2022/12/01

No son pocas las veces que se nos ha preguntado sobre nuestra propuesta en torno al euskera, como queriendo evidenciar nuestra despreocupación por el mismo. Parece que su presencia primordial en nuestros medios de comunicación y en nuestra actividad política no es respuesta suficiente para quien no desea aclarar nada, sino malmeter y tergiversar la evidencia. Más aún cuando nuestra propuesta, a grandes rasgos, ya ha sido expuesta varias veces: el control sobre los medios de reproducción social, entre los que se encuentra el euskera como herramienta de constitución colectiva, solo puede ser efectivizado por su colectivización comunista. De lo contrario, la perduración de tal o cual medio depende de su valor efectivo en la sociedad capitalista, que no es otro que el de producir o coadyuvar en la producción de plusvalor.

Es por ello que las elucubraciones acerca de nuestra postura en torno al euskera exigen un mayor esfuerzo por parte de nuestros interlocutores. Eso significa no basarse en la especulación en torno a nuestras intenciones, ya que la realidad es tozuda al respecto y se trata, precisamente, de emplear el euskera, sea cual sea la intención –tema en el que suspenden los nacionalistas, con lo que se explica su afición por marear las cosas–. Significa también abordar la problemática tal y como la planteamos, al menos si se pretende respondernos, y ser capaz de dar respuesta razonada a la misma.

Nuestro planteamiento no consiste, por ello, en si debiéramos defender el euskera o determinados valores comunitarios. Ese miedo solo puede tenerlo un acomplejado. Nuestro planteamiento consiste en cómo defender o hacer perdurar el euskera y esos valores. Y concluimos, además, que los planteamientos nacionalistas son impotentes en esa tarea.

Nuestro planteamiento no consiste en si debiéramos defender el euskera o determinados valores comunitarios. Ese miedo solo puede tenerlo un acomplejado. Nuestro planteamiento consiste en cómo defender o hacer perdurar el euskera y esos valores

Dicho eso, la pelota se encuentra ahora –más bien desde hace mucho, a pesar de su afición por marearnos– en el tejado del nacionalismo vasco, que se enfrenta a sus propias antinomias. Esas antinomias no son exclusivas suyas, sino que le son inherentes a todo nacionalismo de nación sin estado o en proceso de constituirse en tal; esto es, son inherentes a la debilidad del nacionalismo como proyecto político en su constitución como marco útil para las cadenas de valor capitalistas, o más bien para los grandes capitales y sus estados. Aun así, en lo que compete a nuestro marco de análisis, emplearemos al nacionalismo vasco como referencia.

El fondo de todas las contradicciones del nacionalismo de nación sin estado –y nos referimos a este por ser el más contradictorio en sus planteamientos, ya que el nacionalismo estatalizado no necesita justificarse; también porque tiene rasgos populares que son distintivos del sometido, tales como basarse en una comunidad lingüística, aunque solo sea en apariencia– consiste en que aquello que dice defender se convierte en un simple medio para otros objetivos. El nacionalismo, que se justifica a sí mismo en amplios espectros de la población como defensor de un ser nacional asociado a unas características distintivas entre las que se halla el propio idioma, se opone frontalmente a una estrategia comunista que garantiza, precisamente, que el euskera sea un bien útil a futuro en una comunidad libre.

El fondo de todas las contradicciones del nacionalismo consiste en que aquello que dice defender se convierte en un simple medio para otros objetivos. El nacionalismo, que se justifica a sí mismo en amplios espectros de la población como defensor de un ser nacional asociado a unas características distintivas entre las que se halla el propio idioma, se opone frontalmente a una estrategia comunista que garantiza, precisamente, que el euskera sea un bien útil a futuro en una comunidad libre

Esto demuestra que el nacionalismo operativiza el euskera en pro de otros objetivos determinados. Entre esos objetivos no se encuentra la libertad de Euskal Herria, entendida esta como la realización y consumación del poder del proletariado, de su dictadura, en una sociedad comunista, sino más bien al contrario, la realización de una república vasca, en la que perdure la sociedad capitalista.

Como ya señalamos en el número 23 de Arteka, en tales circunstancias, el euskera no se convierte en un medio de masas, sino al contrario, en un medio clasista para perpetuar el privilegio de una clase media vasca nacionalista. Es por ello que el nacionalismo yerra en su objetivo… o tal vez no. Al fin y al cabo, el nacionalismo es el medio de constitución de una forma de poder, que se vale del sentimiento nacional y sus ingredientes, entre los que destaca el idioma. Y precisamente por ello, el nacionalismo, en su despliegue contradictorio, puede prescindir aquí o allí de un idioma propio o incluso desligarlo de las grandes masas si eso le permite desarrollar su propia estrategia estatalista, que es de lo que se trata.

El nacionalismo es el medio de constitución de una forma de poder, que se vale del sentimiento nacional y sus ingredientes, entre los que destaca el idioma

Estamos aquí desligando relativamente dos procesos, que consideramos distintos. Por un lado, están las comunidades nacionales, en sus rasgos más básicos, como comunidad de pertenencia derivada de una actividad común. Por otro lado, está el nacionalismo, como estrategia que subsume los principios básicos de esa comunidad para articular una forma de poder moderna, en detrimento de la propia comunidad que hasta ese momento constituía una especie de unidad nacional.

No pretendemos en ningún momento poner en cuestión una existencia real, ni siquiera valernos de la historia, para concluir que las naciones son un invento, tal y como hacen los nacionalismos históricamente triunfantes, en referencia a las naciones sin estado. Es cierto que el nacionalismo, en su proceso de extensión histórica, ha tratado de estatalizar una determinada nación, hacerla extensiva a otros territorios, y en cierta manera constituir una nueva nación desde sus entrañas. Ahora bien, ese no es sino un proceso de dotar de nueva forma a una comunidad; pero la comunidad preexiste y la voluntad de pertenencia comunitaria también.

La novedad del nacionalismo es que reformula y reforma las naciones o comunidades preexistentes bajo la forma necesaria del nuevo poder constituido, que es el del Capital y los capitalistas. Ese proceso consiste en la articulación de estados-nación independientes, bajo la forma de monarquías o repúblicas, según los condicionantes históricos de esos procesos.

Asimismo, el nacionalismo inventa nuevos conflictos sobre nuevas justificaciones. Si bien en la prehistoria del capitalismo los conflictos existían, estos se daban por diferentes razones sociales y no por justificación de defensa nacional alguna. El nacionalismo, en cambio, fundamenta toda la conflictividad en la defensa de la nación, tal y como se ha visto desde la Primera Guerra Mundial.

Lo curioso del nacionalismo de nación sin estado es que, si bien la guerra es un medio de los grandes estados mediante el cual justifican la grandeza de su nación como medio de incorporar a las masas trabajadoras a la defensa del poder de una burguesía determinada, en el caso del nacionalismo de nación sin estado su única pretensión es convertirse en un estado más. Esto lleva a que aquellos que pretenden hacer a una nación grande resignen a sus ciudadanos a unirse a un proceso que los convierte de segunda: esto es, a «cambiar» su nación, en vez de cambiar el mundo entero.

Por eso enfrentan a la independencia real, defendida por los comunistas, basada en la emancipación del proletariado vasco y su vinculación con la estrategia internacional del proletariado revolucionario, una independencia puramente formal, de palabra y poco más, que no es sino la afirmación de los privilegios de la clase media vasca sobre la explotación del proletariado vasco y del mundo entero. El nacionalismo se convierte en un medio deseado para tales objetivos, y la nación o la comunidad de rasgos diferenciados en un medio de justificación de la estrategia nacionalista.

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