FOTOGRAFÍA / Karmele Saenz
2023/11/01

El ciclo revolucionario del siglo XX −conocido como Ciclo de Octubre − que da comienzo con la revolución soviética en Rusia, sigue pesando a día de hoy en las conciencias de los comunistas. Sobre todo, y, ante todo, por haberse saldado en derrota. Pero, además, por lo que implica esa derrota, que no es solo el hecho de no haber podido construir el comunismo a escala internacional, tal y como se planteaba, sino que, además, y, sobre todo, implica la entrada del comunismo en un letargo, como si sobre la estrategia comunista iniciada por los bolcheviques no pesaran los años. 

Dicho de otra manera: la derrota del ciclo revolucionario iniciado oficialmente en octubre de 1917 no solo consiste en la desarticulación de la estrategia comunista y la desaparición de la organización política que ha de llevarla a cabo, esto es, el Partido Comunista de masas, sino que, además, esa derrota implica la incapacidad de pensar el comunismo en el siglo en el que nos encontramos, por haber hipostasiado las categorías políticas y estrategia característica del Ciclo de Octubre como socialismo “en sí mismo” y para siempre, tan solo derrotado por la superioridad política contingente del bloque capitalista, y no porque contuviera en su seno la contradicción que condujo a la derrota.

La derrota del ciclo revolucionario iniciado oficialmente en octubre de 1917 no solo consiste en la desarticulación de la estrategia comunista y la desaparición de la organización política que ha de llevarla a cabo, esto es, el Partido Comunista de masas, sino que, además, esa derrota implica la incapacidad de pensar el comunismo en el siglo en el que nos encontramos, por haber hipostasiado las categorías políticas y estrategia característica del Ciclo de Octubre como socialismo “en sí mismo” y para siempre, tan solo derrotado por la superioridad política contingente del bloque capitalista, y no porque contuviera en su seno la contradicción que condujo a la derrota

Tal derrota conlleva el atrincheramiento en la representación comunista del siglo pasado, con sus peculiares concepciones históricas y táctica política, así como la positivización de las luchas históricamente determinadas como “principios del comunismo”, por siempre y para siempre. Pero, además, ese atrincheramiento no significa sino repetir la derrota. Es sin duda una práctica contrarrevolucionaria que ha de ser enérgicamente denunciada: primero, porque atasca las opciones de crítica que son necesarias para el avance del comunismo, pues este ya se encuentra reducido a simples recetas y definiciones simples −el comunismo es un conjunto de situaciones que no se diferencian en nada del capitalismo−; y, segundo, porque positiviza una situación de escasez −y no nos referimos a la miseria económica, sino que a la incapacidad política, o al colapso de la revolución y sus resultados−, esto es, hace de la incapacidad relacionada con el desarrollo de las capacidades del proletariado revolucionario en un entorno histórico peculiar un punto positivo a hacer perdurar.

En definitiva, en torno al Ciclo de Octubre se ha construido una concepción del socialismo como etapa de transición que se opone frontalmente al comunismo, esto es, a la abolición del modo de producción capitalista y sus instituciones políticas para la dominación de clase. Y eso es así porque en vez de estudiar críticamente el Ciclo de Octubre y comprender la disputa por el comunismo en la etapa de transición como históricamente determinada y acotada por la peculiar situación histórica en la que se desarrolla, la concepción generalizada que criticamos pretende extraer una definición estática de una etapa dinámica de la lucha de clases por el comunismo. Al fin y al cabo, el recetario y conjunto de definiciones que siguen a “el socialismo es…” son, por lo general, un largo enunciado de categorías que explican perfectamente la derrota más que, como quienes las enuncian pretenden, las opciones y potencias del comunismo.

Eso es así porque si bien ciertas concepciones, acciones e instituciones tienen un sentido socialistaen relación a una determinada situación, esas no se pueden concebir en sí mismo como socialismo, en todo lugar y tiempo. Al contrario, solo adoptan un sentido socialista en la medida en que se relacionan intrínsecamente con la lucha por el socialismo y, por lo tanto, son válidas para hacer avanzar esa lucha. Ahora bien, que ciertas instituciones se consideraran, al calor de la lucha, como instituciones socialistas, a pesar de que en forma no se diferenciaran en nada a las instituciones capitalistas, se comprende de sí mismo: el periodo de transición es un periodo de lucha y disputa en todos los frentes, también en el del significado. Y tales instituciones, aunque en forma capitalistas, eran concebidas, en la medida en que eran instituciones delegadas o casi autoimpuestas, como un mal menor dentro de un proceso mayor, que era la lucha por el comunismo. Lo que prevalecía era la estrategia del Partido Comunista, y de ahí la necesidad de denominar cada una de las instituciones según esa estrategia, y como apoyo a esa estrategia.

Ahora bien, que ciertas instituciones se consideraran, al calor de la lucha, como instituciones socialistas, a pesar de que en forma no se diferenciaran en nada a las instituciones capitalistas, se comprende de sí mismo: el periodo de transición es un periodo de lucha y disputa en todos los frentes, también en el del significado 

Desde la concepción puesta aquí como objeto de crítica, destacan como características del socialismo, entre otras, las siguientes incapacidades derivadas de la situación peculiar de los países en los que se desarrolló el Ciclo de Octubre: 

1. Subsistencia de la producción de mercancías y valor (y por lo tanto del modo de producción capitalista); 

2. Subsistencia de todas las instituciones políticas derivadas de la producción capitalista, a destacar la Policía, el Estado burocrático y el ejército permanente y 

3. Subsistencia del Partido Comunista y el Estado Socialista como dos instituciones separadas, aunque, a la postre, definitivamente unidas por la pérdida de independencia de la primera, y no por la superación de tal separación.

En el presente número no trataremos específicamente lo aquí expuesto. Es solo un pequeño intento −tan pequeño como la extensión de este número y el avance de los análisis del Ciclo de Octubre nos permiten− de historizar el proceso socialista del siglo XX, con el objetivo de facilitar las vías hacia su comprensión. Esa comprensión implica destacar la peculiaridad de la situación histórica en la que se extiende el proceso, y de manera derivada, lo peculiar de la estrategia comunista asociada a esa situación histórica. El objetivo de los análisis de procesos revolucionarios anteriores no es, ni mucho menos, extraer soluciones de manera directa. Al contrario, las posibles soluciones solo podrán ser concebidas de manera indirecta, como crítica revolucionaria y no, tal y como hace el revisionismo, como conclusión en positivo, en forma de receta.

Porque si en el Ciclo de Octubre perduraron realmente como instituciones −y es más, perduran hoy en día en la concepción de ese ciclo− las categorías asociadas al modo de producción capitalista, eso no es porque el socialismo sea eso, sino porque no pudo ser nada más que eso. Nuestra ambición debe ser mayor que resignarnos a lo que fue, pues ya sabemos que lo que fue no fue sino la antesala de una derrota mayor; y no porque no tuvieran mayor ambición, que es lo que se desprende de las lecturas actuales del revisionismo.

En ese sentido, en este número estudiamos elementos fundamentales para comprender la estrategia bolchevique y el posterior desarrollo del socialismo en el siglo pasado. Los estudiamos, de hecho, como elementos importantes del desarrollo de la revolución en tres etapas: la toma del poder, la construcción económica del socialismo y el colapso político del socialismo. 

Estudiamos, por un lado, la importancia de la Guerra Imperialista en el desarrollo de la teoría revolucionaria y la intervención política bolchevique, así como en el golpe final en octubre de 1917 y la posterior Guerra Civil por la disputa del control del territorio. El concepto de revolución que ha llegado hasta nuestros días bebe directamente de esta situación peculiar, pues su caracterización como golpe armado se debe a que de hecho fue así precisamente porque la situación política propiciada por la guerra así lo permitía y requería.

Por otro lado, abordamos el debate en torno a la dialéctica de las fuerzas productivas y las relaciones de producción, como punto nodal que permite analizar la forma política de la revolución como momento autonomizado de la revolución social o construcción de un nuevo modo de producción. Así, por ese camino, podemos llegar a comprender por qué la Revolución Socialista no pudo culminar su proceso, pero, sobre todo, por qué se dio bajo esa forma y adoptó esas instituciones.

Por último, analizamos el final del Ciclo de Octubre como derrota política, cuya imagen viva es la descomposición de los Estados Socialistas por la propia burocracia surgida en su seno.

Sirva este número como un primer paso para poder comprender el proceso socialista anterior y poder comprender, asimismo, las tareas que nos enfrentan.

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