«La naturaleza es el cuerpo inorgánico del hombre; la naturaleza, en cuanto ella misma, no es cuerpo humano. Que el hombre vive de la naturaleza quiere decir que la naturaleza es su cuerpo, con el cual ha de mantenerse en proceso continuo para no morir» - Karl Marx
«(...) todo animal salvaje que tenga un valor monetario y toda planta salvaje que dé lugar a beneficios es inmediatamente objeto de una carrera hacia el exterminio» - Anton Pannekoek
«Wall Street es una forma de organizar la naturaleza» - Jason Moore
El hecho de que la humanidad esté en proceso de destruir sus propios fundamentos de vida ya puede considerarse como algo de sobra conocido. La destrucción de la biosfera, la escasez energética, las sequías recurrentes, las crisis alimentarias o la extenuación de los recursos naturales son fenómenos que resultan cada vez más frecuentes cuya causa última reside en la interacción entre sociedad y naturaleza bajo la racionalidad de la acumulación de capital. A lo largo de las siguientes líneas se pretende, por una parte, mostrar cómo la acumulación de capital conlleva necesariamente la degradación del entorno natural y, por otra, exponer los fenómenos concretos a través de los cuales se realiza dicha degradación.
LA UNIDAD ENTRE NATURALEZA Y SOCIEDAD
En sus primeras investigaciones, Marx trató de exponer cómo la reproducción de la sociedad a través del trabajo implica la transformación consciente de la naturaleza. En el primero de sus Manuscritos económico-filosóficos de 1844 explica que la actividad productiva –como determinación más básica del trabajo– es la mediación por la cual el ser humano transforma su entorno natural con el objetivo de apropiarse y consumir los bienes provistos por ella para satisfacer sus necesidades. A través de esta interacción metabólica entre los humanos y la naturaleza, el ser humano transforma la materialidad del entorno natural sobre el que trabaja. En definitiva, la actividad productiva del ser humano no sólo produce objetos útiles, sino que, con ello, también modifica la naturaleza.
En definitiva, la actividad productiva del ser humano no sólo produce objetos útiles, sino que, con ello, también modifica la naturaleza
Resulta importante mencionar, tal y como explica Jason Moore, que esta descripción de la relación metabólica entre ser humano y naturaleza es contraria a la concepción cartesiana que separa ambos polos de la relación en dos esferas aisladas e independientes. Naturaleza y sociedad conforman una unidad orgánica, de tal forma que los cambios en la forma de organización social implican cambios en la naturaleza y viceversa[1]. Lejos de ser una mera cuestión metodológica, la manera de concebir la relación entre sociedad y naturaleza tiene grandes implicaciones a la hora de examinar las causas sistémicas del daño medioambiental.
¿CAPITALOCENO O ANTROPOCENO?
En la actualidad, al menos a excepción de magufos y ciertos personajes interesados, existen pocas personas que nieguen la estrecha relación entre crecimiento económico y degradación medioambiental. Esta relación ha sido ampliamente demostrada mediante investigaciones empíricas[2]. Sin embargo, por muy cierta que sea esta relación, no atina a la hora de describir las causas subyacentes del daño medioambiental. La argumentación detrás de tal relación coloca a la humanidad –en abstracto– como causa última de la destrucción de la naturaleza. Así, los defensores de esta idea explican que actualmente estaríamos viviendo en la era geológica del Antropoceno, una era marcada por el significativo impacto de la actividad humana sobre los procesos geofísicos globales y los ecosistemas[3].
Por muy cierta que sea esta relación, no atina a la hora de describir las causas subyacentes del daño medioambiental. La argumentación detrás de tal relación coloca a la humanidad –en abstracto– como causa última de la destrucción de la naturaleza
Sostener que es la humanidad la causa última del daño medioambiental es superficial y sumamente problemático por varios motivos, pero, sobre todo, lo es porque no existe la humanidad como un todo indiferenciado, no existe una humanidad abstracta como agente colectivo con unidad homogénea de acción. Esto no puede ocurrir bajo una sociedad dividida en clases. La actual interacción entre los humanos y la naturaleza –y el daño medioambiental que ella conlleva– tiene como causa una forma de organización social dirigida por la acumulación de capital.
Es bajo el mandato de la acumulación del Capital cuando se impone la racionalidad económica de la competencia por la búsqueda de mayor ganancia. En otras palabras, el capitalismo implica una lucha competitiva por obtener recursos baratos y seguros, mientras la contaminación, la escasez de agua, el daño de los ecosistemas o el agotamiento de los recursos naturales no son más que efectos secundarios. La relación del Capital con el medio natural no tiene como objetivo establecer una relación sostenible con la naturaleza, sino su utilización rentable[4]. La organización social capitalista, en la que las decisiones de inversión de capital y trabajo son decididas bajo el mando capitalista, es también una forma de organizar la naturaleza. A su vez, el daño ambiental y el cambio climático son procesos que tienen su origen en la división de clase y el control de los recursos y la producción material por parte de los capitalistas. No vivimos en el Antropoceno, sino más bien en el Capitaloceno[5]: una sociedad en la que las decisiones de organización del trabajo, la inversión de recursos –y la relación con la naturaleza que de ahí se genera– vienen dictadas, en última instancia, por la reproducción ampliada del Capital y su acumulación en manos de la burguesía global.
El capitalismo implica una lucha competitiva por obtener recursos baratos y seguros, mientras la contaminación, la escasez de agua, el daño de los ecosistemas o el agotamiento de los recursos naturales no son más que efectos secundarios
EL CAPITALOCENO EN CIFRAS
Cuando se menciona que el daño medioambiental tiene un marcado carácter de clase, se hace referencia, entre otras cosas, a que en 2019 el 10% más rico de la población mundial fue el causante del 48% de las emisiones de CO2, mientras que el 50% más pobre fue el responsable del 12% de las emisiones globales[6]. O lo que es lo mismo, un grupo cinco veces más reducido en tamaño fue el responsable de cuatro veces más emisiones que la mitad de la población mundial.
Además, bajo el control capitalista de los procesos económicos, el desarrollo tecnológico y científico tiene como objetivo el conseguir mayores ganancias, no importa si esto implica el establecer una interacción insostenible con la naturaleza. El surgimiento de la industria de los plásticos –normalmente polímeros sintetizados a partir de derivados químicos del petróleo– supuso un gran avance para el desarrollo capitalista. Es que, los productos plásticos derivados de petroquímicos resultan materiales extremadamente versátiles, de fabricación sencilla y cuya producción tiene costes muy bajos. Ahora bien, el uso masivo del plástico lleva aparejada la degradación del medioambiente. Según los datos de un informe de la OCDE de 2022[7], se producen unas 350 millones de toneladas de plásticos al año. Sin embargo, no todos los residuos plásticos son tratados como se deberían: cada año alrededor de 19 millones de toneladas[8] de plásticos van a parar a entornos naturales terrestres, ríos, costas y océanos.
El vehículo propulsado por motor eléctrico es la gran apuesta para evitar las emisiones de CO2 provenientes del actual modelo de transporte basado en los vehículos de combustión interna. A priori, la generalización de vehículos propulsados por energía no contaminante tendría que ser un gran paso para la reducción del daño medioambiental. Sin embargo, para producir una batería de litio de 80 kWh de un coche eléctrico estándar, se emiten entre 2,4 y 16 toneladas de CO2. Por ponerlo en comparación, esto equivale a lo emitido por un coche con motor de gasoil recorriendo entre 10.000 y 64.000 kilómetros. Además, toda la industria relacionada con la digitalización y la electrificación necesita de una gran cantidad de materias primas muy específicas como el litio, el cobalto o el níquel, cuyo refinamiento y procesamiento requiere el uso de agentes químicos nocivos y enormes cantidades de agua.
El Capital también implica un uso de la energía poco sostenible con la naturaleza. La lógica de la acumulación –esto es, del crecimiento perpetuo de la magnitud del Capital– requiere el uso continuo de recursos y su configuración práctica hace indispensable la energía fósil. El consumo de energía actual es más de seis veces mayor que el de 1950 y, aunque cantidad de energía proveniente de fuentes renovables es cada vez mayor, esta solo representa menos de una quinta parte del total de la energía consumida en el mundo. La cantidad de energía de fuentes fósiles utilizada a nivel global no ha hecho sino aumentar desde hace décadas[9]. Es que, la industria energética resulta una de las actividades más rentables entre las posibles ramas de la producción disponibles para la inversión de capital: actualmente el enorme fondo de inversión Blackrock es el principal accionista de Repsol, Enagás e Iberdrola.
Otra de las cuestiones relevantes a destacar es el uso capitalista de la tierra. La proporción de tierra destinada a la agricultura y la cantidad de recursos que esta necesita son cada vez mayores. Del total del terreno habitable del globo, el 50% es utilizado para la producción agrícola. Es más, el 70% del total del agua dulce extraída a nivel mundial se destina a la agricultura y esta actividad es la causante de casi el 80% de la contaminación acuífera. Para hacernos una idea de la magnitud de la industria agropecuaria, por último, cabe destacar que el ganado representa el 94% de la masa de los animales mamíferos frente al 6% de la masa de los animales salvajes. Junto a ello, la deforestación ha sido uno de los principales medios para aumentar la producción agropecuaria.
El uso de fertilizantes, que sirven para aumentar la productividad de la tierra y el rendimiento de los cultivos, es de especial importancia para el desarrollo capitalista. De hecho, los ciclos de acumulación global han estado históricamente condicionados por el acceso y uso de fertilizantes. A su vez, los fertilizantes inorgánicos como el nitrógeno, cuyo uso se ha multiplicado por diez en las últimas seis décadas, suponen una gran fuente de contaminación de los ecosistemas y los recursos hídricos.
La dimensión actual de los daños derivados de la relación con la naturaleza establecida bajo la racionalidad de la acumulación –y la extenuación y el encarecimiento de los recursos que ella conlleva– llega a ser problemática para la continuación del desarrollo capitalista. La preocupación por los problemas medioambientales y su relación con el crecimiento de la actividad económica empezó a ser considerada más seriamente por científicos y autoridades a partir de la década de los 70. No obstante, la mayoría de las propuestas para hacer frente a estos problemas veían al mercado como un mecanismo eficaz en la asignación de recursos. Así, sus propuestas se centraban en la idea de que, a través de incentivos de mercado –impuestos, en el caso de querer reducir, o ayudas, en el caso de querer impulsar determinadas actividades– y regulación, sería posible utilizar los recursos naturales de forma más eficiente y sostenible. Hoy en día, esa continúa siendo la visión mayoritaria.
Por ejemplo, algunas de las medidas estrella actuales para combatir el cambio climático propuestas por las instituciones son los regímenes de derechos de emisión, la imposición sobre los combustibles de origen fósil o las ayudas sobre la producción de energía renovable. Además, trasladan la responsabilidad de la degradación medioambiental hacia la figura del consumidor y sus elecciones personales, promoviendo los productos ecológicos y los movimientos de consumo local.
Así, las decisiones estratégicas en materia de sostenibilidad global de las instituciones internacionales que actúan como mando político del capital global caen en una contradicción de la que no pueden escapar. Los Objetivos del Desarrollo sostenible establecidos por la ONU e impulsados por todos los Estados miembros expresan claramente esta cuestión: se exige un crecimiento económico –que no es más que una figura tras la que se encuentra la acumulación perpetua de Capital– de la economía global del 3%, para el cual es necesario un continuo uso de recursos naturales baratos al tiempo que se pretende establecer una “relación harmoniosa con la naturaleza”. Como hemos visto, los imperativos competitivos del proceso de la acumulación de capital global conllevan la degradación medioambiental. Además, la tendencia del desarrollo capitalista de aumentar la productividad del trabajo sustituyéndolo por capital constante –y expulsando trabajo vivo en forma de fuerza de trabajo excedente– ahonda aún más el problema. Las instituciones del Capital se encuentran en una especie de callejón sin salida entre el estancamiento económico, el colapso medioambiental y el aumento de la superpoblación relativa a través de la expulsión sistemática de la fuerza de trabajo[10]. Solo una sociedad que termine con el Capital y su racionalidad económica de la competencia por la ganancia, donde el control sobre las decisiones productivas no esté bajo los criterios de la acumulación capital, podrá establecer una relación con la naturaleza y un uso de los recursos naturales sostenibles.
(...) se exige un crecimiento económico que no es más que una figura tras la que se encuentra la acumulación perpetua de capital– de la economía global del 3%, para el cual es necesario un continuo uso de recursos naturales baratos al tiempo que se pretende establecer una “relación harmoniosa con la naturaleza”
BIBLIOGRAFÍA
[1] Moore, J. W. (2020). El capitalismo en la trama de la vida: ecología y acumulación de capital. Madrid: Traficantes de sueños.
[2] Hickel, J., & Kallis, G. (2020). Is green growth possible? New political economy, 25(4), 469-486.
[3] Steffen, W., Persson, Å., et al. (2011). The Anthropocene: From global change to planetary stewardship. Ambio, 40, 739-761.
[4] Saito, K. (2022). La naturaleza contra el capital: El ecosocialismo de Karl Marx. Bellaterra.
[5] Moore, J. W. (Ed.). (2016). Anthropocene or Capitalocene? Nature, history, and the crisis of capitalism. Pm Press.
[6] Chancel, L. (2022). Global carbon inequality over 1990–2019. Nature Sustainability, 5(11), 931-938.
[7] OECD (2022), Global Plastics Outlook: Economic Drivers, Environmental Impacts and Policy Options, OECD Publishing, Paris.
[8] Por ponerlo en comparación: esa cantidad de masa sería el equivalente a unos 50.000 trenes AVE.
[9] Energy Institute - Statistical Review of World Energy (2023)
[10] Alami, I., Copley, J., & Moraitis, A. (2023). “La «perversa trinidad» del capitalismo tardío: gobernar en una era de estancamiento, humanidad sobrante y colapso medioambiental.” Contracultura.
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