marginados, como la comunidad LGBTI, sufren tasas de suicidio superiores. Las mujeres, por su parte, presentan trastornos alimenticios siete veces más que los hombres, y en ellas se duplican o triplican enfermedades como la depresión y la ansiedad.
Los grupos vulnerables y marginados, como la comunidad LGBTI, sufren tasas de suicidio superiores. Las mujeres, por su parte, presentan trastornos alimenticios siete veces más que los hombres, y en ellas se duplican o triplican enfermedades como la depresión y la ansiedad
A nivel coyuntural, la pandemia (que esconde la ya mencionada crisis capitalista) ha supuesto un aumento estructural en las enfermedades psiquiátricas debido al aumento de la pobreza y a los cambios culturales que la hacen posible. A saber, mecanismos de miedo, aislamiento, tecnificación de todo ámbito vital, restricción de libertades y medidas totalitarias. Paralelamente, en un momento de declive del estado de bienestar en el que la burguesía europea está desmantelando la sanidad «pública» o estatal (en época de pandemia, irónicamente), deja al proletariado cada vez más desprotegido frente a todos estos problemas. En resumen, se garantizan servicios rápidos y de calidad para aquel que tenga dinero, mientras que el resto ha de consentir meses de espera y una atención cada vez más escasa. Por si esto fuera poco, no quisiera dejar sin mencionar cómo se vuelve funcional para la burguesía el problema de la salud mental, con el monopolio de psicofármacos, la privatización de la atención psicológica, los productos de autoayuda, la medicina alternativa, etcétera. Se generan millones mediante la cultura de masas dirigida especialmente a los jóvenes, que también cumple la función de ideologización, normalización o romantización de las enfermedades mentales. De cara al futuro, se prevé que los problemas psicológicos llegarán a ser la principal causa de discapacidad y, del mismo modo que crean, acrecientan y perpetúan la miseria del proletariado, el sistema capitalista los aprovecha, tanto económica como políticamente.
EL MODELO DE VIDA DE LA JUVENTUD Y LA SALUD MENTAL
La juventud proletaria es una de esas subjetividades que se ven directamente afectadas por la salud mental. Tal y como señala una encuesta de 2021 de la Universidad Politécnica de Valencia, el 44 % de los adolescentes y jóvenes ya sufría problemas psicológicos antes de la pandemia. Según el Barómetro Joven de Reina Sofía y FaD, en 2019 el 34,4 % tuvo pensamientos periódicos de suicidio y el 5,8 % continuos. En 2020, 300 jóvenes se suicidaron en el Estado Español. El Barómetro Juvenil concluyó que los problemas mentales mayoritarios entre los jóvenes están ligados a las siguientes enfermedades psicológicas: desórdenes de ansiedad, pánicos y fobias, depresión, trastornos de sueño, alimenticios, trastorno obsesivo-compulsivo, trastorno de estrés postraumático y dependencias a sustancias.
En el texto, se ha dividido en dos partes la relación entre la problemática juvenil y los problemas mentales, a fin de ordenar mejor la información: por una parte, se explicará la relación entre las condiciones económicas de la juventud y los desórdenes de ansiedad y/o depresión. Por otro lado, ahondando en la despolitización y el modelo de vida de la juventud, analizaré por encima el ocio y las relaciones interpersonales, enlazándolos con la ansiedad social, problemas de auto-percepción, trastornos alimenticios y adicciones.
1. Inestabilidad económica, estrés y trastornos de ansiedad
La ansiedad se caracteriza por una angustia y preocupación desmesurada e indomable, así como por conductas disfuncionales que sosiegan la misma. Emociones como el miedo o la preocupación son respuestas biológicas vitales y beneficiosas; evolutivamente, nos llevan a alejarnos, luchar o paralizarnos ante peligros y amenazas. Sin embargo, si el malestar se vuelve irracional y se desarrolla una preocupación desmedida ante situaciones ligeramente incómodas, éste se vuelve debilitante. Entre los trastornos depresivos se encuentran la ansiedad generalizada, social, fobias o ataques de pánico, y algunos de los síntomas son los siguientes: emocionalmente, sentir miedo, preocupación, vergüenza, falta de confianza; mentalmente, sumergirse en pensamientos negativos, catastróficos, autoagresivos, que generan también falta de concentración problemas de cognición; físicamente, malestar general, temblores, aumento de impulsos cardíacos, cortes de respiración, falta de apetito, etc.
En 2018, la Encuesta de Salud de la CAV estimó que la prevalencia de síntomas de ansiedad y depresión en jóvenes de 15 a 24 años llegaba al 7,8 %, una cifra que sube al 13,9 % en las mujeres de Bizkaia. A su vez, ha sido el principal síntoma que se ha acentuado durante la pandemia: en la salida del confinamiento social (ya que la producción no ha parado), la inseguridad generalizada ha crecido en la juventud, debido a las restricciones y a la criminalización sufridas en nombre de la salud: penalización del uso del espacio público, cierre de gaztetxes y locales juveniles, presencia policial continuada, amenaza sanitaria, social y económica por contraer el virus... Según el Barómetro Juvenil 2019, los ámbitos de la vida en los que se dan altos niveles de estrés en jóvenes, clasificados entre 7 y 10 en una escala de 0 a 10, fueron: estudios y trabajo, presión para lograr autonomía económica, salud física y mental, relaciones familiares y de amigos y redes sociales. En este apartado me centraré en el aspecto económico.
Por tanto, para la mitad de la juventud el estudio y el trabajo son los ámbitos que generan mayores niveles de estrés y, ligada a ellos, la siguiente gran preocupación es la relacionada con la autonomía económica, con un 46,7 % de mujeres y un 27,8 % de hombres. De hecho, la inestabilidad caracteriza las condiciones económicas de la juventud trabajadora: en una época de crisis en la que el paro se ha convertido en estructural, los principales cambios que se han producido desde la generación de nuestros padres han sido el aumento de la edad de emancipación y la precarización de las condiciones de trabajo, ya que en crisis no hay capacidad de incorporar al proletariado en el proceso de producción en las condiciones anteriores a ella. Por tanto, en las últimas décadas se han puesto en marcha diferentes estrategias dirigidas a la juventud: por un lado, los años de estudio se han alargado enormemente, disminuyendo los porcentajes de trabajadores activos y aumentando los beneficios de las instituciones educativas. Así, los años de juventud se han dedicado al pago de grados, másteres, títulos de idiomas y otros. Por otro lado, la precarización del mercado laboral juvenil ha sido regulada legislativa y culturalmente con total impunidad y, sin más remedio, la juventud actual se ve obligada a aceptar trabajos temporales, sin contrato, devaluados…
Para la mitad de la juventud el estudio y el trabajo son los ámbitos que generan mayores niveles de estrés y, ligada a ellos, la siguiente gran preocupación es la relacionada con la autonomía económica
Y los efectos de la ansiedad creada por todos estos factores son debilitadores, ya que reducen las capacidades individuales para hacer frente a la vida. Aunque el 30 % de la juventud se esfuerza por socializar el problema y resolverlo, la mayoría aprende a convivir con él y a evitarlo en la medida de sus posibilidades. En cualquier caso, lejos de ser una elección individual, son varios los condicionantes para no pedir ayuda: la normalización del estrés, el estigma de las enfermedades psicológicas, la incapacidad económica, etc.
Y se aprende a manejar el estrés, en parte, buscando actividades tranquilizantes momentáneas o mecanismos de evasión: se puede interpretar como holgazanería, como procrastinación –dejar algo para más tarde, sabiendo que tienes que hacerlo–, sumergirse en actividades que eviten pensar en el problema y sentir malestar –emborracharse, consumo de alimentos adictivos o drogas–, uso constante del móvil, etc. Y, una vez que se empieza con una tarea, la ansiedad, los pensamientos de insuficiencia, el pánico o la falta de concentración, pueden obligar al individuo a abandonarla. Y es que, como ya se ha dicho, es significativo cómo el deseo de evitar la ansiedad no hace sino aumentarla. Si las acciones que nos crean malestar son las mismas que aseguran la reproducción presente y futura del individuo, el hecho de evitarlas se convierte necesariamente en disfuncional. Asimismo, las enfermedades mentales deben ser tratadas de forma adecuada, ya que generan mayores probabilidades de que aparezcan en un futuro; he aquí la comparación que se hace con un esguince. Todavía más si éstas aparecen en la ya mencionada fase de desarrollo personal y cerebral de las primeras etapas de la vida. Así, la ansiedad puede convertirse en un patrón de respuesta fijado en el cerebro, inquietud desmesurada e inexplicable que se manifiesta posteriormente ante situaciones aparentemente inofensivas.
2. La sintomatología depresiva en la juventud
A menudo influida por la ansiedad, y viceversa, la depresión se sitúa también entre las enfermedades mentales más sistemáticas del siglo XXI. Se trata de un desequilibrio en la regulación del humor o en el estado de ánimo, al igual que las enfermedades como el trastorno bipolar o la distimia. Sus características son las siguientes: tristeza profunda, llanto, estados de ánimo y autoestima bajos, pérdida de interés por hacer cosas, disminución de las funciones psíquicas, cansancio o inmovilidad física. En el Barómetro Juvenil, de los jóvenes que declararon tener problemas psicológicos, el 39 % sufrió alguna enfermedad depresiva diagnosticada, lo que supone el 19 % de la muestra total. Asimismo, la sintomatología se manifestaba en mayor proporción: el 40 % de los jóvenes declaraba cansancio o falta de energía, problemas de sueño, pérdida o aumento de apetito; el 33 %, sensación de fracaso y baja autoestima, tristeza y debilidad, falta de interés por realizar actividades cotidianas e incapacidad para concentrarse; por último, el 25 % manifestó inhibición, inquietud, bajo control de impulsos y sensaciones agresivas y violentas.
La sintomatología depresiva puede ser causada por múltiples factores y, al igual que el miedo puede ser funcional, la tristeza o la apatía también son respuestas biológicas esenciales, no sólo para los humanos. La pérdida de un ser querido, la nostalgia, el arte mismo, es lo que nos produce tristeza, un sufrimiento que según el grado de pérdida puede convertirse en un período de duelo. A veces, sufrir un período de tristeza y salir de él puede resultar hasta gratificante. Por el contrario, el mal de la depresión está caracterizado por la aspereza, la persistencia y la imposibilidad de salir de ella, así como, a menudo, por la ausencia de motivos aparenciales que justifiquen el dolor. En consecuencia, se produce una ineptitud y apatía mental, emocional y física hacia la vida: la incapacidad total de llevar a cabo los actos más pequeños del día a día –levantarse de la cama, garantizar la higiene y alimentación personales, salir a la calle– o, a pesar de seguir siendo reproductivamente funcional –seguir yendo a trabajar, aprender, hacer política, salir con los amigos–, prevalece la sensación de llevar adelante una vida cada vez más laboriosa y sin ilusiones, para mantener el placer, la alegría y la euforia hasta la incapacidad real.
3. Las consecuencias del ocio y las relaciones interpersonales de la juventud: ansiedad social, trastornos alimentarios, de auto-percepción y adicciones
El capitalismo busca reproducir y dominar un sujeto sin capacidades, ni de crítica, ni de construcción. Y la despolitización, la imposibilidad de construir una teoría y una práctica revolucionarias, se impone de diferentes maneras: por un lado, a través de la imposición de la cosmovisión capitalista, con herramientas de ideologización como el sistema educativo o los medios de comunicación. Así, se hace una defensa del status quo, obviando toda herramienta de análisis de la realidad, haciendo invisible la necesidad de la construcción de una sociedad libre, caricaturizándola o, directamente, criminalizándola. Por otra parte, el hecho de que la clase obrera esté expropiada de los medios de producción, la condena a la imposibilidad de adquirir capacidades políticas propias en el seno del sistema: incapacidad de hacer política en la misma medida que la burguesía, falta de medios para construir instituciones propias o, una vez organizada, una desventaja militar total para protegerse de la represión del enemigo.
Por último, dentro de la despolitización se encuentra la reproducción de los elementos culturales beneficiosos para el sistema. Está claro que la situación económica condiciona directamente el modelo de vida o la cultura del proletariado y, en este caso, de la juventud: por ejemplo, la necesidad de salir del lugar natal para completar los estudios, el desarraigo y el desapego a la comunidad, compaginar los estudios con el trabajo durante toda la semana, un ocio cada vez más pobre y orientado al consumo, la disposición a emigrar disfrazada de «oportunidad de viaje», etc. Así, muchos rasgos de la actual cultura proletaria que se derivan del modelo de vida (y forma parte de ella) deben ser comprendidos en el seno de la despolitización, pues desempeñan funciones de aislamiento del individuo y de división de la clase obrera. Por ejemplo, el individualismo, la competitividad, la vida orientada al puesto de trabajo, el desarraigo, la construcción de identidades a través de valores burgueses –sean hegemónicas o pseudoalternativas–, el aislamiento y la tecnificación de la comunicación; el ocio capitalista orientado a la huida y a rebajar el dolor, y un largo etcétera.
Los modelos de relación interpersonales y de ocio de la juventud son parte de la cultura proletaria despolitizadora, patrones de comportamiento y de percepción de la realidad que avivan la función burguesa de la juventud. En el modelo relacional se pueden observar los círculos de amigos cada vez más pequeños (sobre todo en las ciudades), el distanciamiento con los amigos de toda la vida (como consecuencia de estudiar o trabajar fuera) o, en general, las relaciones orientadas al ocio lejos de compartir proyectos de vida. El gran cambio del siglo XXI ha sido la digitalización de las relaciones interpersonales, un fenómeno totalmente arraigado en la juventud. La encuesta de VUP señala que tras la pandemia el 60 % de la juventud ha incrementado exponencialmente el uso de redes sociales, y que éstas tienen consecuencias directas en la salud mental de la juventud.
El 81,3 % de la juventud reconoció sentimientos de soledad en el Barómetro Juvenil, la mitad de ellos frecuentes o continuos. Ante este proceso de individualización y fragmentación, las redes sociales cubren las necesidades comunicativas de la clase trabajadora, a la vez que las mercantilizan. En cuanto a la comunicación, las redes sociales obvian muchos de los aspectos básicos de las relaciones interpersonales: la expresividad, la espontaneidad, los gestos, las emociones, poner toda la atención en la conversación o en un amigo, etc. El canal en sí mismo es un obstáculo para tomar conciencia del tono o de las emociones del otro, reduciendo la empatía y la comprensión: espacios idóneos para el cyberbullying, los enfrentamientos en las redes, los haters, el acoso sexual y otras relaciones tóxicas. Una de las consecuencias de la soledad y de las relaciones telemáticas es la ansiedad social, la inquietud e incertidumbre generada por las relaciones humanas: la necesidad de responder al móvil, la reacción que puede tener una foto subida a las redes, la idea de conocer a gente nueva o el mero hecho de pensar en amigos y familiares. Tal y como calcula el Barómetro Juvenil, las relaciones y las redes sociales fueron uno de los factores de estrés juvenil en 2019, afectando al 13,6 %.
Tras la pandemia el 60 % de los jóvenes ha incrementado exponencialmente el uso de las redes sociales y el 81,3 % de la juventud reconoció sentimientos de soledad
Por otro lado, son herramientas de inserción de la ideología y/o la cosmovisión burguesa, ya que funcionan como escaparates del propio ser, de la identidad del libre individuo. El perfil de cada uno debe sustituir a nuestra persona, mostrando permanentemente en las redes todos los aspectos de la vida: amigos y familia, deporte, salir de fiesta, un aspecto físico cada vez más hipersexualizado, aficiones, prosperidad económica, capacidades artísticas, etc. Estos valores son reproducidos por diferentes cuentas, canales e influencers que en definitiva son empresas, además, incorporando la idea de éxito económico. Y suponen un conflicto irresoluble entre la realidad de la juventud proletaria y las imágenes que se muestran en las redes sociales. Así, nos encontramos con la imposibilidad de conseguir nuestra vida de ensueño, mientras que al mismo tiempo, nos imponen el aspiracionismo y el postureo. La imposibilidad de alcanzar la vida que se espera del individuo, al parecer debida a méritos propios, influye directamente en la satisfacción vital, tanto en la percepción de los demás como en la autoestima: por ejemplo, síntomas depresivos, envidia o competitividad.
En ese sentido, la hipersexualización y la cosificación de cuerpos también tienen efectos directos: además de alimentar la violencia machista, pueden generar problemas mentales relacionados con la auto-percepción y el aspecto físico, que a menudo se traducen en trastornos alimentarios. Estos últimos afectan al 10,8 % de las mujeres y se estima que se han triplicado durante la pandemia, sobre todo en mujeres adolescentes y jóvenes; como es el caso de los Servicios de Psiquiatría de Basurto, que a partir de marzo de 2020 han aumentado exponencialmente los ingresos hospitalarios asociados a la malnutrición.
Los trastornos alimentarios afectan al 10,8 % de las mujeres y se estima que se han triplicado durante la pandemia, sobre todo en mujeres adolescentes y jóvenes
Además, la mercantilización de las relaciones sociales también se manifiesta en que empresas como Facebook, Instagram o Twitter se lucran recopilando y vendiendo la información de sus usuarios –ya sea para control social, para inserción de publicidad a medida o para extraer estadísticas–. Y son productos adictivos que mantienen al consumidor enganchado durante horas. Tanto en contenido como en forma, conocen perfectamente la psicología humana: la cultura de masas y la vida de sus ídolos (de actores, cantantes o deportistas de élite), opresiones de diferentes colores dentro del proletariado, conocimientos idiotizantes que no sirven para nada, hacks o trucos que fomentan la desinformación, la sexualización de todos los ámbitos de la vida, el consumo pasivo de la creatividad (ver a alguien dibujar, cantar, bailar...).
Por último, quisiera terminar mencionando brevemente el modelo festivo, una de las pocas contrapartidas a la soledad y a la tecnificación. Este es el principal espacio de ocio en el que se integra físicamente la clase trabajadora, y cumple objetivos tanto económicos como reproductivos: en el modelo festivo se dan explotaciones masivas de la fuerza de trabajo mientras responde a la necesidad vital que tenemos los seres humanos de relacionarnos. Sin embargo, la fiesta capitalista es también un mecanismo de escape que se utiliza para la liberación o la evasión de la realidad. Sin embargo, está tan ligada al consumo de drogas que acentúa el ya defectuoso modelo de relaciones competitivas y de opresión: contexto ideal para generar violencia, enfrentamientos, agresiones sexistas, homófobas, robos, etc. Además, el consumo de tóxicos influye notablemente en el deterioro de las funciones psíquicas y físicas, incluso en el desarrollo general de las enfermedades mentales, aunque no abarcaré el tema este artículo.
CONCLUSIONES
La conclusión de este análisis es, en última instancia, que el capitalismo reproduce (también) el problema de la salud mental, fenómeno que puede observarse en la juventud en la actual proletarización y cambio cultural. Por todo ello, este enfoque debe entenderse en el marco de la crítica general del sistema y no en una propuesta de solución inmediata, aunque sí en relación con la necesidad de la construcción del comunismo. Y es que, a pesar de que en el capitalismo se haya adquirido una enorme capacidad de producir bienes, se debe tener claro que su distribución se centra en la imposibilidad de garantizar la libertad universal, tanto en lo que se refiere a las instituciones estatales como privadas. Así, la misión actual de la organización comunista no es sólo combatir las condiciones de vida del proletariado, sino desarrollar un pensamiento crítico que abarque todos los campos de la vida para que la práctica revolucionaria tome forma. En suma, la organización de un movimiento político que tenga la capacidad de abolir toda realidad capitalista, tanto para elaborar propuestas integrales en el ámbito de la salud mental, como para identificar y combatir las características culturales que perpetúan el problema.
BIBLIOGRAFÍA
[1] Encuesta: jóvenes y adolescentes, Salud Mental y COVID-19. Universitat Politècnica de València, Observatorio de Educación y Bienestar Socioeconómica y Sexual.
[2] II. Barómetro Juvenil de Salud y Bienestar. FAD y C. Reina Sofía, 2019.
[3] Infancia, adolescencia y juventud con problemas de salud mental en la CAPV. Fedeafes, Federación de Euskadi de Asociaciones de Familiares y Personas con Enfermedad Mental (2021).
[4] Juventud, salud mental y bienestar emocional. Instituto Navarro de la Salud, 2021.
[5] Encuesta sobre la salud mental de los/as españoles/as durante la pandemia de la COVID-19. Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), febrero de 2021.
PUBLICADO AQUÍ