Hasta ahora hemos querido poner sobre la mesa una concepción de la cultura íntimamente ligada a la clase. El marxismo revolucionario, a través de la crítica de la economía política, realiza una crítica radical de la sociedad de clases; sobre la base de la comprensión del modo de producción capitalista, es imprescindible un instrumento de análisis sobre la sociedad capitalista, y sobre las formas de conciencia y los modos de vida. Argumentamos, por tanto, que el concepto clase tiene un alcance sociocultural: a diferencia de los inicios de la crítica de la economía política, el desarrollo, maduración y mundialización de las relaciones sociales capitalistas en las sociedades capitalistas avanzadas impone a los individuos, cada vez de forma más evidente, los marcos de comprensión y comportamiento de la cotidianidad por clases.
El ser social forma la conciencia. Esto era así incluso cuando las variables étnico-geográficas establecían una fuerte interculturalidad, cuando las distancias económicas eran más espaciales que las sociales, y también hoy, en otro sentido: cuando estas variables étnico-geográficas se van difuminando por la socialización global de la economía, el ser social crea estructuras culturales en función de la clase, de los modos de vida y de los niveles de consumo derivados de las diferencias económicas entre clases. De este modo, las estructuras económicas sociales o, si se prefiere, las relaciones de producción y consumo han movido el eje de la cultura. Esto no significa que las variables étnicas vayan a perderse por completo, pero sí que han perdido su carácter dominante como patrón de comprensión y comportamiento cotidiano y que han sido sustituidas por estructuras culturales marcadas por el capitalismo. La distribución de estilos de vida por clases está dando lugar a una homogeneización étnico-cultural –tanto de etnias dominantes como subyacentes, independientemente de nuestra voluntad– tanto económica como, por ende, cultural. Es probable que se mantengan localmente la diferenciación lingüística y otras particularidades como los tipos de deporte, las danzas y similares –especialmente aquellos que tienen la posibilidad de sobrevivir bajo la forma de capital y ser mercantilizados–, pero son periféricos en la vida cotidiana de los individuos.
La dimensión cultural de estas colectividades es, en concreto, la estructura simbólica de los marcos de comprensión y comportamiento cotidianos. Pero los bloques culturales –supongamos que distinguimos entre cultura proletaria, cultura de clase media y cultura burguesa de élite– están regulados por una misma unidad como nexo interno, una concepción mundial básica, una comprensión social y una ética de conducta: la cosmovisión capitalista. Llamamos cosmovisión capitalista –o cosmovisión burguesa– a la concepción mundial derivada de las relaciones de producción capitalistas, base ontológica e histórica que integra los tres grandes bloques culturales de la sociedad burguesa avanzada. Entre otras cosas, la cosmovisión capitalista es la dimensión psicológica de la conciencia histórica burguesa: cómo los individuos ven, comprenden y participan inmediatamente en el mundo entero según la óptica burguesa y las categorías burguesas básicas de comprensión.
Tres bloques culturales principales, por tanto, y en los tres, como vestigio del fracaso del comunismo revolucionario, la hegemonía de la cosmovisión capitalista. De este modo, el partido histórico de la burguesía ejerce un control sobre los bloques culturales contemporáneos, lo que es más consecuencia que causa del predominio de la cosmovisión capitalista. Todas las culturas de clase –la proletaria, la de la clase media y la de las élites– integran en el programa histórico del capitalismo, cada una a su manera, la hegemonía cultural de la cosmovisión capitalista. Por poner un ejemplo del bloque cultural proletario, el predominio de la cosmovisión capitalista ha hecho que las masas proletarias entiendan la política de una manera ajena y, por tanto, no la practiquen o renuncien a la militancia revolucionaria. En los barrios pobres, la política se entiende como el circo que hacen los demás, no se le reconoce ninguna utilidad. En cambio, en la década de 1850, cuando la cosmovisión revolucionaria acababa de hegemonizar la cultura proletaria a nivel europeo, los trabajadores veían la política como algo propio –en la misma medida en que las clases medias y la burguesía consideraban la política un peligro–. Así se levantaron los grandes partidos proletarios en la segunda mitad del siglo XIX, los partidos revolucionarios, cuando la cosmovisión comunista estaba en ebullición y tenía la capacidad de formar una cultura de masas proletarias, con más fuerza que la cosmovisión capitalista. La situación actual es muy diferente, no porque la cosmovisión comunista sea históricamente falsa, sino porque, como proceso dialéctico, estamos en el agotamiento de un ciclo histórico de lucha revolucionaria o, lo que es lo mismo, en los inicios de un nuevo y largo ciclo a nivel mundial.
Esta argumentación tiene consecuencias políticas: el objetivo del proyecto comunista actual es imponerse a la cosmovisión capitalista a través de la lucha de clases cultural, comprendiendo, poniendo de manifiesto la base clasista de los bloques culturales por clases y destruyendo el origen burgués de la cultura cosificada y ajena. Las posiciones obreristas y esencialistas –como reflejo cultural del programa político de las clases medias y especialmente de la aristocracia obrera– confieren al trabajador productivo y a la cultura alienada que vive como tal un carácter revolucionario de facto. Estos reflejos conceptuales se deben a los conceptos confusos del triunfo de la cosmovisión burguesa. Porque no sólo no existe una potencialidad revolucionaria en el bloque cultural de la clase media, tampoco existe en el bloque cultural del proletariado: en el bloque cultural alienado de parados, jóvenes, mujeres precarizadas o inmigrantes, en la cultura proletaria pasiva contemporánea nacida del predominio de la cosmovisión burguesa, en la cultura de masas proletaria. No encontraremos, pues, una potencialidad revolucionaria en la cultura proletaria hegemónica, a menos que consigamos ponerla patas arriba, si no convertimos todas las impotencias en potencias revolucionarias, combatiendo las ideas falsas y haciendo triunfar de nuevo la cosmovisión comunista.
No encontraremos, pues, una potencialidad revolucionaria en la cultura proletaria hegemónica, a menos que consigamos ponerla patas arriba
Por tanto, entiéndase la base de nuestro análisis para el renacimiento de la lucha cultural de clases –que puede situarse directa y exactamente en el cauce revolucionario de la lucha cultural de Gramsci–: distinguimos tres grandes bloques culturales y los tres aparecen hegemonizados por el entendimiento mundial cosificado impuesto por la cosmovisión capitalista, también la cultura de masas proletaria internacional. Su comportamiento se limita a la esfera del mercado y del movimiento de mercancías y tienen neutralizadas y normalizadas las formas objetivas de producción de capital, estado burgués y dominación. De este modo es impensable no sólo la reorganización de la posición revolucionaria, sino también la propia comprensión. En definitiva, no sólo la visión y el comportamiento de la élite burguesa, ni siquiera el de las clases medias, la visión y el comportamiento del propio proletariado, en el día a día, se ve imposibilitado para pensar y proyectar y practicar una acción político-militante fuera del orden social burgués. Esta es la base de la opresión cultural obrera: la hegemonía del partido histórico burgués, la hegemonía de la cosmovisión capitalista y, junto con el fracaso histórico del ciclo anterior de la lucha de clases, la eliminación de la cosmovisión comunista. La rígida ley de la cosmovisión capitalista en la cultura de masas proletaria ha impulsado, además, formas de conciencia reaccionarias diversas: individualismo, apoliticismo, machismo, xenofobia, aspiracionismo... Así, en definitiva, el proletariado ha pasado de ser una comunidad revolucionaria a una copia degradada de las clases medias: una guerra de todos contra todos, pero con los enormes daños que produce la extrema pobreza. Fuera de la base histórica de la cosmovisión comunista, pues sólo queda para los trabajadores la barbarie y el terror.
Esta es la base de la opresión cultural obrera: la hegemonía del partido histórico burgués, la hegemonía de la cosmovisión capitalista y, junto con el fracaso histórico del ciclo anterior de la lucha de clases, la eliminación de la cosmovisión comunista
No se trata, por tanto, de reivindicar como tal el carácter obrero alienado, ni de promover una cultura proletaria espontánea, sino de superar su condición inmediata –hegemonizada por la cosmovisión burguesa– construyendo la independencia de clase y reorganizando la conciencia histórica como proceso; formando y extendiendo una nueva cultura proletaria consciente basada en la hegemonización de la cosmovisión comunista, como estructura sólida y formada del partido comunista; en definitiva, reactivando y profundizando en la cosmovisión comunista, al tiempo que se reaviva la posibilidad de que toda la sociedad se autoconduzca conscientemente a una nueva fase histórica. El deber de la posición comunista, hoy como ayer, es combatir a la sociedad capitalista en su conjunto, configurar un sujeto político revolucionario que supere la cosmovisión capitalista: la construcción de un partido comunista a escala internacional, que promueva en su interior de forma consciente el valor universal y el respeto a las variables étnicas y a las diferentes lenguas.
Hablamos de la cosmovisión comunista. Esta es la concepción radicalmente alternativa del mundo que el movimiento revolucionario obrero ha forjado a lo largo de sus siglos de historia; la que tiene como base el momento teórico del marxismo como oposición radical, dinámica e histórica al capitalismo; la que quedó parcialmente desarrollada por el fracaso del último ciclo histórico de la lucha de clases internacional, ya que las revoluciones políticas socialistas no lograron llevar a cabo la revolución social-económica. El marxismo –la crítica de la economía política–, al igual que en el ciclo anterior, nos da a los comunistas una base precisa para comprender el movimiento histórico en el nuevo ciclo de la lucha revolucionaria de clases y, por tanto, para conocer lo que hay que transformar a través de la lucha de clases. El marxismo es una guía científica de transformación que debe ser constantemente revisada y alimentada con autocrítica, y como momento teórico tiene una importancia fundamental en la construcción de la cosmovisión comunista y en la lucha cultural que constituye su concreción. Sin embargo, no puede entenderse el marxismo mismo como una cosmovisión comunista completa, como algunos lo han hecho; una cosmovisión completa sólo se formará en el desarrollo integral de la revolución social y económica. De ahí la debilidad de la cosmovisión revolucionaria: una de las características del fracaso político y cultural de la segunda mitad del siglo XX ha sido la victoria cosmovisional del capitalismo. A las nuevas generaciones nos corresponde, de este modo, retomar el marxismo, actualizarlo y alimentar el proceso de reconstrucción y hegemonización de la cosmovisión comunista mediante la lucha integral de clases.
Preparemos, pues, nuestras estructuras políticas para la lucha cultural, para que en cualquier combate parcial veamos un campo de batalla de la cosmovisión comunista. Esta es la lucha cultural de clases: más allá de la espontaneidad de los bloques culturales asociados a la sociedad de clases, enfrentar un todo con otro en cada táctica de lucha, afrontar la cosmovisión histórica de la dominación de clase extinguida con la nueva cosmovisión de la libertad universal, la sociedad capitalista decadente con la construcción de la sociedad socialista.
Preparemos nuestras estructuras políticas para la lucha cultural, para que en cualquier combate parcial veamos un campo de batalla de la cosmovisión comunista
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