En las últimas semanas parecen haber aumentado los choques en el seno de la formación política que no es más que una caricatura de lo que fue la izquierda abertzale. El pseudo debate que se ha dado en público, sin embargo, no ha ofrecido argumentación política alguna, a pesar de que, si hay algo de interés público, eso es la política. En cambio, los trapos sucios, que a nadie interesan, parecen haberse convertido en el centro del debate. Y su resolución no deja de ser por ello meramente testimonial, e incluso paradójica. Después de las riñas, a uno y otro lado se ha puesto de relieve la necesidad de entenderse entre hermanos y camaradas, porque les une, supuestamente, un gran objetivo. Este gran objetivo no es, sin embargo, transformar la realidad, sino mantener vivo un “hogar”. Dicho por ellos.
Todas esas expresiones, relacionadas con la familia y la tradición, no son un mero recurso semántico, ni un intento de floritura. Dice mucho a cerca de un movimiento que su crisis política se exprese en categorías no políticas. Y dice mucho también sobre esa crisis. La crisis es tan grande que, lejos de expresarse en categorías políticas, se expresa en categorías morales e individualistas. Es decir, la crisis política es tan profunda que no aparece como crisis política. Se prima, por encima de todo, la continuidad de una comunidad, de un grupo, a pesar de que sus problemas políticos evidencien una fecha de caducidad ya pasada.
Cuando hablamos de fracaso histórico, su primera consecuencia es esta: la desaparición de la política, la endogamia sectaria y el intento de reconexión por valores morales. Este es el punto de partida de este artículo, un fracaso ya evidente y su expresión final, para adentrarse en razones menos evidentes.
La razón de este punto de partida es de dos caras: por un lado, aceptar la derrota es la única posición ética que nos queda, incluso aunque estuviéramos equivocados. Si un movimiento no ha alcanzado sus objetivos y, sin embargo, no ha sido derrotado, entonces debemos admitir que ha fracasado. De no hacerlo, no podremos soltar el nudo político.
Por otro lado, es lógica: si una fuerza externa no te ha vencido, necesariamente has fracasado por razones internas. No es, sin embargo, una razón interna la traición, aunque la posibilidad de que la traición pueda arruinarlo todo habrá camino para razonar las limitaciones internas. Si una sola persona, o un pequeño conjunto, tiene la posibilidad de llevar toda la estrategia al fracaso, eso dice más de la estrategia que de esas personas. Las cuestiones históricas no pueden resolverse en función de la actitud de las personas individuales. Por el contrario, las actitudes individuales sólo pueden entenderse si se encuadran en cuestiones históricas concretas. Si juzgamos la historia según las acciones de los individuos, estamos borrando del mapa la historia misma de la política, lo cual, como se ha mencionado más arriba, es una expresión clara de la derrota histórica.
Así que aquí no me referiré al fracaso de una sigla. Como ya he sugerido, me referiré al fracaso de un movimiento. Y cuando hablo de movimiento no me refiero sólo a sus representantes oficiales. Un movimiento es eso, y más. La disidencia también forma parte del movimiento porque comparte sus tesis históricas. Todo movimiento fracasado necesita su disidencia para poder mantenerse con vida.
La derrota de la izquierda abertzale tiene que ver con el final de un periodo histórico. Su intento de supervivencia, sin embargo, nos lleva a pensar que la izquierda abertzale ha fracasado desde el principio. En efecto, aunque la caducidad o el valor táctico determinado de un movimiento es algo común, y en gran medida su carácter coyuntural es su punto fuerte —por ser concreto y no abstracto, o indeterminado—, el no aceptarlo y la escasa capacidad de adaptación a la situación demuestra que lo que podríamos considerar coyuntural, tal vez tácticamente apropiado, se vuelve realmente inadecuado a causa de la ceguera de los actores —además de que no aceptar la naturaleza histórica de un movimiento le quita valor; esto es, los sucesos HISTÓRICOS son tal, precisamente, porque son históricos y determinados. Lo mencionado es una evidente carencia política. Y es que, aunque una táctica adecuada te puede dar fuerza, la contradicción estratégica convierte a la táctica en débil, sin continuidad; hace de lo que era una fortaleza un punto débil.
La derrota de la izquierda abertzale tiene que ver con el final de un periodo histórico. Su intento de supervivencia, sin embargo, nos lleva a pensar que la izquierda abertzale ha fracasado desde el principio
Diría que ese argumento que nos sirve para escenificar el final de la izquierda abertzale nos sirve para categorizar toda la vida de la izquierda abertzale. Es decir, la contradicción entre estrategia y táctica recorre toda la historia de la izquierda abertzale —y, por tanto, la ceguera estratégica crónica— y, además, esa lacra es también la que le lleva hoy a menospreciar lo que ha sido un punto fuerte de la izquierda abertzale y a sobrevalorar lo que le ha llevado a la derrota. En otras palabras, el anacronismo político es evidente a lo largo de la historia de la izquierda abertzale, entre su tesis política y la realidad social, o entre la dirección política y el movimiento real.
El fracaso de un movimiento hay que buscarlo en su naturaleza; las condiciones del fracaso se encontraban desde el principio en el seno de la izquierda abertzale. Examinemos, pues, estas condiciones.
IZQUIERDA ABERTZALE
Antes que nada, conviene aclarar a qué me refiero cuando hablo de la izquierda abertzale para que se entienda en qué consiste, según esta perspectiva, su agotamiento. Sencillamente, entiendo como izquierda abertzale un movimiento coyuntural asociado a un contexto concreto que tuvo una posición hegemónica, pero no exclusiva, en la articulación de la conflictividad social en Euskal Herria. Asimismo, la izquierda abertzale fue una expresión política concreta de esa conflictividad social, que dio a un conflicto existente la forma de un programa político positivo: la liberación nacional o la independencia, es decir, la construcción del Estado vasco.
La izquierda abertzale ha sido un movimiento de profunda indeterminación ideológica; el conflicto y la lucha sustituían la necesidad de concreción de la ideología. Así, se ha difundido una ideología específica: la inconcreción de la ideología o la desatención de esa concreción bajo el pretexto de la lucha. Así, la izquierda abertzale ha sido un movimiento unido y definido por la propia lucha. Eso, esa indeterminación, ha traído problemas de fondo a la postre. Por ejemplo, cuando se ha descartado una forma de lucha, el paradigma histórico de la izquierda abertzale no ha resistido a su aspecto revolucionario. Antes, debido a la prioridad de la lucha y a la inconcreción ideológica, lo que se entendía como un conflicto contra el estado (y el capitalismo) —y que unía en ese sentido sensibilidades diferentes—, ahora aparece como un conflicto con una determinada forma de Estado capitalista (dictadura) —y no antiestatal—, completamente determinado por la coyuntura, y agotado con ella. Del mismo modo, cuando la conflictividad social ha descendido, a causa de diferentes condiciones, la izquierda abertzale no ha podido mantener su carácter ni agarrarse a lo que le unía.
Pues bien, cuando hablo del agotamiento de la izquierda abertzale, me refiero al fin de una era de conflictividad y a la desaparición de la estrategia que le daba expresión política. Es decir, considero que hace tiempo que se ha agotado la capacidad de una estrategia para articular la conflictividad o darle a ésta carácter político. Junto a ello, se ha venido abajo todo un paradigma —la liberación nacional—, unido a las consecuencias asociadas a él: la posibilidad de un interclasismo no excluyente del proletariado. Esto demuestra que ese paradigma no era realmente el que articulaba el afán de lucha, sino que, por el contrario, de ese afán de lucha ha dependido la capacidad de articulación social del paradigma, que en gran parte nunca comprendió el origen del afán mismo. Por tanto, más concretamente, la izquierda abertzale ha sido un paradigma, una forma y una estrategia política desplegada en una etapa de conflictividad, y agotado junto a ella.
Cuando hablo del agotamiento de la izquierda abertzale, me refiero al fin de una era de conflictividad y a la desaparición de la estrategia que le daba expresión política
ÉPOCA
Dos hechos caracterizan la era de la izquierda abertzale: la dictadura franquista y el tejido productivo basado en la industria. El primero justifica la emergencia política de la izquierda abertzale. El segundo, en cambio, su arraigo social.
Dos hechos caracterizan la era de la izquierda abertzale: la dictadura franquista y el tejido productivo basado en la industria
La izquierda abertzale —por facilitar la exposición, e identificar el punto de partida de la genealogía concreta del movimiento, sitúo la creación de la izquierda abertzale en la creación de ETA, aunque como paradigma fuera formulada más tarde— surgió durante el franquismo. Durante el franquismo, y contra el franquismo. La época franquista no es un periodo de tiempo que se extiende sólo hasta la muerte del dictador. En esa época entra también la oportunidad política abierta a raíz del franquismo: por un lado, el tramo conocido como Transición, que supuso una reforma formal de la estructura estatal —en función de las necesidades de dominación de la burguesía—; y por otro, la Transición real, que hace referencia al margen necesario para que enraíce una cultura política y una ideología de masas acorde a esa reforma formal.
Si los últimos años del franquismo fueron años de articulación de amplios movimientos democráticos de masas, con la primera fase de la Transición, o con la fase formal, se llevó a cabo la desarticulación política de dichos movimientos —por vía de la constitución estatal—, para culminar finalmente con la segunda fase de la Transición la desaparición de sus raíces sociales. También de los fundamentos de la izquierda abertzale. Es decir, si la era de la dictadura abrió el paradigma de los movimientos democráticos de masas, la desarticulación formal de la dictadura abrió la era de su agotamiento. Y en medio, en esa larga etapa final, el camino agónico hacia la muerte, y las dudas. Todavía quedan dudas.
El mismo paradigma caracteriza en gran medida la política de la actual izquierda socialdemócrata vasca: se agarran al muñeco de paja, llamado «el Régimen», y siguen vinculando su programa político a la democracia estatalista. Se halla desaparecida, sin embargo, la conflictividad social —por eso una disidencia—, y el explosivo sociológico de la misma, el trabajador de la industria, ambos determinantes del carácter histórico de la izquierda abertzale y garantes de su unidad interna —y que aún los utilizan como cohesión interna, aunque sea mediante conflictividad escenificada.
La industria tejía en esos años la geografía de Euskal Herria. Esto, además de crear el obrero colectivo, sembró su conciencia y sus condiciones organizativas. Los elementos para los conflictos colectivos estaban dados: empresas que reunían a cientos de trabajadores, el poder autoritario de la burguesía y una dictadura que consumaba una violación sistemática de derechos. El sindicalismo se convirtió en el paradigma de la lucha obrera y la huelga en su instrumento más utilizado.
Estos vastos movimientos de masas estaban, pues, condicionados por el desarrollo industrial del capitalismo. No eran el resultado de una estrategia revolucionaria, o movimientos bien meditados, como muchos han querido divulgar. Si algo diferencia aquella época de la nuestra, en términos organizativos, son las condiciones organizativas que genera la estructura económica del capitalismo, y no valores como el compromiso o la pasión. Acaso estos no son más que valores que surgen en una realidad social determinada.
Con esto quiero decir que, más que resultado de una estrategia revolucionaria, la fuerza y las capacidades de articulación de la izquierda abertzale en la época estaban absolutamente condicionadas por la situación general del momento, en la que la lucha y el conflicto, como el interés intelectual, eran grandes al calor de la nueva sociedad que debía germinar. La izquierda abertzale acertó a desplegar en ese ambiente su estrategia, y salió beneficiada de ello.
En cualquier caso, el saber moverse en una situación, y crear o transformar la situación, son cosas diferentes. Si hubiera conseguido esto último, no estaría donde está. Si la estrategia de la izquierda abertzale, en tiempos de conflicto, tuvo capacidad de arraigo, debemos reconocer ese mérito a la indeterminación, y a las concesiones tácticas realizadas al extendido pensamiento de la época. Sin embargo, si la estrategia ha fracasado, eso es porque era errónea desde el principio, no porque hayan desaparecido las condiciones para la elasticidad táctica.
FALSO PARADIGMA
Seguramente, sin la dictadura, y sin la coyuntura favorable que ello abre para la lucha armada, difícilmente podríamos imaginar una organización como ETA. El respeto que tuvo también ha ido descendiendo constantemente a medida que la dictadura se ha disuelto formalmente. Este período condicionó en la misma medida el paradigma de la «liberación nacional» y su grado de arraigo. Por lo dicho hasta ahora, no es de extrañar que, a medida que desaparecían las condiciones para lo primero, aflorara la crisis de lo segundo. Y es que, como algunos han concluido, a medida que la lucha se ha desactivado, la crisis del nacionalismo vasco ha ido creciendo.
Con lo anterior, se ha puesto de manifiesto el carácter subordinado y coyuntural del paradigma de la «liberación nacional». Si la crisis de un paradigma se da en relación con la crisis de la lucha, significa que este paradigma no tiene capacidad para activar la lucha y, en consecuencia, no es capaz de comprender la realidad ni de influir en ella. Por tanto, la crisis del nacionalismo vasco está relacionada con la desaparición de la lucha, pero la desaparición de la lucha no con la crisis del nacionalismo vasco.
La crisis del nacionalismo vasco está relacionada con la desaparición de la lucha, pero la desaparición de la lucha no con la crisis del nacionalismo vasco
Más allá del punto de vista que tenían los actores políticos de la época de la dictadura, a ojos de las amplias masas la «liberación nacional» aparecía ligada al programa antifranquista. Liberar Euskal Herria era, a fin de cuentas, liberarse de la dictadura. Y la dictadura significaba: falta de democracia, falta de derechos, represión contra los trabajadores, irracionalidad… Asimismo, la «liberación nacional» y el paradigma de lucha ligado a ella, de cara al exterior, identificó a Euskal Herria con el antifranquismo y creó respeto hacia el proyecto de la nación vasca. Era un proyecto progresista, en la medida en que tenía como base la democracia, y las formas de lucha eran aceptadas, porque se utilizaban contra una dictadura. Incluso cuando se dio por abolida formalmente la dictadura, en los largos tiempos de la Transición, aun existia ocasión para esa justificación; porque la farsa de la Transición traía consigo el maquillaje de la dictadura. Por tanto, los tiempos de la Transición eran los de la lucha política que buscaba justificar un paradigma de lucha, y darle aliento; lo que explica que la era del conflicto se haya prolongado más allá de la era formal de la dictadura. Lo explica eso, y también la situación económica de la época.
El paradigma de los movimientos sociales y democráticos —y el nacionalismo— bebe mucho del imaginario de los conflictos de los trabajadores industriales. Si una estrategia pretende sacar provecho de los conflictos laborales, debe mostrar el marco adecuado para su resolución política. Ese marco, desde luego, es el Estado. Y si un Estado no permite esa resolución, inevitablemente chocará con el otro proyecto de Estado. En el Estado español, por consenso interno, no había un segundo proyecto de Estado; esa fue la salida que presentó la «liberación nacional», no porque presentara un Estado de naturaleza distinta, sino porque proponía abandonar el estado vigente. Un intento aún vigente pero que encuentra dificultades para dibujar el choque entre dos estados.
La izquierda abertzale encontró en los conflictos laborales el pasto para reforzar su paradigma. La solución para esos conflictos era el nacionalismo, la formación del Estado Vasco, y su fuerza motriz serían los trabajadores en conflicto, es decir, los trabajadores de la industria. Nacionalismo y obrerismo, entrelazados; nada podía fallar.
Pues bien, los movimientos democráticos, ligados a la época, y la sociología específica de la clase obrera de la época, han sido en gran medida la base de la política de masas de la izquierda abertzale. Han desaparecido los primeros, en la medida en que el Estado ha adquirido carácter formal. La segunda ha anulada, en gran medida, por los desarrollos económicos del capitalismo. La crisis de la izquierda abertzale es la crisis de un paradigma histórico que se da en paralelo al desarrollo neoliberal del capitalismo; y la última crisis del capitalismo, esa crisis que aún vivimos, es la que ha impuesto la sentencia final.
Los movimientos democráticos, ligados a la época, y la sociología específica de la clase obrera de la época, han sido en gran medida la base de la política de masas de la izquierda abertzale
FINAL
Al contrario de lo que muchos piensan, el «vasquismo», el «nacionalismo» o la «liberación nacional» no han sido estrategias que hayan alimentado, durante décadas, una fase de lucha. Tampoco son categorías que ofrezcan la capacidad de entender esa fase de lucha en su mayor amplitud.
Es cierto que la izquierda abertzale, como movimiento nacionalista, se ha organizado en buena parte conforme a esos principios. Pero estos principios han evolucionado a lo largo de la historia en su contenido y significado. El llamado nacionalismo o construcción nacional es variable, pero no según leyes propias o como proyecto político sustantivo. Y es que su contenido no nace ni con fuerza propia ni del interior de una teoría cerrada que le corresponda; tampoco es un movimiento con historia independiente, aunque pueda historizarse. El nacionalismo se halla subordinado a una situación social cambiante. La construcción nacional consiste, al fin y al cabo, en la construcción de una forma social y política concreta, y su versatilidad —la de la forma social, pero también de la ideología política que pretende construir la nación— depende de la versatilidad de la forma social dominante.
Esta base simple ha sido distorsionada por el nacionalismo, sustituyendo lo real por la voluntad, la ideología o el ser abstracto de la nación. No basta, por tanto, identificar la fortaleza histórica de la izquierda abertzale con el paradigma de la «liberación nacional», a no ser que esta última se categorice de una manera correcta. Puede decirse que ese paradigma ha imperado en el seno de ese movimiento, pero lo que era real, es decir, un programa histórico, se encontraba en otros ámbitos —y, por lo tanto, deberíamos hablar de las fortalezas de la liberación nacional y no de la liberación nacional como fortaleza.
La izquierda abertzale no se ha agotado, por tanto, como consecuencia de la traición individual a unos principios políticos. Por el contrario, la mayor traición que se le puede hacer a la izquierda abertzale, y a cualquier movimiento coyuntural, es no entender su carácter efímero y pretender mantener, artificialmente, vivo el cadáver. Y en eso está el ala oficial, y también su disidencia.
No han cambiado la estrategia ni los principios políticos: los herederos de la izquierda abertzale persiguen la «liberación nacional», el «estatalismo» y la «democracia» —el socialismo siempre ha sido para ella estatalismo e intervencionismo—; pero esos objetivos ya no pueden aparecer bajo la máscara del conflicto, porque para ellos se ha abierto un marco propicio en la institucionalidad burguesa y en el Estado español. El autonomismo no es, por tanto, una decisión que se ha tomado, sino la forma que necesariamente debía adoptar el paradigma de la «liberación nacional».
UN NUEVO COMIENZO
Hemos dado por agotadas las condiciones económicas y políticas de la razón histórica de la izquierda abertzale. Esto, sin embargo, nos lleva a conclusiones que van más allá de la izquierda abertzale. En general, podemos hablar de la crisis de la capacidad de la socialdemocracia y del reformismo para llevar adelante una política combativa, y de alinear mediante ella a las masas obreras. Además, hemos relacionado esta crisis con la fase contemporánea del capitalismo.
Lo que ha decaído en estas décadas no ha sido la pasión y la voluntad revolucionaria. Lo que ha desaparecido ha sido el fingimiento revolucionario sin programa revolucionario, es decir, el contexto que permitía a la socialdemocracia presentarse como revolucionaria. A esto se ha llamado la crisis de la política burguesa derivada de la crisis capitalista, que aparece de la manera más cruda en las carnes de la socialdemocracia.
Hoy no hay colectivo de trabajadores directamente identificable, y por eso tampoco hay partido político que pueda hablar en su nombre. El proletariado se encuentra insignificante e impotente, marginado políticamente y dominado socialmente, sin organización propia... La socialdemocracia lo ha arrinconado porque no aporta nada a su programa histórico de reformas: salvo excepciones, no es un colectivo que se identifique inmediatamente en conflictos laborales —por eso le han dejado fuera de la condición de sujeto— y, en consecuencia, no es capaz de articular un conflicto —económico— sino es por mediación política, ya que no tiene condiciones objetivas para organizaciones colectivas —sindicalismo reformista— que se limiten al ámbito laboral.
El proletariado ha dejado de ser una masa inerte que puede ser utilizada como se quiera, pero no ha desaparecido; y para aparecer, para manifestarse históricamente, debe organizarse en sujeto político comunista, o no será nada. Las condiciones contemporáneas del proletariado le imponen la política como condición para organizarse como clase: saltar del ámbito de la reforma, del de la resistencia, a la conquista del poder político. A falta de lo último será imposible actuar en los primeros.
Tenemos el mismo reto entre manos; el mismo reto que ha tenido el proletariado en las últimas décadas. El punto de partida es el mismo que al principio: hemos fracasado, el comunismo ha sido sistemáticamente marginado en el seno de la izquierda abertzale. Ahora nos encontramos ante un nuevo comienzo, pero esta vez no se trata sólo de una posición ética.
El punto de partida es el mismo que al principio: hemos fracasado, el comunismo ha sido sistemáticamente marginado en el seno de la izquierda abertzale. Ahora nos encontramos ante un nuevo comienzo, pero esta vez no se trata sólo de una posición ética
Sobre la trayectoria del llamado MLNV hay dos claves para explicar su trayectoria y su situación actual:
- Las apariencias. Aparentaba ser un movimiento radical, revolucionario, que en la medida que confrontaba levantando la lucha armada se gano la adhesión de sectores del proletariado vasco hastiados de la represión y opresión social a que los sometía el estado capitalista español. Estos sectores encontraron en el MLNV la canalización del odio que les provocaba este estado.
- La realidad. En realidad el llamado MLNV ha demostrado que no era más que un movimiento reformista que no pretendía transformar la realidad sino reformarla de acuerdo a los intereses concretos y aspiraciones de la pequeña burguesía nacionalista vasca. Su pretensión era constituirse en estado-nación pero no había un proyecto social alternativo.
Una parte del proletariado vasco fue utilizado en la pretensión de la pequeña burguesía nacionalista vasca de constituirse en estado-
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Sobre la trayectoria del llamado MLNV hay dos claves para explicar su trayectoria y su situación actual:
- Las apariencias. Aparentaba ser un movimiento radical, revolucionario, que en la medida que confrontaba levantando la lucha armada se gano la adhesión de sectores del proletariado vasco hastiados de la represión y opresión social a que los sometía el estado capitalista español. Estos sectores encontraron en el MLNV la canalización del odio que les provocaba este estado.
- La realidad. En realidad el llamado MLNV ha demostrado que no era más que un movimiento reformista que no pretendía transformar la realidad sino reformarla de acuerdo a los intereses concretos y aspiraciones de la pequeña burguesía nacionalista vasca. Su pretensión era constituirse en estado-nación pero no había un proyecto social alternativo.
Una parte del proletariado vasco fue utilizado en la pretensión de la pequeña burguesía nacionalista vasca de constituirse en estado-nación. El proyecto político de esta pequeña burguesía nacionalista vasca no cuestionaba ni cuestiona el estado capitalista, a lo sumo aspira a limar los rasgos más rudos del capitalismo, es decir a un proyecto socialdemócrata como máxima aspiración social.
Sin embargo, a partir de constatar estas dos claves, no se puede menospreciar ni desdeñar a todos los militantes y sectores honestos que en su seno lucharon y lo dieron todo, incluso su vida, pensando que estaban luchando por un proyecto de transformación social. Aunque manipulados y utilizados, ellos si empuñaron la lucha por otro mundo más justo. Ellos si son dignos de respeto y admiración.
En mi opinión el Movimiento Socialista, aunque supone una ruptura con el llamado MLNV, no debe desdeñar ser bandera también de todos los militantes que lucharon, y dieron su vida, de forma honesta creyendo que luchaban por una transformación social radical.
Saludos revolucionarios.
Koba.
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