FOTOGRAFÍA / Madalen Pinuaga
Jose Castillo
@josecast23
2021/10/04

Seguramente la región de Oriente Medio sea la que más minutos televisivos abarca en las secciones de internacional de los informativos y páginas de los medios de masas. Sin embargo, desde el 2014 se libra en Yemen una guerra silenciosa en la que intervienen las dos grandes potencias regionales, Irán y Arabia Saudí, respaldadas por sus potencias globales patrocinadoras. Este conflicto ha sido el causante de la mayor hambruna a nivel global de las últimas décadas y de una crisis de refugiados y desplazados comparable a la de la guerra de Siria.

Desde que Estados Unidos liderase la intervención militar en Kuwait para expulsar a las tropas de Sadam Hussein de Irak, el 17 de enero de 1991, se dio comienzo a una nueva época de la guerra moderna, la era de las guerras televisadas. Efectivamente, desde que la CNN cubriese en riguroso directo todas operaciones militares estadounidenses en Kuwait, hemos asistido con imagen y sonido en directo a las intervenciones de la OTAN en la antigua Yugoslavia, a las guerras fallidas estadounidenses de Irak y Afganistán, al derrocamiento y asesinato de Gadafi en Libia, a la devastación de Siria y recientemente la toma de Kabul por los talibanes.
Sin embargo, aún hay conflictos que no ocupan espacio alguno en lo que se denomina la agenda-setting de los grandes medios. Uno de los casos más flagrantes de los últimos años ha sido el de la guerra de Yemen iniciada en el 2014. A pesar de ello, el título que da pie a este reportaje no es casual, ya que debe trazarse una distinción entre ser noticia y ser contado. Yemen, efectivamente, fue noticia de los grandes medios de comunicación, sobre todo allá por el 2017, a tres años del inicio de la guerra, cuando la crisis humana era demasiado evidente como para no ser noticia.

Empero, esto no trajo que los medios contasen lo que sucedía en Yemen, si entendemos como contar a aquel relato que trata de dar ciertas claves para entender los orígenes y qué está en juego en el conflicto bélico de Yemen. La guerra yemení sorprendentemente fue fugazmente noticia en los grandes medios justamente para nombrar que no se le había prestado atención alguna. Los mismos medios responsables de decidir qué es noticia y qué no lo es, ahora noticiaban la no incorporación a sus informativos de una guerra que para el 2020, según datos de la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU (OCAH), ya ha dejado más de 230.000 víctimas directas e indirectas.

La guerra yemení sorprendentemente fue fugazmente noticia en los grandes medios justamente para nombrar que no se le había prestado atención alguna

LAS GUERRAS, INHERENTES AL CAPITALISMO

El objetivo principal de este artículo, precisamente, radica en intentar dar unas claves para entender lo que realmente subyace al conflicto yemení y un marco general para poder interpretar las guerras en el marco del capitalismo mundializado del siglo XXI. La guerra de Yemen es un buen ejemplo para entender cómo la necesidad del gasto militar, la carrera armamentística, el conflicto armado y la destrucción son inherentes al proceso de acumulación y crisis del sistema capitalista.

La guerra de Yemen es un buen ejemplo para entender cómo la necesidad del gasto militar, la carrera armamentística, el conflicto armado y la destrucción son inherentes al proceso de acumulación y crisis del sistema capitalista

Visto desde una óptica marxista, los gastos militares son improductivos, ya que no dan lugar a una inversión que se valorizará en el sector productivo. Es más, la mayoría de los gastos militares son llevados a cabo o financiados generosamente por el Estado, ya que este último es el comprador de armamento por excelencia. Por tanto, buena parte de la producción armamentística es inducida por el Estado y no está dirigida a un mercado abierto. De la misma manera, es curioso que los gastos militares sean los que menos recortes perciben en épocas de crisis capitalista, comparados con otros gastos públicos como la enseñanza o la sanidad.

Aunque no sea tan evidente a primera vista, la destrucción de recursos realizada por las guerras y el militarismo, desempeñan contradictoriamente varios papeles positivos esenciales para la acumulación del capital: la de destruir la masa de valores sobreproducida, «sanear» la economía, permitirle una reestructuración del ciclo de acumulación y restablecer las condiciones de la rentabilidad. Esta función de destrucción de valores que se da en las crisis, el militarismo la realiza permanentemente. Ya que, como otros gastos públicos esenciales al capitalismo, la guerra permite activar capacidades de producción y mano de obra infrautilizadas. Constituye así una fuerza de arrastre del modo de producción capitalista.
Es más, gracias a la industria militar fuertemente financiada por el gasto público del Estado, se desarrollan nuevas técnicas de investigación industrial que la empresa privada no asumiría por sus elevados costes. Los sectores y empresas privadas de la siderurgia, electrónica, microordenadores o la aeronáutica son ampliamente beneficiados por la investigación militar. Dicho de otra manera, en el proceso de acumulación la existencia y pervivencia de las guerras es indispensable[1].

En el proceso de acumulación la existencia y pervivencia de las guerras es indispensable

Además del elemento puramente «económico», las guerras cumplen un papel político fundamental en la legitimación de los Estados burgueses. La guerra es un mecanismo esencial para la estabilidad interna de las estructuras políticas del Estado, y no solamente la guerra como conflicto directo, sino la posible amenaza de guerra o el tener un «enemigo externo» contra el que defenderse. La posibilidad de una guerra crea el sentimiento de unidad y coacción mediante los que se pueden inducir ciertas tendencias políticas en una población, a la que se le pide un sacrificio en pro del «bien de la nación».

Como primeras pinceladas para ejemplificar lo hasta aquí expuesto y para entrar en nuestro caso de estudio, recordemos que Arabia Saudí es un régimen monárquico cuasi absoluto en el que la dinastía Saúd gobierna el país sin ninguno de los contrapesos típicos de las democracias liberales. Bien, Arabia Saudí, como potencia regional involucrada en la guerra de Yemen, ha encontrado su casus belli particular en atacar a un pequeño país en el que más que intereses directamente económicos, busca legitimarse internamente y enviar un mensaje de dureza a su rival regional, Irán.

Por el lado de la reproducción económica, no puede olvidarse que Arabia Saudí compra la mayoría de su armamento a los países occidentales. Sirva de ejemplo la disputa ocurrida en los astilleros de Cádiz, los cuales son uno de los proveedores de embarcaciones de guerra para el ejército saudí y los trabajadores se ven dependientes directamente de la construcción de estos navíos para conservar su empleo, sin poder cuestionarse o protestar por su posterior uso.

LA POSICIÓN GEOESTRATÉGICA DE YEMEN

Hablar de Yemen es hacerlo de un país árabe situado al sur de la península Arábiga entre Asia y África y cuya orientación hacia el mar Rojo y el golfo de Adén, le permite controlar el estratégico estrecho de Bab el-Mandeb, vital para los suministros de hidrocarburos hacia Estados Unidos y los países europeos, por donde circulan entre tres y cuatro millones de barriles de petróleo al día.

Quizás no sea tan sonado como el estrecho de Ormuz, por el que circulan la mayoría de los barcos petroleros procedentes de los países del Golfo. Sin embargo, la importancia del estrecho de Bab el-Mandeb no reviste tan solo en los barcos petrolíferos que pasan por sus aguas, ya que gran parte de los barcos cargueros con diversas mercancías de consumo pasan a diario por aquí para dirigirse hacia el Canal de Suez. Por donde, de media, 55 barcos cruzan al día cargados de contenedores vitales para que el comercio y suministro mundial se mantenga en funcionamiento. Cuatro países tienen la capacidad de bloquear el estrecho de Bab el-Mandeb: Somalia, Eritrea, Yibuti y Yemen.

Por tanto, el control e influencia sobre el estrecho de Bab el-Mandeb es el mayor activo geoestratégico del que dispone Yemen, ya que se trata de un país con unos pequeños pozos petrolíferos y con poca capacidad de refinería. Pero su posición geográfica lo convierte en pieza clave de la región, tal y como explicaba en un artículo escrito en 2015, al inicio de la guerra, el analista estadounidense de seguridad nacional y asesor militar de la OTAN, Anthony Cordesman:

El control e influencia sobre el estrecho de Bab el-Mandeb es el mayor activo geoestratégico del que dispone Yemen

«Es fundamental señalar que se trata de mucho más que energía: es el costo y la seguridad de cada carga que pasa por el canal de Suez, la seguridad de los barcos de combate estadounidenses y aliados que se mueven a través del canal, la estabilidad económica de Egipto y la seguridad del puerto clave de Arabia Saudita en Jeddah […] Cualquier presencia aérea o marítima hostil en Yemen podría amenazar todo el tráfico a través del Canal de Suez, así como el flujo diario de petróleo y productos derivados del petróleo»[2].

Para los intereses geoestratégicos de Arabia Saudí es vital mantener bajo cierto control político a Yemen. Ya que, pese a que no tiene interés por las pequeñas reservas petrolíferas yemeníes, sí que los tiene en su posición geográfica. Dado que en el supuesto de que Irán bloquease de manera efectiva el estrecho de Ormuz, Arabia Saudí solamente tendría un oleoducto útil que esquive Ormuz, el East-West Petroline, que desemboca en el mar Rojo, y que dependería ya totalmente del control sobre el estrecho de Bab el-Mandeb.

De hecho, hoy día conocemos gracias a los papeles y audios revelados por Wikileaks, que Arabia Saudí estaba negociando con el Gobierno yemení anterior al levantamiento de 2014 la construcción de dos oleoductos que terminarían en la ciudad portuaria yemení de Mukalla. Mediante estos oleoductos Arabia Saudí pretendía reducir su dependencia del gas transportado por el estrecho de Ormuz, y minar así a su enemigo iraní.

El proyecto del oleoducto fracasó en parte por el levantamiento hutí de Yemen, y porque el país vecino, Omán, firmó un acuerdo de gasoducto con Irán, lo que echó al traste parte de los planes saudíes. Pero lo que se quiere remarcar es la importancia de estos gasoductos, ya que es una constante en las últimas guerras del mundo árabe, como en Siria o Libia, que antes de comenzar la guerra, esta siempre haya venido marcada por las tensas negociaciones de construcción de varios oleoductos[3].

Es una constante en las últimas guerras del mundo árabe, como en Siria o Libia, que antes de comenzar la guerra, esta siempre haya venido marcada por las tensas negociaciones de construcción de varios oleoductos

ORÍGENES DE LA GUERRA

Yemen tiene hoy día una población superior a los 26 millones de habitantes y hasta el inicio del conflicto tenía una de las mayores tasas de crecimiento demográficas del planeta. Es un país de mayoría musulmana, donde la mayoría de la población creyente es de orientación sunita (en torno al 60 %) y la restante es chiita (40 %). Entre estos últimos destaca la rama de los hutíes, que son la mayoría que integran la actual insurgencia contra el Gobierno yemení apoyado por Arabia Saudí y los países de la OTAN.

Además, Yemen es un país extremadamente montañoso que carece de reservas acuíferas, lo que, unido a la guerra, provoca que actualmente su población tenga serios problemas de acceso al agua potable. Su economía se centra en la exportación de las pequeñas reservas de petróleo de las que dispone y de la agricultura. Así mismo, depende extremadamente de los créditos y ayudas al desarrollo que puedan venir de los distintos organismos internacionales.

Pero hasta 1990, Yemen estaba constituido en realidad por dos países: la República Popular Democrática de Yemen del Sur independiente del dominio británico desde 1967 y que había adoptado un régimen socialista alineado con el de la Unión Soviética, y la República Árabe de Yemen del Norte independiente desde el final de la I. Guerra Mundial y que, bajo la forma de imanato chií, había sido gobernada por los zaidíes (rama religiosa de la que proceden los actuales insurgentes hutíes) desde hacía más de 1000 años, hasta el derrocamiento de este régimen clerical en 1962.

El colapso de la Unión Soviética y la vuelta de los combatientes yemeníes de Afganistán a partir de 1988, profundamente antisocialistas y entrenados en la guerra, creó las condiciones propicias para la unificación de los dos países en un solo Estado. Objetivo que se logró en 1990 quedando el nuevo Yemen unificado bajo la autoridad del hasta entonces presidente de Yemen del Norte, Ali Abdalah Saleh y con Saná como capital del nuevo estado, en lo que en realidad no fue sino la absorción de la parte del sur del país por el norte.

Este hecho provocó que la población de tendencia más secular-socialista junto con la población suní del antiguo sur percibiese la unificación del país como una ocupación. Así mismo, los chiís del norte se mostraron hostiles ante la nueva mayoría de población suní, creando una tendencia independentista que provocó su primer levantamiento serio en 1994, pero que fue sofocado violentamente por el Gobierno de Saleh. De estas tendencias surge el movimiento hutí, un partido político que defiende a la minoría religiosa zaidí de confesión chií, frente a la mayoría de confesión suní en la que Saleh tuvo que terminar apoyándose para recibir el apoyo de Arabia Saudí, la gran potencia suní de la región.

Saleh gobernó Yemen siendo líder indiscutible del partido de gobierno bajo el que intentó unificar a la población yemení mediante las rentas del petróleo y con las ayudas que recibía de los países aliados como Arabia Saudí. Cuando los precios del petróleo comenzaron a caer coincidiendo con la crisis del 2008, esta forma de gobernar empezó a resquebrajarse y las protestas estallaron en el año 2011, al calor de las conocidas «primaveras árabes».

Las protestas y la pérdida de apoyo del presidente Saleh por parte de los que fueron sus principales aliados, hicieron que este tuviera que dimitir en favor de Abdu Rabbu Mansour Hadi, el hasta entonces vicepresidente del país. Los hutíes, que consiguieron una amplia popularidad tras ser la cabeza visible de las protestas contra el Gobierno de Saleh, se habían hecho con el control de amplias zonas del noroeste del país. La insurgencia hutí, por su inspiración chií, es apoyada por el gobierno iraní; sin embargo, no se puede asegurar que esta ayuda vaya más allá del apoyo indirecto vía armamento y cierta financiación o ayuda diplomática.

Los hutíes no aceptaron el traspaso de poder al nuevo presidente Hadi, y tras el fracaso de las negociaciones internacionales para la transición, en el 2014 pasaron a la acción y se hicieron con la capital Saná. Entonces, el presidente Hadi tuvo que huir a Arabia Saudí desde donde la petromonarquía suní lanzó una ofensiva contra los insurgentes hutíes, respaldada por la mayoría de las demás monarquías del Golfo, Turquía, Egipto y las potencias occidentales de la OTAN, con Estados Unidos a la cabeza.

En medio de esta situación caótica y aprovechando el vacío de poder, también proliferó la actividad de los grupos terroristas suníes de Al-Qaeda en la Península Arábiga y el Estado Islámico de Irak y el Levante (ISIS). La filial local de Al-Qaeda llegó incluso a controlar territorios al sur del país y en la zona costera.

La implicación militar de Arabia Saudí buscaba mandar un claro mensaje a la República islámica de Irán de que el reino saudí no permitiría la extensión a nuevos países del intervencionismo que venían practicando los iraníes en Siria, Irak, o Líbano. Para ello, los saudíes optaron por intervenir mayoritariamente por vía área, mediante bombardeos a las posiciones hutíes, lo que termina muchas veces en bombardeos indiscriminados hacia la población civil yemení.

Pese a que Arabia Saudí cuenta con uno de los ejércitos más numerosos y caros del mundo, siendo el tercer comprador de armas a nivel mundial, la realidad es que Arabia Saudí no está consiguiendo derrotar a la insurgencia hutí. En una guerra tremendamente desigual, los insurgentes hutíes están planteando una guerra de guerrillas basada en el conocimiento del terreno y esperando el desgaste de la fuerza saudí. La verdad es que las posiciones no se han alterado mucho desde 2017, y los hutíes consiguen mantenerse en sus tierras del oeste del país, resistiendo en la capital de Saná. Pero la guerra de desgaste tiene consecuencias directas en la población, que sufre ya más de cinco años en situación de hambruna severa y falta de agua potable. A todo ello, se le une los constantes bombardeos de la coalición liderada por Riad[4].

Pese a que Arabia Saudí cuenta con uno de los ejércitos más numerosos y caros del mundo, la realidad es que Arabia Saudí no está consiguiendo derrotar a la insurgencia hutí

LA PUGNA REGIONAL Y GLOBAL

No debe entenderse el conflicto yemení como una mera guerra proxy donde dos potencias mayores miden sus fuerzas, ya que los actores internos no son simples satélites de Irán o Arabia Saudí. Y no todas las petromonarquías defienden los mismos intereses en Yemen. Por ejemplo, Emiratos Árabes Unidos ha potenciado la independencia de facto de varias regiones del sur, entre las que se encuentra la ciudad portuaria de Adén, formando así el llamado Consejo de Transición del Sur.

La de Yemen más bien sería una guerra multinivel, donde se juntan intereses locales y globales. En un primer nivel, tendríamos el conflicto puramente civil que enfrenta a distintas tribus, ramas religiosas y sociales en una guerra civil. Por otra parte, existe la pugna por la hegemonía regional de Oriente Medio, en la que Arabia Saudí interviene directamente e Irán lo hace indirectamente. Por último, las grandes potencias globales se juegan en Yemen una pieza importante del acceso a suministros energéticos clave para hacerse con la hegemonía mundial, tras lo que parece un lento declive del liderazgo estadounidense.

Arabia Saudí, como líder regional del mundo musulmán suní, siempre ha guiado su política exterior por el principio de no permitir a ningún otro país de su área fronteriza obtener un papel de influencia sustancial. En el caso de Yemen, el Gobierno saudí ha empleado todos sus recursos para asegurar que el país se mantenga lo suficientemente débil como para no suponer una amenaza, pero lo suficientemente fuerte para mantener su estabilidad interna.

Arabia Saudí no movió ficha decisivamente en el tablero yemení hasta que la insurgencia hutí se hizo con la capital y zonas costeras limítrofes al estrecho de Bab el-Mandeb. La monarquía saudí no solo temía perder un punto de paso estratégico frente a su enemigo, sino también que su propia minoría chií estuviese tentada a llevar a cabo un levantamiento similar al que habían perpetrado en Yemen. De este modo, la operación militar tenía como objetivo frenar el avance de los aliados iraníes y la extensión a nuevos países del levantamiento chií.

Por su parte Irán se encuentra en una posición más cómoda que su rival saudí, ya que tiene poco o nada que perder en este conflicto. Oficialmente Irán niega estar ofreciendo ayuda a los hutíes, pero realmente estos reciben financiación y armamento iraní, aunque en muchos casos no lo hace de una manera directa, sino que llega a sus manos por parte de la guerrilla libanesa de Hezbolá. La que ya cuenta con la capacidad militar de actuar en toda la región y no tiene necesidad de ocultar sus lazos con otros grupos chiíes.

Irán busca una aplicar una estrategia a la vietnamita con Arabia Saudí. Es decir, sin involucrarse ellos directamente en el conflicto y sin sufrir baja militar alguna, que Arabia Saudí se enrolle en una larga guerra de desgaste de la que pueda salir derrotado. Esto sería un duro varapalo para la imagen exterior e interior de la petromonarquía más grande de la península Arábiga[5].

Estados Unidos ha apoyado a Arabia Saudí desde el principio en su guerra contra la insurgencia yemení. En la época de la administración Obama este apoyo era más limitado, pero en los años de Trump en la Casa Blanca, Washington aumentó la cantidad de drones y aviones cedidos Arabia Saudí para bombardear posiciones hutíes en Yemen. Sin embargo, el mayor interés directo que Estados Unidos defiende es su postura como principal vendedor de armas al ejército saudí.

Recordemos que Arabia Saudí es el tercer país que más armas compra en el mercado internacional. Por lo tanto, es un fiel cliente para la inmensa industria armamentística estadounidense. Tras Estados Unidos, y con bastante diferencia, los principales proveedores de armas de la monarquía saudí son los países europeos: Reino Unido, Francia y España. El SIPRI (Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo), que es responsable del más famoso estudio sobre venta de armas a nivel internacional, completa un índice en el que señala en millones el volumen de transferencia de recursos militares en base a los costes de producción por unidad.

Hay que tener en cuenta la UE apenas ha tomado parte en el conflicto, exceptuando las acciones unilaterales de países concretos. Sin embargo, el conflicto yemení sí que ha abierto un debate político en Occidente sobre restringir la venta de armas. De hecho, el Parlamento Europeo votó en dos ocasiones a favor de imponer un embargo a Arabia Saudí. No obstante, ello se trata simplemente de un gesto simbólico, pues tal resolución no es vinculante. Además, suspender el comercio de armas afectaría a los intereses económicos de los países suministradores.

CONCLUSIONES

El conflicto de Yemen es, entre otras, una consecuencia directa de la nueva rearticulación del poder a nivel mundial. Una vez terminado con las dinámicas de la Guerra Fría, el panorama internacional se presenta ahora como una compleja articulación de varios actores, un orden mundial de carácter multipolar donde varios estados compiten y ejercen su influencia en distintos niveles, impidiendo así la hegemonía de uno solo de ellos. Por ello, hoy Estados Unidos comparte su supremacía tradicional con nuevas potencias mundiales como China y Rusia, mientras que actores regionales como Arabia Saudí o Irán van ganando cada vez más peso en el escenario internacional.

El conflicto de Yemen es, entre otras, una consecuencia directa de la nueva rearticulación del poder a nivel mundial

Dicho de otro modo, el conflicto yemení es señal de la decadencia del periodo imperialista estadounidense. De hecho, desde la Guerra del Golfo de 1991, Estados Unidos no ha conseguido ninguna victoria militar clara. Es más, pese a que en ciertos países consigue victorias militares, como en Irak o Afganistán, a la larga se demuestra lo difícil que le resulta mantener el orden de postguerra.

La pax americana ha terminado, las guerras y conflictos internacionales están de vuelta. En el caso de Yemen la barbarie capitalista con palabras mayúsculas se está llevando a cabo de puertas a dentro. Sin que la opinión pública, inducida por los principales medios, alce la voz por este conflicto y la pobreza masiva que asola al proletariado y campesinado yemení. Hoy, el conflicto se encuentra en un impasse, pero 3,2 millones de personas sufren desnutrición aguda en Yemen. Para algunos Yemen no es más que parte del tablero geopolítico, una pieza más. Para otros es la más brutal de las miserias y barbaries.

NOTAS Y REFERENCIAS

[1] Para profundizar más en la visión marxista de la guerra propongo la lectura del resumen que realiza el economista marxista canadiense Louis Gill (2002) en su libro Fundamentos y límites del capitalismo, págs. 610-629. Se puede consultar también la lectura que hace Rosa Luxemburgo sobre el militarismo en el último capítulo de su obra de 1913, La acumulación del capital. Así mismo, se puede consultar también la idea «destrucción creativa» expuesta por el autor liberal Joseph Schumpeter, expuesta en su libro publicado en 1942, en plena II. Guerra Mundial, Capitalismo, socialismo y democracia. Finalmente, para hacerse una idea de la magnitud del gasto militar y el papel que juega en las crisis, recomiendo el trabajo de investigación de Frank Slijper (2013), Armas, deuda y corrupción: el gasto militar y la crisis de la UE.

[2] Recomiendo la lectura del artículo completo de Cordesman para entender la importancia geoestratégica de Yemen para Estados Unidos, y su aliado saudí. El texto fue publicado por el Center for Strategic and International Studies (CSIS) bajo el título en inglés de America, Saudi Arabia, and the Strategic Importance of Yemen.

[3] Para saber más sobre el proyecto de los oleoductos, se puede leer el artículo del periodista Félix Flores (2016) para el think tank CIDOB: Yihadismo y petróleo: el nuevo caos saudí en Yemen.

[4] Para entender más en profundidad la estrategia militar de Arabia Saudí en Yemen, recomiendo la lectura del informe anual del IEEE (centro de estudios estratégicos dependiente del Ministerio de Defensa del Estado español), Panorama anual de los conflictos 2017, en su séptimo capítulo titulado Claves para entender el conflicto de Yemen.

[5] Para profundizar en la rivalidad Irán-Arabia Saudí: González del Miño, P. (2018). La competitividad geoestratégica Irán-Arabia Saudí en Oriente Medio. Rivalidad entre potencias regionales. Política Y Sociedad, 55(3), 733-753.

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