Jose Castillo
@josecast23
2023/04/03

El pasado octubre de 2022 se reunió el Partido Comunista Chino en su XX. Congreso Nacional para ratificar el tercer mandato de Xi Jinping. Permitiendo así al máximo mandatario chino prolongar su mandato como secretario general del Partido más allá de los dos mandatos que tradicionalmente venían ocupando el cargo sus homólogos desde la reestructuración del partido tras la muerte de Mao Zedong. Pero, además de la reestructuración interna, el XX. Congreso del Partido Comunista Chino sirvió para definir la estrategia por la que los máximos mandatarios chinos quieren llevar a la potencia asiática a competir contra los Estados Unidos por la hegemonía geopolítica mundial. Teniendo en cuenta que, en el mismo 2022, también la OTAN ha redefinido a China como «reto sistémico». La estrategia delineada por Xi Jinping se basa en un cambio de modelo económico, que no dependa exclusivamente de las exportaciones y aumente el consumo interno; un control sobre la producción y creación de tecnologías clave (5G); y el control militar de su área de influencia más próxima en el Pacífico, que le permita convertirse en una potencia marítima de primer nivel.

Las preguntas e incógnitas que plantea el ascenso de China son múltiples, pero dos destacan por encima de las demás: ¿Será China capaz de jugar el papel de hegemón mundial que estabilice al capitalismo global en crisis, liderando la expansión de un nuevo ciclo de acumulación? Y, por otra parte, en el camino de China hacia la hegemonía mundial, ¿podrá evitarse la guerra a gran escala con la potencia imperialista hegemónica en decadencia representada por Estados Unidos?

China comenzó el Siglo XX siendo la sombra de lo que fue en su pasado imperial, tal y como ellos se denominaban «el Imperio del Centro». Y es que, pese a la tendencia eurocéntrica del relato histórico dominante en la historiografía occidental, China fue hasta bien entrado el siglo XVIII una potencia de primer nivel en términos terrestres y comerciales. Fue desde mediados del siglo XIX y hasta la expulsión de Japón en 1945, el denominado «siglo de la humillación» por la historiografía china, cuando se relegó a China al papel subsidiario de la modernidad capitalista occidental, haciéndose las potencias occidentales con el control comercial de sus puertos y el control comercial de sus materias primas. Incluso fue invadida por su «hermano mayor» en la región, Japón. 

Sin embargo, tras la expulsión definitiva de los japoneses al terminar la Segunda Guerra Mundial, comienza un nuevo periodo de florecimiento en la historia del gigante asiático. En este renacimiento nacional tiene un gran papel el Partido Comunista Chino (PPCh), que fue el gran actor militar en la derrota frente a los japoneses y lideró la victoriosa guerra civil frente a los nacionalistas burgueses chinos, implantando así en 1949 la República Popular China, de corte marxista-leninista e inspirada en las ideas del líder comunista Mao Zedong. 

Los primeros años bajo el mandato de Mao fueron convulsos, ya que la república optó por la vía del socialismo de Estado al estilo soviético. Pero entre acusaciones de revisionismo y recelos geopolíticos mutuos, China perdió antes de finales de la década de 1950 todo el apoyo económico-militar que le podía brindar la URSS. Apoyo crucial para lo que por aquel entonces era todavía un país básicamente agrícola. Pese a todo, Mao consiguió cierta industrialización del país y sentó las bases de lo que sería el posterior giro capitalista de Deng Xiaoping a partir de 1978. El sucesor de Mao al frente de China permitió la liberalización capitalista de la economía, abriendo el país a la inversión extranjera y privatizando tanto un gran número de las fábricas industriales, como las tierras comunales. China se convirtió así en una región atractiva para los capitales occidentales, por su mano de obra barata y represión estatal de todo atisbo de sindicalismo.

China certificó su inserción a las redes del capitalismo mundial en el 2001, con la entrada a la Organización Mundial del Comercio (OMC). Lo que permitió a China exportar sus mercancías basadas en mano de obra barata al resto de países occidentales, a la vez que generaba un modelo de desarrollo capitalista propio que para el 2010 le aupó a condición de segunda potencia económica mundial. Durante los últimos 30 años sus tasas de crecimiento del PIB han sido cercanas o superiores al 10%, tasas que sólo se recuerdan en los inicios del desarrollo capitalista de los países occidentales centrales. En el mismo período de tiempo, más de 740 millones de personas han abandonado la condición de pobreza, en base a los datos de medición del Banco Mundial[1]. 

China certificó su inserción a las redes del capitalismo mundial en el 2001, con la entrada a la Organización Mundial del Comercio (OMC). Lo que permitió a China exportar sus mercancías basadas en mano de obra barata al resto de países occidentales, a la vez que generaba un modelo de desarrollo capitalista propio

Xi Jinping llegó poco después al poder supremo del PPCh, a principios de 2012, con unos objetivos claros: revertir en cierta medida la liberalización de la economía y volver a controlar mediante el Estado sectores económicos clave para convertirse en la primera potencia económica mundial; asegurar que el modelo de Partido-Estado sigue vigente con él en el poder; y, por último, modernizar militarmente China con el objetivo de unificarla a través de la reintegración de Taiwán y prepararla para la competición hacia la hegemonía geopolítica mundial frente a Estados Unidos. 

1978: CAMBIO DE PARADIGMA

Con la llegada de Deng Xiaoping al poder, China emprendió el camino hacia la liberalización de la economía y abrió las puertas a la inversión extranjera. Sin embargo, el crecimiento chino, que le permitió ascender hasta la convertirse en la segunda potencia económica mundial, no se basó en pilares totalmente sólidos, al ser un modelo extremadamente dependiente de la inversión de capitales extranjeros y la exportación de sus mercancías. Es decir, en una primera etapa de modernización capitalista, China, con el PPCh de Deng Xiaoping al mando, no se preocupó en exceso por crear unas clases medias internas que mediante su consumo mantuvieran la producción nacional, sino que se lo jugaron todo a la carta de su inserción en calidad de semiperiferia en el sistema-mundo capitalista, para posteriormente dar el paso a país central de primer nivel. 

A partir de la aceptación de Estados Unidos en 1971 de China como un actor relevante en el escenario de Asia-Pacífico, estrategia liderada por el presidente Nixon para debilitar a la URSS, China se insertó en las cadenas globales de producción de manera dependiente, impulsando un modelo de bajos costes laborales, pero que le ha permitido acumular sucesivos superávits comerciales por lo barato de sus exportaciones. Esta estrategia de crecimiento, se aseguró de que los salarios industriales se situasen siempre muy por debajo de las mejoras de la productividad, haciendo posible la mejora constante de la competitividad externa. 

En este sentido, la descolectivización del ámbito rural jugó un papel clave, ya que miles de chinos se vieron obligados a trasladarse a las ciudades industriales costeras, lo que supuso una incesante entrada de fuerza de trabajo devaluada que mantenía los salarios industriales siempre a la baja. Más del 50% de la población rural en estos últimos 30 años ha dejado su hogar para trasladarse a alguna de las principales ciudades, lo que ha permitido, según cálculos basados en los datos del Banco Popular de China (su banco central) del economista Ricardo Molero Simarro[2], que desde principios de la década de 1990 y hasta el estallido de la crisis financiera del 2008, la productividad en el sector industrial y de los servicios creciese a un ritmo medio anual del 14,1%, frente al crecimiento del 5,4% de los salarios reales.

Sin embargo, como argumentan economistas sinólogos como Adam Tooze o Michael Pettis[3], el crecimiento chino siempre tuvo el obstáculo de que dependía en exceso de las importaciones de productos básicos y componentes intermedios, así como de tecnología y maquinaría avanzada de Occidente. Esto creaba un modelo de crecimiento que dependía financieramente de que Estados Unidos permitiese que sus empresas deslocalizaran ramas de producción a China, además de que sus déficits comerciales fuesen financiados, pues China se convirtió en uno de los principales compradores de deuda estadounidense. Así, se creó una complementariedad económica, por la que China comenzó a ser, curiosamente, el principal financiador de los déficits estadounidenses. Situación que, Estados Unidos pensaba, mantendría bajo control manteniendo a China siempre en un papel subalterno.

El crecimiento chino siempre tuvo el obstáculo de que dependía en exceso de las importaciones de productos básicos y componentes intermedios, así como de tecnología y maquinaría avanzada de Occidente

Las autoridades chinas, y es el paradigma que cambia profundamente con la llegada de Xi Jinping al poder, se dan cuenta de las fragilidades de este modelo de crecimiento con el estallido de la crisis del 2008. De hecho, los dos primeros años de la crisis económica las exportaciones chinas respecto a Estados Unidos y Europa cayeron un 13% y un 23% respectivamente, lo que provocó un déficit comercial en la balanza comercial china. La estrategia adoptada por el PPCh desde entonces ha sido la de invertir en procesos industriales tecnológicos de alto valor añadido. Por eso, el Gobierno chino opta actualmente por centrarse en impulsar la inversión interna propia. Pero la respuesta inmediata a la crisis financiera, fue el impulso masivo a la inversión en infraestructura y vivienda para compensar la disminución de la inversión extranjera, lo que actualmente está creando el peligro del estallido de una burbuja inmobiliario-financiera en China.

LA LLEGADA AL PODER DE XI JINPING

No debe pensarse que el PPCh es una entidad monolítica y totalmente cohesionada en torno a un liderazgo y su politburó. Al contrario, el PPCh es un partido de dimensiones enormes: con casi 100 millones de militantes de facto y formado por distintas camarillas burocráticas que buscan ascender y tener una mayor influencia en el Partido. Ya que si el modelo chino se caracteriza por algo es por ser un Partido-Estado [4]; es decir, los cargos de responsabilidad política en el partido se reflejan en los cargos de poder político del Estado, siendo imposible acceder a una categoría de alto político en el Gobierno chino sin antes haber pasado por los máximos puestos de poder del PPCh. 

No debe pensarse que el PPCh es una entidad monolítica y totalmente cohesionada en torno a un liderazgo y su politburó. Al contrario, el PPCh es un partido de dimensiones enormes: con casi 100 millones de militantes de facto y formado por distintas camarillas burocráticas que buscan ascender y tener una mayor influencia en el Partido

Tres son las principales camarillas de poder que forman el PPCh: la ligada a las élites económicas más capitalistas, la conocida como camarilla de Shanghái; la populista, en el sentido de querer introducir mayores políticas de gasto y endeudamiento público, pero también una mayor liberalización empresarial, a esta pertenecía el anterior máximo mandatario chino Hu Jintao; y, por último, está la camarilla del actual secretario general Xi Jinping, proclive a una mayor centralización del poder político y económico en manos del Partido-Estado. 

Xi Jinping creció al amparo de la camarilla que representa a la burguesía exportadora de Shanghái, pero entendió que para llegar al poder máximo del partido y del Estado, debía emanciparse de ciertos aspectos problemáticos que representaban a esta camarilla. Ya que Xi Jinping entendió que la década de 2010, con la extensión de la crisis económica, no permitía a China seguir el patrón de crecimiento de los anteriores 30 años, ni mantener una posición geopolítica neutral frente a Occidente. Xi Jinping llega el 2012 al máximo poder del PPCh, sabiendo que debe existir una reestatalización del capital chino y un proyecto militar que prepare a la potencia asiática para una posible escaramuza militar directa o indirecta con Estados Unidos. 

Xi Jinping llega el 2012 al máximo poder del PPCh, sabiendo que debe existir una reestatalización del capital chino y un proyecto militar que prepare a la potencia asiática para una posible escaramuza militar directa o indirecta con Estados Unidos

Así, el mandato de Xi Jinping se basa en un equilibrio de poder entre distintas fracciones que le permiten mantenerse al frente, siempre y cuando China siga manteniendo su ascenso hacia la hegemonía mundial. En este sentido, durante el mandato de Xi las principales empresas capitalistas han sufrido reveses por el proyecto de reestatalización. Por ejemplo, en la segunda mitad de 2020, el PPCh bloqueó la salida a bolsa de la empresa Ant Group, afiliada del grupo chino Alibaba, y que con esta salida pretendía recaudar más de 30.000 millones de dólares. Casualmente, algunos de los mayores inversores de esta empresa están ligados a políticos de la camarilla de Shanghái, por lo que suponía un peligro político para la camarilla de Xi. 

La recentralización estatal de ciertas empresas chinas, no responde a una vuelta a los preceptos del socialismo de Estado al estilo soviético. Al contrario, es un mecanismo de realinear los intereses económicos con los del PPCh para los tiempos de confrontación geopolítica que se avecinan, pero dentro de las empresas públicas siguen rigiendo las normas de competencia y organización del trabajo más capitalistas y desreguladas. Sin embargo, la recentralización y la escalada de poder de las empresas públicas chinas a nivel global es clara, ya que actualmente 75 de las 102 empresas públicas que figuran en el ranking de las empresas más ricas del mundo de Fortune Globale 500 son chinas. Este control directo sobre gran parte del tejido empresarial, le da un elemento planificador estratégico al Estado chino del que los países occidentales carecen. 

Sin duda, el gran plan de Xi Jinping, y el que lleva ejecutando casi desde el inicio de su mandato, es el de la Nueva Ruta de la Seda (también conocida como Iniciativa de la Franja y la Ruta o BRI por sus siglas en inglés). La iniciativa fue presentada en septiembre de 2013, y tiene como objetivo principal tejer lazos económicos, de transporte y culturales por toda la región de Eurasia, desde Pekín hasta Lisboa. Sin duda, es el gran plan por el que China quiere asegurarse su área de influencia y dar el paso definitivo para dejar de ser la «la fábrica del mundo» y pasar a ser el líder mundial en producción tecnológica y capaz de influenciar los estándares de vida y políticos a nivel global. 

Sin duda, el gran plan de Xi Jinping, y el que lleva ejecutando casi desde el inicio de su mandato, es el de la Nueva Ruta de la Seda (también conocida como Iniciativa de la Franja y la Ruta o BRI por sus siglas en inglés). La iniciativa fue presentada en septiembre de 2013, y tiene como objetivo principal tejer lazos económicos, de transporte y culturales por toda la región de Eurasia, desde Pekín hasta Lisboa. Sin duda, es el gran plan por el que China quiere asegurarse su área de influencia

El proyecto ya ha desplegado distintas infraestructuras por más de 140 países, dando el salto incluso a Latinoamérica. En investigaciones publicadas en 2019, se estimó que el total de la inversión del proyecto hasta 2030 alcanzaría los 26 trillones de dólares, de los cuales el Estado chino, además de las empresas participantes, ya ha comprometido diferentes proyectos por valor de más de un trillón de dólares[5]. Tal despliegue de recursos tiene cuatro objetivos claros para Pekín:

Primer objetivo, revertir la desaceleración económica que vive el gigante asiático y convertirse en un actor clave del sistema económico internacional. Como a todos los Estados capitalistas, a China también le está llegando su momento de maduración y ya está sufriendo de cierta crisis de sobreacumulación de capital. Así, la Nueva Ruta de la Seda es clave, tanto para la exportación de mercancías chinas por rutas marítimas y terrestres, como para la deslocalización de ramas de menor valor añadido industrial a países de menores costes laborales, mientras China se especializa en las de alto valor añadido como las de microchips, semiconductores, coches eléctricos o la robótica. 

En este sentido, es clave para China mantener a la Unión Europea como principal socio comercial, ante el desacople que quiere efectuar Estados Unidos usando las sanciones y la guerra comercial. La interdependencia entre China y la UE es mutua, y se certifica en la especial dependencia que tiene Alemania respecto a exportaciones e importaciones de China. Por ejemplo, en el año 2020, en plena pandemia de la COVID-19, la pronta recuperación china y la compra continua de piezas y coches a las empresas alemanas BMW y Daimler, evitó que estas tuvieran pérdidas en uno de los años de menor movilidad en Europa. 

Segundo objetivo, establecer un área económica y de seguridad en las regiones de Asia central y Asia-Pacífico. Crear un bloque económico alrededor de sus fronteras más inmediatas, tanto terrestres como marítimas, para impedir que Estados Unidos pueda rodear tanto económica como militarmente a China. Ya que la del «rodeo» es una de las principales estrategias de contención que ha usado Estados Unidos históricamente para hacer frente a la influencia de la URSS o Rusia. En este sentido, no se descarta que China pueda impulsar el establecimiento de bases navales militares fuera de sus fronteras, como podría ser el caso del puerto de aguas profundas situado sobre el mar Arábigo en Gwadar, en la provincia pakistaní de Baluchistán, que ya pertenece a la empresa estatal China Overseas Port Holding Company.

Tercer objetivo, generar una opinión pública favorable hacia China, sobre todo en los países del Sur global o periféricos. China pretende establecer una especie de «imperialismo blando», por el que en vez de asegurarse la lealtad de terceros países mediante el control militar o económico directo, compra la lealtad de las élites políticas de estos países periféricos a cambio de la inversión y desarrollo de sus infraestructuras. Una inversión que asegura el acceso de Pekín a la ingente cantidad de recursos naturales y materias primas que necesita para mantener a flote su maquinaria industrial. 

Como cuarto y último objetivo, convertirse en una potencia de carácter normativo, que sus principios políticos y valores ganen influencia a lo largo del mundo. Por ejemplo, si con el proyecto Made in China 2025, China quiere producir productos y servicios de mayor valor, como los aeroespaciales o los semiconductores, para lograr la independencia de los proveedores extranjeros en estos productos y servicios, mediante el proyecto Standards 2035, Pekín busca redefinir las reglas tecnológicas y de control informático. 

En el mismo sentido, China quiere ponerse al frente de la llamada «transición ecológica», impidiendo que sean las potencias occidentales las que le dictan el sentido de esta transición y generando sus propios estándares de vida y producción «verdes». Se ha de tener en cuenta, que China ya lidera la producción de «tecnologías verdes», ya que alrededor de dos tercios de las baterías para automóviles eléctricos del mundo y casi las tres cuartas partes de todos los módulos solares se producen actualmente en factorías chinas[6].

RETOS HACIA LA HEGEMONÍA MUNDIAL

Pese al poderío que China ha acaparado en la última década, ya no sólo económicamente, sino militar y políticamente, aún no está claro si cogerá el testigo de Estados Unidos como primera potencia mundial capaz de dirigir los destinos del capitalismo mundial. En este sentido, los retos establecidos por Xi Jinping para su tercer mandato al frente del PPCh se pueden resumir en cuatro puntos: la consolidación de una clase media china que sirva de base de consumo para la producción nacional, más en una época en la que la guerra comercial va a tender a subir de intensidad y el modelo exportador chino puede resentirse; tratar de consolidar las relaciones económicas y políticas con la Unión Europea, pese a que Estados Unidos tratará de aislar a la UE de los circuitos chinos; aumentar la relevancia internacional de la divisa china, el yuan o el renminbi; y, por último, convertirse en una potencia marítima, vía mayor control militar y comercial de las rutas del Indo-Pacífico y el Mar de la China Meridional. 

Según el informe anual del Credit Suisse Wealth Report del 2018, dos años antes de comenzar la crisis pandémica, China ya concentraba casi a la mitad de la considerada clase media mundial (medida por el informe como la población con un patrimonio neto de entre 10.000 y 100.000 dólares). Lo que supone que China ya cuenta con alrededor de 641 millones de consumidores con cierto poder adquisitivo. Una base clave para el cambio de modelo productivo que quiere efectuar China, para dejar de depender tanto de las exportaciones, sobre todo a Estados Unidos, una vez haya sido declarada la guerra comercial entre ambas potencias. 

Sin embargo, el modelo de crecimiento chino aún es muy desigual y todo indica que la proporción de población obrera que puede integrarse a las clases medias está llegando a su límite, acentuando la desigualdad entre las zonas rurales y urbanas. Pero también, convirtiendo las grandes conurbaciones urbanas en concentradoras de amplias masas de pobreza, como es el caso de Hong Kong, donde una de cada cinco personas, casi el 20% de su población, vive con menos de 500 dólares estadounidenses al mes. En ciudades como Shanghái o Pekín el ingreso medio anual de los hogares asciende a unos 6.800 dólares, todavía bastante por debajo de lo que Credit Suisse define como clase media. 

Ante esto, el Gobierno de Xi Jinping lanzó en 2017, en los prolegómenos del XIX congreso del Comité Central del Partido, el plan económico conocido como «prosperidad común». Plan que busca reducir las desigualdades entre las distintas zonas geográficas chinas, pero también asegurar el crecimiento paulatino de una clase media. El objetivo es reducir los niveles de pobreza para aumentar el poder adquisitivo de la población y así asegurarse el crecimiento de una economía basada en el consumo interno, en el cada vez mayor peso del sector servicios y la industria de alta tecnología. Pero China se encontrará con el problema que le supondrá una deuda pública en aumento y cuya estabilidad no está asegurada cara al futuro medio.

China se encontrará con el problema que le supondrá una deuda pública en aumento y cuya estabilidad no está asegurada cara al futuro medio

Además, pese a que China quiere cambiar de modelo productivo, esto no quiere decir que quiera renunciar a su potencial exportador. Muy al contrario, China está intentando generar un área bajo su influencia económica en la zona Asia-Pacífico. La Asociación Económica Integral Regional (abreviado RCEP por sus siglas en inglés) es un acuerdo de libre comercio entre 15 Estados de la zona Asia-Pacífico, entre los que destacan, además de China, potencias económicas como Australia, Corea del Sur o Japón. Siendo la influencia exportadora de China sobre estos Estados cada vez mayor. 

En respuesta, Estados Unidos ha dejado atrás la política generalizada practicada por la Administración Trump de intentar lastrar masivamente con aranceles las exportaciones chinas, ya que se ha dado cuenta de que esto es perjudicial para su propio capital nacional. Con la presidencia de Biden, la guerra comercial va a seguir incrementándose, pero ahora el desacople frente a China ha sido selectivo, lastrando a las empresas de alta tecnología chinas. Así, unido a las subidas salariales de los empleados chinos, para las empresas de alta tecnología extranjeras es cada vez más difícil seguir replicando el modelo de producir en China y después exportar estas mercancías al resto del mundo[7].

En este sentido, las futuras relaciones con la UE juegan un papel clave para China. Ya que la UE y China son importantes socios comerciales: en 2021, China fue el tercer socio comercial más importante de la Unión en cuanto a las exportaciones de mercancías (10,2% del total) y el mayor socio de la Unión en cuanto a importaciones (22,4%). Pero, ciertamente, en la UE se sienten cada vez más incómodos con lo que se percibe como una dependencia excesiva de las importaciones chinas, especialmente en lo que respecta a insumos críticos. Este es claramente el caso de los paneles solares o los materiales críticos para las baterías eléctricas.

Esto está siendo aprovechado por Estados Unidos, que intenta incitar un mayor desacople de la UE respecto a China, para así reconducir el rumbo de la UE de nuevo a la dependencia económica estadounidense. Para esto, Estados Unidos está usando la carta militar, siendo la guerra de Ucrania una baza para torpedear la integración económica euroasiática, que unía cada vez más a la UE con China. Así, Estados Unidos busca que China se involucre cada vez más en su apoyo a Rusia, para justificar una mayor política de sanciones y ruptura de relaciones de la UE hacia Pekín. Por ello, el Ministerio de Relaciones Exteriores chino publicó en la última Conferencia de Seguridad de Múnich, de febrero de 2023, una propuesta de alto al fuego en Ucrania basada en el respeto a la soberanía y la integridad territorial de todos los países, ya que a China no le interesa una guerra de larga duración en Ucrania. 

Estados Unidos está usando la carta militar, siendo la guerra de Ucrania una baza para torpedear la integración económica euroasiática, que unía cada vez más a la UE con China. Así, Estados Unidos busca que China se involucre cada vez más en su apoyo a Rusia, para justificar una mayor política de sanciones y ruptura de relaciones de la UE hacia Pekín

Estrechamente ligado al predominio comercial, va unido el predominio de la divisa o la importancia de la moneda en el sistema de pagos internacional. Ya que quien controla la moneda de pago con la que se compran la mayoría de mercancías y mantiene la mayoría de reservas de los bancos, puede controlar sus propios déficits internos y permitirse una mayor emisión de deuda. Actualmente, este es el caso del dólar y de los Estado Unidos. Sin embargo, pese a que crece paulatinamente, el uso de la moneda China, el yuan o el también denominado renminbi, sigue siendo aún bastante limitado, siendo la quinta moneda de intercambio a nivel global, no sólo tras el dólar y el euro, sino también la libra y el yen japonés. 

El plan de Xi Jinping pasa por que esta hegemonía del dólar comience a socavar, siendo conscientes de que seguramente China alcanzará el puesto de primera potencia económica mundial sin aún haber podido desplazar al dólar como divisa hegemónica. Para ello es fundamental arrebatar la posición de primacía al dólar en el comercio de hidrocarburos, y en especial en la compraventa de petróleo. Para ello, el Gobierno chino firmó en 2017, con el respaldo de Rusia, un acuerdo para comenzar a comprar el petróleo en yuanes. 

Tras la intervención militar ordenada por Putin en Ucrania, y tras las sanciones impuestas a Rusia como la congelación de sus activos en dólares o euros, el acuerdo se ha hecho más fuerte, adquiriendo Rusia una mayor cantidad de yuanes para evitar las sanciones occidentales. Además, tras la reunión en diciembre de 2022 de los mandatarios chinos con los del Consejo de Cooperación para los Estados Árabes del Golfo, este acuerdo se ha extendido a Arabia Saudí y otras monarquías exportadoras de petróleo, que comenzarán a vender cada vez mayores cantidades de su petróleo a China en yuanes. Teniendo en cuenta, que China es el país que más hidrocarburos importa del mundo[8]. 

Sin embargo, Estados Unidos mantiene la hegemonía del dólar respaldada por toda su potencia militar, capacidad que China aún está lejos de igualar. Por ello, Xi Jinping está llevando a cabo una reestructuración y modernización del Ejército Popular de Liberación, con el objetivo de convertirse en 2049 (centenario de la instauración de la República Popular de China) en una potencia militar de primera categoría a escala global. Para ello, se pretende dar especial importancia a la armada naval y al control del Mar de la China Meridional, con el objetivo de convertirse en una potencia marítima. 

Xi Jinping está llevando a cabo una reestructuración y modernización del Ejército Popular de Liberación, con el objetivo de convertirse en 2049 (centenario de la instauración de la República Popular de China) en una potencia militar de primera categoría a escala global. Para ello, se pretende dar especial importancia a la armada naval y al control del Mar de la China Meridional, con el objetivo de convertirse en una potencia marítima

En todos los ciclos de hegemonía del capitalismo mundial, la potencia que ha ostentado el poder de regular el sistema a escala global ha sido una potencia marítima, enfrentada siempre a una terrestre (por ejemplo, Estados Unidos frente a la URSS en el ciclo del siglo XX; ya que Rusia es una potencia terrestre, por su escasa salida a mares cálidos y navegables)[9]. En la actualidad, la armada del gigante asiático cuenta ya con alrededor de 350 naves de combate –entre portaaviones, destructores y fragatas–, pero China tiene la intención de aumentar esta cifra hasta 460 para 2030. 

Lo que ha impedido el pleno desarrollo marítimo chino ha sido su condición de potencia rodeada por una amplia cadena de islas. En la actualidad, el plan de Pekín pasa por asegurarse el control de estas islas y controlar de facto el camino que lleva hasta el estrecho de Malaca, entre Malasia y Singapur, por donde transita aproximadamente el 60% del comercio marítimo mundial. Por este motivo, China busca establecer un cinturón defensivo en la primera cadena de islas que se ubican más cercanas a su costa, para poder proteger a sus regiones costeras, que son las más avanzadas económicamente, y mantener el control de las rutas comerciales en un hipotético conflicto bélico. 

China busca establecer un cinturón defensivo en la primera cadena de islas que se ubican más cercanas a su costa, para poder proteger a sus regiones costeras, que son las más avanzadas económicamente, y mantener el control de las rutas comerciales en un hipotético conflicto bélico

Pero los máximos mandatarios chinos ambicionan una armada naval que pueda proyectar su poder más allá de la primera cadena de islas, e ir ganando mayor control en el océano Pacífico, para ganar profundidad estratégica y tener un primer sistema de alerta temprano ante cualquier ataque naval a tierras chinas. Para eso es imprescindible que China consiga la total reunificación de su territorio, reintegrando Taiwán a la República Popular de China. Ya que Taiwán brindaría al Gobierno chino una isla en la que poder colocar amplios puertos militares proyectados hacia el Indo-pacífico. Convirtiéndose así en la primera potencia militar incontestable de la región. Pero, Estados Unidos es consciente de ello, y lo más seguro es que no permita una reunificación entre Taiwán y China sin antes desatarse un conflicto bélico de escalas incalculables de antemano. 

CONCLUSIONES

En definitiva, China y el PPCh al mando de Xi Jinping cuentan con una oportunidad histórica de que la hegemonía mundial capitalista gire de Occidente hacia Asia. La proyección del crecimiento económico de China, pese a que ha sido recortada a tasas de crecimiento de en torno al 5% del PIB a partir de 2023, todavía sigue siendo el doble o triple de grande que la de la mayoría de Estados de Occidente. Además, cuenta con grandes ventajas comparativas en el cambio de modelo productivo hacia el guiado por la alta tecnología y la llamada reconversión «verde», ya que produce alrededor del 80% de los minerales de tierras raras que consume la industria de todo el mundo para fabricar los motores de los coches eléctricos, las turbinas eólicas, los teléfonos móviles o gran parte de los microchips. 

El problema para las autoridades chinas, reside en que el gigante asiático muestra signos de que su maduración económica puede llegarle antes de lo que les ha llegado a otras potencias hegemónicas. En la teorización de ciclos económicos ligados a una potencia hegemónica que los regula[10], lo que marca el inicio del fin de la hegemonía de cierta potencia es la financiarización de su economía. Bien, China ya muestra signos de esta financiarización: en el segundo trimestre de 2020, coincidiendo con la explosión de la pandemia de la COVID-19, el endeudamiento público, privado y el de las familias chinas alcanzó un 280% del PIB. Lo que se refleja en la incipiente burbuja inmobiliaria que está estallando actualmente y que casi llevó a la quiebra al segundo mayor promotor inmobiliario chino: Evergrande. 

En cualquier caso, autores marxistas chinos, como el economista Li Minqi[11], argumentan que, si bien China no tiene la capacidad plena para reemplazar a los Estados Unidos, las otras potencias tienen incluso menores posibilidades. Podríamos haber llegado al punto en el que el sistema-mundo capitalista ya no puede seguir renovándose a sí mismo con el surgimiento de un nuevo poder hegemónico, abriéndose un incierto camino hacia la multipolaridad sin un hegemón claro. Ya que es dudoso de que China sea capaz de desarrollar el poderío económico de consumo interno y militar de control exterior que se necesita para una hegemonía mundial de tipo estadounidense.

Dicho esto, es evidente que China opera dentro del modelo civilizacional capitalista o burgués, asumiendo la ley del valor y la integración en los mercados mundiales vía devaluación interna de las condiciones laborales de su clase trabajadora, y que está exportando y legitimando geopolíticamente prácticas de control social que las élites occidentales no están tardando en replicar. Más si cabe tras la pandemia de la COVID-19 y los grandes confinamientos de población ensayados en China. Medidas como el control facial, la geolocalización mediante los teléfonos móviles o la restricción de movimiento son ya realidades que los gobernantes occidentales han aprendido bien de las técnicas implementadas por el PPCh.

Pero, sin duda, el mayor riesgo al que se enfrenta la humanidad con el ascenso al poder mundial chino es al de la destrucción masiva por un enfrentamiento militar a gran escala con Estados Unidos. En la actualidad ya se está perfilando una dinámica de bloques geopolíticos enfrentados: Rusia y China frente a Estados Unidos y el bloque de la OTAN. Pese a que de momento esto se ha traducido en guerras localizadas o por delegación, como la de Ucrania, no puede descartarse que se cumpla lo que en geopolítica se conoce como la «trampa de Tucídides» y el cambio de hegemonía mundial resulte en una guerra a gran escala entre la potencia declinante y ascendente. Lo que está claro es que Xi Jinping busca gobernar el capitalismo mundial con valores chinos, pero no ofrecer una alternativa civilizacional de carácter socialista, que estuvo presente en los orígenes y en el ascenso al poder de los comunistas chinos.

En la actualidad ya se está perfilando una dinámica de bloques geopolíticos enfrentados: Rusia y China frente a Estados Unidos y el bloque de la OTAN 
Pese a que de momento esto se ha traducido en guerras localizadas o por delegación, como la de Ucrania, no puede descartarse que se cumpla lo que en geopolítica se conoce como la «trampa de Tucídides» y el cambio de hegemonía mundial resulte en una guerra a gran escala entre la potencia declinante y ascendente

NOTAS

[1] Sobre la evolución de la pobreza en China puede consultarse el último informe del Banco Mundial titulado Four Decades of Poverty Reduction in China.

[2] Los datos del éxodo rural campo ciudad y el modelo de crecimiento chino tras el ascenso de Deng Xiaoping se analizan en profundidad en Molero Simarro, R. (2015): «Desigualdad social, complementariedad con EE.UU. y contradicciones frente a la crisis: los límites del modelo chino de crecimiento», en Mateo, J. P. ed., Capitalismo en recesión. La crisis en el centro y la periferia de la economía mundial, Maia Ediciones, Madrid, pp. 183-203.

[3] De Adam Tooze pueden consultarse los interesantes capítulos sobre China en sus libros Crash: cómo una década de crisis financiera ha cambiado el mundo (2018) o El apagón: cómo el coronavirus sacudió la economía mundial (2021). Respecto a Michael Pettis, su principal obra, en la que analiza detalladamente cómo China sorteó la crisis del 2008 con menor impacto, es la escrita junto a Matthew C.Klein: Trade Wars Are Class Wars (2020). 

[4] Expresión la de Estado-partido que considero la más adecuada para denominar al modelo político chino y que tomó prestada de la obra de dos autores del medio de comunicación especializado en geopolítica Descifrando la guerra. Sierra, A. y Marrades, A. (2022): La nueva era de China: La gran estrategia para el sueño de Xi Jinping, Valencia, Fuera de Ruta. 

[5] Toda la información que el Gobierno chino libera sobre la Nueva Ruta de la Seda puede consultarse en el portal web oficial denominado Belt and Road Portal.

[6] Respecto a la dependencia en tecnología «verde», Estados Unidos tiene planeado lastrar con aranceles a todo producto intermedio que sea necesario para la producción de estas tecnologías. Para profundizar puede consultarse este artículo del Financial Times escrito por Derek Brower y Amanda Chu a 15 de febrero de 2023: «The US plan to become the world’s cleantech superpower». 

[7] Ejemplo de las dificultades que enfrentan las empresas de alta tecnología extranjeras en suelo chino, puede representarlo la empresa japonesa de componentes de alta tecnología Kyocera, que está deslocalizando parte de su producción a los países del sureste asiático, ya que en China ahora mismo le sale más caro producir y exportar sus productos. Al respecto, puede leerse el reportaje publicado por Financial Times «China no longer viable as world’s factory, says Kyocera», escrito por Eri Sugiura a 20 de febrero de 2023. 

[8] Expertos en geoeconomía china como Michael Pettis, argumentan que el yuan chino no reemplazará en el corto o medio plazo al dólar estadounidense como divisa hegemónica mundial. Dado que el yuan no es aún una divisa atractiva para la mayoría de inversores internacionales, por su difícil convertibilidad en otra moneda y los controles de capitales que efectúa el Gobierno chino. Pettis, M. (2022): «Will the Chinese renminbi replace the US dollar?», Review of Keynesian Economics, 10(4), pp. 499–512. 

[9] Esta idea de la potencia marítima controlando a la terrestre es una idea que se repite en los clásicos de la Geopolítica constantemente. Mackinder, H. J. (2010): «El pivote geográfico de la historia”. Geopolítica(s). Revista de estudios sobre espacio y poder, 1(2), pp. 301-319.

[10] Arrighi, G. (2014): El largo siglo XX. Dinero y poder en los orígenes de nuestra época, Akal, Madrid. 

[11] Minqi, L. (2008): The Rise of China and the Demise of the Capitalist World Economy, New York, Monthly Review Press.


NO HAY COMENTARIOS