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Argazki Nagusia
Dani Askunze
2025/01/11 17:39

La crisis de la industria en Nafarroa empieza a asustar. Los supuestos casos aislados se han ido amontonando a finales de 2024 hasta el punto de comenzar el año con una lista ya demasiado larga de despidos y cierres a los que pinta que se sumarán más próximamente.

El caso de BSH –electrodomésticos, Ezkirotz, 660 trabajadores– ha sido el último y más sonado, tras el anuncio navideño de un ERE de extinción y cierre próximo de la fábrica. Ha supuesto el acto final de un largo proceso de desgaste en el que ya hubo cierres previos en Etxarri Aranatz (2005) y Lizarra (2014). Pasando por una degradación progresiva de las condiciones de trabajo bajo chantaje y una caída programada de producción en fábrica hasta los ERTEs de los últimos dos años. De fondo, el secreto a voces de la deslocalización a Polonia y una reestructuración por parte del grupo alemán (Bosch, Siemens) al que ya no le resultaba competitiva esta planta.

Le sigue el largo proceso de Sunsundegui –carrozado de autobuses, Altsasu, 400 trabajadores–, que se encuentra actualmente en concurso de acreedores, con sus trabajadores en ERTE y a las puertas del cierre definitivo a la espera de un inversor, tras la pérdida del nuevo contrato con Volvo y la inyección previa de una millonada por parte de SODENA, organismo financiero dependiente del gobierno foral. A lo que habría que sumar los despidos ya realizados en distintas empresas proveedoras de Sakana como es el caso de Azkenga –Etxarri Aranatz, 38 trabajadores–.

Con menores proporciones, pero sumando a lo anterior tenemos los casos de Tenerías Omega –piel bovina, Villatuerta, 79 trabajadores– y Grupo Antolín –componentes de automoción, Arazuri-Orkoien, 108–, con sendos EREs de extinción. En este último, la causa sería la pérdida de los nuevos proyectos eléctricos de Volkswagen, si bien lo que producía Antolín eran elevalunas y paneles. Otro ERE en marcha, en este caso parcial pero que afecta a todo el Estado español con 255 despidos es el de Siemens-Gamesa, al que se le suman otros 360 trabajadores en ERTE en otros centros y el anterior cierre de su planta de Agoitz (2020). En el mismo sector de las energías renovables y también en mala situación financiera está también Nordex-Acciona –Irunberri, Barasoain–, que anuncia desinversiones por exceso de deuda, las cuales está por ver cómo afectan a sus plantas productivas.

En situación de ERTE se encuentra por enésima vez también Arcelor-Mittal –siderurgia, Lesaka, 170 trabajadores– al no tener suficiente carga de trabajo. Y por supuesto la joya de la corona, VW Navarra –automoción, Landaben, 4.600 trabajadores directos–, la cual está ya en ERTE, del que va a sumar 55 días en 2025 para la electrificación de la planta. Un enorme ERTE que el Ministerio de Industria no ha aceptado incluir en el Mecanismo RED, por lo que los trabajadores deberán consumir su paro durante el mismo. A los que habría que sumar las empresas proveedoras y los trabajadores de ETTs que se quedan en la calle durante el mismo.

Podríamos seguir con mil y un casos que aunque no hayan saltado aún a los medios, preocupan igualmente y se extienden especialmente en las conversaciones de los compañeros del metal. Entre otros, los de SKF y NANO –rodamientos para automoción, Tudela, 280 y 120 trabajadores respectivamente–. El de MAPSA –llantas, Orkoien, 400–, donde la bajada de producción ha tenido a los temporales sin trabajar ni cobrar y a los socios cooperativistas de MCC gastando vacaciones. El de ZF-TRW –direcciones para automoción, Landaben, 330 trabajadores y bajando– con su tendencia terminal desde el último ERE. O el de KYBSE –amortiguadores, Ororbia, 700–, con la totalidad de sus eventuales recientemente despedidos y a la espera de que llegue este año el volumen de producción prometido que aseguraría el futuro de la planta, por el cual ya se negoció una bajada salarial. Sin olvidar el cierre previo de otra planta del grupo japonés como KSS (2019-21). 

Estando claro el mensaje, ¿dónde enmarcamos este proceso? ¿Qué está pasando? En primer lugar, es evidente que no es una situación exclusiva de Nafarroa. Si acaso toma tal dimensión por el propio peso y las características del sector industrial aquí. La industria supone casi un tercio del PIB de la Comunidad Foral y emplea hasta a 85.000 trabajadores. Tras la agroalimentación, la automoción es a quienes más agrupa, seguida de las renovables y el resto del metal. De ahí la gravedad de las consecuencias que todo esto puede tener, tanto a nivel económico como social. En ese sentido, el siempre perspicaz Enric Juliana señalaba cómo el régimen fiscal vasconavarro –y su consiguiente sistema de bienestar, añadimos nosotros– perdería su razón de ser si la industria no resistiera.

Ahora bien, como decíamos, el caso navarro no es excepcional. Y si el Estado español salva de momento las estadísticas en previsiones de crecimiento económico y empleo, es por el menor peso de la industria. De hecho, la crisis industrial está ya muy avanzada en Europa, donde sobresalen los casos de Alemania –siderurgia, automoción– o el Estado francés –química, aeronáutica–, anunciándose despidos ya por decenas de miles. Aquí no íbamos a quedarnos fuera de dicho proceso por mucho tiempo, cuya reacción en cadena no ha hecho más que empezar. Concretamente, el 50% de las exportaciones de Nafarroa van a Alemania y el Estado francés, el doble de la media estatal.

Muy resumidamente*, la raíz de la crisis industrial europea parece clara: China ya ha adelantado a Europa, produciendo no sólo más barato, sino mejor. Los menores costes –energéticos, fiscales, burocráticos, ambientales, laborales– y mayor innovación –patentes, automatización– y niveles de integración y control de la cadena de valor –materias primas, componentes– evidencian la superioridad china frente a una Europa cada vez menos competitiva.

Coyunturalmente está también la reconversión al coche eléctrico, que está marcando la situación de la automoción, uno de los sectores clave. Aquí se suman la propia incertidumbre en el mercado automovilístico y la bajada de ventas –después de haberse forrado inflando los precios–, la torpeza a la hora de controlar la producción de baterías, la falta de claridad institucional e indecisión de los gigantes occidentales para acelerar dicha reconversión, o el hecho de que cuando esta culmine, producir los nuevos eléctricos necesitará de un 30% menos de mano de obra por su simplicidad. De nuevo China ha afrontado esta cuestión mucho mejor posicionada que Europa.

Otro factor coyuntural muy relevante están siendo los altísimos costes energéticos que arrastra Europa, especialmente desde la guerra con Rusia. El fin del flujo de gas ruso barato se lo pone muy difícil a la industria europea, obligándola a comprar mucho más caro a EE.UU. Más aún desde el sabotaje del Nord Stream o, recientemente, una vez que Ucrania ha cerrado definitivamente el grifo de entrada de Gazprom hacia Europa, aumentando las contradicciones entre socios –que no amigos– de la UE.

Ante esta tormenta perfecta y más allá de los factores puramente económicos, estamos viendo cómo políticamente los gobiernos, ya como poco desde la pandemia, vienen desprendiéndose de los dogmas neoliberales para darse a la intervención estatal más directa. Ya sea mediante la inyección de miles de millones para relanzar la acumulación o la imposición de aranceles. Más allá de, en un mercado mundial totalmente integrado, lo descabellado que puede resultar pretender frenar a China de esta manera; o de los intereses que a su vez tienen las industrias europeas en el lejano oriente, se da la circunstancia de que este revival proteccionista viene lanzándolo EE.UU., no sólo contra China, sino imponiendo aranceles también a Europa, la cual carece de una unidad fiscal semejante que le permita mantener la apuesta de estímulos a base de deuda.

A la flagrante pugna de intereses políticos y económicos entre distintas facciones de la oligarquía occidental, se le suma la propia competencia intraeuropea por atraerse con menores costes a la mayor parte de la industria. Hablamos de la deslocalización industrial continuada a países del centro y el este como Polonia, Eslovaquia o Hungría. Sin olvidar los nuevos polos pujantes en la frontera inmediata con la UE, como Marruecos o Turquía.

Todo este panorama nos deja ver que, en primer lugar, no hablamos de una mala racha, sino de una crisis estructural del modelo industrial europeo. Y en segundo lugar, que no estamos ante una problemática parcial, en este caso de la industria, sino ante un declive generalizado de Europa en el centro imperialista cuya posición ventajosa toca a su fin. Y con ella todo su modelo social y político.

En dicha dinámica enmarcamos la escalada militarista y el aumento de las tensiones bélicas, como correlato especialmente crudo de la guerra económica y comercial. Aquí se incluye el aumento del gasto militar, el impulso de la industria armamentística o la propia militarización de los Estados, ya ensayada durante la pandemia. Está por ver hasta dónde escalará esta dinámica, pero hay visos de que avanzamos sin aparente oposición hacia una confrontación cada vez más directa en términos de guerra abierta, y por supuesto, mundial.

El aumento  del gasto militar y la inyección de dinero en la renqueante industria, muestra que no es el gasto público lo que va a bajar, sino incluso a aumentar, a costa en este caso del gasto social. El Estado de bienestar ha sido y, aunque cada vez más precariamente, sigue siendo mediante el endeudamiento el sostén principal de las clases medias, mediante políticas sociales o empleo público, compensando un mercado laboral ultraprecarizado y basado en bajos salarios –con la relativa excepción, precisamente, de la industria–. Por ello, las clases medias se van a resentir y estrechar fuertemente, hasta un punto de nuevo incierto.

En ausencia de alternativa revolucionaria, este ahondamiento en el proceso de empobrecimiento y proletarización está siendo ya un caldo de cultivo para la reacción. Ejemplo de ello es el auge de partidos de extrema derecha, de grupúsculos fascistas en las calles o aún no muy estructurada pero sí de manera masiva, la expansión de una ideología reaccionaria que avanza rápidamente en amplias capas sociales, por ejemplo mediante el racismo. A esta derechización a nivel social hay que sumarle por supuesto la propia deriva autoritaria de los Estados, mediante la concentración de poder en instancias supraestatales, la supresión de derechos y libertades, o el aumento de la represión a las puertas del fin de la paz social. Además, en muchos casos, bajo la iniciativa de gobiernos de corte progresista, como bien conocemos de cerca.

Por último, cabe cerrar el análisis señalando que, según parece, los planes de la oligarquía pasan por una modernización que implique el adelgazamiento y renovación de la industria europea como precondición para relanzar la acumulación capitalista en términos viables. Una enorme reestructuración subvencionada que deje caer las partes menos rentables de la misma y se centre en salvar los muebles de lo que quede en pie. Está por ver hasta qué punto esto podrá llevarlo adelante, ya sea en competencia o, como ya está habiendo visos, en alianza –ya forzosamente subordinada– con los capitales chinos.

Volviendo a la realidad inmediata de despidos que amenaza en este caso a los obreros industriales navarros, habrá quien se pregunte, ¿hay algo que hacer más allá de lamentarse y ver la crisis pasar? Por descontado, muchos o algunos al menos pensamos que sí y vemos la necesidad de plantear unas mínimas claves políticas al respecto.

En primer lugar, es imprescindible colocar la crisis industrial en la agenda política, en nuestro caso, de manera prioritaria en una agenda propia de la clase trabajadora. Sorprendentemente, poco se está hablando de la gravedad de una realidad que ya es generalizada, más allá de los casos particulares, ya sea por parte de sus afectados directos o de los gobiernos a los que toca gestionar la situación. Y en dichos casos, la movilización y el apoyo social están siendo modestos hasta la fecha.

En segundo lugar, es cierto que hablamos de una diversidad de situaciones. De la insolvencia a la deslocalización, del ERTE a los despidos, etc. Pero como veníamos analizando, todas ellas vienen enmarcadas en un mismo proceso, no son casos aislados entre sí. Y sus consecuencias suponen de facto un mismo ataque a las condiciones de trabajo y de vida de toda la clase trabajadora, y no sólo de cada empresa afectada por separado. 

En cuanto al carácter estructural de este proceso, hay un par de elementos a señalar. Por un lado, es preciso apuntar a la relación entre cada fenómeno particular y la dinámica general del sistema, reconociendo los límites objetivos que impone la crisis capitalista. Pero al mismo tiempo, nos corresponde recordar también la parte que asume la burguesía mediante sus decisiones conscientes, cuyos responsables tienen nombres y apellidos, los cuales deben ser señalados.

En ese sentido debemos confrontar al chantaje de la competitividad, mediante las amenazas de reestructuración y deslocalización. Así, se está imponiendo un marco en el que la única vía para mantener los puestos de trabajo es empeorar las condiciones, compitiendo por ver quién cede más y tirando el salario del conjunto. Esta idea debe ser rechazada a escala internacional, ya que de poco serviría salvar algunas industrias si esto supone que la clase trabajadora en su totalidad se inmole para ello. En la misma línea, ya venimos denunciando la flexibilización del mercado laboral a medida de los empresarios y a costa de los trabajadores, como legaliza la última reforma laboral. Pero en este caso, debemos combatir la institucionalización de la flexibilidad como supuesta alternativa a los despidos, ya que aparte de perder derechos colándonos la primera, está suponiendo de hecho la antesala de lo segundo. Que se lo digan si no en BSH o Sunsundegui.

Por descontado, es preciso reconocer que la lucha sindical en estas condiciones es complicada, y se ve abocada en gran medida a estar a la defensiva. Lo cual no deja de ser un reflejo de cómo la ya debilitada aristocracia obrera ve cómo pierde los pocos reductos que le quedaban. Ahora bien, en la medida en que la industria ha tenido tradicionalmente mayores niveles de organización y fuerza sindical, hay una necesidad de dar la batalla en interés de nuevo de toda la clase trabajadora. Y en ese sentido, hay que promover una moral combativa, de lucha frente al derrotismo.

Entendemos que esto sólo puede realizarse mediante la (re)construcción política de un movimiento obrero independiente del Estado, de gobiernos y empresarios. Es una enseñanza histórica que los trabajadores dependen exclusivamente de sus propias fuerzas, lección que sería suicida tirar por la borda, desarmándose y delegando en partidos y gobiernos burgueses como supuesta vía para conseguir sus objetivos. Habrá también que seguir de cerca y combatir el posible papel del sindicalismo de concertación a la hora de encorsetar las luchas y subordinarlas a la política de sus gobiernos afines. Más aún conociendo la fuerza de la lógica clientelar y caciquil del viejo pero renovado Régimen navarro.

Venimos defendiendo a su vez que sin unidad de clase no hay movimiento obrero posible ni deseable. En las luchas que vienen será necesario incluir con todo el derecho a todos los trabajadores, incluidos aquellos de segunda, temporales, de empresas auxiliares… Ya que sin igualdad no hay solidaridad, la lucha, una vez más, ha de ser de todos. Por ello deberá romper las barreras corporativas de cada empresa o colectivo, para unir a toda la clase trabajadora como una sola fuerza que defienda sus intereses conjuntos. Hoy por ti, mañana por mí.

De fondo de toda esta situación está la contradicción cada vez más abierta entre el bienestar de los trabajadores y las ganancias capitalistas, con un sistema que cada vez tiene menos que ofrecer. Ante esto, las luchas contra despidos o reestructuraciones probablemente no sean suficientes, pero sí desde luego necesarias. Y debemos trabajar porque además de confluir entre sí, estas luchas económicas tomen conciencia de formar parte de una misma gran lucha política, junto con la oposición a la guerra entre proletarios o el peligro fascista. Para lo cual será imprescindible estar junto con los trabajadores, dándoles apoyo activo y socializando sus reivindicaciones. En paralelo a nuestra tarea fundamental de avanzar en la alternativa estratégica, la construcción del Partido Comunista como representante de los intereses universales del proletariado y de su programa histórico, único capaz de afrontar y superar globalmente el caos capitalista y todas sus expresiones.

Cantaba la jota, "ni provincia ni región, Navarra es un continente". Pero va a resultar que la navarra y la europea eran la misma crisis. Una crisis industrial sí, pero no sólo. Una crisis estructural y generalizada de la Europa imperialista y sus sociedades de clases medias, de la que también son parte la escalada militarista, la deriva autoritaria de los Estados o el auge ideológico y callejero del fascismo. Una crisis que va a marcar el actual ciclo de lucha de clases y que exige una respuesta, precisamente, como clase. Una respuesta en la que los comunistas, en la medida de nuestras capacidades, deberemos tomar la iniciativa política y pelear codo con codo al nivel que los tiempos lo exigen, en las calles y en los centros de trabajo.



*Algunas lecturas interesantes para profundizar en el análisis de la decadencia europea:

Pablo C. Ruiz. Economía política del declive: acumulación y lucha de clases ante una era de catástrofes; Cuadernos de estrategia, nº2. El declive del neoliberalismo. La crisis de la solución a la crisis

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