FOTOGRAFÍA / Zoe Martikorena
Beñat Aldalur
2021/07/02

En este texto me referiré al fenómeno conocido como fascismo del siglo XXI. Para ello, compararé las experiencias fascistas del siglo XX con las actuales; en concreto en referencia a los orígenes de estos movimientos, en lo que concierne a ideologías políticas, haciendo referencia a la modalidad de poder y sus bases sociales. Al final voy a dar a conocer la posición que tengo sobre las estrategias contra el fascismo. Adelanto que veo en la organización comunista la única propuesta viable para oponerse al fortalecimiento del fascismo. Como se ha dicho, el propósito de este artículo es hacer una aproximación general y lo más politizada posible al tema del fascismo. Este es un texto introductorio, y por tanto no esperéis ni demasiada profundidad ni demasiado nivel de concreción.

Estamos viviendo momentos difíciles. Como decía Antonio Gramsci, el viejo mundo se está muriendo pero al nuevo le está costando mucho aparecer. Podemos resumir nuestro presente de la siguiente manera: un presente absoluto, objetiva y subjetivamente. Objetivamente, porque no hay nada más allá de la subordinación total del capitalismo. Subjetivamente, porque la nuestra es una sociedad sin esperanza, incapaz de abrir la mirada más allá de la inmediatez. Por si fuera poco, el individualismo y la cultura del fracaso están arraigados entre muchos que se consideran críticos del capitalismo. Así las cosas, la mera contraposición de los principios del comunismo a la dominación burguesa provoca prejuicio, desconfianza y pánico en muchos izquierdistas. He definido la situación actual como un presente perpetuado, pero no todo está parado, ya que muchas cosas están cambiando a una velocidad vertiginosa. El capitalismo está en plena crisis y los oligarcas internacionales están haciendo muchas adaptaciones para salir airosos de esta situación en poco tiempo. En tiempos de escasez no hay recursos para todos, lo que aumenta la lucha de clases y la deja a la vista de todos. Desde nuestro punto de vista, la única solución liberadora para superar la actual crisis sería destruir el modelo capitalista de producción y construir una sociedad comunista, pero evidentemente la burguesía no está dispuesta a obviar sus privilegios. En lugar de eso, y aprovechando su poder, la burguesía está tratando de reactivar el totalitarismo que teníamos como parte del pasado. Para entender mejor la ultraderecha actual, creo que el ejercicio teórico de comparar esta con la del siglo pasado es tan necesario como importante. De hecho, muchas veces ponemos la etiqueta del fascismo con demasiada facilidad a cualquier fenómeno de características autoritarias. Según entiendo, todo autoritarismo y totalitarismo no tienen por qué ser fascistas, aunque este último contenga esas dos características. Para soltar este nudo, en las siguientes líneas me esforzaré en comparar las experiencias fascistas del siglo XX con la ultraderecha del XXI, al menos en algunos puntos generales. A lo largo del texto utilizaré el término fascista para designar a los grupos fascistas y nazis del siglo XX en general. Esto podría empañar las particularidades entre ambos, aunque no es la intención de este texto. En contraposición, citaré bajo el nombre de fascista los rasgos que ambas experiencias comparten, y en el caso de que sea el rasgo particular de una de las dos, trataré de concretarlo. Por otra parte, me centraré en los grupos y acontecimientos de Europa occidental.

La única solución liberadora para superar la actual crisis sería destruir el modelo capitalista de producción y construir una sociedad comunista

FASCISMO DEL SIGLO XX

Orígenes

Resumiré en tres orígenes principales la fuente de diferentes experiencias tanto fascistas como nazis.

En primer lugar, podríamos citar la larga historia del antisemitismo[1], que ha sido definida por el carácter paria de los judíos. Por muy anterior que sea el origen de la desconfianza hacia los judíos, el antisemitismo es una ideología que renace con el nacimiento de los estados-nación modernos motivada por dos razones principales: la incapacidad de los judíos como pueblo para crear un estado firme y su fama de prestamistas/especuladores. Los judíos eran señalados como culpables en los contextos de crisis económicas por la fama anteriormente citada. Por eso, en los tiempos y lugares en los que se combinaron ambos factores, como en el caso de la República de Weimar, la ideología basada en el odio a los judíos (el antisemitismo) creció considerablemente.

En segundo lugar, debemos mencionar el fenómeno del imperialismo[2], caracterizado por la rivalidad económica entre las principales potencias occidentales y que estalló con la Primera Guerra Mundial. El imperialismo era la denominación que se dio al cambio de fase del capitalismo, nombre que tomó el paso de la competencia entre capitalistas dentro del estado a una fase de competencia internacional de los monopolios estatales. Para las potencias occidentales se hizo urgente adquirir el control sobre la periferia del capitalismo y la conquista imperialista se instaló en los territorios del tercer mundo. En este contexto, los nacionalismos experimentaron un notable auge. Junto a ello, el modelo de mando conocido como fascismo colonial[3] se estabilizó en los territorios periféricos controlados por los países imperialistas.

En tercer lugar, la Primera Guerra Mundial fue la expresión extrema de las tensiones entre los países imperialistas, y el resultado de la guerra supuso una nueva relación de fuerzas entre los países de Europa, junto con Estados Unidos. Entre los perdedores de la Primera Guerra Mundial (o entre los que creían haber recibido una remuneración demasiado reducida; por ejemplo, Italia) aumentó el odio hacia los ganadores, a raíz de las medidas impuestas por el Tratado de Versalles. Los países perdedores quedaron en dependencia de los ganadores, endeudados y vinculados a las crisis económicas. Dicha situación y la amenaza que suponía la revolución comunista para la burguesía provocó el auge del fascismo.

Ideología

En este punto citaré varios rasgos ideológicos comunes a los fascismos del siglo XX, dejando aparte las diferencias entre experiencias particulares.

Discurso y práctica contra los bolcheviques –comunista–. El principal enemigo político de los fascistas eran los comunistas[4] debido a ciertas características que estos últimos tenían en su seno: porque eran internacionalistas, porque eran opositores a los nacionalismos, porque despreciaban la lucha nacionalista de la Primera Guerra Mundial, porque eran contrarios a la idea interclasista de unidad nacional, porque los consideraban orientalistas (bárbaros)[5], porque identificaban el comunismo como una conspiración judía (sobre todo en Alemania) y porque tenían distinta composición de clase. Por todo ello, la oposición a los bolcheviques estaba en el primer plano del discurso fascista.

Ideología irracionalista. Aunque el fascismo y los campos de concentración han sido interpretados como momentos álgidos de la razón instrumental occidental, me gustaría aportar una visión diferente. De hecho, el fascismo era un movimiento contrario a la razón, precisamente parte de la cruzada irracionalista. Algunas de sus características eran la ideología belicista, la fuerza suplantando la razón y la verdad, el relativismo teórico o el populismo, entre otras muchas características[6].

Obrerismo. Gran parte de los fundadores del fascismo de Italia procedían del movimiento obrero; entre ellos ex socialistas, anarquistas, sindicalistas, etc. En el caso de Alemania la relación entre los nazis y el movimiento obrero no era tan estrecha, pero los fascismos, en general, compartían un discurso dirigido a los trabajadores: la defensa de la clase trabajadora nacional, la crítica abstracta sobre las élites económicas y el nacionalismo exacerbado. Una identificación positiva de los trabajadores industriales implicó el lado negativo en su contra: sometimiento de las mujeres, deshumanización de las razas minoritarias, etc.

Una identificación positiva de los trabajadores industriales implicó el lado negativo en su contra: sometimiento de las mujeres, deshumanización de las razas minoritarias, etc

Antisemitismo. Tal y como se ha mencionado anteriormente, esta ideología tuvo un gran peso en Alemania, entre otros, y desempeñó principalmente la función de movilizar a las masas. Los judíos formaban el estereotipo de una amenaza conspirativa y agresiva en el discurso nazi. La ideología antisemita[7] tuvo la función de unir las pulsiones reaccionarias de las masas contra un enemigo ficticio, los judíos.

En general, puede decirse que el fascismo supuso[8] una solución burguesa, retrógrada y no contemporánea a los retos de la época, en contraposición al progreso social que podía suponer la revolución socialista en los pueblos occidentales.

En general, puede decirse que el fascismo supuso una solución burguesa, retrógrada y no contemporánea a los retos de la época

Composición de clase y modelo de poder

En cuanto a la composición de clase, se puede decir que el fascismo fue un movimiento de masas de clase media, en general[9]. De la clase media, de la aristocracia obrera y de otros estratos que tenían el carácter de lumpen –muchos ex soldados, por ejemplo–. La formación de la masa del sujeto fascista fue desarrollada en oposición con los movimientos socialistas y comunistas de la época, tanto conceptualmente (masas vs clase) como cuando se refería a la composición de clase[10]. Sin embargo, los fascismos alcanzaron el poder tras llegar a consensos con la burguesía, y a partir de ese momento se puede dar por terminada la retórica de que la sociedad cambiaría radicalmente[11].

En cuanto al modelo de poder, los regímenes nazis utilizaron estrategias escalonadas en el tiempo para hacerlo con pleno control estatal. Los atentados de falsa bandera, la instauración de estados de excepción y los plebiscitos fueron algunos de los medios para instaurar y estabilizar la dictadura. Instauraron un sistema de partido único con la actualización[12] de la fórmula de Hobbes (obediencia a cambio de protección). La persecución contra el movimiento obrero –sobre todo contra los comunistas– caracterizó a dichos movimientos.

En el plano económico, se llevaron a cabo políticas económicas acordes con los intereses de los capitalistas; las características económicas de los regímenes fascistas fueron similares a las de los países capitalistas democráticos de la época. Entre otros, tanto la Italia fascista como los economistas oficiales de la Alemania nazi continuaron en las mismas coordenadas que los anteriores regímenes capitalistas; eso sí, eliminaron el movimiento obrero y aumentaron la competitividad en el campo de la política exterior[13].

EL «FASCISMO» DEL SIGLO XXI

A la reaparición de la extrema derecha en los últimos tiempos se le han puesto distintos nombres. La primera denominación que viene a nuestras cabezas es la del fascismo, entendido este como una idea general. Sin embargo, existe un debate entre los expertos en la materia sobre las características de esta «nueva» aparición, incluso acerca de que existan uno o varios fenómenos. Dando por buena[14] la definición de Enzo Traverso en torno a la actual extrema derecha, voy a hacer una distinción entre neofascismo y postfascismo. Aunque el segundo tiene similitudes con los fascismos del siglo XX, se centra en la ruptura ideológica entre ambos proyectos. Nombraré como postfascistas a los recientes gobiernos autoritarios (Trump, Bolsonaro, etc.), que se sitúan al margen de la ideología fascista (no pretenden reivindicar su historia), pero que tienen similitudes en el modelo de poder. Como neofascismo nombro las expresiones de la calle que se sitúan ideológicamente con los fascismos del siglo XX, sobre todo aquellas que se organizan para oponerse a los inmigrantes, proletarios y militantes revolucionarios. En el caso de estos últimos, la ruptura con los fascismos del siglo XX es sobre todo temporal y contextual.

Orígenes

Voy a mencionar algunas características que me parecen políticamente interesantes, consciente de que voy a dejar otras sin comentar.

La irrupción del neoliberalismo y la crisis, analizada desde dos ejes: la desaparición del estado del bienestar, con la exacerbación de las tendencias autoritarias del capitalismo que éste conlleva, por un lado, y la imposibilidad de realizar una imagen de individuo neoliberal egoísta, por otro. Ambas características dependen de una serie de ideas generales dadas de antemano por buenas, pero no totalmente obradas: la ideología estatalista en primer lugar, y el hedonismo capitalista, en segundo lugar[15]. De la combinación de estos dos elementos se refuerza la idea de una sociedad autoritaria y competitiva, que forma parte de la ideología del postfascismo.

El fin de la Guerra Fría, el fracaso del movimiento obrero y de la socialdemocracia. Muchas veces se ha dicho que el fascismo se refuerza tras las promesas incumplidas de la socialdemocracia. Hoy en día estamos viendo algo parecido. De hecho, los partidos socialdemócratas que han sido gestores de los estados de bienestar y también varios movimientos de ideología múltiple se nos muestran totalmente subyugados por los poderes financieros internacionales, asumiendo el papel de gestores de la crisis. La desilusión generada por las promesas electorales se convierte muchas veces en el punto fuerte de la derecha autoritaria. Por otro lado, los partidos con denominación de izquierdas son los primeros en aplicar actualmente medidas autoritarias, tal y como estamos viendo con las limitaciones de la COVID-19. Es previsible que la extrema derecha se aproveche de la normalización de las políticas de excepción.

En lo dicho hasta ahora, y teniendo en cuenta que la estructura del texto es comparativa, destacaré una diferencia importante entre los fascismos de los siglos XX y XXI. En la primera coyuntura la revolución comunista era una posibilidad real, mientras que en la segunda las «utopías concretas» parecen estar fuera de vista. Los fascismos del siglo XX actuaban en contraposición directa con el comunismo, cuyo marco discursivo era un exponente incomparable. Esto no se da así en el seno de los fascismos del siglo XXI; sin embargo, no podemos olvidar que una de las tareas más importantes de los postfascistas y neofascistas es mantener sumisos a los «excedentes» o potenciales adversarios del capitalismo.

No podemos olvidar que una de las tareas más importantes de los postfascistas y neofascistas es mantener sumisos a los «excedentes» o potenciales adversarios del capitalismo

Ideología

Más de uno ha calificado nuestra época de «presentista»[16]. ¿Qué significa esto? Un eterno presente sin esperanza, sin utopía, donde si algo se mueve es para peor. Es en este contexto donde los nuevos fascismos aterrizan, haciendo suya una simbología cerrada que mira hacia atrás y no hacia adelante. Dentro de este imaginario «retrógrado» destacaré dos figuras: la del «fordismo nacional»[17] y la de la retórica antiglobalización. Ambos rasgos pueden denominarse obreristas y se insertan dentro de un discurso nacionalista. El primer punto trata de la reindustrialización de la propia nación, privilegia a sus trabajadores frente a los extranjeros y tiene como utopía la soberanía nacional-estatal. En este espacio el discurso antiglobalización cumple la función de justificar el nacionalismo, y no han sido pocos los políticos y pensadores que se han declarado marxistas y se han unido a este discurso[18].

Otro elemento que me gustaría mencionar es el del jerga de la comunidad nacional. Para los obreristas, la idea de comunidad que se dice llevar a cabo en las naciones-estado es la única posibilidad realista de oponerse al mundo globalizado y competir con la izquierda posmoderna, supuestamente producto de éste. Así, se convierten en protectores inconscientes del modelo fordista de sociedad, primando a los trabajadores industriales, fomentando el modelo tradicional de familia, marginando a las minorías oprimidas, impulsando la deportación de inmigrantes o haciendo una defensa interclasista de la nación. Dando prioridad a una determinada idea de la clase obrera nacional, varios grupos que se consideran izquierda radical coinciden en el programa y en la práctica con la extrema derecha.

Dando prioridad a una determinada idea de la clase obrera nacional, varios grupos que se consideran izquierda radical coinciden en el programa y en la práctica con la extrema derecha

Uno de los rasgos característicos de los grupos neofascistas y postfascistas es el odio al proletariado. Como explicaré más adelante, las ideologías a las que nos referimos se sustentan en un sector de la clase media. Uno de los inconscientes ideológicos más importantes del fascismo lo identificamos en las aspiraciones creadas por el individualismo capitalista, pero a la vez incumplidas. Esta situación se canaliza en la competencia entre personas y en el odio a quien tiene menos. El egoísmo capitalista se vuelve especialmente peligroso en situaciones de proletarización. Precisamente, cuando el miedo a quedarse atrás arraiga la tendencia a destruir la solidaridad de clase.

Composición de clase y modelo de poder

Al igual que en las experiencias fascistas del siglo XX, la clase media en peligro de proletarización es el principal sujeto y destinatario del fascismo. Como nos dice Santiago Abascal, él «no es un fascista, sino un conductor del sentido común (de clase media)». En el caso de España se ve claramente que en el seno de la clase media los discursos y prácticas fascistas han conseguido arraigar. Para poner un ejemplo, ahí tenemos el caso de Desokupa, que tiene permiso por el gobierno y que actúa por petición de una parte de la clase media[19]. Naturalmente, los grupos mencionados cuentan con el apoyo de una gran parte de la burguesía –o directamente forman parte de la burguesía–, pues no les viene mal la existencia de grupos que combatirán el movimiento obrero.

En cuanto al modelo de poder, hay que señalar dos cosas con urgencia. Por un lado, los nuevos fascismos han mostrado una tendencia a aplastar aún más la pluralidad que vacía de contenido el mercado capitalista, pero a la vez reivindica como suya[20]. En nombre de la oposición de la posmodernidad perpetúan tanto a la clase obrera como a la nación como identidad positiva, dando la vuelta a la jerga de la interseccionalidad, una vez dado por bueno su marco teórico. Como se ha dicho, consideramos el capitalismo como un sistema contra la pluralidad real y el fascismo como una posición ideológica para acelerar las tendencias homogeneizadoras. Para aumentar la uniformidad mencionada, y con ello abordaré el segundo punto, el fascismo cumple la función de aumentar la represión por motivos ideológicos. Golpeando a los movimientos revolucionarios a través de grupos ultras y de la policía antes de llegar al poder y persiguiendo a todos sus antagonistas una vez se hacen con el gobierno. Los fascistas hicieron dos movimientos sincrónicos para destruir el pluralismo liberal en el siglo XX: consiguieron integrar a la mayoría de los partidos burgueses en su estructura de partido-movimiento-estado, mientras que las organizaciones obreras fueron declaradas ilegales y reprimidas duramente.

Además de la represión política, el fascismo implica otras medidas totalitarias que son igual de graves para el proletariado: aumento de la explotación económica del proletariado o las imposiciones unilaterales en la educación, el pensamiento y la cultura.

ALGUNAS CONCLUSIONES (POLÍTICAS)

A fin de extraer rasgos convergentes de la comparación entre ambas experiencias, podríamos decir que el fascismo es la «alternativa» capitalista e interclasista que cobra fuerza en el contexto de crisis del capitalismo. El fascismo podría conservar una relativa autonomía con respecto a la burguesía, pero eso no quiere decir que no sea funcional para los segundos. El fascismo cumple la función de reprimir al proletariado, oponiéndose a la amenaza revolucionaria y manteniendo al proletariado sumiso, sin organizarse. Como podemos decir, el fascismo da una resolución reaccionaria a la crisis, al contrario del comunismo. Si la situación lo requiere, la burguesía puede delegar ciertas funciones sobre los fascistas, entre ellas la responsabilidad del gobierno.
El fascismo como ideología política se limita en su mayor parte a la experiencia del siglo XX. El postfascismo actual no reivindica como propia la ideología fascista. Al revés, niega esa calificación, y utiliza el léxico (neo)liberal para legitimarse. Así, los principales representantes de la extrema derecha se consideran representantes del sentido común. Por el contrario, los grupos ultraderechistas y violentos organizados a nivel de calle no tienen gran problema para tratarse a sí mismos como herederos de las experiencias históricas del fascismo.

Fracaso de la socialdemocracia a la hora de enfrentarse a nuevos autoritarismos. Por un lado, han apoyado y contribuido a imponer una agenda autoritaria de la oligarquía internacional, allanando el camino a la ultraderecha y legitimando de antemano un posible gobierno totalitario de estos. Por otro lado, a falta de una respuesta valiente y efectiva bien asentada a nivel de calle difícilmente se detendrá la ofensiva del fascismo.

Para terminar, creo que el comunismo es la única opción para hacer frente a las tendencias autoritarias de la sociedad capitalista en general y en concreto a la ofensiva fascista. Es necesaria la organización independiente y revolucionaria del proletariado, entendida como sujeto liberador contrapuesto a las prácticas autoritarias de la clase media. Para ejercer todo esto, nos hace falta crear una militancia estratégica bien asentada, que tenga inteligencia, medios y coraje suficientes para combatir y derrotar al fascismo.

Nos hace falta crear una militancia estratégica bien asentada, que tenga inteligencia, medios y coraje suficientes para combatir y derrotar al fascismo

REFERENCIAS Y NOTAS

1 Hanna Arendt, Los orígenes del totalitarismo, Madrid, Alianza, 2020, primer volumen.

2 Para conocer la época del imperialismo en general: Hobsbawm, Eric, La era del imperio, 1875-1914, Barcelona, Crítica, 2017. Para una lectura político-económica del imperialismo: Lenin, Imperialismo: La fase superior del capitalismo, Taurus, 2012.

3 Para una lectura rápida del mando capitalista de las colonias y compararlo con el racismo actual, véase Alberto Toscano, The Long Shadow of Racial Fascism, Boston Review, 2020. Para visualizar el carácter fascista del imperialismo pseudodemocrático de Gran Bretaña, George Padmore, Fascism in the colonies (1938), Marxists Internet Archive, 2007.

4 A pesar de ser un libro problemático en la mayoría de los sentidos, y aun sabiendo que el punto de vista ideológico del autor era muy distinto al de este texto, recomiendo el libro de Ersnt Nolte sobre la «guerra civil europea» para comprender la ideología anti-bolchevique de los nazis (y también de Nolte): La guerra civil Europea, México, Fondo de Cultura Económica, 2001.

5 La hostilidad hacia los bolcheviques está muy presente, entre otros, en toda la obra del jurista nazi Carl Schmitt. A modo de ejemplo: Schmitt, Carl, El concepto de lo político, Madrid, Alianza, 2014.

6 Para ver cómo funcionaban estos rasgos ideológicos en la práctica cotidiana de los fascistas, recomiendo la novela de Antonio Scurati, M. El hijo del siglo, Madrid, Alfaguara, 2020.

7 Para conocer como usa el fascismo las pasiones, Samir Gandesha, A composite of King Kong and a Suburban Barber, Spectres of Fascism, Pluto Press, 2020.

8 Elia Zaru, Separar al pueblo de sí mismo. Ersnt Bloch y las contradicciones del populismo, Comitedisperso, 2016

9 Para el caso de Alemania, véase Sergio Bolonia, Nazismo y clase obrera, Madrid, Akal, 1999. Para Italia, recomiendo el clásico del Angelo Tasca de 1938: El nacimiento del fascismo, Barcelona, Ariel, 2000.

10 Para una distinción conceptual entre masas y clase y para hacer ver su importancia política, Andrea Cavaletti, Clase. El despertar de la multitud, Argentina, editora Adriana Hidalgo, 2014.

11 Giacomo Marramao, Racionalización capitalista y solución totalitaria. Lo político y las transformaciones, Mexiko, Cuadernos de Pasado y Presente 95, 1982 y Antoni Domenech, El eclipse de la fraternidad, Madrid, Akal, 2019.

12 Para un contrapunto a las lecturas que hicieron los teóricos Antonio Gramsci y Carl Schmitt sobre el fascismo, Ricardo Laleff Ilieff, Lo político y la derrota, Madrid, Guillermo Escolar editores, 2021.

13 Vuelvo a los textos de Marramao y Domenech. Para lectores entusiastas, recomiendo estos libros «gigantes» que analizan de una forma pormenorizada la economía del régimen nazi: Franz Leopold Neumann, Behemoth, Madrid, Anthropos, 2014 y Adam Tooze, The wages of destruction, London, Penguin Books, 2008.

14 Enzo Traverso, Las nuevas caras de la derecha, Argentina, Siglo XXI, 2019.

15 Para hacer un acercamiento a la historia del neoliberalismo, David Harvey, Breve historia del neoliberalismo, Madrid, Akal, 2007.

16 Por ejemplo, Enzo Traverso, Melancolía de izquierda, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2019.

17 Alberto Toscano, Notes on late fascism, Historical Materialism website, 2017.

18 A pesar de tener diferentes características entre ellos, me vienen a la mente Manolo Monereo y la organización Frente Obrero en España, Diego Fusaro y Costanzo Preve en Italia, entre otros muchos.

19 Para una justificación de las características (neo)fascistas de Desokupa y de la composición de clase media, Alain Arruti, Grupos fascistas extraparlamentarios: el caso Desokupa, Gedar Langile Kazeta, el 6 de junio de 2021.

20 Pier Paolo Pasolini, El artículo de las luciérnagas (1975).

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