FOTOGRAFÍA / Maitane Lizarraga
Eneko Urkiaga
2022/02/04

Mediante este trabajo, intentaré, aunque de forma superficial, analizar los mecanismos y el uso social de los psicofármacos, sacando a relucir las funciones y limitaciones que tienen a mi parecer. Una vez hecho esto, con los datos e información recogidos, realizaré una crítica a la actual forma de entender y abordar las enfermedades mentales.

En los últimos años la demanda y oferta de ansiolíticos y antidepresivos ha aumentado considerablemente, y esto no es casualidad. Las estadísticas de esta última época, al igual que los datos de otros ciclos de crisis del capitalismo, muestran que, a medida que las condiciones de vida de la mayoría de los trabajadores empeoran, aumenta la cantidad de desequilibrios mentales registradas. Entre estos trastornos, los más llamativos son los casos de depresión y suicidios: aunque su origen social puede ser una opinión generalizada, no se le da más que una salida individual. De hecho, como se naturalizan los elementos sociales que están en la base de los trastornos y desequilibrios, y se consideran inmutables, el tratamiento se limita, cada vez más, a la administración de psicofármacos. Pero, siendo social la raíz del problema, podríamos preguntarnos qué pasaría si la solución a ese problema, en vez de basarse en tratamientos individuales y medicalizados, se basara en una apuesta por un cambio social integral [1]. Para contestar esta pregunta, y teniendo en cuenta el aumento tanto de la depresión como de la depresión persistente, es necesario un nuevo y constante análisis y reflexión sobre este complejo problema.

Las estadísticas de esta última época, al igual que los datos de otros ciclos de crisis del capitalismo, muestran que, a medida que las condiciones de vida de la mayoría de los trabajadores empeoran, aumenta la cantidad de desequilibrios mentales registradas.

Para comenzar, conviene realizar una pequeña explicación histórica sobre el tratamiento de los desequilibrios mentales. Analizando el caso de Francia, en 1838, junto con la segunda república, para curar y controlar los problemas de salud mental, se elaboró la ley de asilo psiquiátrico. Esta se extendió rápidamente por la mayoría de estados burgueses. El objetivo, más que curar las enfermedades y conseguir la reinserción, era excluir y controlar a quienes salían de la normatividad general y no aceptarían la disciplina social en la población, especialmente en la creciente clase trabajadora. A pesar de que se dieran razonamientos médicos humanistas para mantener el orden social y esconder los intereses de la burguesía. La situación continuó así hasta mediados del siglo XX, de forma que, en 1940, había 110.000 residentes presos en asilos franceses. Para entonces era evidente que los manicomios no eran el camino para la recuperación y la reinserción, sin embargo, la mayoría de los psiquiatras se encontraba en una situación de conformismo y desesperanza y, además, eran un mecanismo eficaz para mantener controlada a la capa «inadaptada» de la clase trabajadora [2].

En aquella época de guerra y posguerra, se produjo un cambio de paradigma. Debido a la situación social más patológica provocada por los cambios, entre otros, económicos, culturales y políticos, cada vez más personas comenzaron a padecer «desequilibrios» mentales: depresión, desarraigos, duros sentimientos de inseguridad, problemas profundos de adaptación, y un largo etcétera. Estos cambios trajeron una nueva perspectiva sobre la psiquiatría; que consistía en sacar a los pacientes de instituciones como los asilos y tratar su situación sin sacarlos de la sociedad. Al mismo tiempo, es en esta época cuando comenzó extenderse el movimiento antipsiquiátrico, que cobró especial importancia por sus fundamentos teóricos y resultados prácticos. Era un movimiento complejo y heterogéneo, pero lo que tenían en común los que se unían era lo siguiente: la perspectiva psicosocial y política de la salud mental. La crítica más habitual hacia la psiquiatría, y hacia la medicina en general, era que la tendencia a poner una «etiqueta» profundizaba en la estigmatización del paciente y que acarreaba más obstáculos que beneficios para hacer frente a los desequilibrios. Y por si esto fuera poco, también afloraron que estas conductas y problemas que se entendían como trastornos eran consecuencia de unos determinados valores sociales y no, en sí mismos, de tener rasgos patológicos. De esta forma, el trastorno tan solo puede denominarse como tal en relación con el contexto sociocultural.

Es curioso, sin embargo, que en la misma época, es decir, en los años 50, los avances tecnológicos que se dieron, tanto en la neurobiología como en la farmacología, posibilitaron que se diera a conocer la psicofarmacología como concepto y ciencia. Comenzaron a encontrar en diferentes medicamentos intervenciones terapéuticas para los síntomas de las enfermedades psicológicas. Aplicando el paradigma principal del tratamiento etiológico de la medicina, se pensó que los fármacos podían corregir la alteración que produce la enfermedad mental y, por tanto, el conocimiento de los mecanismos de acción de los psicofármacos podía posibilitar la identificación de las alteraciones neurobiológicas que constituyen la raíz del trastorno. Con esta lectura reduccionista de la enfermedad, se concluyó que la base de las enfermedades mentales se encontraba en el desequilibrio de los neurotransmisores. Esa idea arraigó profundamente en la sociedad, aunque posteriormente el tiempo ha demostrado que solo con esta terapia no es suficiente [3]. Además, aunque el avance de los tratamientos farmacológicos ha permitido sintetizar medicamentos de más eficacia y menores daños colaterales, las limitaciones que tiene el uso de estos tratamientos son claras. Al fin y al cabo, la psicofarmacología trata los síntomas que son creados por los desequilibrios mentales, pero no la base social contradictoria que está en el origen de estos síntomas y los conflictos emocionales, psicológicos, biológicos, etc. derivados de ella. En consecuencia, la enfermedad corre el riesgo de perpetuarse, de convertirse en depresión persistente.

La psicofarmacología trata los síntomas que son creados por los desequilibrios mentales, pero no la base social contradictoria que está en el origen de estos síntomas

Pero, ¿qué es la depresión persistente y por qué tiene importancia? En el ámbito psiquiátrico, uno de los principales debates es el de dilucidar cuál es el intento farmacológico necesario para que el paciente pueda ser diagnosticado de depresión persistente. El ensayo STAR*D tiene como objetivo evaluar la eficacia de los diferentes tratamientos utilizados para la depresión. Según los resultados de este, un tercio de los enfermos depresivos se cura al tomar el primer tratamiento farmacológico y, aun probando diferentes tratamientos después del primero, solo consigue un buen resultado alrededor de otro tercio de los pacientes. Además, muchas veces, tienen que pasar años para dar con el tratamiento adecuado [4]. Por lo tanto, un tercio de los pacientes sufrirá de depresión persistente.

Por lo tanto, podemos definir la depresión persistente de la siguiente forma: episodio depresivo que, con los tiempos y dosis adecuados, utilizando todos los recursos farmacológicos y la terapia electroconvulsiva (TEC), no ha mostrado suficientes mejoras. El agotamiento de las diferentes opciones terapéuticas especialmente orientadas a la depresión (farmacología y TEC) ha hecho que el tratamiento clínico de esta enfermedad se convierta en un reto científico, de momento, de modesta literatura científica.

Sin embargo, aun sabiendo todo esto, el tratamiento actual se basa únicamente en la farmacología, al ir al médico la única solución es tomar ansiolíticos para la ansiedad y antidepresivos para la depresión. Es evidente que son necesarias las innovaciones en este ámbito, pero, ¿es posible conseguir cambios reales con meras reformas que se pueden llevar a cabo en la medicina? ¿Qué perpetúa los desequilibrios mentales?

La etiología de las enfermedades mentales es muy compleja y de diversos factores; de hecho, tiene razones de carácter bio-psico-social y, además, estas razones están relacionadas entre sí [5]. En lugar de enumerarlas todas, algunas importantes son el poder adquisitivo, la frustrante situación ontológica (construcción de una identidad basada en el consumo, nihilismo, ideal versus sí mismo, ausencia de salidas espirituales...), las dificultades para mantener funciones biológicas saludables, etc. Por poner un ejemplo, se puede ver cómo, las frustraciones que genera la identidad basada en el consumo y el estrés que de ellas se deriva, condiciona directamente la naturaleza del intestino y de la probit. Esto está totalmente relacionado con el estado de los neurotransmisores. O bien, como el poder adquisitivo condiciona la posibilidad de una alimentación sana, influye directamente en el equilibrio mental, ya sea a través del intestino delgado y probit, o bien por la falta de capacidad de regular la inflamación que supone la ausencia de micronutrientes, o bien por la incapacidad de permitir otros funcionamientos fisiológicos diferentes y sanos. Pueden dar para mucho las relaciones internas entre estos distintos factores. Como se ha comentado anteriormente, aunque es evidente que el origen de las alteraciones mentales es multifactorial, el tratamiento institucional se reduce a la psicofarmacología. ¿Cómo llegamos hasta aquí? ¿Por qué ese tratamiento es hegemónico? ¿Qué podemos hacer?

La etiología de las enfermedades mentales es muy compleja y de diversos factores; de hecho, tiene razones de carácter bio-psico-social y, además, estas razones están relacionadas entre sí

Desgraciadamente la clase trabajadora no tiene fácil salida a esta dinámica, ya que para la mayoría la farmacología es la única herramienta para tratar los desequilibrios individuales de base social. Como la industria de la salud está integrada en la ley del valor, no puede destruir este carácter industrial, es decir, se basará en el modelo de producción que se cimienta en la producción en masas. Su objetivo, lejos de complementar y mantener sano al paciente, dado su carácter de comprador, será satisfacer estas necesidades de compra crónicas. No responderá, por tanto, a una necesidad coyuntural, sino que necesita necesidades crónicas para sobrevivir en la dinámica capitalista.

Teniendo en cuenta el mecanismo de acción de los psicofármacos, si el tratamiento se basa en la farmacología y se reduce a una esfera meramente biológica, se acallan el malestar y los síntomas que el conflicto genera en el sujeto; es decir, la angustia, la ansiedad, la obsesión, la tristeza, el insomnio, el desánimo, etc. Y la consecuencia es eliminar la dimensión contradictoria de la realidad subjetiva, abandonando el pensamiento y la reflexión. En efecto, el medicamento ha de procurar el olvido y la interrupción del sujeto para que tenga eficacia, por lo que impide al sujeto obrar conscientemente acerca de sus deseos o de las contradicciones de la realidad [5]. En realidad, cumplen al función de contener mejor el dolor y el malestar que genera la contradicción, y sobrevivir en ese estado de estrés. Interrumpir la conciencia, liberarse del malestar de las emociones y los sentimientos, borrar el dolor y la tristeza del alma… Pero estos efectos no duran más que por un tiempo determinado, y todo aquello que queremos silenciar vuelve, incluso a veces en formas más crueles y dolorosas. Todo esto convierte al individuo en dependiente del modelo sanitario sometido a la dinámica capitalista y, por tanto, a la industria farmacéutica.

La naturaleza de la medicina consiste en la prevención, diagnóstico y tratamiento del desequilibrio que produce la enfermedad; en otras palabras, en que el paciente consiga un equilibrio y en mantenerlo, refutando, de esa forma, la necesidad de la medicina. La respuesta no está en un análisis y selección de las diferentes medicinas alternativas o tratamientos; o, a lo mejor, puede servir como necesidad del momento, pero nunca como objetivo final. Teniendo en cuenta que la salud consiste en el equilibrio de diferentes variantes, es imposible, desde la unilateralidad de la medicina, cambiar los conflictos que rompen este equilibrio y, al mismo tiempo, la base social contradictoria que alimenta estos conflictos. El cambio, y el tratamiento, debe ser integral si se quiere curar de raíz los desequilibrios que producen los síntomas. La clave para conseguir una salud universal no está en tratar los síntomas o los distintos conflictos menores que general los síntomas, sino en cambiar la base social contradictoria que crea estos conflictos.

La clave para conseguir una salud universal no está en tratar los síntomas o los distintos conflictos menores que general los síntomas, sino en cambiar la base social contradictoria que crea estos conflictos

El debate sobre este asunto está lejos de darse por zanjado. Este humilde artículo tan solo publica algunos datos y reflexiones, y ofrece unos puntos de reflexión. Por lo tanto, por sacar algunas conclusiones, a mi parecer, la situación no es nada sencilla. El debate no debería de estar en el uso o no uso de los psicofármacos. Al tratar una enfermedad, hay que ir a su raíz, sí, pero, al mismo tiempo, hay que tener en cuenta los síntomas que generan malestar. Para garantizar una mínima calidad de vida y, mediante ella, trabajar y luchar mejor contra la raíz de la enfermedad, es necesario liquidar o mitigar los malestares. Otra discusión sería la de cuál es la mejor opción terapéutica para ello. Pero es importante entender que síntoma y enfermedad no son la misma cosa; que la enfermedad crea los síntomas pero tratando estos no se cura la propia enfermedad.

Para finalizar, habiendo visto que la raíz de los desequilibrios mentales es mayormente social y, la solución, sin embargo, individual, aunque mediante diferentes terapias se pueda curar al individuo, es imposible conseguir una salud universal de esta forma. Ya que no se abordan de forma integral los problemas que impiden la salud, es decir, si no se sana la base social que condiciona los factores económico, político, ontológico, biológico, psicológico, emocional, etc. se alimentarán constantemente enfermos de distintas naturalezas.

REFERENCIAS

1 Salud Mental, lucha de clases. lahaine.com.

2 Capital individualismo y salud mental. Enrique Gonzalez Duro.

3 Psicofármacos y teorías etiopatogénicas en Psiquiatría. Del contexto de descubrimiento al obstáculo epistemológico. Silvia Wikinsky.

4 Rush AJ, Trivedi MH, Wisniewski SR, Nierenberg AA, Stewart JW, Warden D. Acute and longer-term outcomes in depressed outpatients requiring one or several treatment steps: A STAR*D report. Am J Psychiatry. 2006;163(11):1905–17.

5 Psicofármacos y salud mental. La ilusión de no ser. Emiliano Galende.

*Etiología: estudio de los orígenes de las enfermedades.

Nota: en este texto se utilizan como sinónimo: trastorno, desequilibrio mental y enfermedad mental.

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