Emilio Lopez Adan 'Beltza' FOTOGRAFÍA / Inhar Iraizotz
2021/04/05

Atrás quedaron los convulsos años vividos en Euskal Herria a partir de la década de los 60. Más allá de los árboles de innumerables ramificaciones que nos muestran las diversas divisiones políticas, nos suele ser difícil entender el devenir de la lucha llevada a cabo en aquellos años, lo que nos es indispensable si queremos aprender de los aciertos y errores cometidos.

En este número hemos querido recoger el testimonio del militante histórico y escritor vasco Emilio Lopez Adan Beltza (1946, Gasteiz). Lopez Adan comenzó a militar en la organización Euskadi Ta Askatasuna (ETA) en 1964 y en las últimas décadas ha desarrollado diversos trabajos sobre la lucha armada, el nacionalismo y la lucha de clases en Euskal Herria.

¿En qué contexto empezaste a militar y cuál ha sido tu trayectoria?

Durante mi juventud, mi familia me inculcó el pensamiento abertzale y libertario, y a comienzos de la década de los 60 empecé a tener mis primeros contactos con los grupos abertzales de Araba, —los únicos que realmente estaban organizados entonces—. En 1964 decidí integrarme en ETA, puesto que en aquel momento era la mayor defensora del abertzalismo. Durante aquellos años, ETA era una organización bastante abierta, y recibía diversas influencias ideológicas desde su base social.

Tres años después, tuvimos la V Asamblea. Aquel proceso, desde mi punto de vista, fue bastante democrático. Ese año fui elegido miembro del Biltzar Ttipia (BT), así que dejé los estudios de medicina y pasé a la clandestinidad. El BT creó el llamado Comité Ejecutivo Táctico (KET), en el que participamos, entre otros, Txabi Etxebarrieta, Jose Maria Eskubi, Edur Arregi y yo. Tras el exilio de varios miembros del BT, el KET tomó la dirección de la organización por completo. Sin embargo, en 1968 tuve que marchar al exilio y seguí militando como herrialde-buru de Iparralde, hasta que tuve que exiliarme en Bélgica.

En 1970 tuvo lugar la conocida VI Asamblea de ETA, en la que la organización se dividió en dos principales fracciones, entre los que priorizaban hacer la revolución a nivel estatal, y los que apostaban por la autonomía estratégica de los vascos. Yo me posicioné con esa última opción, a favor del grupo que pasaría a denominarse como ETA-V. Nuestra tendencia era minoritaria en aquel momento, y entre nosotros teníamos muchos nacionalistas rematados, para quienes la estrategia estatalista de ETA-VI, era una estrategia puramente españolista. Yo no compartía esa concepción, pero me parecía que, dada la fuerza que tenía el abertzalismo en Euskal Herria, necesitábamos hacer una revolución propia en nuestro país, con una vía estratégica propia. Fueron tiempos muy duros, los más duros de mi vida. Recibimos monumentales sacudidas personales e ideológicas, incluso de parte de los procesados de Burgos, los cuales, al principio, estaban bajo la disciplina de ETA-VI.

A pesar de que en ETA-V la tendencia puramente nacionalista era mayoritaria, varios miembros reivindicasteis lo que denominasteis como nacionalismo revolucionario…

La dirección de ETA-V claramente estaba en manos de los milis. No obstante, pronto se unieron a la organización varios jóvenes socialistas y revolucionarios, gente de gran valor, entre ellos Eduardo Moreno Bergaretxe Pertur. Aquella nueva generación participó activamente en la redacción de la revista Hautsi; para entonces, en ese grupo yo era el más viejo. A decir verdad, la dirección mili actuó con gran permisibilidad hacia nosotros. Por mi parte, durante mi estancia en Bélgica, recibí una importante influencia de parte de Federico Krutwig, pero también tuve la oportunidad de profundizar en el comunismo libertario.

Sin embargo, en 1974 gran parte del llamado Frente Obrero de ETA-V se escindió de la organización, entre ellos yo, para crear el partido LAIA. Meses más tarde se daría también la ruptura entre los polimilis y los milis. Los miembros de LAIA considerábamos que la influencia pequeño burguesa – EGI-Batasuna, los cabras, el monzonismo – se había impuesto definitivamente en ETA, rechazando así la prioridad de conectar con el desarrollo de las masas. Los militantes de LAIA, mayormente, eran partidarios del marxismo consejista, es decir, de la autoorganización obrera.

Sin embargo, en 1976, a causa del desacuerdo interno respecto a la alternativa táctica KAS, LAIA se dividió en dos, entre los partidarios de aquella —LAIA (bai)— y los detractores —LAIA (ez)—. Yo fui con estos últimos, los cuales participarían en la creación de los Comandos Autónomos Anticapitalistas.

Finalmente, entorno al 84, la lucha autónoma entró en declive debido a la baja participación de las masas, la dura represión y la ofensiva político-moral contra los autónomos llevada a cabo por la propia ETA. En mi opinión, fue en aquel momento el fin de la autoorganización revolucionaria de los trabajadores en Euskal Herria.

A partir de entonces, he seguido ejerciendo como ginecólogo en Iparralde y también como escritor. Además de abundantes trabajos periodísticos, he escrito varios libros sobre la historia del nacionalismo vasco y la lucha de clases, y sobre la violencia política en Euskal Herria.

Para profundizar en la relación entre el nacionalismo y la lucha de clases en Euskal Herria, ¿qué aspectos destacarías del ciclo de lucha que se extendió durante 1967 y 2011?

Destacaría que el nacionalismo se sobrepuso por completo a la lucha social.

Dentro de ETA-V, en aquel momento concreto, concluimos que el problema social y el nacional debían ir de la mano. De hecho, según nuestros análisis, sólo el proletariado vasco reunía las condiciones para dar salida a la cuestión nacional, ya que la oligarquía vasca no sólo era españolista, sino que servía de apoyo del franquismo; por su parte, la burguesía nacional vasca —vinculada al PNV— era reformista tanto desde el punto de vista nacional como del social. El proletariado vasco se encontraba en un momento especial; en plena fase de industrialización, se produjo una gran proletarización de las masas, y a la vez, grandes olas de inmigración arribaron a nuestras ciudades. Por ello, llegamos a la conclusión de que era imprescindible dar una perspectiva revolucionaria a la cuestión nacional, y así surgió la denominación del Pueblo Trabajador Vasco (PTV). Esto, en un principio, dio mucha fuerza y coherencia a nuestro discurso. Además, a nivel internacional comenzaron a aumentar las luchas armadas contra el colonialismo y el imperialismo, que además de estar fuertemente influenciadas por el maoismo y el marxismo-leninismo, tenían un fuerte contenido nacional. Aquella lucha anticolonialista tuvo una notable repercusión en nuestro país.

«Sólo el proletariado vasco reunía las condiciones para dar salida a la cuestión nacional»

Sin embargo, aquella perspectiva que unía la cuestión social con la nacional no perduró mucho, ¿verdad?

El problema es que la unión entre estas dos líneas de lucha —la social y la nacional— no era más que una construcción intelectual que nos sirvió en aquel preciso momento.

Al cabo de unos años, las contradicciones entre la cuestión nacional y la social fueron acentuándose, hasta que se dio la ruptura de aquella construcción intelectual. Por otra parte, con la intención de superar las imposibilidades para encender la insurrección, ETA pasó, bajo la dirección de Argala, al modelo de la negociación y de la organización dirigente. Este cambio dio lugar al nacimiento de la Alternativa KAS en 1976, en la que claramente se impuso el contenido nacional al social. Dado su carácter táctico, podríamos decir que la Alternativa KAS era un programa reformista, de contenido social difuso. Se abandonó la revolución social, por la negociación del estatuto de autonomía y el derecho de autodeterminación. A partir de ese momento, cada adaptación estratégica que efectúe ETA, fortalecerá aún más la tendencia reformista y nacionalista. Ejemplo de ello es que, de los cinco puntos iniciales de KAS, se pasó en 1995 a la Alternativa Democrática centrada en dos puntos: la autodeterminación y la aceptación de la territorialidad vasca.

«Se abandonó la revolución social, por la negociación del estatuto de autonomía y el derecho de autodeterminación»

Así, la actividad armada de ETA (m) —posteriormente, ETA a secas—, fue encauzada casi exclusivamente al logro de esos mínimos en lugar de responder a las necesidades directas de los trabajadores o a los conflictos de clase. Sin embargo, estos últimos aspectos los desarrollarían bastante más los polimilis y los autónomos.

ETA, a través de la teoría de la acumulación de fuerzas, asumió una función de interlocutor par a par con el Estado, sustituyendo el protagonismo del pueblo por el protagonismo de la organización y, especialmente, basándose en un contenido puramente nacionalista. Claro, con este contenido nacionalista ¿quién se encuentra más cómodo? Los pequeño burgueses, por supuesto; la burguesía nacional vasca.

Pero, como aun así era imprescindible mantener cerca la base social revolucionaria, se hicieron varios ensayos teóricos para cubrir la lucha nacional de vestimenta revolucionaria y, de esta manera, mucha gente creyó que entrando en las organizaciones de la izquierda abertzale hacía la revolución socialista. Debido ha esto, se han producido graves desviaciones teóricas; por ejemplo, en la época del anticolonialismo se consideraba que el simple impulso del nacionalismo en pro de las naciones oprimidas, por sí mismo, era una iniciativa revolucionaria, creyendo que aquella posición era la más eficaz contra el enemigo imperialista. Pero, defender una posición puramente nacionalista, no tiene nada que ver con hacer revolución social. En Euskal Herria se ha extendido mucho esta concepción de que, cuanto más vasco seas, más revolucionario serás. Y eso no es así. El vasco será revolucionario sólo si asume los principios revolucionarios universales.

«En Euskal Herria se ha extendido mucho esta concepción de que, cuanto más vasco seas, más revolucionario serás. Y eso no es así. El vasco será revolucionario sólo si asume los principios revolucionarios universales»

¿Dentro de la izquierda abertzale, cuáles eran las hipótesis principales en relación con la estrategia a seguir en el proceso de liberación?

Los autónomos no afirmaban que la revolución socialista ocurriría inevitablemente, pero no negaban la posibilidad y, en consecuencia, no estaban dispuestos a apoyar un programa táctico asumible por la democracia burguesa. Sin embargo, hay que admitir que no existía una unidad organizativa ni estratégica por parte de los autónomos. Además, a menudo, las relaciones de algunos grupos resultaron bastante enturbiadas.

Por su parte, para los milis estaba claro que el nuevo régimen democrático burgués era una mera continuación de la dictadura militar franquista, visión que apoyaron, más o menos, hasta la época de la Alternativa Democrática. Descartaron la insurrección y tomaron la vía de la negociación. ¿Por qué tomaron ese camino? Sencillamente porque pensaron que no había condiciones objetivas ni subjetivas para hacer la revolución: los demás territorios del Estado no estaban al nivel combativo de Euskal Herria e, incluso en nuestro país, la sociedad estaba cayendo poco a poco en la comodidad. De manera que la negociación de un contenido reformista se convirtió en el objetivo. En este nuevo planteamiento ya no era necesario que el pueblo tomara el protagonismo, bastaba con que la organización asumiera la dirección. Pero ese no era el planteamiento mantenido por ETA hasta el momento, ya que esta históricamente se autodefinía como una organización al servicio del pueblo, de forma absolutamente explícita.

Entre los polimilis la actitud era bastante diferente. Según los análisis de Pertur y sus compañeros, la lucha armada debía operar bajo una dirección política —invirtiendo el esquema de los milis— y la lucha armada debía servir para acrecentar las contradicciones del Estado. Según sus análisis, no existían posibilidades de hacer la revolución a nivel estatal; no obstante, pensaban que, golpeando a los sectores más reaccionarios del Estado, sería posible forzar a la burguesía progresista a unirse a la lucha del proletariado revolucionario. Al fin y al cabo, pretendían crear condiciones y cambiar las correlaciones de fuerzas para hacer la revolución. De conseguirlo, creían que podrían existir posibilidades de que la lucha militar pasara a segundo plano, en beneficio de la lucha política. Esta era la hipótesis inicial de los polimilis; luego, lo que haría Euskadiko Ezkerra, es otra cosa, y no debe confundirse con los planteamientos de Pertur y sus compañeros.

No obstante, las cosas cambiarían bastante durante la década de los 80…

Sí, todo esto se reventó entorno al 1982, pero reventó de verdad. Cuando el Tejerazo falló (o tal vez no falló, y trajo lo que debía traer…) ocurrieron dos cosas: por un lado, se instauró un sistema corrupto y de continuación franquista en torno a la Constitución del 78, bajo el liderazgo del PSOE; y, por otro lado, se consolido el carácter autoritario y antirrevolucionario de las democracias europeas. Estos acontecimientos quebrantaron las opciones revolucionarias y dejaron la práctica de la lucha armada fuera de lugar en Europa. Fue en esta década cuando se disolverían las dos ramas de los polimilis  —séptima (1982) y octava (1986)— y los CAA (entorno al 1984). ETA militar, en cambio, muy fortalecida por aquel momento, decidió seguir activa, decidida a forzar al Estado a negociar.

¿Qué balance haces, a día de hoy, de las tendencias mencionadas?

Para hacer el balance es imprescindible tener en cuenta qué se veía como una oportunidad en el momento, qué capacidades había y cuál era el pensamiento de la época. Las elecciones estratégicas que tomó ETA (m), las tomó en un momento en el que militarmente y logísticamente estaba muy fuerte. Tenía gente muy entrenada y contaba con un gran apoyo social. Así se entiende que eligiera proseguir con la lucha armada, mientras las demás organizaciones se deshicieron. Al fin y al cabo, en aquella época había posibilidades racionales para pensar que era posible conseguir la amnistía alcanzada anteriormente por los polimilis, con mayor dignidad, y junto con los cinco puntos de la Alternativa KAS. Este camino fue el que condujo a las conversaciones de Argel en 1989.

«En aquella época había posibilidades racionales para pensar que era posible conseguir la amnistía alcanzada anteriormente por los polimilis, con mayor dignidad, y junto con los cinco puntos de la Alternativa KAS»

Se podría decir que la ruptura de estas conversaciones y la época de Oldartzen —la extensión de los objetivos de las acciones armadas— alejó a la erakunde de las masas. Con el objetivo de forzar al Estado a negociar, ETA ha utilizado tácticas terroristas golpeando objetivos civiles. Esto le produjo unos daños terribles en cuanto al apoyo popular de las masas.

No se podía saber lo que pasaría, pero yo creo que la de Argelia fue la mejor oportunidad para acabar dignamente con la lucha armada, y eso mismo pensaban multitud de personas dentro de la izquierda abertzale. Sin embargo, para unas cuantas personas, el final de la estrategia político-militar era el momento idóneo para colocar la lucha institucional en el pico de lanza.

Entonces se pasó de la insurrección al reformismo…

No hay que olvidar que, al igual que hicieron los milis anteriormente, con la creación de Herri Batasuna, se priorizó ante todo la unión de los abertzales radicales. Desde la izquierda abertzale se ha expulsado a mucha gente por españolista, pero no se ha echado a nadie por no ser socialista o comunista. Así se entiende como tomó tanta fuerza el monzonismo dentro de la nueva formación abertzale, y la falta de crítica sobre el mismo. Sin embargo, esto no quita que no hubiera gente de gran valor dentro de esta tendencia.

«Desde la izquierda abertzale se ha expulsado a mucha gente por españolista, pero no se ha echado a nadie por no ser socialista o comunista»

Por medio de HB, los abertzales radicales obtuvieron opciones y posibilidades muy ventajosas para impulsar la reforma, en las cuales tenían la esperanza de profundizar. Aunque HB no participó en las primeras elecciones, no fue porque no creyera en la democracia representativa, sino porque no había garantías democráticas suficientes —amnistía, legalidad de los partidos, etc—. Al fin y al cabo, estas personas creían sinceramente que desde las instituciones era posible hacer mucho más por la causa vasca y la autodeterminación, y veían claramente que vinculando la lucha institucional a la lucha armada y al movimiento popular se podían obtener mejores resultados. Esta concepción, por ejemplo, se condensó en la lucha contra la autopista de ­Leitzaran. Este enfoque está estrechamente relacionado con la democracia formal y las prácticas alejadas de la lucha de clases y parece que, una vez ­desaparecida la lucha armada, este sigue siendo el credo.

¿Frente a ello, cuál fue la postura defendida por la organización armada?

Desde la erakunde pensaban que la lucha armada debía ser el vértice del movimiento, organizando el movimiento de masas en torno a ella, y situando la lucha institucional en la cola. Pero quienes querían aprovechar el potencial electoralista de HB de forma realista —en las instituciones—, claro está, tiraron fuertemente hacia su lado. Esta gente siempre ha estado en la izquierda abertzale; han tenido un fuerte compromiso y han sufrido una dura represión. Sobre todo este sector sufrió golpes muy duros al romperse las conversaciones de Lizarra-Garazi y las de Loiola-Ginebra, tanto de parte del Estado, como de la misma ETA. Tras este último intento, y con el fin de frenar el desastre acarreado por ­Oldartzen, fue este grupo de la antigua HB el que tomó la decisión de dar la vuelta a la situación; precisamente el mismo grupo que fue el protagonista de la postura socialdemócrata en el seno de la izquierda abertzale.

Y, sin embargo, este cambio se dio sin romper con la base militante, ya que, a causa de la represión, la izquierda abertzale se convirtió en una comunidad estrechamente unida, y con una rigurosa disciplina y admiración hacia los responsables políticos, la cual fue sembrada durante treinta años de lucha. Por ello, es natural que hayan sido las nuevas generaciones las que han acarreado el cambio crítico.

¿En tu opinión, qué ha supuesto que la línea socialdemócrata se impusiera en la izquierda abertzale?

En cuanto a la historia de la socialdemocracia, hay que tener en cuenta que los socialdemócratas no han sido unos infiltrados, sino unos socialistas revolucionarios que han tenido una evolución. Ellos piensan que lo mejor para el beneficio del pueblo es ganar la hegemonía en las instituciones; es decir, que es posible llegar al socialismo mediante reformas sociales, y que no sólo deben ser representantes de la clase trabajadora, sino de todo el pueblo merecedor de libertad. Esto abre la puerta al interclasismo, y a la aceptación de la democracia representativa en detrimento de la democracia directa.

Las evoluciones personales, por supuesto, han sido diferentes, pero, en general, ¿qué es lo que ocurre con la línea socialdemócrata? Pues que, al final, termina por identificarse con el orden y el poder, y desde un punto en adelante, abre las puertas a la represión contra las “quimeras” revolucionarias que entorpezcan la vía socialdemócrata. Y esto ocurrió desde el primer momento en que la socialdemocracia llegó al poder, ¿Cómo murieron sino Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht?

Desde finales de siglo, no obstante, la socialdemocracia seguirá la tendencia del mitterrandismo francés y/o del blairismo inglés, reconociendo al capitalismo toda la legitimidad para dirigir la economía y convertirse en su servidor en el Estado. Si esta evolución se ha producido en todo el mundo, ¿cómo se puede creer que en Euskal Herria será diferente? Es decir, ¿cómo se puede creer que los vascos desde las instituciones y sin una confrontación clara con el capitalismo, haremos la revolución? Lo que ha pasado en todas partes, aquí también pasará, y la vasquidad no nos inmuniza contra eso.

Aunque no niego que estas personas no hayan emprendido este camino pensando que es lo más favorable para el pueblo.

Asimismo, te has mostrado crítico con las tendencias supuestamente pacifistas, y con el tratamiento hacia los presos políticos.

Sí, y podemos vincular el pacifismo con la socialdemocracia, así como con la condena de la lucha armada. En pocos años, de una estrategia político-militar, hemos pasado a la deslegitimación de todas las violencias políticas. Sin embargo, no se debieran equiparar la violencia mediante armas sofisticadas y la violencia callejera. Si el pacifismo niega la legitimidad para protegerse de cualquier injusticia, está abriendo la puerta a la represión indiscriminada. Podría ser aún más grave si esos supuestos pacifistas aíslan a los nuevos jarraitxus y los dejan en manos de fuerzas represivas, mientras sostienen con sus votos gobiernos socialdemócratas autoritarios. Yo creo que hoy hay mucha gente honrada, la cual incluso ha luchado durante décadas y que ha sufrido una severa represión, con graves problemas de conciencia. Pero los nuevos socialdemócratas que no han conocido el pasado ciclo de lucha y la represión, sólo conocerán la situación actual y darán pasos más fácilmente hacia posiciones autoritarias.

En ese sentido, para encajar el pacifismo con el tema de los presos políticos, pienso que se ha dado una victimización de los presos, es decir, que a los presos se les ha negado su carácter político y, por tanto, su dignidad. No obstante, todas las personas que han militado en ETA y en los movimientos que la rodean han luchado por la libertad: los gudaris son gudaris, y punto. Por eso, con todos y cada uno de los presos, incluso con el último dirigente que he criticado, por solidaridad, defenderé la amnistía.

Acabas de publicar el trabajo La lucha armada en Euskadi 1967-2011, basado en la investigación de todas las acciones armadas que han tenido lugar en Euskal Herria durante 40 años. ¿Cuál es el objetivo de este trabajo?

Me pareció necesario hacer una crónica de nuestra lucha armada, basada en hechos, libre de las mistificaciones y de las falacias de las versiones oficiales: lucha armada-acciones armadas; las que hemos hecho nosotros, y las que nos han hecho a nosotros. Por lo tanto, he investigado cada una de las acciones, recogiendo en cada una de ellas lo siguiente: qué pasó, qué se dijo en el momento (documentos, prensa), qué opinión se ha dado en las investigaciones y, por último, qué dicen los protagonistas en la actualidad en sus memorias. Tras este apartado documental, y tratando de hacer una aportación a la lucha del día de mañana, hago una reflexión sobre los problemas tanto estratégicos, como éticos de cada acción. En este sentido, veremos en múltiples ocasiones cómo los errores éticos (cuando las acciones han golpeado a los civiles, por ejemplo) derivan en grandes errores estratégicos. Toda crítica y reflexión en este trabajo tiene como objetivo hacer comprender mejor el sentido de la lucha que llevamos a cabo, y aprender de aquellas experiencias; todo esto, por supuesto, sin alimentar en absoluto la visión represiva.

Sea como sea, los militantes que hemos practicado la lucha armada en Euskal Herria siempre hemos tenido como objetivo la libertad, tanto nacional como social, y por ello, todos los gudaris merecen un lugar en la historia de la lucha por la libertad del mundo.

«Todos los gudaris merecen un lugar en la historia de la lucha por la libertad del mundo»

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