América Latina mira a América Latina FOTOGRAFÍA / Erik Aznal
Carmen Parejo
@alinadetormes
2020/11/26

Fidel Castro Ruz: «Ayer fuimos enorme colonia; podemos ser mañana una gran comunidad de pueblos estrechamente unidos. La naturaleza nos dio riquezas insuperables, y la historia nos dio raíces, idioma, cultura y vínculos comunes como no tiene ninguna otra región de la Tierra».

Desde la emancipación de las colonias americanas existió un anhelo de unidad más allá de lo espiritual, una construcción estratégica que garantizase la verdadera independencia de los pueblos y su desarrollo. La única forma para liberarse de la presión colonial europea y también de la presión que poco a poco iba a ejercer el vecino del norte.

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El siglo XIX: La tierra deseada

La independencia de las colonias americanas pertenecientes al Imperio Español se produce como fruto de su época, de la ideología de su época y de las relaciones internacionales y las contradicciones geoestratégicas y comerciales de las potencias mundiales.

En ese sentido debemos entender que todo el proceso se produjo como fruto de una situación de estrés político y militar continuado donde gran parte del resultado dependió más de esas luchas geoestratégicas que de un voluntarismo ideal de sus participantes.

Para la década de los 20’ del siglo XIX ya se había producido la emancipación casi completa de las colonias que España mantenía en América. En el norte, México se consolidaba tras su experiencia imperial como los Estados Unidos Mexicanos, las provincias de Centroamérica, que habían roto con el imperio mexicano, formaban la República Federal de Centroamérica (Guatemala, Honduras, Costa Rica y Nicaragua); al sur, Chile, Perú y las Provincias del Río de la Plata ya levantaban también posibles proyectos nacionales. Y en la orilla sur del Caribe florecía el gran proyecto de Bolívar: la Gran Colombia o la República de Colombia.

Cabe destacar que en todo momento la alianza entre ellos queda latente. Acuerdos principalmente militares, de apoyo contra la dominación española, y la no existencia de un sentimiento de Estado-Nación a la europea, pero si un origen y enemigo común en esas luchas representado por el Imperio Español, creaban las condiciones para desarrollar un nuevo proyecto de país desde su propia base. Tratados como el de Unión, Liga y Confederación Perpetua que desde 1822 y hasta 1826 la República de Colombia firmó con Perú, México, Chile, Centroamérica y el Río de la Plata, mostraban esta relación de comprensión y apoyo recíproco.

Sin embargo, estos pueblos no iban a poder desarrollar sus proyectos de forma independiente, iban a estar profundamente determinados por el contexto geopolítico en el que se desarrolla su emancipación colonial.

Otros actores intervenían directamente en el devenir regional y en las relaciones diplomáticas de los nuevos países que se estaban desarrollando. Ante el enemigo evidente que era el Imperio Español, los libertadores habían solicitado apoyo del Imperio Británico, así como el Imperio Español y también el Imperio Francés habían apoyado la independencia de las colonias británicas que dieron paso a la creación de los Estados Unidos de América. Es decir, no debía sorprender este uso interesado de los propios enfrentamientos naturales entre las potencias imperiales. Es más, el Imperio Español dotó de armas, medicinas, ayuda financiera e incluso un destacamento de 11000 hombres para ayudar a la Revolución de las 13 colonias que serían la raíz de creación de los Estados Unidos de América con la clara intención de debilitar con ello al Imperio Británico. Por su parte, el Imperio Británico, en un contexto muy diferente también otorga ayudas de forma directa o indirecta a los libertadores de Hispanoamérica, destacando sobre todo la ayuda que se conoce se otorgó a Simón Bolívar. Pero como decía el contexto era diferente y la estrategia británica iba más allá de debilitar a un Imperio al que en ese punto ya veía en clara decadencia, y aunque, en efecto este elemento es importante, la aspiración más evidente de los británicos era abrir sus propias redes comerciales y de influencia en América del Sur. Como ya se había podido comprobar entre 1806-1807 cuando el Imperio Británico invadió directamente el Río de la Plata llegando a ocupar las ciudades de Buenos Aires y Montevideo. Desalojados por las milicias internas poco después.

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«América para los americanos»

Otro participante activo en el devenir del desarrollo de la independencia de las colonias del Imperio Español en América fue EEUU. Un país creado por la rebelión de 13 colonias británicas que declararía su independencia el 4 de Julio de 1776, siendo el primer país resultante de los procesos de independencia en el continente americano.

«Apoyar un programa que buscara incitar a la revuelta en la Colonia de una nación amiga, con la intención de intervenir en el momento oportuno con el propósito de adquirirla», esta era la propuesta de James Madison, presidente de los EEUU y predecesor de James Monroe, ante las luchas de independencia en Hispanoamérica. Cualquiera podría pensar que fue James Madison, a inicios del siglo XIX, el precursor de las «primaveras de colores» que tanto beneficio aún sigue dando a los Estados Unidos de América.

Como referente inicial de esta política destaca el caso de las Floridas (pertenecientes al Imperio Español en ese momento). La anexión de Florida le tomó a EEUU más de veinte años donde combinó ataques armados con la diplomacia y la presión internacional, una auténtica guerra de desgaste que también será utilizada por los EEUU para anexionarse parte del territorio mexicano, como eran los Estados de California, Nuevo México o Texas entre otros. Una estrategia similar a la que aún hoy somete a países como Cuba o Venezuela con la intención ya no de una invasión directa sino de un control hegemónico regional.

El principio del siglo XIX fue una etapa convulsa para el desarrollo de las relaciones internacionales, un juego de alianzas y estrategias que marcarían el futuro de Europa y también de una América que empezaba a construir países soberanos tras distintos procesos de independencia. Para comprender América como continente hoy, es fundamental atender a como se manejaron las relaciones internacionales entonces.

Y así llegamos a la famosa Doctrina Monroe. El contexto era el siguiente. En Europa se había creado la Santa Alianza, para proteger los valores del antiguo régimen frente al avance de las revoluciones liberales. En ese contexto, Francia envía los Cien Mil Hijos de San Luis a España donde derrocan la revolución liberal del Coronel Rafael de Riego. George Canning, Ministro de Asuntos exteriores de Inglaterra, se pone en contacto con los EEUU para solicitar la creación de una declaración conjunta contra una posible maniobra de la Santa Alianza para devolver al absolutismo español, recién impuesto, los territorios hispanoamericanos liberados. Esta estrategia británica es contestada por los EEUU con una rápida y por supuesto interesada contra-estrategia, la famosa Doctrina Monroe: «América para los americanos». A través de esta doctrina EEUU se garantiza al largo plazo dos cosas: una posición clara de enfrentamiento al avance colonial europeo en América y paralelamente una garantía para expandirse por el propio territorio americano. Así, el auténtico autor intelectual de la Doctrina Monroe, quien fue Secretario de Estado de Monroe y posteriormente presidente de los EEUU, John Quincy Adams, en los debates previos a la presentación de la Doctrina, dejaría clara su auténtica motivación: Estados Unidos debía aprovechar la oportunidad para hacer una declaración unilateral «que ate las manos de todas las potencias, Inglaterra inclusive, pero que se las deje libres, entera, absolutamente libres en América, a Estados Unidos».

Por tanto, la América Hispana liberada nace y se empieza a desarrollar en un contexto donde múltiples potencias, algunas imperiales, otras en ascenso, miran golosas el potencial de su sometimiento.

La América Hispana liberada nace y se empieza a desarrollar en un contexto donde múltiples potencias, algunas imperiales, otras en ascenso, miran golosas el potencial de su sometimiento

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¿Cómo hacer frente a esta situación?

Es en este contexto en el que sobre todo liderado por Bolívar se empieza a plantear la necesidad de una estrategia colectiva para «Nuestra América» (así llamada por los libertadores), donde destaca la «Asamblea del Istmo» o «Congreso del Istmo» (ya que se celebraría en Panamá, parte de la República de Colombia), en 1826 y que sería la mayor iniciativa diplomática hasta el momento. Un evento al que fueron invitados todos los países americanos incluido EEUU.

El plan de Bolívar también estaba condicionado por distintos intereses: por un lado, garantizar unas relaciones en muchas ocasiones tensas con EEUU para obtener con ello el reconocimiento como país, además de distintas coberturas comerciales que se habían precisado durante todo el proceso bélico de independencia. Por otro lado, la necesidad imperiosa de evitar una nueva invasión española desde los territorios que aún permanecían bajo el dominio de su imperio: Cuba y Puerto Rico.

En este segundo punto, coincidiendo además con los intereses de México, se fortalecen de nuevo las relaciones entre la américa recién independizada del Imperio Español.

EEUU en cambio, no ve con buenos ojos una intervención en Cuba, ya que no creían que una Cuba independiente pudiese ser útil a sus objetivos, sobre todo por el temor a que en el fulgor de la emancipación colonial se propiciasen unas revueltas de fuerte carácter racial, dada la mayoría de población esclava que había en la isla caribeña, que como las que ya habían ocurrido en Haití pudiesen salpicar y extenderse por su territorio aún esclavista; y a la vez, tampoco deseaba que pudiese ser anexionada a Colombia o a México o establecer alianzas estrechas entre ellos, ya que supondría el control del centro de América y del Mar Caribe y por tanto un freno a la capacidad expansiva de los propios EEUU.

Las distintas contradicciones e intereses creados impidieron llegar a ningún acuerdo definitivo.

El final del siglo XIX y principios del siglo XX se caracterizarán por el aumento de las disputas caudillistas dentro de los países recién formados en la américa hispana, en la creación de una mitología propia y una construcción nacional racista y profundamente elitista que fomentaba aún más las disputas y la creación de múltiples «patrias chicas» incluso dentro de un mismo país formal, de diferencias sociales profundas, que se alejaban cada vez más de la idea de una Patria Grande que garantizaría el desarrollo de esos pueblos en base a una idea conjunta de emancipación. En ese contexto, y dado el carácter expansionista que ya estaba mostrando EEUU, al igual que otras potencias como Francia o Inglaterra, se aprovecharán esas guerras internas para el beneficio de estos interesados participantes creando lazos de dependencia para unos pueblos que habían luchado duro precisamente por su independencia.

Es así como al final del siglo XIX el concepto de «Nuestra América», defendido por los libertadores decimonónicos, resurge no solo como un elemento contra el control colonial de los imperios europeos sino también como un elemento de resistencia ante el avance expansionista de los EEUU. Así destacarán obras como «Ariel» del político y escritor uruguayo José Enrique Rodó, donde opondrá «Ariel», la América latina, a «Calibán», la América anglosajona, utilitarista y expansionista. Y fundamentalmente el Padre de la Patria Cubana, José Martí, que reformula el concepto de lo latinoamericano y supera la visión de desgaste que se había producido en la Patria Grande. Niega el derecho a los EEUU de apropiarse de América, de la palabra y del continente; añade al enfrentamiento directo con el imperio del norte una hermosa defensa del panamericanismo de los pueblos latinos; una comprensión concreta de lo que debe significar «Nuestra América» que rompe los moldes del liberalismo trasnochado de las guerras caudillescas, defendiendo el mestizaje americano y el sincretismo como elementos fundacionales y genuinos que deben ser la clave para su desarrollo, defendiendo el progreso social frente a la «aldea colonial» y sentando con todo ello las bases de una nueva fase ideológica para el continente. Con Martí renace más allá de lo simbólico la necesidad urgente de la Patria Grande como motor de la historia de los pueblos americanos.

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El siglo XX: Desarrollismo dependiente y economías desiguales

«Mientras que los Estados Unidos y los países de Europa Occidental recorrían todos los ciclos de la revolución burguesa y de las transformaciones capitalistas, América Latina parecía haberse embarrancado en la fase de implantación del capitalismo, cuando este coexiste con las reminiscencias feudales que deforman su desarrollo».

Kiva Maidanik, Alcance y vigencia de la revolución latinoamericana

Durante estos años vemos como se produce un sistema de desarrollo económico «hacia afuera», dominado por las exportaciones de materias primas y profundamente dependiente. Esto provoca que incluso en países donde se produce una fuerte industrialización solo se llegue a un nivel medio de desarrollo capitalista y que esto se produzca de una forma dependiente imposibilita el paso a una fase de gran industria. Aun así se ven diferencias entre las distintas zonas regionales, el historiador y politólogo soviético latinoamericanista, Kiva Maidánik, en su libro, La crisis socio-política en América Latina y sus perspectivas de superación (1973), distingue tres zonas fundamentales con tres grados de desarrollo específicos: los del cono sur (Argentina, Uruguay, Chile y, en parte, Brasil) que constituyen el grupo de países más desarrollados de América Latina, los países norandinos (Colombia, Perú) que se encuentran en el segundo escalón; y los países de Centroamérica que constituyen el grupo de países más atrasados.

Marta Harnecker, socióloga marxista chilena, en su libro «Lenin. Revolución social y América Latina» (1986), considera que son todos estos elementos los que propician un contexto de crisis estructural que solo puede ser superada con la liquidación de las reminiscencias feudales y con la ruptura del multiforme sistema de explotación capitalista sobre el continente.

Hacia mitad del siglo XX esto desemboca en un choque entre dos posturas ideológicas radicalmente opuestas: la lucha social revolucionaria, profundamente antiimperialista frente a los que defienden la necesidad de un desarrollo industrial capitalista que en ese contexto solo puede producirse asumiendo el propio desarrollo dependiente del imperialismo. El primero de los bloques dará lugar al triunfo de la Revolución cubana en 1959; el segundo, a una oligarquía parasitaria completamente alineada a los intereses del imperialismo, sobre todo del estadounidense. Cabe destacar que en países como México o Argentina hay períodos donde se intenta un proceso de capitalismo de corte nacionalista que igualmente son derribados desde el exterior.

Pero volvamos al contexto internacional. En 1917 triunfa en la antigua rusia zarista el primer estado de obreros y campesinos, dando paso a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. La primera experiencia exitosa de un proyecto revolucionario marxista superador del modo de producción capitalista. Tras la segunda guerra mundial, y la victoria soviética contra los nazis, EEUU quien participa en la última etapa de la guerra en el bando de los aliados, empieza a consolidar su poder centrando en este caso su objetivo fundamental contra la URSS quien poco a poco y gracias a su modelo socialista de desarrollo se convertirá en la primera potencia mundial, una potencia mundial que además será firme defensora de los procesos de autodeterminación de los pueblos y del antiimperialismo. Entendiendo en base al análisis materialista de la historia al imperialismo como la fase superior del modo de producción capitalista.

EEUU bajo el pretexto de la reconstrucción del continente europeo destruido durante la guerra, se introduce a través de ayudas como el Plan Marshall en los países occidentales de Europa, creando una nueva zona de expansión y un marco de encuentro entre las potencias imperialistas que temen que una nueva contienda entre ellas pueda propiciar, como ya propició en 1917, una expansión mayor del socialismo por Europa o el mundo.

Es en este contexto, en 1947 tras el discurso que definió la doctrina Truman (de claro componente anticomunista) cuando se abrió paso a la injerencia de EEUU en políticas de terceros países, asumiendo como válido que la no expansión del comunismo era vital para su seguridad nacional. El 18 de Septiembre de ese mismo año, surge la CIA (Central Intelligence Agency) con la misión inicial de evitar la expansión del comunismo. En 1949 se le concede la potestad para investigar sin necesidad de autorización judicial, expedientes administrativos y fiscales. Había nacido la «policía del mundo».

Con todo ello comienza una extensa lista de intervenciones injerencistas de EEUU en Latinoamérica, golpes de estado, guerrillas paramilitares de mercenarios, bloqueos económicos o sanciones que buscan evitar que la situación de crisis estructural y estancamiento de los países de América Latina explote como luchas de liberación nacional y desarrollo económico y social independiente. EEUU pone su vista en evitar que la Revolución cubana sirva como ejemplo para los demás pueblos de Latinoamérica. Las políticas anticomunistas se convierten así en el fundamento ideológico de la lucha contra la emancipación de los pueblos. Incluida la liberación en los propios EEUU donde la persecución política y sindical conocida como la «Caza de Brujas», convertirá a toda la izquierda estadounidense en «enemigo» de su propio país. Las consecuencias ideológicas, políticas, sociales y económicas de esta guerra serán fundamentales para agudizar las contradicciones que hoy se reflejan en las manifestaciones antirracistas, en la gestión deficiente de la crisis del Covid y en otros elementos coyunturales nacidos sobre una estructura de dominación que pretendió ganar tiempo contra el propio avance de la historia apoyándose en la explotación de los pueblos.

Desde 1948, EEUU interviene participando en golpes de estado en Venezuela (1948), Paraguay (1954), Guatemala (1954), República Dominicana (1963), Brasil (1964), Argentina (1966 y 1976), Bolivia (1971), Uruguay (1973), Chile (1973), El Salvador (1979), Panamá (1989)…entre otros. Así como sosteniendo dictaduras afines como con la de Familia Somoza en Nicaragua. Recordemos la mítica frase de Franklin Delano Roosevelt al respecto de Anastasio Somoza García: «Es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta». En consonancia tras la revolución sandinista, EEUU financia a la contra, y establece nuevos mecanismos de desestabilización que llevaron a la caída del gobierno sandinista en 1990.

Igualmente, ya en la década de los 90 del siglo XX, según una investigación del 'The Center for Public Integrity', con sede en Washington, se reveló el estrecho vínculo entre Vladimiro Montesinos y la CIA. La agencia estadounidense le suministró entre 1990 y el 2000 no menos de 10 millones de dólares en efectivo. Un elemento fundamental que sostuvo el «autogolpe» de Alberto Fujimori en Perú.

EEUU por tanto ha trabajado duro por mantener ese «patio trasero» que necesita para seguir actuando como bloque y garantizar su hegemonía.

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Y entonces llegó Chávez…

No entraré a contextualizar uno a uno los motivos por los que se produce el Proceso Bolivariano en Venezuela porque daría para otro artículo pero lo que está claro y de alguna forma se va a repetir en distintos escenarios es que la situación de crisis estructural se agudiza, la lucha de clases se hace más presente y eso lleva a una crisis en los distintos regímenes políticos de varios países que dan paso a lo que se conoce como los Gobiernos Progresistas latinoamericanos.

A menudo desde Europa se tiende a hacer una analogía simplona entre muchos de estos gobiernos y las apuestas socialdemócratas europeas. Es cierto que en la mayoría de los casos se trata de procesos populares, abiertos a la participación de muchos sectores sociales, y no exactamente liderados por ninguna corriente marxista-leninista. No obstante, ¿por qué son objetivamente progresistas y nada comparables a la socialdemocracia europea?

¿Por qué los gobiernos progresistas latinoamericanos son objetivamente progresistas y nada comparables a la socialdemocracia europea?

Para empezar, debemos contextualizar el surgimiento de todos estos movimientos populares dentro de una tensión política que refleja una agudización de todas las contradicciones históricas que hemos venido abordando. Por una parte, el embiste del imperialismo, lo que supone una falta de soberanía política y de desarrollo económico independiente; por otra parte, la necesidad en muchos de esos países de una construcción nacional acorde a sus realidades genuinas, unas realidades marcadas por su propia historia y la diversidad étnica y cultural de esos pueblos.

Así el gran momento de flujo revolucionario, en tanto fruto de esa agudización y enmarcado dentro de la ruptura con los regímenes anteriores (cada país dentro de su propia circunstancia), tendrá lugar en torno a la primera década del siglo XXI. Gobiernos progresistas o al menos rupturistas en Venezuela, Bolivia, Argentina, Brasil, Honduras y Ecuador, el retorno del sandinismo a Nicaragua y el refuerzo que este nuevo contexto daba a la Revolución Cubana, que había sobrevivido aislada del mundo desde la caía de la URSS, generan un nuevo escenario que hace que se refuercen de nuevo los lazos de la unidad de lucha para el progreso social de los pueblos.

Por su parte, EEUU, que había resultado vencedor en la guerra fría empezaba, aún sin sospecharlo, su propia caída. Tras 2003 y la guerra de Irak, donde la potencia hegemónica de EEUU llegó a su zenit, comienza el declive de su hegemonía con el avance económico de lo que se llamarán las potencias emergentes: Brasil, India, Rusia, China y Sudáfrica. El mundo unipolar soñado por EEUU, donde nadie le podía hacer sombra, empieza a desmoronarse dando paso poco a poco a un nuevo período multipolar donde EEUU empezará a perder su capacidad de influencia comercial y política, mientras mantiene su hegemonía militar que le lleva a múltiples aventuras bélicas en distintas partes del mundo.

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Multilateralismo y desarrollo en América Latina

En este contexto se desarrollan múltiples organismos que buscan la cooperación entre los pueblos para romper con la clásica estructura de dominación, a modo de ejemplo del carácter estratégico de estas alianzas señalaré dos de ellas: La Alianza Bolivariana para los pueblos de Nuestra América (ALBA) y UNASUR.

El ALBA surge en diciembre de 2004 promovida por el presidente de Venezuela, Hugo Chávez Frías y el presidente de Cuba, Fidel Castro. Sirve de respuesta al ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas), firmado en Miami en 1994 y que abarcaba a todos los países del continente salvo a Cuba. Recordemos que en estos años el intento constante de asfixiar a Cuba se intensifica mediante su aislamiento internacional. Este sistema de libre comercio, entre economías completamente desiguales y por tanto beneficioso para la economía más fuerte del bloque, es decir EEUU, debía comenzar su andadura a partir de la IV Cumbre de las Américas en 2005. Los acuerdos del ALCA eran similares a los tratados de libre comercio que se negocian bilateralmente. Entre otros temas regulaba la reducción de las barreras arancelarias y el acceso a mercados, bienes y servicios de intercambio comercial, inversión extranjera, privatización de bienes y servicios públicos, agricultura, derechos de propiedad intelectual, subsidios y medidas antidumping, libre competencia y resolución de diferendos.

Por su parte el ALBA apuesta por:

  1. El comercio y la inversión no deben ser fines en sí mismos.
  2. Trato especial y diferenciado a los países.
  3. La complementariedad económica y la cooperación entre los países participantes, y la no competencia entre países y producciones.
  4. Cooperación y solidaridad que se exprese en planes especiales para los países menos desarrollados en la región.
  5. Creación del Fondo de Emergencia Social.
  6. Desarrollo integrador de las comunicaciones y el transporte entre los países latinoamericanos y caribeños.
  7. Acciones para propiciar la sostenibilidad del desarrollo mediante normas que protejan el medio ambiente.
  8. Integración energética entre los países de la región.
  9. Fomento de las inversiones de capitales latinoamericanos en la propia América Latina y el Caribe.
  10. Defensa de la cultura latinoamericana y caribeña y de la identidad de los pueblos de la región.
  11. Medidas para las normas de propiedad intelectual.
  12. Concertación de posiciones en la esfera multilateral y en los procesos de negociación de todo tipo con países y bloques de otras regiones.

Entre sus logros destaca la erradicación del analfabetismo en tres países de la región: Venezuela (2005), Bolivia (2008) y Nicaragua (2009). La Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM) con sedes en Cuba y Venezuela, que ha favorecido la formación de médicos, así como avances en investigación científica y técnica. La soberanía comunicacional como con el desarrollo del canal informativo TeleSur. Además de ejercer como bloque con capacidad internacional para presionar sobre el bloqueo contra Cuba, las sanciones a Venezuela o la denuncia del Golpe de Estado en Honduras en 2009.

Además del ALBA cabe destacar la creación de UNASUR (Unión de Naciones de América del Sur). Donde además de las líneas de comercio también se une el desarrollo y la capacidad colectiva de mejoras estructurales. Rompiendo el eje de poder de EEUU, con UNASUR, en 2011, se abre un proceso de multipolaridad. Inicialmente participan los 11 países de América del Sur.

Como proyectos destacan El Banco del Sur o la moneda SUCRE (para intercambios comerciales) que buscan profundizar en la creación de un espacio económico conjunto para el desarrollo.

Desgraciadamente, esta explosión de ideas y acuerdos cae en reflujo debido a distintas agresiones que padecen algunos de sus países protagonistas. Con el Golpe de Estado en Honduras en 2009 se inaugura una nueva etapa de asfixia contra los pueblos latinoamericanos. Así durante la Administración Obama, se derrocó al presidente de Honduras Manuel Zelaya; a través del Lawfare, EEUU expulsó a Dilma Roussef de la presidencia de Brasil, y encarceló a Lula; abrió 30 causas contra Rafael Correa, mientras que se consolidaba la traición de Lenin Moreno en Ecuador; se persiguió a Cristina Fernández en Argentina, y finalmente se aúpa a presidentes lacayos neoliberales como Mauricio Macri, Sebastián Piñera y Jair Bolsonaro, en Argentina, Chile y Brasil. Así mismo estarán detrás del intento de golpe contra Nicaragua en 2018.

Se crea el Grupo de Lima cuyo único objetivo es la injerencia política en Venezuela. Una Venezuela que ya había sido considerada por Obama «amenaza inusual y extraordinaria a la seguridad nacional y política exterior de Estados Unidos» y que será completamente bloqueada por la administración de Donald Trump…

Donald Trump por su parte, aplicará las medidas más salvajes del bloqueo contra Cuba, apoyará el golpe de Estado contra Evo en Bolivia, mientras continúa el ataque persistente contra Nicaragua.

En este contexto, donde el imperialismo de EEUU pierde influencia vemos como de forma entusiasta vuelve la mirada a su «patio trasero», un «patio trasero» que una vez más, como ya lo hizo otras veces en su historia trata de buscarse a sí mismo, en su propio reflejo y en el encuentro de sus pueblos.

En este contexto, donde el imperialismo de EEUU pierde influencia vemos como de forma entusiasta vuelve la mirada a su «patio trasero»

Afortunadamente en estos últimos años hemos visto con esperanza como en México ganaba el primer presidente de izquierdas en años, un presidente que ha virado la política entreguista al devenir imperialista de sus antecesores a través de cambios sustanciales en los ejes y alianzas en la región. Así vimos como López Obrador acogió a Evo Morales tras el golpe de estado en su país, le hemos visto posando en su toma de posesión con Nicolás Maduro, hemos visto como rompía con el grupo de Lima y exigía la aplicación de una política de no injerencia. Igualmente vimos como sacaba los colores a la Organización de Estados Americanos (OEA) por su papel en el golpe de Estado en Bolivia.

Con la vuelta del MAS, reforzado tras el golpe, en Bolivia; la más que presumible vuelta de un gobierno progresista a Ecuador en las elecciones del año próximo, la esperada recuperación de la Asamblea Nacional en Venezuela que facilite el desarrollo de su institucionalidad política, vemos como del reflujo podemos pasar a una nueva etapa de flujo revolucionario en América Latina. Un flujo al que se une Chile y sus protestas que han derribado la Constitución de Pinochet, un pueblo colombiano cada vez más consciente y cansado de un régimen genocida y muchos otros elementos que demuestran que Latinoamérica está en pie y que va a saber construirse mirando hacia sí misma.

Por eso debemos atender y entender el resurgir del bolivarianismo dentro de este nuevo y a la vez tan viejo contexto de necesidad de emancipación real de la América Latina. Una idea antigua que deja atrás los elementos ideológicos propios del liberalismo del siglo XIX, los caudillismos y la construcción nacional de las patrias chicas con todas sus connotaciones elitistas y racistas y que renace entendiendo y asumiendo su propia realidad mestiza y con la convicción de que toda revolución nacional debe atender y ser a la vez una revolución social que emancipe a cada uno de los participantes de dicho territorio.

Es por esto que la combinación entre la idea de Patria Grande y los aportes que las experiencias revolucionarias socialistas, como la inmensa Revolución Cubana, la Revolución Sandinista y los procesos de lucha incesante en todo el territorio latinoamericano son no solo un elemento objetivamente progresista y emancipador, sino que a su vez se imponen como una necesidad estratégica urgente para la lucha antiimperialista a nivel internacional.

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