Me ha tocado escribir sobre el PSOE, uno, si no el más, importante de los actores en el proceso de modernización del Estado español y pilar del régimen del 78, agente pacificador y gestor en los momentos de agudización de los conflictos de clase. Desde José Luis Rodríguez Zapatero, gestionando los años posteriores a 2008, hasta Pedro Sánchez, garantizando la paz social frente a la pandemia, el conflicto catalán, la DANA, el apagón o la corrupción en sus filas, el PSOE es clave en el mantenimiento del régimen burgués español. Es por ello que este reportaje tiene como objetivo el análisis de los últimos años del partido, examinando cómo ha gestionado los conflictos y configurado sus alianzas y apoyos, pero intentando ir más allá del mero análisis electoral y sociológico, con el fin de sacar a la luz los intereses de clase que subyacen al partido.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
La crisis del 2008 es percibida por muchos como un momento de inflexión, tanto a nivel global, como a nivel estatal o local. El crack financiero y la posterior salvación de los bancos por parte del Estado, el aumento del empobrecimiento y el crecimiento de los desahucios y embargos enseñaron el verdadero rostro de la sociedad en la que vivimos, demostrando, una vez más, la clara incapacidad de los mandatarios para gestionar una sociedad en crisis. Esta incapacidad ha sido una de las principales razones del declive de los partidos socialdemócratas clásicos en Europa, como el PASOK en Grecia y el PS en Francia, y a su vez una de las causas del surgimiento de partidos de corte populista, como Francia Insumisa, Syriza o Podemos. La cifra de 6 millones de parados y una tasa de exclusión social y riesgo de pobreza que afectaba a unos 12 millones de personas generaron, como era de esperar, un enorme descontento social: un descontento dirigido contra las instituciones europeas, estatales y en concreto contra el PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero como gestor de la crisis. En el caso del Estado español, este enfado y sus expresiones de rechazo tomaron el nombre de 15-M. Fue un largo ciclo de lucha con una gran variedad de expresiones, entre ellas, las huelgas generales entre 2010-2012, los indignados tomando las plazas, el Rodea el Congreso en 2012 o las Marchas de la Dignidad de 2014.
Sin embargo, lo que radicaba en las entrañas de este descontento no era un rechazo a las medidas económicas y al empobrecimiento generalizado, sino que se trataba de un rechazo hacia la forma institucional del Estado actual, es decir, a la forma de Estado del régimen del 78. Es lo que se ha denominado como crisis de representación o crisis del bipartidismo. En otras palabras, la incapacidad de los dos partidos tradicionales para representar y canalizar las demandas de grandes capas de la sociedad y para dar respuesta al gigante descontento social, particularmente visible en las generaciones más jóvenes.
Fruto de este descontento surgieron nuevas fuerzas políticas, en forma de movimientos sociales (vivienda, feminismo, ecologismo…) y partidos electorales, siendo Podemos (2014) el principal exponente. Fuerzas que, de una manera u otra, pugnaban por el espacio a la izquierda del PSOE, rompiendo así con la hegemonía que llevaba décadas manteniendo. A su vez, esta crisis política tuvo su propia expresión en el procés catalán de 2017, con un auge del independentismo que supuso un enorme reto para los partidos en el Gobierno.
Es en este convulso contexto donde aparece uno de los principales protagonistas de la política española de los últimos años: Pedro Sánchez. Después de la dimisión de Alfredo Pérez Rubalcaba en 2014 por los malos resultados en las elecciones europeas, el actual presidente fue elegido como sucesor, mediante votación directa de la militancia. Tras unos nefastos resultados electorales en 2015, con una pérdida de 20 escaños (1.500.000 votos), el fracaso de la investidura y otros malos resultados en 2016 (aunque se recuperó cierto voto perdido) su liderazgo fue cuestionado. Constituyeron una muestra de ello las pugnas internas con el otro sector del Partido, representado por Susana Díaz y apoyado por Felipe González. No obstante, tras superar esta luchas, Pedro Sánchez fue reelegido en la presidencia del partido, reforzando la cohesión interna hacia su figura y minando la de sus opositores. Así, asumió el cargo con las tareas de renovar la confianza en su partido y de hacer frente a una mermada situación económica, un notorio descenso electoral, el auge de los partidos a su izquierda y las consecuencias del conflicto catalán. Por demérito ajeno o méritos propios, seguramente por las dos cosas, el PSOE ha sido capaz de adaptarse a este nuevo contexto y volver a ser el principal referente de la izquierda parlamentaria.
La ingente cantidad de sucesos acaecidos estos últimos años complica el análisis, por lo que he elaborado una tabla que recoge en orden cronológico los principales sucesos del periodo del sanchismo (probablemente me haya dejado alguno), para facilitar la comprensión y la secuenciación de lo comentado. He dividido el reportaje en 3 bloques principales, con los que para mí son los 3 principales apoyos del sanchismo: la subordinación del espacio a su izquierda, el apoyo del “independentismo” y el freno a la extrema derecha, junto a las medidas para la cohesión social.

Sanchismo y fagocitación/desactivación de la izquierda
El periodo pos-Zapatero puede ser visto como la fase de adaptación del PSOE al nuevo contexto social y electoral. Uno de los elementos principales de la nueva estrategia del partido fue la adecuación a un entorno de pugna por la hegemonía de la izquierda.
La propuesta política populista de Podemos surge, por un lado, debido a la crisis de la propuesta socioliberal del PSOE y, por otro lado, como respuesta a un deterioro de las condiciones de vida, en la que sectores de la aristocracia obrera y la pequeña burguesía necesitan poner trabas a este empobrecimiento
La crisis de 2008 y sus consecuencias tuvieron su máximo exponente en el nuevo partido denominado Podemos. Esta propuesta política populista surge, por un lado, debido a la crisis de la propuesta socioliberal del PSOE y, por otro lado, como respuesta a un deterioro de las condiciones de vida, en la que sectores de la aristocracia obrera y la pequeña burguesía necesitan poner trabas a este empobrecimiento . Irrumpió en el espectro político cuando el movimiento 15-M comenzaba a flaquear, debido a la falta de horizonte estratégico y una organización que articulara su descontento. Podemos llegó con cantos de sirena de cambio, intentando representar a todas esas personas no identificadas con la política tradicional, con un marcado discurso anti-establishment y una serie de propuestas “rupturistas”. Mientras que dejaban de lado apelaciones a la clase obrera y al socialismo, su discurso iba dirigido al “pueblo”, a los ciudadanos, a los de abajo, a la clase media. Este es uno de los elementos clave de la forma populista que ha adquirido la política en las últimas décadas, la cual afecta e influencia a todos los partidos, pero hay algunos que lo representan de manera más directa. En ese primer momento de “radicalidad”, Podemos intentó erigirse como el representante de todo ese movimiento popular, creando un programa en el que se le diera cabida a algunas de las reivindicaciones de esos movimiento sociales mientras, a su vez, logró integrar a varios referentes de estos espacios en sus filas. Esa relación entre Partido-movimientos, fue cada vez más compleja y problemática, debido, en gran parte, a la incapacidad de llevar a cabo aquellas bonitas promesas y a una estructura jerárquica basada en personalismos.
El PSOE se iba adaptando al nuevo contexto e iba elaborando una nueva estrategia para recuperar su posición. En un primer momento, optaron por la confrontación directa y la deslegitimación del discurso de Podemos, ejemplo de ello son las palabras de Pedro Sánchez en 2014: “ni antes ni después el PSOE iba a pactar con el populismo”. Aun así, no estaba claro cómo enfrentarse al contexto de rivalidad electoral, algunos opinaban que debía priorizarse la hegemonía en la izquierda (Pedro Sánchez) y vencer a Podemos, mientras que otros defendían la necesidad de aumentar la posición centrista (Susana Díaz) y vencer al PP, con el objetivo de gobernar. No obstante, la fuga de votos y la incapacidad de formar gobierno durante las elecciones de 2015 y 2016 provocaron divisiones internas y cuestionamiento del liderazgo de Pedro Sánchez. En 2015, el PSOE perdió veinte escaños (logró 90), mientras Podemos consiguió 69, una diferencia de menos de 400.000 votos. En esos comicios, el 26,2% del electorado socialista votó a Podemos e IU, mientras que un 6,6% optó por la abstención o el voto en blanco. Un año más tarde, el PSOE aumentó su fidelidad hasta el 77,4%, aunque perdió un 4,7% hacia Unidas Podemos y casi un 10% hacia la abstención, de manera que los resultados en general seguían siendo malos.
Después de meses de tensiones, señalamientos y pugnas, llegó el momento de elegir líder. La reelección de Pedro Sánchez y la reconfiguración establecieron las bases de la renovación del PSOE, reforzando el liderazgo del nuevo secretario general y colocando perfiles afines en posiciones clave. En 2018, el PSOE vio la oportunidad de quitar al PP del gobierno, el cual se veía minado por los casos de corrupción, y erigirse como la alternativa real al auge de la extrema derecha. La moción prosperó y estableció las bases de los que se convertirían en los partidos de apoyo del PSOE, la izquierda “radical” y los “independentistas” (como podemos observar en la imagen de la siguiente página). Estos apoyos hay que entenderlos dentro del pilar principal de la estrategia del Partido Socialista: buscar ser la única alternativa a un Gobierno del PP con VOX, convirtiéndose en el representante del voto útil.

La fragmentación en la izquierda ha complicado la formación de gobiernos estables, por lo que ha habido que llegar a más acuerdos con más partidos. En ese contexto, la primera opción del PSOE fue intentar gobernar o recibir el apoyo de Ciudadanos después de las elecciones de 2019, lo cual no prosperó. Después de la repetición electoral a finales de 2019, al PSOE no le quedó más remedio que ceder ciertos puestos a UP. El Gobierno de coalición contó con Pablo Iglesias, Yolanda Díaz, Irene Montero, Alberto Garzón y Manuel Castells en el Consejo de Ministros. Aunque no fuese la opción preferida del PSOE, la entrada de UP al Gobierno podía ser una forma de seguir minando a un partido que había prometido cambiarlo todo, ya que, como se ha demostrado, gobernar desgasta electoralmente y más a un partido con las características de UP. Este desgaste estaba siendo evidente, como quedó claro con la escisión de Más País, liderada por Iñigo Errejón ese mismo año. El PSOE sólo tenía que seguir desgastando a un partido cuya estrategia (o la falta de una) le estaba llevando al declive electoral, como se puede apreciar en la próxima tabla.
El apoyo de la izquierda “radical” y los “independentistas” hay que entenderlos dentro del pilar principal de la estrategia del Partido Socialista: buscar ser la única alternativa a un Gobierno del PP con VOX, convirtiéndose en el representante del voto útil
La época en el Gobierno de coalición causó un gran desgaste a Podemos, y cada vez eran más las voces internas que pedían una renovación en el partido. Fue en 2023, después de que los principales líderes del primer Podemos hubieran abandonado el partido, cuando Yolanda Díaz dio el paso y fundó Sumar. Una vez más, se había cumplido aquello de que la izquierda se divide y se debilita, lo cual generó una enorme desilusión y aumentó la desafección que ya para entonces era bastante grande.

En este sentido, es interesante observar cuáles han sido los sectores que han apoyado a los partidos de izquierda estas últimas elecciones. Para ello, he analizado la encuesta realizada por el CIS antes de las elecciones de 2023, la cual deja fuera a UP. Estas encuestas no se realizan, evidentemente, en términos marxistas, por lo que siempre hay que tomarlas con bastante precaución, aún así creo que aporta interesantes elementos al análisis.
Si observamos a los votantes por edad, vemos que el PSOE es el principal partido entre los jóvenes, aunque Sumar le sigue de cerca. Según avanza la edad, el partido de Pedro Sánchez aumenta el margen respecto al de Yolanda Díaz, cuya base electoral está claramente anclada en sectores juveniles y cercanos. Mientras tanto, el PSOE se hace fuerte en sectores más tradicionales, los cuales vivieron la dictadura o la transición.

En estos dos gráficos podemos observar la elección de votos, por un lado, según la autopercepción del electorado y, por otro lado, según el nivel de estudios. Queda claro que el partido en el gobierno se nutre en gran medida de sectores de niveles educativos bajos que, probablemente, se autoperciban como pobres. Cuanto mayor nivel educativo, menor apoyo recaba el partido socialista, mientras que a Sumar le ocurre justo lo contrario. Este fenómeno está siendo identificado en muchos países (como el Partido Demócrata de EEUU), en los que la izquierda ha dejado de ser el partido de los obreros “clásicos” y se ha hecho fuerte en sectores con un alto nivel de estudios. Parece que el PSOE sigue manteniendo el nicho electoral vinculado a la clase trabajadora “clásica”.

Hay muchos países en los que la izquierda ha dejado de ser el partido de los obreros "clásicos" y se ha hecho fuerte en sectores con un alto nivel de estudios (como ha ocurrido con el Partido Demócrata de EEUU)
No obstante, si nos quedamos con estos datos, vamos a dar una imagen muy tergiversada de la realidad, en la que el PSOE se refleja como la elección de la clase obrera y es que, tal y como se observa, elección tras elección, amplias capas de la sociedad deciden no votar, especialmente entre los sectores de menor capacidad económica. Es importante señalar que mientras un sector no se siente identificado con la política institucional, otros sectores de mayor capacidad económica ‒grandes sectores de la aristocracia obrera, como el funcionariado‒ se están movilizando para preservar su estatus. La desafección hacia la política institucional es bastante latente en sectores de la izquierda, aunque no hay que obviar que la posibilidad de un gobierno de PP y VOX está siendo un elemento movilizador, como se observa en el crecimiento de 4 puntos en la participación de las elecciones de 2023, comparándolas con las de 2019. Esta desafección ha sido causada, por una parte, por la imposibilidad de cumplir las promesas y, por otra, por la falta de ambición y valentía para llevarlas a cabo, lo cual está abriendo las puertas a alternativas reaccionarias como VOX. Asimismo, a todo esto hay que sumarle las pugnas personalistas que tanto hemos visto en los últimos años.
La ruptura entre Podemos y Sumar fue vista como un cambio de época, la implosión del espacio de la izquierda inaugurado en 2014
La ruptura entre Podemos y Sumar fue vista como un cambio de época, la implosión del espacio de la izquierda inaugurado en 2014. La formación morada, después de ir junto a Sumar a las elecciones en julio de 2023, abandonó la coalición (compuesta por una quincena de organizaciones) 5 meses después y pasó al grupo mixto con cinco escaños. El espacio que en 2015 logró más de 5 millones de votos (algo más de 3, en 2023) había estallado. Se puede decir que el PSOE ha acertado en su estrategia, ya que ha conseguido volver a ser el referente principal en la izquierda (evidentemente, dentro de los cambios en el contexto actual), algo que no parecía tan fácil hace unos años. El continuo desgaste de Podemos ha facilitado este proceso, en gran medida, por la falta de unos principios políticos comunes firmes y una política basada en liderazgos personales, como han sido Pablo Iglesias, Iñigo Errejón o Yolanda Díaz. Una vez evitado el sorpaso de otro partido, el PSOE ha logrado una muleta que le facilita gobernar en este nuevo contexto.
PSOE y el “independentismo”
Cataluña posprocés
Visité los Països Catalans semanas antes del referéndum, donde todo era ilusión y sensación de victoria. Aunque pareciera imposible que el estado pudiese lograr desactivar todo ese activismo y movilización, años más tarde no queda más que la sombra de lo que fue aquello. Y entre los responsables de esa desactivación y asimilación está el PSOE, el cual ha sabido canalizar ese impulso en forma de concesiones, claudicaciones y competencias. Asimismo, de ninguna manera se puede olvidar la responsabilidad de los partidos “independentistas” y su falta de estrategia. Todo ha quedado relegado a una mesa en la que los políticos mercadean con sus intereses partidistas a espaldas de la gente.
Mariano Rajoy gestionó el conflicto catalán a base de represión, algo que Sánchez ha cambiado, aunque no del todo. El Gobierno Central ha promovido un indulto parcial, la derogación del delito de Sedición del Código Penal y la Ley de Amnistía como formas de restaurar la normalidad política y fortalecer al PSOE. No obstante, opino que la represión ha fortalecido la imagen de ciertos partidos, sobre todo de Junts (Puigdemont), dándole una imagen de rupturista, lo cual le ha servido para volver a crecer electoralmente. A pesar de ello, al que mejor le va es al PSC de Salvador Illa, como podemos observar en la siguiente tabla.
Toda la euforia desencadenada por el procés ha sido asimilada en forma de orden, calma y actitud legal
Uno de los elementos a destacar en la era posprocés ha sido el de la desafección hacia los partidos por su incapacidad de realizar avances reales, lo cual se refleja en el descenso de la participación electoral (abstención y dispersión del voto). Asimismo, resulta relevante la ruptura del bloque independentista, motivada, entre otras razones, por la falta de estrategia y las pugnas partidistas. Tampoco hay que olvidar el declive de la CUP, pasando de nueve escaños en 2021 a cuatro en 2024, perdiendo algo más de 60.000 votos. De este modo, se evidencia que el procés no ha cumplido ninguna de las promesas formuladas y que, lejos de fortalecer los proyectos rupturistas, los ha debilitado. En este sentido, habría que analizarlo con mayor profundidad para extraer importantes lecciones. Toda la euforia desencadenada por el procés ha sido asimilada en forma de orden, calma y actitud legal. Todo eso para lograr un acuerdo (julio de este año) para un nuevo sistema de financiación singular, en el que la Generalitat dispone de mayor capacidad normativa en la gestión tributaria. La burguesía catalana ha logrado sentarse en una mesa con el Gobierno, donde intenta dotarse de mecanismos institucionales que favorezcan su posicionamiento en un orden global cada vez más complejo.

EH Bildu-PNV: pugna por la servidumbre
Más allá de los Països Catalans, en Euskal Herria se ha abierto una pugna entre los dos principales partidos para ver quién consigue transferir más competencias y dinero a las instituciones de la Comunidad Autónoma Vasca. EH Bildu ha optado por seguir la estrategia estatista y competencial del PNV, lo que ha facilitado al Gobierno la aprobación de presupuestos y leyes. Ambas formaciones se han consolidado como actores clave para el PSOE, intercambiando apoyos y estabilidad por transferencias e inversiones.
Aun así, el PNV sigue siendo el socio prioritario, tanto a nivel local como estatal, ya que es con quien crean comisiones técnicas para la gestión de las transferencias (prisiones, Seguridad Social, ferrocarriles, títulos, Ertzaintza, etc.) y de las inversiones. A cambio, el PNV apoyó la investidura de 2023 y ha brindado estabilidad legislativa al Ejecutivo. Por su parte, EH Bildu, en el marco de su estrategia de llegar a gobernar, está intentado cambiar su imagen presentándose como partido de orden y gestión. Dentro de la lógica del voto útil y el mal menor, ha apoyado al Gobierno de Pedro Sánchez como freno a la derecha. Como resultado, ha logrado cierta relevancia en la aprobación de diversas leyes (apoyo a 80 iniciativas del Gobierno entre 2019-2023, según algunos datos) como la Ley de Vivienda, la reforma de las pensiones, el SMI o la Ley de Memoria Democrática. El Gobierno ha otorgado a Bildu una cierta agenda social mediante pactos verbales, pero sin estructuras bilaterales. La relación entre el Gobierno y Bildu evoluciona, y se evidencia que cada vez negocian más entre bambalinas, como ocurrió con los apoyos en el Gobierno de Navarra y el Ayuntamiento de Iruña. Queda por ver cómo evolucionan estos apoyos en un momento de gran deslegitimación hacia el Gobierno Central como en el que nos encontramos actualmente. Lo que resulta claro es que lo que subyace a estas dos propuestas es lo mismo: dotar a las instituciones de la CAV de más mecanismos (como la Seguridad Social), para mejorar así la posición de las empresas y, con ello, obtener ingresos que les permitan mantener ciertas cuotas de bienestar para algunas capas sociales, que a su vez sirvan como apoyos electorales.
Freno al fascismo y medidas sociales
Otro de los pilares, sino el más importante, del partido en el Gobierno ha sido el intento de presentarse como la única alternativa real para bloquear a la extrema derecha y seguir logrando conquistas sociales. Esta estrategia del voto útil, y su concentración en torno al partido socialista, le está siendo muy eficaz a la hora de lograr apoyos y estabilidad. Una estabilidad que viene reforzada gracias a una pacificación social, lograda en gran medida por sus apoyos sindicales en UGT y CCOO, los cuales se activan y desactivan en base a las necesidades del partido de Pedro Sánchez.
Lo que subyace a las propuestas del PNV y Bildu es lo mismo: dotar a las instituciones de la CAV de más mecanismos, para mejorar así la posición de las empresas y, con ello, obtener ingresos que les permitan mantener ciertas cuotas de bienestar para algunas capas sociales, que a su vez sirvan como apoyos electorales
El PSOE ha comprendido el nuevo contexto electoral y social y ha sabido adaptarse a este, consciente de que los tiempos han cambiado desde el 2008 y de que ahora las cosas hay que hacerlas de otra manera. En este nuevo marco, adquiere una enorme importancia el elemento comunicativo, estrechamente relacionado con la capacidad para establecer una narrativa propia sobre los hechos. El partido de Pedro Sánchez se ha sumergido completamente en esa lucha cultural, en la que la extrema derecha lleva tiempo invirtiendo, lo que ha generado una polarización social bastante evidente entre los progresistas y los conservadores/reaccionarios, lo cual se refleja en ejemplos tan banales como la pugna entre los programas El Hormiguero y La Revuelta.
El curso político acababa a finales de julio con una rueda de prensa de Pedro Sánchez titulada “Cumpliendo”, en la que el presidente y su Ejecutivo sacaban pecho por los “grandes” avances logrados. El Gobierno está haciendo un esfuerzo cada vez mayor por enfrentarse a los bulos y las fake news (solo aquellas que le interesa refutar) y por establecer su relato de que las cosas están mejorando. Estos avances son presentados en forma de datos, intentando transmitir una imagen de buenos y fiables gestores a la ciudadanía. A la socialdemocracia, y más actualmente, se le debe conocer por lo que hace y no por lo que dice hacer, analicemos esos avances de los que tanto hablan:
Medidas sociales
El Gobierno impulsó una reforma laboral bajo la premisa de que iba a derogar la anterior aprobada por el PP. Sin embargo, más que una derogación ha resultado ser una adaptación al contexto laboral actual, con más maquillaje de datos que otra cosa. Mientras que el Ejecutivo saca pecho diciendo que las cuotas de afiliación en la Seguridad Social son más altas que nunca, firmándose miles de contratos, la realidad es que los despidos siguen siendo baratos y la precariedad laboral no ha hecho más que afianzarse. La disminución del paro no conlleva, por sí sola, un aumento del bienestar, tal y como evidencia el hecho de que en 2023, 3,5 millones de personas con trabajo vivieran en el umbral de la pobreza. Y es que no hay que olvidar que los datos, muchas veces, esconden más de lo que muestran. Lo podemos ver con el dato del paro, ya que, al no incluir los fijos discontinuos en situación inactiva, el número se reduce en un 31%. A todo este contexto de precariedad y estacionalidad, hay que sumarle el elemento de la inflación, que según datos registrados, se ha tragado en torno a un 15% de los ingresos salariales.
Otra de las grandes medidas, continuación de la reforma impulsada por Zapatero, es la del retraso de la edad de jubilación, la cual será de 66 años y 8 meses en 2025, con la intención de alargarla a los 67 para 2027. El Gobierno sostendrá, a su vez, que ha mejorado la situación de los pensionistas, aunque lo cierto es que más de 4,6 millones de personas reciben pensiones inferiores a 1.000 euros y que un 57% se sitúa por debajo del salario mínimo.
Más años trabajando, además en peores condiciones, y si necesitas una ayuda social, mucha propaganda, mucha traba burocrática, pero poca efectividad. Los datos son claros: la mayoría de quienes podrían acceder a este tipo de ayudas nunca lo logran, y quienes finalmente las consiguen lo hacen bajo férreas medidas de control. Mientras tanto, el 20% más rico acapara el triple de ayudas públicas que el 20% más pobre. Cabe recordar que solo un 11% de las personas migrantes accede a algún tipo de ayuda social, pese a cobrar un 30% menos que la media y teniendo en cuenta que el 60,4% de las personas no comunitarias están en riesgo de pobreza. Algo importante que recordar en este contexto de auge reaccionario.
Vivienda
Otro de los principales temas de toda esta legislatura es y va a ser la vivienda. El Gobierno y los socios que la apoyaron se han llenado la boca con las grandes aportaciones que iba a conllevar la nueva Ley de Vivienda. Una propuesta que propone solucionar el problema garantizando y aumentando los beneficios de los capitalistas. A medida que ha pasado un tiempo desde que se aprobó la ley, todo el mundo se ha dado cuenta de que el problema no ha hecho más que agravarse. El aumento desbocado de los precios sigue expulsando a los sectores más vulnerables de sus hogares y aumentando las dificultades para llegar a fin de mes, lo cual afecta en otros aspectos, como la alimentación o la pobreza energética. Sin embargo, lo más gracioso es que parece que el PSOE no ha tenido ninguna responsabilidad en esta crisis de la vivienda, cuando ha sido un actor principal en el último ciclo inmobiliario posterior a 2008, abriendo las puertas a especuladores y fondos de inversión. Los datos vuelven a ser claros, por mucho que el Gobierno y sus socios lo intenten enmascarar: En primer lugar, 2021 se ejecutaron más de 41.000 desahucios, a pesar de que estuvieran “prohibidos”; en segundo lugar, un trabajador necesita 52 años de salario para comprar una vivienda; y por último, el precio del alquiler se ha incrementado un 14% solo en 2024.
Además, si no tienes otra opción y te ves en la necesidad de ocupar una vivienda, las cosas son cada vez más complicadas gracias al endurecimiento del código penal. A eso habría que sumarle la estigmatización social y la proliferación de los discursos frente a las poblaciones más vulnerables, legitimando prácticas fascistas como las de las empresas de Desokupación; fenómeno alimentado por la extrema derecha, pero cada vez más presente a nivel social y en los discursos de todos los partidos del arco electoral.
Militarismo
Frente al auge militarista global y su concreción en “Rearm Europe”, el Ejecutivo de Pedro Sánchez ha procurado dar una imagen diferenciada, intentando separarse del servilismo europeo, como se ha podido ver en las declaraciones sobre el aumento del 2% del gasto militar o en su reconocimiento al Estado palestino. Pero una vez más, esto no es más que maquillaje de cara a su electorado, ya que sigue subordinándose completamente a la agenda atlantista. Pedro Sánchez anunció este año que aumentaría el presupuesto militar en más de 10.000 millones y que llegaría al mandato de la OTAN del 2%, convirtiendo la cartera de Defensa en la segunda más financiada de las 22 que hay, solo por detrás de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones.
Siguiendo con la política exterior, hay que destacar el continuo apoyo a Ucrania, a quien ha enviado más de 2.950 millones de euros: más de 2.000 en ayuda militar directa, 840 en ayuda financiera y 110 en ayuda humanitaria. Además, ha creado una ”Oficina para la reconstrucción de Ucrania”, para que las empresas españolas hagan negocio con la destrucción de la guerra. Por otra parte, está el abandono del pueblo saharaui al aceptar el plan de autonomía de Marruecos, eliminando de un plumazo su reivindicación histórica de la autodeterminación. Tampoco podemos olvidar la complicidad con el genocidio palestino, donde más allá de medidas cosméticas, no se ha tomado ningún tipo de medida real para hacer frente a la barbarie. Aquí no ha habido sanciones, congelación de cuentas, confiscación de armamento o bloqueo de negocios de empresas armamentísticas.
Asimismo, tampoco hay que olvidar el aumento de las medidas represivas, tanto a nivel de aumento de cuerpos represivos como a nivel jurídico, con el endurecimiento del Código Penal (hurtos, ocupaciones…). En ese sentido, habría que señalar que, pese a las promesas de la derogación de la ley mordaza del Gobierno más progresista de la historia, esta ley cumple diez años. Una década en la que ha abierto más de 2,5 millones de procesos de sanción, con una recaudación de más de 1.200.000€ y con un aumento del 42,92% en castigos relacionados con la actividad política. Tampoco podemos olvidar la represión contra raperos como Pablo Hásel y Valtonyc, o la reciente condena contra los 6 de La Suiza. Por tanto, queda claro el giro autoritario que estamos viviendo, tanto a nivel exterior, con un refuerzo de la estructura militar de la OTAN, como a nivel interno con un refuerzo de los mecanismos represivos del estado.
La izquierda no roba
El PSOE llegó al gobierno debido, en gran medida, al desgaste que le había ocasionado la corrupción al PP. Siete años más tarde, volvemos a estar en las mismas, con un partido desgastado por los constantes casos de corrupción y con una oposición intentando sacar provecho de ello y volver a gobernar.

La alternancia en el Gobierno junto con la inmobilidad de los pilares del Estado resume bastante bien la política española en las últimas décadas: una constante sensación de cambio cuando realmente nada ha cambiado
Aunque parezca que el PSOE ha logrado una serie de apoyos relativamente firmes (Sumar, ERC, PNV, Bildu, Junts...), todo esto se podría venirse abajo con el viejo fantasma de la política española: la corrupción. Vuelven a ponerse en evidencia la estructural unión y la mutua dependencia de los cargos públicos con la esfera del poder económico. Según algunas estimaciones, los casos de corrupción registrados —tanto en partidos como en sindicatos—, unos 588 con 3.848 implicados, han supuesto un coste cercano a 125.000 millones de euros. Y lejos del relato de la manzana podrida, queda claro que la corrupción en el PSOE ha sido un fenómeno continuo.
Queda por ver lo que pasará en los próximos meses, pues si bien las elecciones serán en 2027, el Gobierno comienza este septiembre a presentar y recabar apoyos para los presupuestos del año que viene, donde parece que podrían surgir problemas. Veremos hasta qué punto son estables los socios del Gobierno o si la ingobernabilidad provoca nuevas elecciones anticipadas, con gran probabilidad de que vuelva el turnismo con el PP y Vox.
Conclusión
Este sistema está intrínsecamente unido a un constante desorden, a constantes turbulencias y cambios, lo cual se ve reflejado en la contienda electoral. Los cambios económicos y sociales generan idas y venidas en los apoyos a los partidos, en una rueda que nunca deja de girar. El contexto abierto en 2008 generó un momento de aparente cambio, en el que irrumpieron nuevos partidos y los viejos se tuvieron que adaptar. Mientras que la lógica electoral nos lleva a una falsa sensación de cambio constante, la realidad es que los pilares siguen intactos. Opino que esa idea resume bastante bien la política española en las últimas décadas, una constante sensación de cambio cuando realmente nada ha cambiado. Sea en su forma clásica o populista, la socialdemocracia ha vuelto a demostrar su función histórica: la perpetuación del orden social, convirtiendo la desafección generada por el sistema en votos y bloqueando cualquier posibilidad revolucionaria.
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