FOTOGRAFÍA / Maddi Iraeta
2023/07/01

En los últimos años, el verano ha llegado acompañado de las reflexiones y opiniones sobre el turismo. La mayoría de ellas vagas y, como el turismo, superficiales. Superficiales por su forma de caracterizar el turismo, pero también por vincular el turismo con el verano y una estética determinada. No es aleatorio que nosotros también hayamos elegido esta época para hablar de turismo, no tanto porque relacionemos el turismo con ella, sino porque esta época pone de manifiesto que las características que se adscriben al turismo son características propias de la sociedad capitalista y no sólo del turista. Y si sólo corresponden al turista, entonces, cómo decirlo: somos turistas en nuestro pueblo.

Borracho, ignorante de la cultura autóctona y desinteresado por ella, irrespetuoso con el ecosistema local... Difícilmente podríamos decir que esas que se dicen que son características del turista no son características de ese que supuestamente no es turista. Es más, lo que caracteriza al turismo, es decir, viajar a otro pueblo o país por motivos de ocio por un periodo determinado y en general breve de tiempo, en la sociedad capitalista se hace cada vez más inseparable del día a día normalizado que promueve su dinámica.

Lo que caracteriza al turismo, es decir, viajar a otro pueblo o país por motivos de ocio por un periodo determinado y en general breve de tiempo, en la sociedad capitalista se hace cada vez más inseparable del día a día normalizado que promueve su dinámica

Quizá sólo se considera turista aquello que no se puede incorporar a la propia cultura. Pero la llamada cultura del turismo cada vez se asemeja más a la cultura propia. El desinterés por el entorno natural y social es también cada vez más evidente en quienes viven en un espacio concreto. Quizá el turista, en su actitud individualista, se encuentra con nuestro individualismo, y eso es lo que nos preocupa. Y si la valoración de lo que nos rodea se basa en actitudes individuales, entonces qué decir del sedentario que vive su contexto con indiferencia, si un nómada ha mostrado más interés por la historia y la cultura local.

Es difícil, sin duda, caracterizar el fenómeno turístico, si ello se quiere llevar a cabo con valoraciones subjetivas con poco criterio. Hacer turismo no es viajar, en el sentido de cambiarse de lugar. Evidentemente, no se llama turista al migrante, o al que se tiene que ir fuera por motivos laborales, aunque sea por breves periodos de tiempo. El turista tampoco es eso que han querido representar en las postales, y tampoco se le puede criticar valiéndose de su aspecto, sin caer en valoraciones subjetivas. Difícilmente podríamos abordar el fenómeno del turismo, si nuestro punto de partida es el turista, y los adjetivos absolutamente cuestionables con los que lo definimos, totalmente extrapolables a nuestro entorno inmediato y que, además, son excelentes puntos de partida para construir una comunidad ficticia cuya característica principal no puede ser otra que el sectarismo.

A eso se ha dedicado en los últimos veranos la juventud socialdemócrata: a hacer performances, a señalar a los turistas mientras hacían turismo y luego, pero de una manera subordinada, a señalar a los negocios que identificaban con la economía relacionada con el turismo. Si el burgués es malo es porque lo han obligado los turistas; si hay explotación en el trabajo es porque los turistas la necesitan. Tourist go home.

Las cosas, sin embargo, son al revés. Los turistas existen porque se ha desarrollado una economía basada en los servicios y el ocio, y existen como consumidores especiales de esa esfera. Pero una economía como esta tiene consecuencias más importantes: pérdida de derechos y oportunidades de asociación del proletariado, fractura social, disolución de las comunidades políticas, individualización y subordinación a las redes de consumo... Y una cultura ligada a todo ello en la que las vacaciones −y el consumo− se han convertido en la única oportunidad para escapar del trabajo y la explotación.

En este sentido, podemos hablar de una economía turística, adaptada a las necesidades de los viajes basados en el ocio. Pero, como decíamos, eso no es diferente a lo que hacemos en nuestro día a día, en el ocio y fuera de las horas de trabajo; no al menos en cuanto a la forma. Por supuesto, dentro de esa igualdad hay particularidades, o no: un turista define un itinerario y limita su visita a lugares estéticos, sí, visita edificios y fachadas y se interesa por su historia, en un free tour de dos horas. Pero eso tampoco es característico, porque así podríamos definir también nuestro ocio, en el día a día; el disfrute estético. Y si hay algo de profundo, eso hay que buscarlo en el fondo del bar.

Un turista define un itinerario y limita su visita a lugares estéticos, sí, visita edificios y fachadas y se interesa por su historia, en un free tour de dos horas. Pero eso tampoco es característico, porque así podríamos definir también nuestro ocio, en el día a día; el disfrute estético. Y si hay algo de profundo, eso hay que buscarlo en el fondo del bar

Es cierto, nuestra economía se ha adaptado a estos servicios, lo que ha provocado notables fracturas sociales y políticas. Ese mismo proceso ha convertido al visitante o viajero en turista. Precisamente porque los viajes que se realizan no tienen otro objetivo –o posibilidad– que satisfacer la propia individualidad. Y es que, en la sociedad capitalista basada en el trabajo asalariado, todo el tejido social se articula en función del trabajo, del trabajo que se organiza de un modo autoritario, y el consumo se convierte en el único medio de afirmar la individualidad. Para que el consumo cumpla esta función, sin embargo, es imprescindible que el trabajo esté basado en la explotación, es decir, que su forma de organización sea totalmente burocrática y que, por ello, las redes sociales de producción que son fundamente de la organización social consciente estén totalmente desestructuradas, hasta el punto de hacer un viaje y al viajero no le quede otra opción que ser turista, porque las comunidades reales −comunistas− no existen y la exteriorización se representa necesariamente con respecto a una comunidad ficticia.

La falta de existencia de comunidades reales de producción implica, por supuesto, la separación entre el trabajo y el consumo, sobre la que se basa el turismo. En una sociedad capitalista en la que las posibilidades de relación entre todos nosotros se condensan en dinero, la interrelación mutua se produce en el momento del intercambio individual e individualista mediado por el dinero, lo que significa que la sociedad misma, y la cultura, son el resultado de las relaciones individuales y accidentales entre los individuos.

Por lo tanto, el turismo es la movilidad abstracta de la fuerza de trabajo transformada en mercancía, en la que no importa ir a un lado o a otro, cuando lo único importante es viajar, esto es, ir de un lado a otro. Esta indiferencia con respecto al destino, o sea, con respecto al contenido concreto del viaje, no es sino la otra cara de la indiferencia con respecto al trabajo y a la sociedad, es decir, con respecto a nuestro entorno social.

Ser turista no es, por tanto, una cosa que se elige; quizá solo sea una opción que da el dinero. Y su característica, como nómada, como desinteresado e ignorante del entorno, es también nuestra característica, la total indiferencia respecto a nuestro entorno y ecosistema social, que se tapa con la creación de una comunidad ficticia −que no inoperante−, pero que en el fondo tiene un odio irracional, un odio hacia el otro, porque su actitud nos pone a nosotros mismos ante el espejo. Quizá dejemos de ser extraños en nuestro entorno, porque actuaremos con responsabilidad hacia el mismo en la futura sociedad comunista. Ahí no habrá turistas, ni nadie que no sea de aquí, porque los recursos de socialización estarán en manos de todos, y viajar será una oportunidad de integración.

Quizá dejemos de ser extraños en nuestro entorno, porque actuaremos con responsabilidad hacia el mismo en la futura sociedad comunista. Ahí no habrá turistas, ni nadie que no sea de aquí, porque los recursos de socialización estarán en manos de todos, y viajar será una oportunidad de integración
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