Esther Barniol Xicota y Sandra Contreras Junguitu, psicólogas sanitarias FOTOGRAFÍA / Zoe Martikorena
2023/03/03

A menudo hablamos del empeoramiento de las condiciones de vida y sus consecuencias. La sociedad capitalista y la crisis que la caracteriza nos arrastra en su espiral decadente, tal es su influencia. 

En el día de hoy nos proponemos tratar el tema de la salud mental, concretamente en el segmento de la mujer trabajadora, un ámbito cada vez más presente debido a la extensión y gravedad que está adquiriendo en los tiempos que corren. Para ello entrevistamos a dos profesionales del sector de la psicología. 

Por una parte, Esther Barniol Xicota, neuropsicóloga y psicóloga sanitaria con experiencia en el trabajo con personas con deterioro cognitivo, niñas/os con problemas de aprendizaje, demencias, daño cerebral, etc. y con mujeres trabajadoras del sector de los cuidados. Por otra, Sandra Contreras Junguitu, psicóloga sanitaria especializada en psicología infanto-juvenil con formación en conductas suicidas y autolíticas.

¿De qué hablamos cuando hablamos del ámbito de la salud mental en 2023?

E.B. La salud mental se entiende como el bienestar emocional, psicológico y social de una persona en su vida diaria. Aun así, hay que entender no sólo qué es sino en qué contexto aparece para entender la visión que se tiene de ella en la sociedad capitalista.

La Organización Mundial de la Salud la define en 2022 como «un estado de bienestar en el cual cada individuo desarrolla su potencial, puede afrontar las tensiones de la vida, puede trabajar de forma productiva y fructífera, y puede aportar algo a su comunidad». 

En ese sentido, el sistema entiende a la persona que goza de salud mental como aquella que es capaz de tolerar las consecuencias directas del sistema («tensiones de la vida») y de producir. Por el contrario, se interpreta como persona «enferma» y con problemas de salud mental a quien puede desarrollar su potencial, no puede afrontar las tensiones de la vida y no puede trabajar de forma productiva y fructífera para aportar a la comunidad. En definitiva, quien no se adapta al sistema capitalista. 

Dentro de este bloque podríamos poner a las personas de clase trabajadora en paro que no pueden afrontar económicamente su día a día, las personas mayores que ya no producen o las personas ocupadas de clase trabajadora que presentan signos del síndrome de burnout (estar quemado) por unas condiciones laborales precarias, ya que no pueden afrontar las tensiones de la vida como es el constante estrés diario. Es el propio sistema el que las excluye y discrimina generándoles sentimientos de fracaso y culpa por no poder ser una pieza más de este engranaje y por no poder adaptarse a él o no ser laboralmente productivas. 

S.C. Hablando un poco de lo que supone la salud mental en este 2023, podemos decir que los problemas de salud mental se han convertido en uno de los problemas de salud más significativos a nivel estatal. En este último año –tenemos cifras de 2022, ya que todavía no están actualizadas–, se ha observado que un 12,5 % de los problemas de salud están representados por problemas de salud mental. Por primera vez, es una cifra superior a la de los problemas relacionados con el cáncer y los problemas cardiovasculares. 

Unos datos que realmente alarman, ya que la Organización Mundial de la Salud ha estimado que el 20 % de la población padecerá algún tipo de afectación de salud mental a lo largo de su vida. Si estos datos los pasamos a porcentajes en número, una de cada cinco personas vamos a sufrir problemas de salud mental a lo largo de nuestra vida. 

¿Qué nos estamos encontrando? Lo que nos estamos encontrando es que las listas de espera no paran de aumentar en lo que se refiere a la salud mental pública. Muchas personas están teniendo que acudir a la salud mental privada para poder ser atendidas, y en estos centros están empezando a haber también listas de espera. Actualmente, en el Estado español hay seis psicólogos por cada 100.000 personas, cuando según la Unión Europea tendría que haber como mínimo 38. En los últimos presupuestos se ha visto que no se va a aumentar ese porcentaje y que vamos a seguir teniendo únicamente seis psicólogos.

¿A qué nos está llevando esto? Pues a lo mencionado. A unas listas de espera exageradas, lo cual está generando que incluso en casos muy graves la espera esté siendo de entre tres semanas y un mes. En cuanto a los «casos graves», estamos hablando de aquellas personas que ya puedan tener conductas autolíticas o ideaciones suicidas. Estas personas están teniendo que esperar entre tres semanas y un mes. En aquellos casos que son considerados más leves, la lista de espera para poder acudir a la primera cita es de dos o tres meses.

Esta situación socioeconómica hace que, por ejemplo, muchas mujeres que no tienen recursos económicos suficientes no estén teniendo una adecuada evolución en lo que se refiere a la salud mental. Estas, además, están teniendo que ser tratadas mediante medicamentos. Algo que realmente es muy preocupante y que posteriormente trataremos mejor, y es que el uso de medicamentos para tratar a las mujeres trabajadoras se está triplicando. Es el recurso principal que se utiliza en la actualidad para poder hacer frente a los problemas de salud mental.

¿Qué relación podemos establecer entre este cuadro general y la condición de mujer trabajadora? ¿Qué consecuencias tiene el rol de género que se le asigna a la mujer trabajadora en su salud mental? ¿En qué se diferencia de la mujer burguesa en esto?

E.B. La asignación del rol de género para las mujeres supone su socialización desde el deber moral a diferencia de los hombres; es decir, se educa a las mujeres para ser buenas hijas, esposas y madres. Esto está relacionado con el carácter cultural por el que se acaba asumiendo el cuidado familiar (de hijos, hermanos, padres, personas mayores, personas con discapacidad, etc.). Se trata de la reproducción social de unas prácticas llevadas a cabo por las mujeres a través de los esquemas simbólicos de carácter cultural que imperan en una sociedad neoliberal.

A diferencia de las mujeres burguesas, las mujeres de clase obrera no sólo cuidan en casa porque no tienen recursos para mercantilizar el cuidado, sino porque su reputación está en juego: el valor de ser una buena hija o esposa depende de la consumación de la buena praxis en el cuidado cotidiano de sus familiares, que de manera inconsciente muchas veces juzgan, presionan y controlan a la cuidadora.

Este deber moral parte del modelo de afecto maternal (el amor de madre, el amor incondicional) que sirve como referente normativo y que se traduce en el deber de una entrega absoluta de la cuidadora familiar hacia la persona dependiente.

Según dijo el Instituto Nacional de Estadística en 2017, las horas semanales que se destinan a las tareas domésticas son de 4 horas y 45 minutos en el caso de las mujeres y de 2 horas y 34 minutos en el de los hombres. Esta diferencia también se observa en cuanto a las horas semanales destinadas a los cuidados, siendo 4 horas y 29 minutos las horas que destina el 91 % de las mujeres y 2 horas y 32 minutos las que destina el 74,7 % de los hombres. Este hecho no es debido a la inactividad laboral de las mujeres, ya que las horas semanales que se destinan al hogar y a la familia entre las personas ocupadas son 3 horas y 46 minutos en el caso de las mujeres y 2 horas y 21 minutos en el caso de los hombres. Con estas cifras se puede observar que independientemente de si las mujeres están ocupadas o no, destinan el doble de tiempo semanal que los hombres a los cuidados y a las tareas del hogar. 

Por otro lado, dentro de esta población de mujeres también hay diferencias en su salud mental según la clase social a la que pertenezcan, ya que destinarán más o menos horas al cuidado del familiar por varias razones.

Las consecuencias de cuidar a una persona dependiente suponen para las mujeres de clase obrera el abandono o la reducción de jornada laboral para poder estar disponible para el familiar, así como ciertas limitaciones para incorporarse al mercado laboral, lo que acaba traduciéndose en una menor capacidad económica y la limitación de la vida personal y social.

En cambio, las mujeres burguesas intentan desplegar diversas estrategias de conciliación delegando el cuidado a las mujeres obreras a través de la mercantilización del cuidado. Estas mujeres obreras suelen ser inmigrantes, en ocasiones en situación administrativa irregular, que se ocupan de la atención a las personas dependientes mediante economía sumergida, sin contrato laboral y con retribuciones económicas más bajas que al ser contratadas por empresas.

Se podría pensar que los cuidados hace años recaían mayoritariamente en las mujeres obreras por ser las que no trabajaban fuera de casa, pero ya se ha visto que la incorporación de la mujer al mercado laboral no ha ayudado a que desaparezcan estas desigualdades, sino que se ha promovido la doble jornada para ellas.

Una investigación de Castelló que estudió los cuidados de las mujeres de diferentes clases sociales afirmó que las mujeres obreras desarrollan estrategias de cuidados informales en el hogar (ellas se ocupan de hacerlo). En cambio, las mujeres de clase media mayoritariamente se basan en la institucionalización (residencias, centros de día, centros especializados, etc.) y, en menor medida, en la mercantilización. Las mujeres de clase alta optan por la mercantilización, ejerciendo cierta resistencia a la institucionalización.

Castelló también afirmó que el modelo de cuidados está relacionado con el modelo educativo. A mayor nivel educativo mayor es su clase social y mayor es la probabilidad de recibir cuidado formal y menos informal, debido a lo que se denomina «coste de oportunidad»: cuanto más alta es la posición social de la mujer, mayor es el coste de renunciar a un empleo para realizar cuidados informales.

¿Cómo se reflejan estas consecuencias en el plano psicológico?

E.B. En el plano psicológico estas dificultades en cuanto a recursos económicos, pero sobre todo en cuanto al tiempo para optar a profesionales de la salud y al autocuidado psicológico, se reflejan en un aumento de los trastornos mentales que conlleva un aumento de los problemas cardio y cerebrovasculares y un deterioro cognitivo precoz. 

A nivel psicológico, las consecuencias generadas por la presión del modelo de afecto maternal llevan a la persona cuidadora a vivir para su familiar y eso se traduce a priori en un aumento del autoconcepto negativo y en una autoculpa por no poder responder a todas las demandas, además de en un aumento de trastornos mentales como la ansiedad, la depresión y el estrés. A medida que estos trastornos se mantienen en el tiempo, hay una debilitación del sistema inmunológico; aumentan la irritabilidad, la agresividad y el insomnio, y aparecen las somatizaciones como dolores de espalda, migrañas y problemas digestivos. 

También aumenta el consumo de fármacos y la dependencia de estos, ya que son la solución rápida y barata para poner freno a todos estos trastornos físicos y emocionales.

A nivel neuropsicológico, el estrés prolongado provoca accidentes cerebrovasculares (ictus), problemas cardíacos y un aumento de cortisol, que hace envejecer las neuronas provocando el deterioro de la atención y de la memoria.

Según Stern los factores que ayudan a evitar el deterioro cognitivo son el nivel educativo, el estado ocupacional, ser de clase social alta y el desempeño de actividades físicas, intelectuales y sociales. Por ello, el mero hecho de pertenecer a la clase trabajadora ya le supone a una persona estar en una condición de más riesgo en cuanto al desarrollo de un deterioro cognitivo, en comparación con una persona de clase alta. Además, hay que sumarle que, por ese factor, esa persona probablemente no partirá de la misma base educativa que una persona de clase social más alta por la dificultad para acceder a estudios superiores, con lo cual también diferirá entre ellas su estado ocupacional. Teniendo en cuenta los estudios de Castelló sobre la realización de los cuidados, también será muy diferente la disponibilidad que tendrán las personas de clase trabajadora para disfrutar de actividades de ocio, especialmente las mujeres.

Por ello, las personas de clase obrera, especialmente las mujeres cuidadoras, son mucho más propensas a desarrollar un deterioro cognitivo y patologías neurodegenerativas, en comparación con las personas de clase burguesa.

¿A qué tipo de trastornos nos referimos?

S.C. El primero de ellos es la depresión. Solemos estimar que alrededor de un 4 % de la población sufre depresión en España. El 7 % de las mujeres están actualmente diagnosticadas de ese trastorno. También es importante recalcar que es la principal causa relacionada con el suicidio.

El segundo trastorno que más se observa es el trastorno de ansiedad generalizado. O mejor dicho: actualmente, es el trastorno que más se ha visto en mujeres en lo que viene siendo a nivel estatal. Es el más frecuente. Y estos datos son realmente alarmantes, ya que se estima que el 8,8 % de las mujeres vamos a padecerlo en algún momento de nuestra vida. Traduciendo esos porcentajes a datos reales significa que una de cada tres mujeres vamos a sufrir de algún tipo de ansiedad en algún momento, y no se están poniendo remedios reales para solucionarlo. 

Luego nos encontramos con el deterioro social. Es un trastorno por el que las mujeres dejan de realizar actividades sociales y ocupaciones recreativas que realmente les importen o que sean importantes para ellas, y las sustituyen por un uso excesivo del alcohol. No se considera un alcoholismo al uso, ya que como hemos mencionado está causado por una ansiedad generalmente relacionada con el ámbito del trabajo que lleva a una falta de satisfacción con nuestra propia vida.

Otro trastorno que se esta viendo muchísimo es la hipocondría. Desde la llegada de la pandemia, ese trastorno ha aumentado significativamente. Consiste en que hay una preocupación constante de padecer algún tipo de enfermedad, como puede ser cualquier tipo de enfermedad grave. Y se suelen observar síntomas físicos relacionados con ellas: palpitaciones, pinchazos, dolores musculares… Todo ello relacionado con la propia problemática.

No puedo dejar sin mencionar los trastornos de alimentación. Concretamente en España, actualmente afectan a 400.000 personas, siendo la causa principal de trastorno mental entre las mujeres jóvenes y adolescentes, ya que el 10,8 % de las mujeres jóvenes padecen este tipo de trastorno. También se observa un consumo de substancias elevado. Ese consumo afecta negativamente al cerebro y al comportamiento de una persona y puede producir incapacidad en muchísimos aspectos sociales. Esas drogas pueden ser legales o ilegales, y esto cabe destacarlo, ya que hoy en día se recetan muchos psicofármacos y algunos de ellos también pueden generar una drogodependencia. Es algo de lo que no se habla. 

Y por último, es necesario mencionar los trastornos autolíticos de los que luego hablaremos más concretamente, ya que están directamente vinculados con la conducta suicida. Es una de las formas de que puede tomar el suicidio en el ámbito laboral, pies este no siempre se debe a las mismas causas. Los trastornos autolíticos suelen adoptar formas ocultas, y suele denominarse como ideación autolítica la presencia persistente en una persona de pensamientos encaminados a cometer algún tipo de autolesión o de la propia conducta suicida.

¿Cómo se relaciona este cuadro general con el suicidio?

S.C. Cuando hablamos del suicidio entre las mujeres trabajadoras es importante, lo primero de todo, ponernos en la situación actual en la que nos encontramos. En 2021 nos encontramos con que había 11 suicidios al día, batiendo un récord histórico en España, ya que, por primera vez se superó la cifra de 4.000 personas. De ellas 1.021 eran mujeres y 2.982 eran hombres, y se estimaba que había un suicidio cada dos horas a nivel estatal. No tenemos los datos de final de año de 2022, pero sí que se ha observado que en el primer trimestre del año hubo un 5,1 % más de suicidios que en 2021. Eso significa que cuando por fin se tengan las conclusiones los datos van a ser realmente preocupantes. También hay que destacar que en los últimos baremos se ha observado que en 2023 el porcentaje está aumentando todavía más. 

Los factores desencadenantes principales para sufrir o para realizar intentos suicidas son el haber realizado intentos previos, el haber padecido depresiones o trastornos mentales, el consumo de drogas, el estrés emocional, o antecedentes de abusos sexuales y violencia. Algo que la mujer por desgracia padece más que el hombre.

Después de la crisis económica que se vivió a nivel estatal, los casos de suicidio aumentaron significativamente. Ahora mismo nos encontramos con que esta tendencia está creciendo continuamente y se cree que esto tiene una correlación directa con la pandemia, pero la realidad es que no se está tomando ninguna medida adecuada para poder hacer frente a ese problema y se estima que esta curva no parará de aumentar en los próximos años.

¿Cúal es la realidad de la clase trabajadora y en concreto de la mujer trabajadora en torno a este tema?

S.C. La OMS pudo mostrar que por cada 1 % de la tasa de desempleo la tasa de mortalidad por suicidio también aumentaba un 0,8 %. En 2012 denominaron ese fenómeno como «síndrome de la crisis», y todavía ese término se utiliza. Con eso, hacían referencia al aumento de depresiones, infartos agudos y suicidios debido a una mayor incertidumbre y presión sobre la población trabajadora; un aumento del paro, que en la mayor medida iban a sufrir aquellas personas con dificultades para una empleabilidad como pueden ser las mujeres, las personas discapacitadas, los jóvenes y los inmigrantes. Esa problemática iba en aumento.

Yendo ya a estudios actuales, tenemos un estudio realizado por el psicólogo José Antonio Llosa Fernández en 2022. Determinó que tenemos la certeza de que la inestabilidad económica y la sensación de carencia de recursos, la precariedad laboral, la perdida de un empleo o un desempleo largo son variables de riesgo para desarrollar ideas suicidas o realizar un hipotético intento de suicidio. Las personas con mayor dificultad económica tienen una mayor dificultad para generar los vínculos necesarios para solicitar ayuda, y eso también se ha podido demostrar, ya que está directamente relacionado con la individualización de la sociedad. Entonces, en las conclusiones de ese estudio realizado en 2022, se determinó que el empleo precario y el desempleo tienen el mismo efecto. Es decir, anteriormente se planteaba que tener un empleo representaba un factor de protección frente al suicidio. Hoy en día se ha podido demostrar que un empleo precario tiene las mismas consecuencias que estar desempleado. 

Esos estudios han sido también validados por otros profesionales como Julio Bovesa, que determina que el trabajo en general protege, pero que un trabajo con el que se va justo y se tiene una problemática no resuelve y no se convierte en un factor de protección. Entonces, se determina que la precariedad laboral es un factor de riesgo respecto a la conducta suicida, y si observamos en cualquier lado, veremos que las mujeres somos las primeras que pueden padecer una situación de esas características. 

Las mujeres somos más propensas a sufrir depresión, ansiedad, precariedad, etc., pero entre los hombres los casos de suicidio son casi el doble. ¿Por qué? Bueno, hay argumentos. Por un lado, tenemos la teoría neurobiológica que defiende que las mujeres y los hombres manifestamos los trastornos de manera diferente. Mientras que las mujeres presentamos unos trastornos más internalizadores como la depresión o la ansiedad, los hombres tienden a mostrar trastornos más externalizantes como abusos de substancias o conductas antisociales. Eso argumenta que los hombres, debido a esa tendencia, tienen conductas más agresivas. De esa forma, las conductas suicidas se vuelven más letales y determinantes. 

Por otro lado, y esta teoría es de las más preocupantes, la teoría de la ayuda dice que la mujer puede estar más protegida de la conducta suicida porque tiende a buscar ayuda más fácilmente que el hombre. Y digo que resulta preocupante porque, al final, lo único que hace es estereotipar todavía más la conducta de los hombres y las mujeres, dando a entender que las mujeres solicitamos ayuda supuestamente más fácilmente que los hombres. Pero lo que defiende realmente es que la mujer, al estar más acostumbrada a pedir ayuda, acude antes a un profesional como puede ser al médico de cabecera, y puede ser tratada de forma más rápida. Esos tratamientos se basan en psicofármacos, por lo que puede ser que realmente tenga un impacto a la hora de reducir la conducta suicida. Pero no reduce el sufrimiento. 

Cuando hablamos del suicidio tenemos que tener en cuenta que hablamos del sufrimiento. La conducta suicida es la punta del iceberg de un sufrimiento muy extendido. La solución real debería ser tratar dicho sufrimiento, y no solo reducir las conductas suicidas. Deberíamos conseguir que las personas dejen de sufrir.

Y, finalmente, la más preocupante de todas las teorías es esta: diferentes estudios han podido demostrar que el ser mujer es un factor de protección respecto al suicidio porque la mujer no realiza el acto suicida por su obligación de seguir cuidando o protegiendo a otras personas. Es decir, cuando una mujer y un hombre llegan al mismo nivel de sufrimiento, el motivo por el que una mujer decide no recurrir al suicidio es el poder seguir cuidando de otras personas, cuando, en realidad, es ella quien tendría que ser cuidada. Esto lo dejo como una reflexión personal, y que cada uno saque sus conclusiones. 

Hay que tener en cuenta que cuando hablamos de suicidio hablamos de un sufrimiento psíquico, de un dolor emocional insoportable. Tenemos que entender por qué la gente sufre, por qué no puede manejar ese sufrimiento, por qué el no poder manejar ese sufrimiento llega a convertir esas ideas en actos. Lo importante sería trabajar siempre desde ese sufrimiento, y en eso las mujeres seguimos mostrando mayores baremos que los hombres.

Para mencionarlo rápidamente, el número 024 está actualmente activo para la prevención del suicidio. En lo que lleva activo, cuatro meses, ha recibido 34.000 llamadas, 300 al día. 585 casos de suicidio se pararon cuando estaban en curso, es decir, en el momento en el que iban a suceder. Es algo por lo que se ha luchado muchísimo tiempo, y también algo que diferentes instituciones veían que no era necesario. Se ha podido demostrar que, efectivamente, es más que necesario y no suficiente; no suficiente para la necesidad que hay actualmente.

¿Cuál es la manera que tiene la sociedad capitalista de hacer frente a esta realidad? ¿Cuál es el papel que cumplen las instituciones?

E.B. Como antes se ha comentado, el sistema capitalista concibe a las personas con problemas de salud mental como un impedimento. Por ello, su solución es la llevada a cabo a través de los centros de salud, normalizando y facilitando el consumo de psicofármacos ante cualquier síntoma de burnout (estar quemado por la situación), estrés, ansiedad o depresión que pueda padecer cualquier persona por ser víctima directa de las consecuencias del sistema capitalista. Un ejemplo de ello sería la alta cantidad de ansiolíticos que son consumidos por las mujeres respecto a los hombres para hacer frente al malestar diario generado por una sociedad capitalista que discrimina a la mujer trabajadora. 

El sistema capitalista actúa como una cadena de producción y por ello no concibe la no producción de las personas que lo conforman, ya que si una persona dentro de esa cadena enferma y deja de producir, es inservible para el sistema. Por ello, el consumo de psicofármacos es la medida paliativa pero idónea del sistema capitalista para que esa persona siga produciendo laboralmente y/o extralaboralmente. Eso ya se está dando en las escuelas, siendo los niños y niñas víctimas de ello. Los tratan como a empleados de una empresa en la que no hay cabida para los que no se pueden adaptar a sus condiciones, como pueden ser los niños y las niñas con dificultades de atención y/o hiperactividad, dificultades de aprendizaje como dislexia y discalculia, etc. Como son un impedimento para la producción, el sistema los considera personas enfermas. Los medican con psicofármacos o bien los animan al abandono escolar, y no buscando su beneficio: piensan en la no interferencia de estos para el sistema.

Pero esa no es la única manera que tiene el sistema capitalista de hacer frente a esa realidad. También el envejecimiento de la población y el aumento de la esperanza de vida están provocando que crezca la necesidad de cuidados que las propias instituciones no pueden llevar a cabo. Eso está suponiendo que el sistema capitalista, frente a las necesidades que les genera el cuidado de esas personas a sus instituciones, siga teniendo un papel fundamental en la reproducción de esas desigualdades a través de las instituciones. Estas actúan como cómplices, responsabilizándose del cuidado de los familiares en el hogar, con pautas educativas que las mismas instituciones hacen llegar para que se transfieran esos cuidados y las personas permanezcan en los centros institucionalizados el menor tiempo posible y, de esa manera, no supongan un coste para el sistema.

¿Y la proyección de cara al futuro?

E.B. De cara al futuro nos vamos a encontrar con una población sobrediagnosticada y hipermedicalizada como consecuencia de las crecientes dificultades que tendrán las personas para poder encajar en el sistema propuesto, que será cada vez más explotador con el fin de obtener el mayor beneficio a costa de la salud mental de la población. Para ejemplificarlo, sólo hay que observar los nuevos trastornos que se han propuesto en el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales DSM-IV y el DSM-5 con veinte años de diferencia. Hemos pasado de tener en el manual de psicología un trastorno de depresión mayor a la existencia de otros tres trastornos depresivos más: el trastorno disruptivo de desregulación emocional, el trastorno disfórico premenstrual y el trastorno depresivo persistente.

También se espera que siga siendo la clase trabajadora la que más consecuencias sufra a nivel de salud mental y, en concreto, las mujeres, ya que la responsabilidad de los cuidados para ellas sigue siendo una realidad y no existe una propuesta del sistema. Más bien, existe una presión de ese sistema.

A todo ello, las enfermedades neurodegenerativas aumentarán. Es sabido que actualmente es el ámbito menos investigado, muy probablemente porque las más afectadas son las personas mayores. Son las que no están activas laboralmente y las que no producen; por ello su investigación es la menos relevante actualmente. Pero como la esperanza de vida será elevada, habrá un gran número de personas con enfermedades neurodegenerativas provocadas por los trastornos mentales, el consumo de psicofármacos y la dificultad de recursos para tener una vida saludable. Todo ello provocará una sobrenecesidad de cuidados que el sistema no podrá asumir y recaerá en el cuidado informal de los familiares, muy probablemente, en el cuidado de las mujeres trabajadoras..

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