Durante al menos el último siglo, la cuestión nacional ha marcado la realidad política del Estado español. A un proceso débil e incompleto de construcción nacional española, le siguió, a finales del s. XIX, el surgimiento de importantes movimientos nacionalistas periféricos como el catalán y el vasco. La emergencia de esta cuestión, más allá de los precedentes históricos, descansa sobre las condiciones particulares en las que se produjo el desarrollo capitalista español; por un lado, con el fracaso de la revolución burguesa[1], y, por otro, con un desarrollo económico desigual y concentrado según diversos modelos en la periferia[2]. Paradójicamente, tanto el nacionalismo central como los periféricos han sido incapaces de culminar sus proyectos nacionales: el español, aun teniendo consigo la fuerza del Estado central, ha tenido una hegemonía nacional precaria y permanentemente cuestionada, y los periféricos perdieron el tren de la historia para constituir sus naciones en Estados. Si bien nación y nacionalismo no deben confundirse, sí que pueden definirse como cooriginarios, y el músculo político del segundo puede servirnos de termómetro del grado de desarrollo de la primera, especialmente en las naciones sin Estado.
Pero más allá de lo puramente contemplativo, si pretendemos cuestionar el monopolio de la lucha contra la opresión nacional al nacionalismo –tarea política imprescindible para los comunistas–, resultará imprescindible estudiar el recorrido de dicho movimiento. En las siguientes líneas, haremos un repaso superficial de las fuentes, influencias y corrientes del nacionalismo vasco tradicional, fijándonos en algunos de sus rasgos ideológicos sin poder detenernos en el amplio contexto histórico y social de todo ello. Nada nuevo pues, pero un ejercicio necesario para entender los derroteros posteriores tanto del nacionalismo como de la cuestión nacional vasca.
DEL FUERISMO AL NACIONALISMO
En el proceso de unificación política y económica española, tras las derrotas carlistas se sucederán las aboliciones forales de 1841 para el Reino de Navarra y la de 1876 para Araba, Bizkaia y Gipuzkoa. Ante ello, a partir de 1876 proliferarán con especial intensidad diversos movimientos y figuras intelectuales por la defensa y recuperación de dichos fueros. Sistema foral que constituía la superestructura jurídico-política de la sociedad tradicional vasca, con una autonomía política basada en una teórica independencia primigenia y posterior pacto con la monarquía española, cuya supresión supuso el inicio de abruptas transformaciones socioeconómicas. Y un fuerismo en sentido amplio, ya que, como veremos, distintos actores y corrientes, incluido el propio nacionalismo, reclamarán con distintos matices la llamada reintegración foral –la vuelta a la situación anterior a la abolición foral–.
Distintos actores y corrientes, incluido el propio nacionalismo, reclamarán con distintos matices la llamada 'reintegración foral'
Por un lado estará el carlismo[3], gran movimiento sociopolítico dinástico, tradicionalista y antiliberal, cuya vida se alargará durante más de un siglo protagonizando dos guerras civiles, movimiento netamente español pero con especial arraigo popular y campesino en Euskal Herria. Sin entrar a analizar la complejidad y evolución de este fenómeno, habrá importantes puntos de toque con el nacionalismo. Ambos compartirán cuestión religiosa y foral, además de su concepción social tradicionalista y corporativista, pero les separarán el rey y la patria en la que realizar los fueros: las Españas unos, Euzkadi los otros. En el caso de la facción integrista del carlismo, esta dejaba de lado la cuestión dinástica, lo cual ayudará a las posteriores innovaciones doctrinales del nacionalismo.
Pero una diferencia crucial será el contexto social: allá donde la sociedad tradicional más se resiste a perecer más, pervivirá el carlismo, y, donde la industrialización la ponga en crisis, florecerá el nacionalismo, rompiendo con él. Sin embargo, ambos coexistirán en el tiempo y en el espacio, se disputarán una base social similar y conocerán encuentros y desencuentros desde la hostilidad inicial, pasando por alianzas varias en los años 20 y 30 hasta la paradoja del 36, donde acabarán enfrentados militarmente. Pero no pocos nacionalistas aparecerán como neutrales o engrosando las filas del Requeté carlista, ya fuera por supervivencia o por afinidad.
Antes del nacionalismo aparecerá también un partido específicamente fuerista, que tratará de crear una tercera vía a la división entre carlistas y liberales, el cual tendrá un recorrido corto e infructuoso, a falta de contexto social favorable en el caso navarro. Sí que será importante su influencia cultural de los euskaros y especialmente de Arturo Campión[4], figura ideológicamente cambiante y compleja. Como precedente del nacionalismo aranista y luego contemporáneo con él, de nuevo habrá vasos comunicantes y puntos de fricción. Entre otros, la importancia que le dio Campión al euskera y a su unificación, frente a la priorización de la raza y el purismo lingüístico de Arana: pensando Euskal Herria desde Nafarroa y no desde Bizkaia, o planteando un nacionalismo regionalista frente al separatismo intransigente sabiniano.
Sin salir del difuso entorno fuerista y del renacimiento cultural vasco, habrá también toda una profusión de literatura romántica historicista, con la consiguiente visión bucólica del mundo rural vasco. Dentro de este magma cultural podemos encontrar desde el carlista militante Navarro Villoslada a la excéntrica excepción progresista del también romántico pero políticamente republicano y revolucionario francés Augustin Chaho. Además de las licencias de la moda literaria del momento y de su influencia política, hay elementos que pueden rastrearse en una tradición bastante anterior, siglos atrás en el caso de tratadistas y apologistas[5] que ya venían construyendo toda una ideología en defensa de los fueros, donde destacan nombres como el padre Larramendi. Nos referimos al igualitarismo[6], la mitificación de un inverosímil pasado igualitario y democrático consustancial a lo vasco desde tiempo inmemorial. Esta nobleza universal aparecerá recurrentemente unida a la pureza de sangre, el mantenimiento de la lengua y la fe religiosa, todo ello condensado en los fueros como esencia de lo vasco, cuya defensa será heredada por el primer nacionalismo.
Como podemos ver, el marco ideológico sobre el que se construye el nacionalismo vasco será marcadamente reaccionario, y a esta ideología aparecerá estrechamente unido en un primer momento, lo cual marcará su desarrollo durante un tiempo.
El nacionalismo vasco será marcadamente reaccionario, y a esta ideología aparecerá estrechamente unido en un primer momento
EL PRIMER NACIONALISMO ARANISTA
Sabino Arana, fundador en 1895 del Partido Nacionalista Vasco (PNV) y considerado padre del nacionalismo vasco, fue quien le dio cuerpo doctrinal a este marco. Como decíamos, racionalizará ciertos elementos heredados de la tradición fuerista decimonónica como la religión, la raza, la lengua –en ese estricto orden de importancia– o los propios fueros. Pero es en la reinterpretación de este último elemento donde marcará una línea divisoria con el resto. Para Arana los fueros –término preferentemente sustituido por lege zaharra– son sinónimo de independencia primigenia, estado natural de los vascos, el cual ha ido mermando. Asimismo, la única manera de restaurarlos y de salvar a la raza vasca y a su fe –de hecho jaungoikoa es la primera parte de su lema– es la separación explícita de España, mediante la confederación de los territorios forales previos. Por ello en la conceptualización nacional sabiniana –Euzkadi es la patria de los vascos– el proyecto futuro es en gran parte una vuelta atrás, alejada pues del concepto moderno de nación.
Esta mentalidad estará fuertemente marcada por la agresión que sentirán las clases populares precapitalistas vascas con la industrialización, desplazadas socialmente mientras ven cómo su mundo se derrumba. Por ello, el aranismo será primeramente un fenómeno vizcaíno y, sobre todo, bilbaíno. Los rápidos cambios sociales serán vistos como una desnaturalización de la patria, idealizando de nuevo el estado de cosas anterior, con una visión ruralizante. Y los agentes de dicho ataque serán las nuevas clases sociales modernas. Por un lado, la oligarquía industrial y financiera de la ría, y, por otro, el proletariado inmigrante, maketo, como factores de propagación de costumbres e ideologías extrañas –es decir, de españolización– como el liberalismo, el ateísmo o el socialismo que se han de combatir y de los que protegerse.
Los elementos básicos del aranismo permanecerán inalterados durante largo tiempo, especialmente en el plano simbólico. Otra cosa será su aplicación práctica, ya que aún habrá que esperar para que el nacionalismo se implante como movimiento.
Los elementos básicos del aranismo permanecerán inalterados durante largo tiempo
TENSIÓN Y CONCILACIÓN
En contraste con el separatismo intransigente de Arana, ya entrados en el s. XX, se acercará al nacionalismo otro sector más moderado procedente de la fuerista Sociedad Euskalerría, donde sobresaldrá la figura del empresario Ramón de la Sota. Los «euskalerríacos» harán una lectura distinta de los fueros, resaltando su carácter de pacto, en términos, pues, regionalistas –favorables al concierto económico y el estatuto de autonomía– y no independentistas. Esto representará los intereses de una burguesía no oligárquica, pensando más en el marco para dinamizar sus negocios que en una condena pequeñoburguesa de la industrialización, la cual ya es un hecho consumado.
Estos planteamientos serán en un primer momento condenados por Arana, pero pronto llegarán a un entendimiento. En base a este doble juego de conciliación y tensión se desarrollará el nacionalismo a partir de ese momento, subyaciendo los citados intereses de clase contradictorios. El crecimiento del PNV y su implantación en amplios sectores sociales estará marcado en parte por la incorporación del sector moderado, que aportará dinero pero, sobre todo, posibilismo y operatividad práctica. Así, aranistas y euskalerríacos se inclinarán al compromiso, generando una síntesis cuyo contenido será la instrumentalización de la ortodoxia ideológica sabiniana, la cual permanecerá durante largo tiempo inalterada a cambio de ceder al sotismo en la práctica.
En base a este doble juego de conciliación y tensión se desarrollará el nacionalismo a partir de ese momento
Esta última será a partir de entonces y hasta hoy la facción hegemónica del PNV –si acaso cuestionada tras la escisión de 1921–, cuya principal referencia ideológica postsabiniana será Engracio de Aranzadi Kizkitza. Posteriormente, ya en los años 30, se irá desarrollando desde este sector una línea que evoluciona desde el integrismo aún oficial, poniendo las bases cercanas a la democracia cristina europea que se ha conocido ya después, a través de personalidades como Manuel de Irujo y sobre todo, el lehendakari José Antonio Aguirre[7].
LAS DISIDENCIAS: ABERRIANOS, EKINTZALES, MENDIGOIZALES, SOLIDARIOS
Como veníamos diciendo, el nacionalismo realmente existente será el producto de un compromiso entre aranistas y sotistas que será estable durante un tiempo, pero que esconderá una tensión larvada que terminará por estallar en distintos momentos.
El primer episodio será el del PNV-Aberri en 1921, que rompe con la Comunión Nacionalista oficial. Más allá de los pormenores y contexto de la escisión, veamos su carácter ideológico. Se tratará de un revival que retoma la ortodoxia sabiniana y el separatismo intransigente en oposición a la deriva posibilista del partido. Su líder será Eli Gallastegi Gudari[8], procedente de Juventud Vasca, el cual contará con el apoyo del hermano del fundador, Luis Arana. El neoaranismo de Aberri retomará los elementos dispuestos por su predecesor, pero también añadirá otros nuevos. Experimentará una radicalización social, que no pasará de una condena de los excesos de un capitalismo percibido como una agresión externa en clave pequeñoburguesa, pero que pondrá en su diana ya no solo a los grandes oligarcas, sino también a los propios burgueses nacionalistas, denunciando su inmoralidad y traición a la unidad de la patria. Abrirá también su foco para interesarse por la guerra en Marruecos y solidarizarse en términos antiimperialistas con la causa del Rif contra la ocupación española. En la misma línea buscará confluir con nacionalistas gallegos y catalanes mediante la Triple Alianza de 1923. Pero la influencia más determinante será la del republicanismo irlandés[9] y los mártires del Levantamiento de Pascua de 1916, el cual será condenado por la probritánica Comunión Nacionalista. Gallastegi importará buena parte de la experiencia irlandesa, desde modelos organizativos hasta ideológicos, asimilando la épica insurreccional y armada de su Guerra de Independencia, la cual los aberrianos no terminarán de poner en práctica.
El neoaranismo de Aberri retomará los elementos dispuestos por su predecesor, pero también añadirá otros nuevos
Sin embargo, pronto se acabará imponiendo nuevamente la confluencia entre las dos familias del nacionalismo, reunificando Aberri y Comunión como PNV, en 1930. Ante el nuevo compromiso con los aberrianos y con las consiguientes concesiones doctrinales, un sector procedente de Comunión emprenderá una evolución ideológica distinta a las conocidas hasta entonces, rompiendo totalmente con el aranismo. Nos referimos a la fundación en 1930 de Acción Nacionalista Vasca (ANV), si bien tiene como precedente el efímero Partido Republicano Nacional Vasco de Landeta y Ulazia. ANV planteará importantes novedades[10]. La primera, la aconfesionalidad, si bien la práctica totalidad de sus militantes sean católicos, desligará la causa nacional del integrismo religioso. Unido a ello, tendrá una concepción moderna liberal y republicana de la nación, como proyecto voluntarista, enterrando la reivindicación foral y oponiendo una visión unitaria de Euskadi al tradicional confederalismo. Curiosamente, en manifiesta contradicción con el espíritu liberal y modernizador de Acción, habrá figuras como la de Ortueta, que por querer superar la rémora foral, vuelve a Campión y redescubre el Reino de Navarra como referencia historicista.
ANV tendrá una concepción moderna liberal y republicana de la nación, como proyecto voluntarista, enterrando la reivindicación foral y oponiendo una visión unitaria de Euskadi al tradicional confederalismo
Acción será un pequeño partido republicano moderado, tendiente a aliarse con las izquierdas españolas y favorable a explorar la vía estatutista. Los ekintzales se reclutarán especialmente entre las clases medias urbanas, pero tendrán una audiencia creciente en el proletariado autóctono, abriéndose también por vez primera al inmigrante. Dentro del mínimo denominador común republicano, se desarrollará una lucha de líneas entre liberales y un creciente sector obrerista. Esta pugna terminará con buena parte de los fundadores abandonando el partido, que adoptará en 1936 un programa independentista y socialista aunque desde luego no revolucionario ni marxista, con el proyecto de convertirse en un Partido Laborista Vasco.
En el PNV rebrotará la polémica con los sabinianos ortodoxos, y de nuevo lo hará bajo la dirección de Gallastegi. Esta vez los aranistas contarán con menos fuerza relativa que en la etapa aberriana y quedarán aislados frente al nacionalismo oficial, pero mostrarán más determinación en la que acabará siendo la ruptura definitiva con él en 1934, si bien nunca terminarán de constituirse en partido. Se agruparán en torno a Bizkaiko Mendigoizale Batza y su semanario Jagi-Jagi, que dará nombre a este sector[11]. En él expondrán sus tesis los mendigoizales, desarrollando los planteamientos socializantes cristianos de Aberri a través de las plumas tanto del propio Gudari como después de Trifón Etxeberria Etarte[12] o Manu de la Sota Txanka, que también intentará superar el antimaketismo. La novedad estratégica que plantearán en coherencia con su antiespañolismo será el siempre frustrado Frente Nacional independentista exclusivamente formado por fuerzas vascas.
Entre el republicanismo ekintzale y el aranismo mendigoizale habrá una importante distancia doctrinal, evidente en la cuestión religiosa o en la nacional. Pero ambos serán reflejo de una polarización social creciente dentro las bases del nacionalismo, en las que irán sobresaliendo sectores proletarizados. Desde luego, no lo harán con posiciones clasistas sino claramente pequeñoburguesas. Su anticapitalismo pretenderá superar la lucha de clases y armonizarla, asimilando la independencia nacional a una justicia social basada en la pequeña propiedad. El mismo proceso de insubordinación respecto a los dirigentes burgueses nacionalistas se empezará a dar también –y ambos se retroalimentarán– en Solidaridad de Obreros Vascos donde sectores más obreristas van tomando perfil propio entre los solidarios[13].
Salvando las distancias, paralelamente y no por casualidad, en épocas similares se moverán otras fuerzas más allá del universo nacionalista. Nos referimos a la irrupción del comunismo. El triunfo de la Revolución Rusa y la liberación de los pueblos oprimidos por parte de los bolcheviques será un factor sin duda atractivo para muchos nacionalistas, lo cual no es descabellado plantear como influencia más o menos directa[14]. Harina de otro costal será la superación in situ del histórico sectarismo del movimiento obrero socialista y anarquista respecto a la cuestión nacional vasca –y su reverso, el agresivo antisocialismo del nacionalismo aranista–, si bien el joven comunismo vasco será pionero en dicho intento respecto a las tradiciones anteriores, en la teoría y en la práctica[15]. Cuestión esta compleja y apasionante, pero que supera el objeto de este resumen de las corrientes nacionalistas históricas.
RUPTURAS Y CONTINUIDADES
Como hemos podido ver, la historia del nacionalismo vasco es una historia contradictoria, de tensiones y confluencias, de rupturas y de continuidades. Pero una característica del nacionalismo histórico es que todo girará, para bien o para mal, en torno a su doctrina original. Ya sea para dar cuerpo ideológico al movimiento; para instrumentalizar dicha doctrina para otros fines; para volver una y otra vez a ella, aun añadiendo innovaciones; o para al fin tratar de superarla. Detrás de las evoluciones ideológicas de las tendencias del nacionalismo estarán, por supuesto, los cambios sociales. Pero aun así, sorprendentemente, estas se darán casi siempre a través de ese mismo cuerpo doctrinal inicial, aun sirviendo en cada momento a intereses parcialmente distintos. Cosa que puede parecer anacrónica, pero que ya vemos que no es una novedad aislada, conociendo la larga genealogía de los discursos igualitaristas o fueristas.
Una característica del nacionalismo histórico es que todo girará, para bien o para mal, en torno a su doctrina original
La fecha que marca el fin de este periodo es la Guerra Civil española, y concretamente cuando esta termina en suelo vasco –no hay más que ver toda la historiografía al respecto–. Esto marcará un importante corte con las tendencias anteriores. Especialmente en el caso de las disidencias, que si ya eran débiles, apenas sobrevivirán al exilio y la dictadura, truncándose su desarrollo. En el caso del nacionalismo oficial del PNV, su estabilidad organizativa y larga hegemonía sí garantizarán dicho hilo conductor. De hecho, la aparición del nuevo nacionalismo de ETA décadas más tarde será en gran parte como negación de dicha hegemonía[16]. La brecha generacional y los escasos contactos –que los habrá, ahí estará la mítica conexión Gallastegi-Etxebarrieta– se suplirán con la búsqueda de nuevas referencias. Esto no quita que no haya elementos que se repitan; de hecho, aunque sea inconscientemente, lo hacen. Continuidad organizativa e ideológica no son pues, sinónimos.
Las disidencias, que si ya eran débiles, apenas sobrevivirán al exilio y la dictadura, truncándose su desarrollo
Haciendo un salto hasta la actualidad, han pasado muchas cosas, sin duda la sociedad ha cambiado y el nacionalismo también. Entre medio, el surgimiento, desarrollo y decadencia del nacionalismo revolucionario. Pero hoy por hoy podemos seguir rastreando antiguos elementos que acaban reemergiendo en los discursos nacionalistas, bien oficiales, bien coloquiales, ya sea el rechazo a la inmigración, el recurso al historicismo, o la virtualidad de un capitalismo vasco justo, entre otros muchos. Fijarnos en la historia es obligado para darnos cuenta de que a estas alturas casi todo está ya inventado.
BIBLIOGRAFÍA
[1] LÍNEA PROLETARIA. «El ciclo político de la revolución burguesa española (1808-1874)». Línea Proletaria (3), 19-44, 2018.
[2] DÍEZ MEDRANO, Juan. Naciones divididas. Clase, política y nacionalismos en el País Vasco y Cataluña. Centro de Investigaciones Sociológicas, Madrid, 1999.
[3] BELTZA. Del carlismo al nacionalismo burgués. Txertoa, Donostia, 1978.
[4] ERIZE ETXEGARAI, Xabier. Nafarroako euskararen historia soziolinguistikoa. 1863-1936. Nafarroako Gobernua, Iruñea, 1997.
[5] MADARIAGA ORBEA, Juan. Apologistas y detractores de la lengua vasca. FEDHAV, Donostia, 2008.
[6] OTAZU LLANA, Alfonso De. El “igualitarismo” vasco: mito y realidad. Txertoa, Donostia, 1973.
[7] GOIOGANA, Iñaki. «¡Por la civilización cristiana! ¡Por la libertad de la patria! ¡Por la justicia social!» Hermes: pentsamendu eta historia aldizkaria (33), 46-59, 2010.
[8] LORENZO DE ESPINOSA, José Mª. Gudari: una pasión útil. Txalaparta, Tafalla, 1992.
[9] LOREZNO DE ESPINOSA, José Mª. «Influencia del nacionalismo irlandés en el nacionalismo vasco. 1916-1936». XI Congreso de Estudios Vascos. Nuevas formulaciones culturales: Euskal Herria y Europa, 239-247, 1991.
[10] RENOBALES, Eduardo. ANV, el otro nacionalismo. Txalaparta, Tafalla, 2005.
[11] RENOBALES, Eduardo. Jagi-Jagi, historia del independentismo vasco. Ahaztuak 1936-1977, Bilbo, 2010.
[12] LORENZO DE ESPINOSA, J.M. y RENOBALES, E.. Trifón Etxebarria ‘Etarte’. 1912-1998. Biografía de un abertzale. Consultado en: https://borrokagaraia.files.wordpress.com/2013/02/etarte-jmle.pdf
[13] ANSEL, Darío. ELA en la Segunda República: evolución sindicalista de una organización obrera. Txalaparta, Tafalla, 2011.
[14] DÍAZ ALONSO, Diego. Disputar las banderas. Los comunistas, España y las cuestiones nacionales (1921-1982). Ediciones Trea, Gijón, 2019.
[15] ELORZA, Antonio. «Cuestión nacional y clase obrera en Euskadi. Análisis de un conflicto histórico». IPES ikastaroak, formazio koadernoak (1), 45-53, 1980.
[16] BELTZA. El nacionalismo vasco en el exilio. 1937-1960. Txertoa, Donostia, 1977.
BIBLIOGRAFÍA GENERAL
BELTZA. El nacionalismo vasco. 1876-1936. Txertoa, Donostia, 1974.
ELORZA, Antonio. Ideologías del nacionalismo vasco, 1876-1937. De los euskaros a Jagi-Jagi. Haranburu, Donostia, 1978.
IPES. Nacionalismo y socialismo en Euskadi. IPES, Bilbo, 1984.
LETAMENDIA, Francisco. Historia de Euskadi, el nacionalismo vasco y ETA. Ruedo Ibérico, París, 1975.
DE PABLO, S.; DE LA GRANJA, J.L.; MEES, L.; CASQUETE, J. (coord.). Diccionario ilustrado de símbolos del nacionalismo vasco. Tecnos, Madrid, 2012.
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