Dicen que la educación es un instrumento imprescindible para la transformación. Siendo un ámbito tan estratégico, las autoridades han abordado el tema: las inversiones y gastos en educación son mayores que nunca, se han aprobado nuevas leyes a nivel del Estado español, se ha puesto en marcha un nuevo currículo que es una concreción para la CAV, se acaba de aprobar la Ley de Educación... No se puede decir que no se hayan abierto algunos debates.
Sin embargo, lo que los trabajadores y las trabajadoras de la educación vivimos y vemos en el día a día no es la edad de oro de la educación. Con la nueva evaluación por competencias están vaciando las materias de contenido; de la mano de la digitalización, las empresas intervienen más que nunca en la educación; los alumnos y las alumnas pasan horas metidos en las aulas y mirando pantallas, y cada vez tienen menos capacidad para leer, comprender, expresarse, reflexionar, criticar; el tiempo de los profesores y las profesoras lo ocupa el sinfín de trabajos burocráticos, en lugar de la preparación de nuestras clases. Tengo claro que todos los cambios, inversiones y gastos públicos que están haciendo poco tienen que ver con garantizar una educación de calidad.
Los debates que hay sobre la mesa cierran el marco de lo que se debate. En plena campaña electoral, tanto partidos como sindicatos hablan más que nunca de cuestiones como la gestión del sistema educativo, la titularidad de los centros, las condiciones laborales... En tiempos decisivos para ellos, todo son promesas y esperanzas. Por el contrario, nadie habla de la función que desempeña la educación, ni de lo que tiene como base este currículo competencial, ni de la desvalorización del conocimiento. Las últimas reformas que moldean la educación en función de los intereses del Capital se han implantado sin apenas contrariedad. Y si no discutimos sobre todo esto, estamos aceptando lo siguiente: que la educación sea fuente de negocio, que sean los empresarios los que impongan el rumbo de la educación y que la escuela sea un espacio disciplinador e ideologizador en su favor. Que se preparen las nuevas generaciones para el mundo laboral salvaje que les espera.
Tenemos por delante tiempos duros; tiempos duros que exigen responder a una crisis crónica y decadente. Y para ello hace falta pensamiento crítico, pasión por cambiar las cosas y gente con mucha capacidad. Si sabemos que la educación puede ser una herramienta imprescindible para la transformación, los profesores y las profesoras tendremos que abordar esta cuestión. Inevitablemente, tendremos que abordar debates que no abran otros, sin conformarnos con elegir la opción que no consideramos tan mala de entre las opciones que se nos dan. Por meter un rayo de luz en este negro panorama, al menos alegra ver cómo un sector de estudiantes trabaja en una convocatoria de huelga estudiantil para el 20 de marzo. Es de alegrar que la crítica más significativa a este sistema educativo la hayan hecho las generaciones más jóvenes, tomándonos la delantera a todos y todas. No nos quedemos atrás los trabajadores y las trabajadoras de la educación: es el momento de abrir el debate y dar pasos en favor de un sistema educativo universal y de calidad que responda a los intereses de los trabajadores y las trabajadoras.