FOTOGRAFÍA / Inhar Iraizotz
2024/06/01

Es costumbre ver a los partidos reformistas articular todo su discurso en oposición a sus competidores en el noble intento de vivir de la política. Dicen que todos los partidos políticos no son iguales; o eso decían antes. Ahora el discurso es otro: no todos los políticos son iguales. Ese cambio en el sujeto está bien medido, pues saben que, efectivamente, en lo que respecta al impacto social y económico de la estructura política sobre el conjunto de la ciudadanía, y, es más, en lo que respecta al objetivo formal mismo de introducir reformas, todos los partidos políticos que componen el arco parlamentario burgués son una y la misma cosa. 

Los datos hablan por sí solos: los dos grandes partidos del sistema bipartidista vasco, PNV y EH Bildu, ambos acumulan ingentes cantidades de patrimonio y capital, posibilitado única y exclusivamente por la extracción vía explotación a la clase obrera y, sobre todo, exprimiendo más si cabe la miseria del proletariado. Todo ese dinero público que absorben cual esponjas los partidos políticos legales, son deducciones a la calidad de vida de la clase obrera. ¿Con qué cara podrían dirigirse a la clase de los explotados argumentando que, todos esos partidos políticos que no son sino expresión y causa de su miseria, no son iguales? No lo hacen, porque saben que no pueden hacerlo.

Los dos grandes partidos del sistema bipartidista vasco, PNV y EH Bildu, ambos acumulan ingentes cantidades de patrimonio y capital, posibilitado única y exclusivamente por la extracción vía explotación a la clase obrera y, sobre todo, exprimiendo más si cabe la miseria del proletariado

El cambio del sujeto, de partido a políticos, es una clara renuncia a hacer política destinada al proletariado: no importan los que están al margen del sistema político, lo importante es diferenciarse entre el potencial votante de clase media, que es apolítico, ajeno a la lucha de clases, y se guía por profundos sentimientos moralistas y personalistas.

Es por ello que redirigen el tiro, y lo hacen al estilo moralista al que nos tiene acostumbrados la socialdemocracia: vale, pero nuestros políticos son más honestos. Lo que está en juego no es la estructura de poder, ni la forma organizativa burocrática, sino que, aceptada su indispensabilidad, lo que realmente importa es hacer políticas que contenten a la clase media, que sabe que se necesitan burócratas, pero quiere que sean efectivos. 

Las vergonzosas cantidades que obtienen como salario por su empleo en favor de la democracia burguesa, por sus servicios al estado de los capitalistas, dicen, no se las embolsan en sus bolsillos, sino que se las entregan al partido. El partido −entendido de manera simple como la línea política de un movimiento− es totalmente prescindible y de segundo orden, incluso puede llegar a ser un saco que recibe golpes, siempre y cuando su burocracia, sus políticos profesionales, salgan airosos de la situación.

Por eso, ya ni siquiera se esfuerzan en argumentar que todos los partidos políticos no son iguales; ahora basta con decir que no todos los políticos son iguales. Sin embargo, esa perspectiva burocrática, en la que premia salvar la imagen de sus políticos y poner a toda la base social a lamerles las botas, tiene unas consecuencias catastróficas en la política y en el principio democrático dentro de las organizaciones políticas. Y es que ese principio es prescindible, siempre y cuando así lo exija el buen funcionamiento de la estructura política como lo que es, una empresa de captación de talentos, con prácticas de marketing para atraer a grandes masas de clase media, ansiosas por sentir que son algo más que ese pauperizado proletariado que no tiene ni la mínima conciencia para participar en política y hacer valer sus intereses. ¿Quién quiere democracia y participación, militancia y dedicación, si puede depositar todas sus esperanzas en una estructura de políticos burócratas que representan a las mil maravillas aquello a lo que aspiran?

La cosa está así: si todos los políticos son iguales o no, es una cuestión que solo atañe a los propios políticos. De lo que no hay duda es de que todos los partidos políticos parlamentarios son iguales. Y si la base social, en vez de defenderse de lo segundo, se dedica a defender a los primeros, eso es porque la política ha sido distorsionada y secuestrada por un grupo de burócratas que sustituyen al propio partido, cuya aspiración es afianzar la estructura que les posibilita disfrutar de ese estatus político y económico. Es así como un partido político adquiere su carácter de empresa y centro de promoción para un montón de cachorros con aspiraciones burocráticas. “Dar” ese dinero al partido no es más que un medio para afianzar y extender esa situación que permite vivir de la política y la concibe como un trabajo digno y un medio de vida respetable. 

Pero, de hecho, desde un punto de vista político y revolucionario, no cooptado por las estructuras personalistas y burocráticas de la socialdemocracia reformista, hay algo peor que el hecho de que diez políticos cobren 80.000 euros cada uno; y eso es que veinte cobren 40.000 euros. Y así sucesivamente. Y es que, si bien la primera opción aúpa a unos cuantos arribistas, la segunda hace extensiva a grandes capas de la sociedad la idea de que vivir de la política es algo digno, y con ello la idea de que la política es otra forma más de ganarse la vida, esto es, un trabajo a perpetuar. Es la idea que se esconde tras la corrupción política, y la posibilita; pues esta no es, como gusta decir a la socialdemocracia, que unos pocos ganen mucho, sino que una estructura cada vez más grande se nutra de la miseria del proletariado. Lejos de luchar contra la corrupción política, la socialdemocracia allana el terreno para que exista, y la encarna de primera mano.

Hay algo peor que el hecho de que diez políticos cobren 80.000 euros cada uno; y eso es que veinte cobren 40.000 euros. Y así sucesivamente. Y es que, si bien la primera opción aúpa a unos cuantos arribistas, la segunda hace extensiva a grandes capas de la sociedad la idea de que vivir de la política es algo digno, y con ello la idea de que la política es otra forma más de ganarse la vida, esto es, un trabajo a perpetuar

Así crecen las estructuras de burócratas, políticos profesionales que quedan pegados a las estructuras del partido cual lapas, que defienden su posición no por convicción política, sino que como medio de vida y de reproducción, completamente aspirados a la estructura objetiva del trabajo asalariado, y a la viabilidad de la empresa como objetivo fundamental de sus políticas: ganar votos a toda costa, obtener dinero público y aumentar la estructura burocrática como medio de inversión para optar a cada vez más fuentes de financiación; un parecido terrorífico con la lógica de acumulación de poder capitalista en el seno de empresas y bloques de inversión, y con la subordinación a esa misma estructura objetiva, que chupa toda posibilidad de iniciativa democrática de las masas organizadas por un mundo mejor.

El concepto de liberado queda totalmente desfasado frente a la figura del burócrata, que busca la promoción laboral en su partido-empresa, articulado como ente público de carácter privado, u órgano gestor del estado capitalista. La corrupción no es un hecho exclusivo del gobierno del estado, lo es de todos esos partidos políticos que aspiran a gobernarlo.

En un estado de cosas como el descrito, la crítica política o la tan aclamada autocrítica adquiere tintes profundamente burocráticos: todo se reduce a adaptar la estructura del partido a las tendencias del momento. Eso significa, por un lado, una renovación estética. Más que en una profunda reflexión política, las derrotas electorales de los partidos parlamentaristas burgueses suelen derivar en dimisiones y en promesas de hacerlo mejor, escuchar mejor los intereses de la ciudadanía. Por otro lado, significa la renuncia a cambiar nada, pues la autocrítica, al tratarse de una respuesta automática e inmediata a una derrota electoral −¿hace 5 minutos todo estaba bien y ahora has llegado a la conclusión de que no era así? −, no deja de ser un imperativo irreflexivo de la política burguesa, una técnica de marketing para tratar de engañar al electorado, y salvar los platos del partido-empresa de turno.

Si algo demuestran los números del patrimonio extirpado al proletariado por parte de partidos burocráticos como PNV y EH Bildu, eso es precisamente la profunda integración de ambos en las estructuras de poder del estado, y su sumisión, no como un acto de traición o cobardía, sino que como elemento fundacional fundamental de la propia estructura de poder del estado. Dicho de otra manera, tales partidos no serían posibles, en un contexto como el actual, si su principio constitucional no fuera la sumisión, esto es, ser ellos mismos estado capitalista.

Si algo demuestran los números del patrimonio extirpado al proletariado por parte de partidos burocráticos como PNV y EH Bildu, eso es precisamente la profunda integración de ambos en las estructuras de poder del estado, y su sumisión, no como un acto de traición o cobardía, sino que como elemento fundacional fundamental de la propia estructura de poder del estado
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