«Aquellos que hacen revoluciones a medias no hacen sino cavar su propia tumba»
Saint-Just
Si la historia de toda sociedad es una historia de lucha de clases, la historia de la izquierda abertzale no es una excepción. Así, el convulso ciclo que agitó el mundo en las décadas de 1960 y 1970, tanto en la periferia capitalista como en el corazón del centro imperialista, tuvo su expresión en Euskal Herria y a su vez en la izquierda abertzale, como corriente que enraizó fuertemente en la misma. Izquierda abertzale en minúsculas, en un sentido amplio, como espacio en un primer momento circunscrito a las siglas de Euskadi Ta Askatasuna (ETA) y luego más allá de ellas, que comenzaba a mostrar una gran capacidad tanto de influenciar los cambios sociales en curso como de alimentarse de ellos. Lo cual conllevó un gran dinamismo político tanto hacia afuera como dentro de sí misma, fruto de la fase de formación y definición ideológica que experimentaba por aquel entonces. Es éste último aspecto interno al que nos acercaremos.
Antes de entrar al desarrollo de la cuestión, es necesario realizar algunas aclaraciones conceptuales y de método. Por un lado, quedan fuera de éste análisis aquellas corrientes que ligaron su voluntad de convertirse en organizaciones de clase a evoluciones estratégicas estatalistas (ETA-berri, ETA-VI, Células Rojas…). Así pues, nos centraremos en el desarrollo de aquellas tendencias proletarias que sin embargo mantuvieron una estrategia independentista. El objeto de análisis será por tanto, la pugna por la dirección proletaria no ya del movimiento nacional en general sino de la izquierda abertzale en particular. Esto es, la lucha entre dos componentes y por tanto dos intereses de clase distintos –proletariado y pequeña burguesía– dentro de un mismo movimiento de carácter popular. Carácter popular de la izquierda abertzale referido a su base social y militante, pero sobre todo a los que serán definitivamente su contenido político –interclasista– y su hipótesis estratégica –etapista–.
[...] la lucha entre dos componentes y por tanto dos intereses de clase distintos –proletariado y pequeña burguesía– dentro de un mismo movimiento de carácter popular
Por otro lado, el periodo elegido no es casual. Elegimos la década de 1970 en un sentido no estricto, en pleno ciclo sesentaiochista y concretamente del momento posterior a la segunda parte de la V Asamblea de ETA en 1967, llegando de manera más difusa hasta las puertas de los 80, con el encarrilamiento de la transición. Tomamos pues la V Asamblea como punto de partida de todo un ciclo de gran complejidad, relativizando y negando pues la visión simplista y petrificada de ésta como fin de la historia en cuanto a clarificación teórico-política de la izquierda abertzale, mitificación desgraciadamente extendida, ya sea por desconocimiento o de manera interesada. A su vez, cerramos el periodo en el momento en el que la vitalidad de dichos debates languidece y éstos se van cerrando de facto, fruto de la derrota de las posturas proletarias.
Por último, conviene recordar que la cuestión del carácter de clase discurre no ya paralela, sino entrecruzada con otros debates clásicos de la época como son nacionalismo/socialismo, activismo armado/lucha de masas, centralismo/anarquismo organizativos, o las distintas perspectivas estratégicas, fruto de distintas valoraciones de la coyuntura y las condiciones de lucha. Lo mismo ocurre con el contexto económico, social y político de la época. Asumimos no poder tratar todas estas cuestiones por razones de concreción y formato, teniendo en cuenta que estarán ahí continuamente, para lo cual ya existen materiales. Nos centraremos en la cuestión de clase, en ocasiones menos perceptible y conocida que las otras, pero determinante y merecedora de un estudio pormenorizado, lo cual supera por mucho las posibilidades de éste humilde artículo, que si acaso pretende llamar la atención sobre ello.
LA V ASAMBLEA Y EL FRENTE OBRERO
Han pasado décadas desde la celebración de la V Asamblea de ETA y aún seguimos a vueltas con ello. Su peso como mito en la psicología colectiva de la izquierda abertzale es innegable, lo cual no niega al mismo tiempo su relevancia política real –ni la citada necesidad de su relativización-. Sus resoluciones suponen la culminación del giro a la izquierda que venía dando la organización, definiéndose como Movimiento Socialista Vasco de Liberación Nacional, en su voluntad de compaginar nacionalismo y socialismo, racionalizándolo ideológicamente mediante el llamado nacionalismo revolucionario, de claras reminiscencias tercermundistas, e identificándolo con el internacionalismo proletario.
Según dicha visión, se argumentará al estilo maoísta que si bien la contradicción fundamental es aquella entre la burguesía y el proletariado, la contradicción principal se dará en cambio entre la oligarquía y el pueblo, como conjunto de sectores sociales no exclusivamente proletarios –desde la pequeña burguesía hasta la burguesía nacional no oligárquica– oprimidos e incluso explotados por ella. Por ello, la revolución socialista será mediada necesariamente por una etapa previa, la revolución popular. Esto se apoyará en diversos factores: la noción de capitalismo monopolista, el mimetismo con los frentes de liberación de las experiencias anticoloniales, el hecho de encontrarse de facto ante el enemigo común del franquismo, o la histórica importancia relativa de la pequeña burguesía en la sociedad vasca y la crisis de la sociedad tradicional, ambos decisivos en el desarrollo del nacionalismo radical.
Y es que esta concepción popular antioligárquica, común a otros contextos, se verá agudizada por el hecho de darse en un contexto de opresión nacional. El hecho de que la oligarquía –incluida la autóctona– se identifique con el Estado español y a la nación vasca oprimida con el pueblo, convertirá a la primera en extranjera y a la lucha de liberación nacional en objetivamente revolucionaria. Por ello, la pretendida superación dialéctica de la dualidad liberación nacional-social se resolverá poniendo el peso de la moneda en su cara nacional, que actuaría como catalizador. Así pues, la lucha de clases tomará la forma de lucha de liberación nacional e independencia nacional será sinónimo de democracia popular. Para ello, la herramienta elemental será durante bastante tiempo el Frente Nacional.
Sin embargo, incluso dando por buena esta concepción interclasista y etapista, al concretarla aparecerá una y otra vez la contradicción creciente con el elemento proletario, con intereses comunes pero no idénticos, que no renunciará a la lucha de clases entre vascos y no se resignará a ser a un convidado más a dicho conglomerado de clases, sino que ejercerá de motor de la globalidad de la lucha. Así, en la V Asamblea se señalará cómo el proletariado «objetivamente es la clase más revolucionaria y en Euzkadi la más numerosa»[1], situándolo por tanto como clase universal y garante del proceso revolucionario. El desarrollo de éste precepto será el caballo de batalla de los sectores proletarios.
Paralelamente a la clarificación ideológica, hay otros dos elementos clave en las resoluciones de la asamblea, el estratégico y el organizativo[2]. Por un lado la reafirmación estratégica insurreccional con referencias argelinas de la espiral acción-reacción-acción y no sólo ello, sino su puesta en práctica muy poco después. Y por otro un esquema organizativo frentista, basado en los cuatro frentes del vietnamita Truong Chinh: político, militar, cultural y económico.
Sin embargo, dicho cuarto frente pronto sufrirá modificaciones. El Frente Económico tal y como estaba concebido respondía a la organización de la infraestructura económica necesaria para sostener y ganar una guerra de liberación. La falta de operatividad de dicha concepción en el contexto vasco coincidirá con un intenso proceso de proletarización –tanto de autóctonos como de inmigrados– con el consiguiente crecimiento de un nuevo movimiento obrero. La pujanza de las luchas obreras influenciará a ETA, escorándola hacia la izquierda y mostrándole más claramente el potencial político de la clase obrera. Por ello, pronto el Frente Económico se resignificará como Frente Obrero (F.O.), cuyos militantes participarán en la dinámica de las Comisiones Obreras de la época.
Ahora bien, la importancia política del F.O. superará por mucho la mera lucha sindical y el proselitismo en dicho ámbito, los cuales resultarán por otra parte bastante limitados en todo momento. Así, el F.O. se arrogará una función política de primer orden como es «asegurar la dirección de clase en el movimiento nacional vasco»[3]. Asumiendo además que el «Frente Nacional o lo dirige el proletariado o no hay Frente Nacional», ya que «sólo el proletariado es capaz de ofrecer opciones políticas, soluciones reales a la lucha de Liberación Nacional»[4]. De esta manera ETA reafirma su carácter popular, al mismo tiempo que los sectores proletarios van tomando perfil propio. Esto es, revolución popular, sí, pero mediante una dirección de clase.
El F.O. se arrogará una función política de primer orden como es «asegurar la dirección de clase en el movimiento nacional vasco»
Sin embargo, éste proceso distará mucho de dibujar una línea recta. Con la celebración de la VI Asamblea en 1970 en Itsasu, se producirá la escisión entre ETA-VI y ETA-V y la dimisión de las Células Rojas, lo que abrirá el periodo más complejo en la historia de la organización durante los dos años siguientes. Los vaivenes en las posturas y en los propios militantes así lo demuestran. No es mi intención entrar a toda la problemática de la escisión y sus pormenores, para lo cual ya existen materiales disponibles, por lo que me limitaré a seguir la pista de quienes de hecho se mantuvieron en las coordenadas de la V Asamblea, y especialmente en el ala izquierda de estos.
RETOMANDO Y DESARROLLANDO LAS TESIS DE LA V ASAMBLEA
Como decía, en el periodo inmediatamente posterior a la escisión reinará el desconcierto y las evoluciones de cada facción se darán lentamente. De hecho, ni ETA-VI planteará de golpe una estrategia estatalista nítida –ni se adherirá su dirección aún al trotskismo-, ni ETA-V defenderá exactamente las tesis de la V Asamblea, situándose en un primer momento a la derecha de las mismas. Sin embargo, habrá quienes posicionados entonces en un lado u otro, desarrollen por su cuenta las tesis que venían tomando cuerpo desde la anterior asamblea.
Así, ETA-V, la cual se había afirmado como negación del españolismo de ETA-VI, exacerbó dicho antiespañolismo y derechizó generalizadamente sus posiciones, aliándose incluso para ello con sectores ajenos a la organización. Es la conocida como etapa Askatasuna ala hil, por el subtítulo de su publicación Zutik. Sin embargo, mientras tanto una minoría de militantes exiliados en Bélgica animada por Federico Krutwig entre la que sobresaldrá Emilio López Adán Beltza retomará la línea nacionalista revolucionaria e internacionalista y emprenderá la publicación de Gatazka. Plantearán el Frente Nacional como «sitio de unidad y de lucha entre las clases participantes», que «no significa el abandono de la lucha específica de los comunistas». Así pues entenderán que «el proletariado vasco está cruzando el umbral de la línea política» y que «crear ese partido es un problema actual»[5]. Alertarán ya del peligro de que dicho frente se convierta en un instrumento de la pequeña burguesía si «se impidiera la existencia de un Partido obrero independiente, exigiéndose la sumisión de todos a un único órgano político» y afirmarán que el papel dirigente del proletariado «ha de agudizarse y esto, en la práctica, toma la forma de creación de un partido obrero autónomo del partido socialista vasco»[6].
Sin embargo, estos documentos tendrán una influencia muy limitada y representarán a una parte muy pequeña de su organización. El que sí será célebremente conocido será el Documento firmado por los presos que estaban siendo juzgados militarmente con condenas a muerte en el célebre Proceso de Burgos. Originalmente fue planteado como una carta a la dirección de ETA-VI, con la que se posicionaban –desconociendo la evolución que se estaba produciendo en ella–, y criticaban agriamente a los firmantes del Manifiesto de ETA-V. Sin embargo, la relevancia de su contenido, el cual venía a desarrollar las tesis de la V Asamblea hacia la izquierda, sobrepasaba y mucho la polémica organizativa del momento. Ejemplo de ello es que acabará siendo asumido oficialmente por la propia ETA-V y publicado posteriormente en su Zutik. Por su extensión y profundidad merece ser leído aparte. Allí caracterizarán al Frente Obrero como «el primer embrión de lo que será el Partido de los Trabajadores Vascos (en que deberá inevitablemente convertirse ETA)» y se opondrán a que los acuerdos de la V Asamblea «sean tomados como algo monolítico y concluido, esterilizando con ello el necesario desarrollo de los mismos»[7]. En otro documento posterior ya crítico con ETA-VI, firmado por Zalbide, Onaindia y Uriarte, se negará la posibilidad de «lograr primero la unidad del proletariado desde fuera de la lucha real»[8], asumiendo que el propio desarrollo de la propia revolución popular alumbraría la organización proletaria independiente.
El comunismo heterodoxo con tintes cada vez más libertarios de Gatazka, y el marxismo-leninismo explícito de los presos de Burgos, resultarán vías paralelas que ponen sobre la mesa un punto clave: la cuestión de la dirección proletaria, es decir, de su independencia, será ya la cuestión del Partido. Y especialmente en el caso de los segundos, dichos planteamientos se adoptarán formalmente por la organización. La cual mientras tanto irá superando su crisis, recuperando la legitimidad histórica de la V Asamblea, integrando las críticas, dejando de lado los intentos de Frente Nacional, ganando militancia y sobre todo, reanudando el activismo armado. Esto hará que ETA-V pronto vuelva a ser reconocida como ETA a secas.
Nos situamos ya en la época en la que la organización escore formalmente sus posturas más a la izquierda. Así, según sus principios ideológicos mínimos (sic) en 1972 «son precisamente el proletariado y sus vanguardias las que no deben permitir que la pequeña burguesía se haga con la dirección de la lucha de liberación nacional porque abortarían así el proceso revolucionario, convirtiendo la revolución proletaria en un reformismo pequeño burgués»[9]. Pero será sobre todo una época de grandes contradicciones, en las que coexistirán el secuestro de Zabala[10] –un empresario vasco e incluso vasquista– con la entrada en tromba de los centenares de militantes de EGI-Batasuna, organización disidente del PNV que ya venía prestando su aparato a ETA.
Llegamos así a la VI Asamblea –esta sí, reconocida por ETA-V– celebrada en Hazparne en 1973. En sus conclusiones se afirmará que «ETA quiere llegar a constituir la vanguardia de nuestra clase, la clase trabajadora, y, a través de ella, de todo el pueblo»[11]. En dicha asamblea se aprobará también un texto de indudable interés visto desde hoy pero que sin embargo pasó entonces bastante desapercibido, Por qué estamos por un Estado Socialista Vasco, en el que se reafirma la lucha con «una perspectiva revolucionaria de clase, desde la perspectiva más consciente y auténticamente revolucionaria: la comunista»[12], el cual fue obra al parecer del joven Eduardo Moreno Bergaretxe, Pertur.
Si hasta ahora hemos sacado a la luz algunas de las referencias más a la izquierda de la organización, es igual o más necesario relativizar su relevancia real más allá del papel. ¿Qué consecuencias prácticas tuvo todo esto? ¿Había realmente una hegemonía proletaria dentro de la organización? ¿Se puede hablar ya de una organización comunista? Visto el desarrollo posterior, podemos negar la mayor. Si algo caracterizó esta época fueron los procesos contradictorios y en definitiva el confusionismo ideológico. La radicalización en la definición socialista de la organización o las disquisiciones teóricas por parte de ciertas minorías, serán toleradas por los dirigentes militares –poco interesados en la teoría, de la cual desconfían– en la medida en que no obstaculicen la práctica armada ni nieguen el nacionalismo, pero no serán asumidas mayoritariamente ni tendrán una aplicación como tales. ETA seguirá siendo una organización popular con una definición socialista calculadamente ambigua, que afirma querer ser proletaria. Pero el proceso de conversión en una organización de tal carácter estará lleno de obstáculos y efectivamente nunca llegará a producirse. De hecho, esta será una de las razones que provocará nuevas rupturas y abrirá la veda de la cuestión del Partido más allá de las siglas ETA a través de nuevas vías.
¿Había realmente una hegemonía proletaria dentro de la organización? ¿Se puede hablar ya de una organización comunista? Visto el desarrollo posterior, podemos negar la mayor
DEL FRENTE OBRERO A LAIA
Llegados a 1974, el ascenso del movimiento de masas que avecinará el principio del fin del franquismo provocará distintos posicionamientos en el seno de ETA. Pero más allá de la reacción a los planteamientos estratégicos y organizativos que subordinaban al FO a la actividad armada, se agudizará un problema político de fondo: el del propio carácter de clase de la organización.
Una parte de los militantes del FO venían asumiendo que «en ETA han triunfado las influencias pequeño-burguesas» y daban por perdido que ésta se constituyera en «Partido obrero y comunista patriótico vasco», asumiendo que «dada la correlación de fuerzas en el seno de ETA, un cambio de toda la organización en éste sentido parece prácticamente imposible»[13]. En una asamblea celebrada en Domintxaine se fundará ese mismo año LAIA, Langile Abertzale Iraultzaileen Alderdia, donde al núcleo de militantes del FO de Gipuzkoa se le sumarán algunos otros del Frente Cultural, del propio Frente Militar o del grupo Gatazka. LAIA será el fruto de la última escisión por razones ideológicas en ETA. Y será una escisión por la izquierda entre independentistas, en la que serán los comunistas quienes decidan abandonar la organización viéndose incapaces de influir ya dentro de ella. El objetivo de su creación será «cubrir el vacío y la inexistencia de una organización que luche por los intereses del proletariado de Euskadi»[14]. Como pioneros en esta tarea, fueron un referente comunista vasco de primer orden.
Sin embargo, LAIA arrastrará problemas estructurales desde un principio. Uno será la precariedad organizativa que le supone el hecho de localizarse casi exclusivamente en ciertas comarcas guipuzcoanas –Debabarrena, Urola, Goierri–. Otro, su limitada coherencia interna, fruto de la heterogeneidad ideológica de su militancia, lo cual pronto le supondrá nuevas rupturas que trataremos más adelante. Pero la principal será su relación simbólica con la propia ETA. A diferencia de otras organizaciones políticas de la izquierda abertzale que irán surgiendo en la época más o menos patrocinadas o directamente creadas por las distintas ramas de ETA, LAIA nacerá no como continuidad sino como ruptura con ella, lo cual le privará de su prestigio y la limitará a sus escasas fuerzas propias. Esto no será sino un reflejo de la debilidad real de los sectores proletarios desde un principio. Las alianzas frustradas y la propia evolución posterior de la izquierda abertzale le dejará cada vez un menor espacio político hasta su crisis definitiva. En resumen, LAIA quedará como un pequeño partido obrero con grandes ambiciones, lejos en todo caso de convertirse en el Partido.
LAIA nacerá no como continuidad sino como ruptura con ella. [...]. Las alianzas frustradas y la propia evolución posterior de la izquierda abertzale le dejará cada vez un menor espacio político hasta su crisis definitiva
LA MALOGRADA UNIDAD ENTRE MILIS Y POLIMILIS
Poco después de la escisión de LAIA, los distintos planteamientos organizativos y estratégicos desencadenarán una nueva ruptura en el seno de la organización, en cuyas causas no se encuentran a priori razones ideológicas. Así pues, parte del Frente Militar liderada por Txomin Iturbe y José Miguel Beñaran Argala –un rara avis entre los milis de los cuales será estratega, que hereda su formación marxista de su paso por ETA-VI– se escindirá en 1974 formando ETA militar, y el grueso de la organización pasará a conocerse como ETA político-militar.
En su Agiri fundacional[15], ETA (m) desechará ya la posibilidad insurreccional y la organización frentista, anticipando la llegada de la democracia burguesa y planteando una estrategia de mínimos en la que la lucha armada será «el único elemento verdaderamente inasimilable por la burguesía». Reconocerá la existencia de «un heterogéneo conglomerado de grupos y personalidades, cuyo común denominador es la reivindicación de la total independencia de Euskadi reunificada y de un socialismo aún sin definir», que estará unido más por «afinidad de métodos y estrategias» que por «identidad ideológica», identificando en todo caso «dos líneas ideológicas, la social humanista y la marxista». Como organización separada exclusivamente militar, se abstendrá en un principio de intervenir en política civil, limitándose a apoyar los intentos de autoorganización que se den en todo ese espacio de izquierda abertzale de cara a la Constitución de un frente popular independentista. Pronto definirá sin embargo «la necesidad de un partido de la clase obrera» ya que si «dentro de un frente antioligárquico participan fundamentalmente fuerzas de la burguesía popular y de la clase obrera», concluirá que «una de las dos clases habrá de llevar la dirección de la lucha»[16].
Pese a la divergencia de criterios inicial, ETA (pm) irá modulando su modelo organizativo acercándose parcialmente a las concepciones milis sobre la separación entre las luchas armada y de masas. Esto lo formulará mediante el concepto de desdoblamiento y la creación de un partido revolucionario, desarrollado en la conocida como Ponencia Otsagabia[17] que quedará como testamento político en clave comunista del recién desaparecido Pertur. Así llegamos a la VII Asamblea de ETA (pm) en 1976, en la que se dará el punto de mayor cercanía entre milis y polimilis –para desasosiego de su facción berezi que quedaría fuera de juego–, así como el del más nítido posicionamiento de ETA (m) a favor de la creación de un partido de clase. De hecho Txomin y Argala estuvieron invitados a la reunión, realizando aportaciones en ella[18]. Asímismo, las conclusiones de dicha asamblea fueron publicadas y aplaudidas en el propio Zutik de la rama militar[19]. Se verá posible pues la reunificación de las dos ETAs y la unidad de la izquierda abertzale en torno a la dirección de un partido revolucionario de clase.
Por un momento se verá posible pues la reunificación de las dos ETAs y la unidad de la izquierda abertzale en torno a la dirección de un partido revolucionario de clase
Sin embargo, ya el año siguiente aflorarán los problemas de la ansiada unidad[20]. El conflicto interno entre la dirección de ETA (pm) y Komando Bereziak, quienes ya antes opuestos a Otsagabia acusan ahora a la primera de traición y liquidacionismo por las negociaciones que mantiene con el Estado, acabará en escisión vía expulsión mutua. Paralelamente, la apuesta por la participación electoral sin condiciones de los polimilis pese al acuerdo existente entre las fuerzas participantes en KAS (Koordinadora Abertzale Sozialista), hará saltar por los aires la unidad de la coordinadora. Había de hecho diferencias de fondo entre milis y polimilis, tanto en su concepción de la lucha armada –ofensiva y de vanguardia para los primeros, disuasoria y de retaguardia para los segundos–, como de la estrategia frente a las nuevas instituciones de la Reforma –negación de la mismas y en todo caso participación condicionada para los milis, aprovechamiento de todas sus posibilidades para los polimilis– así como en la propia concepción de KAS. De esta manera se frustrará la unidad de la izquierda abertzale, consolidándose dos campos en torno a cada rama de ETA. Paradójicamente, milis y berezis, ahora cada vez más cercanos, culminarán su fusión en el mismo 1977. Paralelamente, ETA (m), de nuevo ETA a secas, se reforzará militar y políticamente a la par que se aleja definitivamente de toda veleidad propartido.
EIA, DEL LENINISMO A LA SOCIALDEMOCRACIA
Sin embargo merece la pena detenerse en el fruto del desdoblamiento de ETA (pm) que desembocó en 1977 en la creación de EIA, Euskal Iraultzarako Alderdia. Y es que de las distintas vías a la creación del Partido, la polimili ha sido probablemente la que más desarrollo tuvo, al menos en el plano teórico. Si en Otsagabia se definía la necesidad de la creación de dicho partido, éste quedaba aún escasamente definido. Esta definición se dará en la siguiente fase al desdoblamiento, el reagrupamiento, y lo hará en términos leninistas relativamente ortodoxos. Su documento de referencia será Arnasa, donde se harán también interesantes aportaciones en el marco teórico de la izquierda abertzale para la nueva coyuntura. Lo cual se complementará en su Manifiesto repartido en la presentación de Gallarta, donde contundentemente «EIA viene a romper con el “populismo” siempre latente en la línea política e ideológica de ETA, para adoptar finalmente una rotunda y clarísima definición de clase» como «un partido obrero abertzale en el camino hacia la construcción del partido revolucionario de los trabajadores de Euskadi»[21].
En Arnasa se matizará el concepto de revolución popular y su carácter de clase, diferenciándolo de la problemática de los países con un campesinado masivo que obliga a una «alianza campesinado-proletariado como clases diferenciadas». Así pues, se refiere a que la revolución ha de ser «protagonizada por las clases populares, pero no puede ser otra cosa que una revolución socialista, no sólo porque está dirigida por la clase obrera, sino porque éste bloque de clases populares está integrado casi en su totalidad por asalariados y se encuentra en proceso de proletarización»[22]. Consecuentemente con la caracterización de la actual fase como democracia burguesa, se planteará que la única revolución pendiente será ya la socialista. El paso de la dictadura a la democracia formal invertirá el peso de los factores coerción-consenso, lo que obligará a un aprovechamiento de los cauces legales aceptados por la mayoría, sin «entregarse por completo y en exclusiva» a ellos, vigilando los peligros del reformismo y potenciando órganos de «poder popular».
Sin embargo, pasando del plano teórico al práctico, por todos es conocida precisamente la rápida evolución reformista de éste sector, cuyas referencias hegemonistas cercanas al eurocomunismo cosecharon la conocida bancarrota. Y es que la instrumentalización leninista de la tribuna parlamentaria ensayada por el outsider Francisco Letamendia ‘Ortzi’ en nombre de Euskadiko Ezkerra fue sustituida por el posibilismo y la institucionalización e integración definitivas, echando por tierra los principios de Otsagabia. Sería injusto sin embargo responsabilizar de ello a los comunistas que se mantuvieron en sus posiciones originales, que los hubo, y de hecho fueron defenestrados y marginados por ello, como es el caso del juzgado en Burgos Gregorio López Irasuegui o Iñaki Maneros. De hecho, su peso político en la primera EIA fue circunstancial, ya que no existía una correlación de fuerzas real a su favor. La asunción de las tesis comunistas era en efecto minoritaria y no tenía una correspondencia en las bases –meramente atraídas por el prestigio de ETA– ni tampoco en una dirección con pretensiones muy distintas, ya con el otsagabiano Javier Garayalde ‘Erreka’ pero sobre todo tras el desembarco de los extrañados con Onaindia a la cabeza. La temprana deriva oportunista del conjunto político-militar impidió poder comprobar el posible desarrollo que habría tenido una EIA en clave revolucionaria. Así pues, no fue un exceso de comunismo lo que la desvió, sino la falta de aplicación del mismo.
La temprana deriva oportunista del conjunto político-militar impidió poder comprobar el posible desarrollo que habría tenido una EIA en clave revolucionaria. No fue un exceso de comunismo lo que la desvió, sino la falta de aplicación del mismo
LA AUTONOMÍA: COMUNISMO ANTI-PARTIDO
En el polo ideológico opuesto del disperso campo comunista se situaron los autónomos. Ya en 1976, fruto de los distintos posicionamientos en torno a la Alternativa KAS como salida táctica para el final del franquismo, se alumbrarán las diferencias ideológicas y estratégicas que venía arrastrando LAIA en su seno, dando lugar a una nueva escisión. LAIA (ez) evolucionará hacia posturas autónomas, y LAIA (bai) hacia un concepto más vanguardista de partido, que le será inviable aplicar tanto por su fracaso en sus intentos de confluencia, como por su debilidad estructural e incompatibilidad frente a las nuevas concepciones vanguardistas del propio bloque KAS.
Como decíamos, dentro de LAIA había diferencias de fondo más allá del apoyo a la Alternativa. El sector de LAIA (ez), después conocido como LAIAK –con la K de komunista–, representaba al sector más radicalizado del conjunto de la izquierda abertzale. En esa línea, se enfrentó a todo frentepopulismo y compromiso con la pequeña burguesía, oponiendo la intransigencia proletaria y la autonomía de clase. Sin embargo, esta negación del interclasismo no provendrá de la crítica del bloqueo producido por el excesivo peso político de la pequeña burguesía, sino de una infravaloración del mismo. Será pues una lectura optimista, lo cual será en parte su virtud, pero sobre todo la causa de su fracaso.
El origen de estas concepciones no se encontrará especialmente en la reflexión teórica –de la cual apenas existen referencias[23]– sino en la gran influencia de los movimientos asamblearios de la época y de sus expresiones más radicalizadas. Es por ello que las referencias consejistas o libertarias puras serán escasas frente a la experiencia propia y la confianza en la espontaneidad creadora de las masas. De ahí que las concepciones antipartido pronto entrarán en contradicción con el mantenimiento de las propias siglas de LAIA. Consecuentemente, participarán en 1977 en una Convergencia Asamblearia con otros grupos del difuso espectro de la autonomía obrera, la cual pronto decaerá. Algunos sectores pasarán a la ofensiva armada a través de los Comandos Autónomos Anticapitalistas justo en el punto de conflictividad más álgido. Tan es así, que los autónomos juzgaron la coyuntura como preinsurreccional, planteando que la inestabilidad del poder burgués al final del franquismo podía ser transformada en crisis revolucionaria haciendo descarrilar la transición. Descartado todo etapismo, no era cuestión de plantear una alternativa a la Reforma sino al propio sistema.
Como es bien conocido, no pudo ser. Llevaron hasta el final su apuesta y la perdieron. La mayor parte de la clase obrera dio la espalda a la revolución y la nueva democracia autoritaria se asentó sobre la represión y la colaboración de partidos y sindicatos. El único programa de los autónomos era la propia lucha, por lo que tan pronto como la efervescencia de las masas decayó, ellos lo hicieron con ella, pagando un precio muy caro por su compromiso militante. En paralelo, fueron duramente tratados por el MLNV, como una competencia molesta. Paradójicamente, gran parte de ese magma social asambleario curtido en la lucha antirrepresiva y reacio a los partidos, pasaría a conectar afectivamente con la referencia simbólica de ETA. En torno a ella se cohesionará la futura izquierda abertzale, la cual rápidamente metabolizará a dichos sectores a partir de las concepciones filoasamblearias de Argala.
El único programa de los autónomos era la propia lucha, por lo que tan pronto como la efervescencia de las masas decayó, ellos lo hicieron con ella, pagando un precio muy caro por su compromiso militante
MLNV: LA IZQUIERDA ABERTZALE MODERNA
Si hasta ahora hemos hecho un repaso por aquellas experiencias fracasadas que terminaron por desaparecer –no así sus ideas–, acabamos ahora con la única facción de la izquierda abertzale que sobrevivió la transición con su programa rupturista y su oposición frontal –y armada– a la Reforma, lo que fue refugio a su vez de muchos de los que quedaron políticamente huérfanos. En fin, la que a la postre ha constituido la izquierda abertzale moderna, estructurada orgánicamente en el Movimiento de Liberación Nacional Vasco.
Pero vayamos a su génesis. Volviendo al momento tras la frustrada reunificación entre milis y polimilis, ETA (m) con Argala al frente dará un paso atrás en sus posturas favorables al partido de clase. Como respuesta a la dispersión y confusión en las fuerzas de la izquierda abertzale, asumirá que «a toda esta base hay que darle unas opciones políticas serias y claras al margen de las diferencias partidistas y las absorciones reformistas»[24] lo cual sólo estará en posición de hacer la propia ETA a través de KAS. Desdiciéndose también del no intervencionismo en política civil de los primeros milis, las concepciones político-militares originales de los berezis –en las que la propia organización armada ejerce la dirección política sin subordinarse a nadie– terminarán por apuntalar el giro en éste sentido. De fondo estará su desconfianza fundada respecto a los políticos, y la creencia militarista de que cuando el partido dirige el fusil éste termina por liquidar la lucha armada e integrarse en el sistema, como en el caso de EIA.
Previamente, como respuesta al llamamiento del Agiri de 1974 a la organización de grupos abertzales civiles, ya habían ido surgiendo EAS primero, EHAS después y tras un proceso de convergencia socialista que culminaría en 1977, HASI, Herri Alderdi Sozialista Iraultzailea. Estas siglas compartirían cierta ambigüedad socialista fruto del heterogéneo conglomerado de la izquierda abertzale, y en su composición se encontraban todo tipo de elementos externos a ETA, entre los que irían destacando los afines a ETA (m). Tanto es así que en su primer congreso, su dirección eurocomunista –cercana a la EIA reformista, después formará EKIA y confluirá con ella– será expulsada por las bases promilis, fruto de la nueva estrategia intervencionista de ETA (m).
De la mano de la nueva dirección presidida por Santi Brouard, íntimo de Argala, HASI adoptará toda la liturgia leninista, centralismo democrático incluido. Sin embargo aplicará el modelo leninista hacia adentro, no hacia afuera. Nunca ejercerá de partido dirigente, ya que dicha función le corresponderá a KAS, donde cumplirá tareas de globalización. Aun así el peso del aparato alegal de HASI será importante, especialmente en HB –lo cual será fuente de futuros conflictos–, pero ello no supondrá ideológicamente un avance respecto al viejo carácter de clase popular ya consolidado de ETA, y políticamente se subordinará en última instancia a ella. Descartados modelos partidarios ortodoxos y asamblearios puros, según la concepción de KAS como Bloque Dirigente, sus integrantes ejercerán la función de vanguardia colectiva que les delega la verdadera vanguardia de todo el MLNV, ETA, garantía última de conseguir sus objetivos tácticos y estratégicos. Las posiciones proletarias quedarán definitivamente diluidas. Después quedará ya sólo la lucha, la cual «incuestionablemente une», como quedará sentenciado en el Zutik 69. Será el último escrito por Argala –responsable de las escasas publicaciones milis– y tras ser asesinado dejará de editarse para siempre, lo cual no deja de ser sintomático del fin de toda una época.
Las posiciones proletarias quedarán definitivamente diluidas. Después quedará ya sólo la lucha, la cual «incuestionablemente une», como quedará sentenciado en el Zutik 69
EL FIN DE UNA ÉPOCA
El cierre del ciclo supondrá una derrota histórica sin paliativos para el proletariado revolucionario. Lo cual no es casual y no se reducirá a las pugnas internas por la hipotética dirección de la izquierda abertzale, sino a cómo se cerraron las opciones reales a nivel global para la revolución socialista. La lucha de Euskal Herria a partir de ese momento quedará definitivamente aislada, con todas las consecuencias.
La izquierda abertzale moderna, el MLNV, nace de esa derrota. Y lo que es importante: no al revés. El fracaso político previo del proletariado alumbró una izquierda abertzale a la que éste se incorporó subordinadamente, cuantitativamente, como objeto y no como sujeto, sin identidad política propia, la cual le fue negada. Participó con ello de esa larga guerra de desgaste durante décadas, una resistencia heroica y trágica, en la que dio lo mejor de sí mismo poniendo el cuerpo aun renunciando a su preciada independencia como clase. Pero el proletariado, o es independiente, o no es nada. A día de hoy podemos reafirmar la premisa teórica de que independencia de clase e interclasismo son incompatibles, irreconciliables. Así lo ha demostrado la experiencia continuada de negación práctica de la primera.
El fracaso político previo del proletariado alumbró una izquierda abertzale a la que éste se incorporó subordinadamente, cuantitativamente, como objeto y no como sujeto, sin identidad política propia, la cual le fue negada
Actualmente, cuando termina por cerrarse el ciclo que entonces se abría, en la culminación de la crisis histórica definitiva de lo que ha sido la izquierda abertzale y el agotamiento de su paradigma político, nuevas generaciones han aparecido decididas a retomar la bandera de la independencia de clase azuzadas por una brutal proletarización. Ha hecho falta que la degeneración oportunista de lo que un día fue la histórica izquierda abertzale expulse definitivamente al proletariado de su proyecto político para que paradójicamente, éste vuelva a levantar cabeza. Finiquitada la lucha, se esfuman con ella las condiciones que posibilitaron aquella unidad pasada. Pero eso no significa que echemos a andar sin mirar atrás. Es necesario analizar todo el camino que nos ha llevado hasta aquí. En éste caso remontándonos a la prehistoria de la izquierda abertzale moderna, sobre la cual aún queda mucho por decir.
No se trata sin embargo de hacer ahora un alegato sobre quién tiene la legitimidad histórica de la izquierda abertzale. Sería un grave error empeñarse en que esta fue puramente revolucionaria hasta que un día todo se torció. Al igual que lo es ocultar deliberadamente los intereses de clase contradictorios que desde siempre ha habido en su interior. Por ello es necesario tratar de arrojar algo de luz sobre nuestro pasado, para que no nos lo reescriban otros. Rechazar la mitología y oponerle una historia proletaria. Y ello significa no caer en lecturas fatalistas y deterministas. Tampoco en idealizaciones y voluntarismos imaginando cómo podría haber sido todo de otra manera. No nos valen puzzles eclécticos construidos arbitrariamente. Debemos ser capaces de sintetizar toda la experiencia pasada del proletariado revolucionario, sus aciertos y sus errores, para aportar hoy en el relanzamiento histórico del proyecto comunista. Sin olvidar el pasado, es el presente y el futuro lo que está en nuestras manos escribir.
REFERENCIAS
1. Posiciones ideológicas de la V Asamblea (1967)
2. Ideología oficial de Y (1967)
3. Zutik 51. (1969)
5. «A los revolucionarios vascos». Gatazka (1969)
6. «Alternativa de la tendencia marxista de ETA». Zutik 59 (1970)
7. Documento de los presos de Burgos al Biltzar Ttipia de su organización Euskadi Ta Askatasuna (1971)
8. «Iraultzakin burgeseri abertzaleak duen zerikusia». Zutik 62. (1971)
9. «Puntos mínimos ideológicos de ETA». Zutik 63. (1972)
10. «Hemos secuestrado a Zabala. ¿Por qué?». Zutik 63. (1972)
11. Hautsi 4. (1973)
12. Por qué estamos por un Estado Socialista Vasco (1973)
13. Histoire critique d’E.T.A. (1974) (en frances)
14. Sugarra 1. (1975)
16. Zutik 65. (1975)
17. El partido de los trabajadores vascos: una necesidad urgente en la coyuntura actual (1976)
18. Dos aportaciones de ETAm a la VII Asamblea (1976)
19. Zutik 67. (1976)
20. Zutik 68. (1977)
21. Arnasa 1. Material de debate para las mesas de reagrupamiento (1976)
22. Manifiesto de presentación de EIA. A la clase obrera y a todo el pueblo de Euskadi (1977)
23. Nazio Arazoa. Beretherretxe (1977)
24. Zutik 69. (1978)
BIBLIOGRAFÍA
Almeida, A. (2019). LAIA (Partido de los Trabajadores Patriotas Revolucionarios). Trayectorias políticas de un partido de izquierda abertzale (1974-1984)
Arregui, N. (1981). Memorias del KAS (1975-1978)
Letamendia, F. (1975). Historia de Euskadi, el nacionalismo vasco y ETA
Letamendia, F. (1994). Historia del nacionalismo vasco y de E.T.A: E.T.A. en la Transición (1976-1982)
López Adán, E. (2014). Biolentzia politikoaren memoriak 1967-1978
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