FOTOGRAFÍA / Zoe Martikorena
Jose Castillo
@josecast23
2024/05/04

«No podemos permitirnos que Rusia gane la guerra, de lo contrario los intereses estadounidenses y europeos se verían perjudicados. No es una cuestión de generosidad, de apoyar a Ucrania porque amamos al pueblo ucraniano. Es una cuestión de nuestro propio interés» - Josep Borrell, alto representante de la UE para Asuntos Exteriores

«Si queremos la paz, preparémonos para la guerra» - Nota de prensa del Consejo Europeo del 5 de marzo de 2024

Las citas que se recogen como apertura de este artículo resumen el contexto europeo de los últimos meses, en el que grandes dirigentes de la Unión Europea (UE) y sus estados miembros no han dejado de mandar mensajes belicistas a la población. La prensa no ha tardado en recoger el guante y expandir estos tambores de guerra, creando un contexto en el que se va preparando a la población para la batalla o, al menos, para las medidas económicas y sociales de carácter bélicas que se van a ir adoptando en el futuro cercano. 

Los más interesados en la historia pueden extrañarse por el resonar de las campanas de guerra por parte de un actor como la UE, ya que, en teoría al menos, el proceso de integración europeo se fundó para evitar una nueva guerra en suelo europeo. Robert Schuman, considerado padre fundador de lo que a posteriori sería la UE, escribía estas palabras en 1950 refiriéndose a la unión de los países europeos, sobre todo a Francia y Alemania: “Cambiará el destino de esas regiones, que durante tanto tiempo se han dedicado a la fabricación de armas de las que ellas mismas han sido las primeras víctimas”[1].

¿Qué ha pasado entonces para llegar de nuevo a este punto? ¿Se dirigen de nuevo las grandes potencias europeas a la construcción de lo que a posteriori “ellas mismas serán las primeras víctimas”?

LA UE Y LA GUERRA EN PERSPECTIVA HISTÓRICA

La guerra y la economía de guerra son una contratendencia vital para superar las contradicciones históricas internas del modo de producción capitalista; la destrucción de capital y su posterior reconstrucción activan industrias clave y hacen avanzar tecnológicamente a los países ganadores en la contienda. Sin embargo, no debe pensarse que existe una relación mecánica directa entre crisis y guerra. Es decir, los líderes políticos y militares no tienen en mente la caída tendencial de ganancia a la hora de movilizar a sus ejércitos. Sin embargo, entender las tendencias intrínsecas del capitalismo a largo plazo es clave para entender el contexto en el que se gestan las guerras[2]. 

La guerra y la economía de guerra son una contratendencia vital para superar las contradicciones históricas internas del modo de producción capitalista; la destrucción de capital y su posterior reconstrucción activan industrias clave y hacen avanzar tecnológicamente a los países ganadores en la contienda

Si definimos a la UE como el bloque geoeconómico por el que los capitales europeos hacen valer su posición en el mercado mundial capitalista, cabe preguntarse por qué durante el largo proceso de integración europeo no se ha creado un ejército común al igual que las instituciones de gobernanza económica y políticas, como el Banco Central Europeo, el Banco Europeo de Inversiones o la Comisión y el Parlamento Europeo. Es decir, si a cada gran bloque geopolítico capitalista le corresponde un gran ejército que acompañe y ayude la acumulación de capital en esta misión, ¿por qué la UE no dispone de nada parecido?

Para responder a esta pregunta debemos remontarnos a la década de 1950, cuando se dan los primeros pasos del proceso de integración europeo. Hemos de recordar que en las primeras etapas de este proceso Estados Unidos jugó un papel fundamental, ya que mediante el Plan Marshall fue el gran financiador de la reconstrucción de los países europeos tras la Segunda Guerra Mundial. Además, a Estados Unidos, que emergió de la contienda como la gran potencia manufacturera capitalista, le convenía un mercado europeo unido que fuera su principal comprador y socio comercial. Pero de ninguna manera le convenía que esta integración fuera más allá de lo meramente económico, ya que para aquel entonces Estados Unidos ya había apostado por la OTAN, la alianza militar que ellos mismos encabezarían, para ser la encargada de liderar la defensa militar europea[3]. 

Esta decisión de liderazgo militar de la OTAN frente a los países europeos no estuvo exenta de tensión. Sobre todo, con la gran potencia militar continental europea, Francia. El Estado francés desarrolló sin la ayuda estadounidense sus propias armas nucleares y llegó a retirarse del mando militar de la OTAN en 1966, bajo la presidencia del antiguo general Charles de Gaulle. Esta decisión se mantuvo hasta el año 2009, cuando Nicolas Sarkozy decidió reintegrar a Francia al mando militar de la Alianza Atlántica nuevamente. 

Sin embargo, al margen de Francia, ningún país europeo tuvo en la segunda mitad del siglo XX la capacidad política y militar para contestar el mando de la OTAN. Por ello, todo el proceso de integración europeo fue por el camino de una mayor unificación económica y no por el camino de una mayor unión militar, que se dejó en manos del mando de Estados Unidos mediante la OTAN. Así se labró un proceso por el que Europa occidental se consolidó como segundo bloque geoeconómico más importante del mundo, tras EEUU y estando al amparo militar de este, pero sin necesariamente participar de todas las aventuras bélicas que el Tío Sam decidía iniciar. 

Este último punto es importante, ya que no debe entenderse que la relación UE-OTAN (y EEUU) haya sido siempre de una subordinación directa. Al contrario, las relaciones internacionales capitalistas están atravesadas por constantes tensiones intercapitalistas, incluso entre aquellos países que a priori parecen aliados. Ejemplo de ello puede ser el proceso de creación de la moneda común europea, el euro, con el que EEUU no mostraba mucho entusiasmo, dado que podía poner en peligro la preponderancia del dólar como divisa de referencia comercial y financiera mundial. No es casualidad que, coincidiendo con la etapa final de creación del euro en la década de 1990 y principio de los 2000, los mandos militares estadounidenses intenten arrastrar a los países de la UE a dos guerras: la de Yugoslavia y la de Oriente Medio, sobre todo en Irak y Afganistán[4]. 

Para la inteligencia estadounidense, la guerra siempre ha sido un recurso para poder disciplinar a los países europeos bajo su órbita, en caso de que estos estuvieran adquiriendo una excesiva autonomía respecto de Washington. Las élites político-económicas europeas son conscientes de esta tensión, pero una vez concluida la Guerra Fría y dejado atrás el peligro de la expansión soviética, muchas de ellas entienden que un mundo más multipolar puede beneficiarles. Es el caso paradigmático de lo ocurrido con Irak, que a principios de los 2000 toma bajo el mando de Sadam Hussein la decisión de comenzar a comerciar parte de su ingente reserva de petróleo en euros, en detrimento del dólar estadounidense. Esta decisión geopolítica beneficia enormemente a la recién creada divisa europea, por ello Francia y Alemania, como principales estados líderes de la UE, no apoyan la intervención estadounidense de Irak[5]. 

Para la inteligencia estadounidense, la guerra siempre ha sido un recurso para poder disciplinar a los países europeos bajo su órbita, en caso de que estos estuvieran adquiriendo una excesiva autonomía respecto de Washington

No obstante, se puede decir que la visión que tenían muchos líderes europeos en la inmediata postguerra fría pecó de cierta ingenuidad geopolítica, ya que las grandes potencias europeas apostaron por consolidarse como potente bloque económico y monetario, con la creación del euro y la unificación alemana como gran potencia exportadora europea. Pero, a la vez, entendieron que, una vez derrumbada la Unión Soviética, muchos de los gastos militares que mantenían podían ser desviados a otros sectores, en un mundo en el que se abrían grandes mercados en los países del bloque del Este. Así, desde principio del nuevo siglo hasta la segunda mitad de la década del 2010, se dio una desmilitarización relativa de la UE y sus estados miembros. 

Según un reciente estudio del Instituto Francés de Relaciones Internacionales[6], entre 1991 y 2021 los países del seno de la UE redujeron su reserva de tanques operativos en un 66%, de cazas aéreos en un 45% y de flota naval en un 25%. Francia, pese a mantenerse como la principal potencia militar de la UE, también ha seguido la misma tendencia: reduciendo el número de tanques disponibles de 1.349 a 222, el número de cazas de 686 a 254 y el número de buques de guerra de 41 a 19. En términos de personal militar, entre estos mismos años, el Estado galo redujo su ejército y servicios paralelos en un 55%, pasando de tener un personal activo de 453.0000 a tener uno de 203.000.

Esto no quiere decir que la UE no tenga una visión militar común. Desde que en 1999 entró en vigor el Tratado de Ámsterdam, existe una Política Común de Seguridad y Defensa de la UE, que depende del alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, actualmente Josep Borrell. Sin embargo, el presupuesto militar para lo que podría ser el desarrollo de un ejército común de la UE es bastante limitado, de en torno a los 30 millones de euros anuales. Además, en todos los tratados fundacionales y rectores de la UE se menciona que la política de defensa europea está en todo momento subordinada a las estrategias adoptadas en el marco de la OTAN. 

En todos los tratados fundacionales y rectores de la UE se menciona que la política de defensa europea está en todo momento subordinada a las estrategias adoptadas en el marco de la OTAN

Por tanto, antes del inicio de las tensiones geopolíticas en Ucrania, con un golpe de estado favorecido por intereses estadounidenses en el año 2014, la UE se encontraba en plena crisis económica, con unos ejércitos nacionales no preparados para el combate y una división territorial clara respecto a lo que la estructura militar de la UE debería ser, pues los países bálticos y del este de Europa prefieren que su defensa militar dependa directamente de la OTAN. Mientras, en estados occidentales como Francia, Alemania o España, se pueden escuchar voces, amplificadas durante el mandato de Donald Trump en la Casa Blanca, de que la UE debería buscar una “autonomía estratégica” en el ámbito militar. 

EL PLAN DE REARME EUROPEO

La visión ilusa que las élites europeas pudieran tener sobre la geopolítica de la postguerra fría quedó evaporada tras las invasiones estadounidenses de Afganistán e Irak a principios de la década de los 2000. En el 2007, con la firma del Tratado de Lisboa, que supone el mayor paso dado para consolidar las instituciones comunes de la UE hasta la fecha, se establece que todos los estados miembros se comprometen a mejorar progresivamente sus capacidades militares. 

No obstante, durante la década del 2010, la UE estuvo mayormente centrada en la gestión de la crisis económica y en los planes de ajuste aplicados a los países del sur mediterráneo. Por ello, se puede observar que el plan de rearme actual se está llevando a cabo con algo de urgencia e improvisación. En el actual contexto de posible expansión de la guerra de Ucrania, la UE ve que no tiene capacidad militar ni industrial para mantener una guerra a gran escala y prolongada en el tiempo. Por ello, ha habido un nuevo realineamiento con las decisiones de la OTAN y los intereses geopolíticos estadounidenses. La UE es consciente de que su capacidad bélica depende de estar bajo el escudo estadounidense, pero a la vez teme una nueva llegada de Trump a la presidencia que podría dejar a la UE más aislada en el combate frente a la Rusia de Putin. 

En el actual contexto de posible expansión de la guerra de Ucrania, la UE ve que no tiene capacidad militar ni industrial para mantener una guerra de gran escala y prolongada en el tiempo. Por ello, ha habido un nuevo realineamiento con las decisiones de la OTAN y los intereses geopolíticos estadounidenses

La rueda de prensa del 19 de marzo de 2024 del Consejo Europeo, que representa a todos los jefes de estado o de gobierno de la UE, es un buen resumen de la estrategia que adoptarán las instituciones europeas en el ámbito militar en el futuro más cercano. En esta comunicación, los líderes de la UE notificaron que los tres pilares por los que la UE va entrar en una especie de semi economía de guerra son: aumentar el apoyo militar y de municiones a Ucrania, financiar la modernización de la industria militar europea mediante fondos públicos y duplicar las compras a la industria europea de aquí a 2030. Con esto la UE pretende generar el efecto económico que no han logrado generar los fondos de recuperación NextGenEU: la creación de empleos estables a gran escala y un crecimiento económico consolidado de todos sus estados miembros. 

Sin embargo, tanto la UE como Estados Unidos se encuentran actualmente con problemas para mantener el ritmo de suministro de ayuda militar a Ucrania. Según una reciente estimación del Financial Times, existe una gran disparidad entre la producción de munición de Rusia y la de Occidente. La producción anual de munición de artillería de Rusia ha pasado de 800.000 proyectiles anuales antes de la guerra a una cifra estimada de 2,5 millones anuales, o 4 millones si se incluyen los proyectiles reacondicionados. La capacidad de producción de la UE y Estados Unidos es de unos 700.000 y 400.000 respectivamente, aunque la UE pretende alcanzar 1,4 millones a finales de este año y Estados Unidos los 1,2 millones[7].

Los líderes de la UE son conscientes de que para que Ucrania mantenga el pulso militar a Rusia necesita de manera urgente balas, misiles y sistemas de defensa aérea para controlar los cielos. Para ello, la UE va a utilizar el presupuesto europeo y también planea utilizar los beneficios adquiridos de los activos financieros inmovilizados a Rusia por las sanciones para comprar armas a Ucrania. El tema clave, aún nada claro, es si esta escalada supondrá el envío directo de tropas a tierras ucranianas, cosa que Rusia podría entender como una agresión conjunta de los miembros de la OTAN contra su integridad vital como estado. 

Para prepararse para un escenario de guerra, la UE va a modificar de facto aspectos clave de su entramado industrial-productivo, por lo que ya ha pedido a todos sus estados miembros “integrar una cultura de preparación para la defensa en todas las políticas”. La Estrategia Industrial Europea de Defensa (EDIS) presentada en marzo de este año va a suponer la mayor remodelación económica europea desde la entrada en vigor del euro. Esta nueva iniciativa legislativa tomará medidas de emergencia a corto plazo, adoptadas en 2023 y que finalizarán en 2025, y de más largo plazo para lograr la preparación de la industria militar europea para las próximas décadas. Los puntos principales son tres: primero, adquirir al menos el 40% del equipo de defensa de manera común entre todos los estados de la UE para 2030; segundo, fortalecer el comercio militar entre los estados miembros, garantizando que para 2030 el valor del comercio militar intracomunitario represente al menos el 35% de todas las compra-ventas de armas de la UE; y tercero, duplicar lo que se compra a la industria armamentística europea. Avanzar de manera constante hacia la adquisición de al menos el 50% de su presupuesto de compras militares dentro de la UE para 2030 y el 60 % para 2035.

Para alcanzar estos objetivos, las instituciones europeas van a facilitar vías para que la industria militar acceda más fácilmente a financiación tanto pública como privada. Incluso la UE se está planteando ya la emisión de eurobonos parecidos a los emitidos para financiar los fondos de recuperación de la Covid-19, pero en este caso para financiar el rearme. “Si se pueden usar para la reconstrucción postpandemia, se pueden usar para evitar la destrucción de Ucrania”, afirmó recientemente el encargado de la política exterior de la UE, Josep Borrell. Aun así, estos fondos emitidos por deuda conjunta aún no son una realidad, debido a que los países centrales y nórdicos de la Unión, más favorables a la austeridad fiscal, ven aún con cierto recelo cargar todo el peso del rearme a la deuda pública europea. 

En lo que sí existe consenso es en cambiar los estatutos del Banco de Inversiones Europeo, liderado por la exvicepresidenta española Nadia Calviño, para que este pueda invertir de manera directa en la industria militar continental. Por tanto, la promesa hecha tras la pandemia de que los fondos abrían un nuevo marco por el que la intervención estatal iba a promover el crecimiento económico para la reconversión ecológica y tecnológica está tornando hacia un escenario en el cual la intervención del estado o supraestado europeo va a ser para modernizar el capital militar. 

COMPETICIÓN Y KEYNESIANISMO MILITAR

La industria militar es una industria especialmente particular dentro de las relaciones sociales capitalistas, ya que su oferta y demanda no dependen directamente del mercado, sino que es el estado quien permite comenzar y reproducir el proceso de producción armamentístico, al ser el principal cliente y demandante de armamento. Pero hay estados con mayor demanda que otros, lo que posibilita la creación de una industria armamentística más competitiva dentro de su órbita. 

Este último es el caso de Estados Unidos y su industria militar. La industria militar estadounidense ha dispuesto de contratos constantes y multimillonarios, mientras la europea no. Porque EEUU siempre ha estado en guerra o en apoyo directo a segundos estados que lo han estado, como Israel. Por ello en el ranking de las diez principales empresas armamentísticas mundiales aparecen cinco estadounidenses y tres de ellas liderando el ranking: Lockheed Martin, RTX Corporation y Northrop Grumman. En contraste, solamente la italiana Leonardo S.p.A aparece en esta clasificación, y lo hace ocupando el décimo lugar. 

Esto es lo que va a intentar cambiar la nueva estrategia de industria de defensa de la UE, centralizando el poder de compra militar en la Comisión Europea. Debido a que comprar armamento fuera no crea oportunidades de relanzar la inversión y crear empleos en el seno de la Unión, se quiere fortalecer la industria armamentística propia. Se podría decir que el plan de rearme europeo pretende ser un nuevo pacto social de bienestar, pero esta vez un pacto social bélico.

Se podría decir que el plan de rearme europeo pretende ser un nuevo pacto social de bienestar, pero esta vez un pacto social bélico

La transferencia de dinero público a empresas armamentísticas ya ha comenzado. La principal empresa armamentística alemana, Rheinmetall, ya ha recibido en lo que va de año más de 130 millones de euros de fondos de la UE para aumentar la capacidad de producción en el sector de artillería. Así mismo, en octubre de 2023, ganó un concurso del gobierno alemán para proveer a Ucrania de sistemas de reconocimiento de drones; en noviembre firmó el suministro a Ucrania de 25 tanques Leopard 1A5 y cinco vehículos blindados; y, finalmente, en febrero de este año anunció un acuerdo con otra empresa alemana para crear una fábrica de munición en el propio suelo ucranio. Esta empresa ha multiplicado por cinco sus ventas los últimos dos años y es una de las empresas que más alto cotiza actualmente en la bolsa alemana. 

Además de la competencia empresarial y geopolítica, la UE tiene en su frontera oriental el ejemplo de la economía de guerra aplicada en Rusia, que parece estar dándole buenos resultados, al menos en el corto plazo. En febrero de 2024, el Fondo Monetario Internacional (FMI) destacó la fortaleza de la economía rusa, mejorando su previsión de crecimiento para este año del 1,1% al 2,6%. Según las cifras del FMI, la economía de la potencia euroasiática creció más rápida que la de todos los estados del G7 el año pasado y volverá a hacerlo en 2024. Asímismo, los salarios están registrando máximos históricos debido a la escasez de fuerza de trabajo y la movilización de las capas más proletarizadas de la sociedad para engrasar el ejército y su industria.

Hasta ahora, esta economía bélica se ha sufragado con el déficit presupuestario del gobierno ruso, que ha más que triplicado el gasto militar en los últimos dos años, aproximándose al gasto militar de la época de la URSS durante la Guerra Fría. Sin embargo, un reciente estudio de los expertos en política rusa[8] basado en los informes estratégicos publicados por el ministerio de Hacienda del Kremlin, concluye que el plan ruso consiste en no cargar excesivamente el déficit y deuda gubernamentales con el gasto militar. Por lo que se tratará de recortar de ciertos gastos sociales y subir impuestos a otros sectores económicos para sufragar el gasto bélico, algo contrario a la lógica keynesiana clásica en tiempos de crisis. 

El economista marxista Michael Roberts[9] recuerda que la producción de guerra rusa es básicamente improductiva para la acumulación de capital a largo plazo. El crecimiento potencial del PIB real de Rusia probablemente no sea superior al 1,5% al año, ya que el crecimiento está limitado por un recalentamiento de la economía rusa que ya está generando presiones inflacionistas. A esto se le une la falta de mano de obra cualificada y las bajas tasas de inversión y productividad. Por ello, el keynesianismo militar ruso se financiará los siguientes años en base a recortes sociales y las subidas salariales pueden ser de corto recorrido en el tiempo.

La economía de guerra en la UE se dibuja en los mismos términos, ya que los grandes estados europeos ya han anunciado planes de recorte del gasto social para derivarlo al gasto militar. El gobierno de Macron en Francia anunció recientemente que implementaría un recorte en el gasto público de 10.000 millones de euros en las cuentas de este año y un endurecimiento del acceso a los subsidios por desempleo. Por su parte, Alemania, que vive una fuerte crisis industrial por el corte a su economía del acceso a la energía rusa, ya aprobó unos presupuestos que reducían todas las partidas sociales, mientras el gasto militar crecía sustancialmente para cumplir con el 2% respecto al PIB exigido por la OTAN. 

LA IZQUIERDA Y EL FETICHE KEYNESIANISMO

La nueva izquierda, que se situaría a la izquierda de la socialdemocracia clásica, lleva argumentando, teórica y políticamente, que la vuelta del estado como actor regulador de la economía es un hecho en la coyuntura de la postpandemia. Sin entender que el estado nunca se había ido de su papel de regulador de las relaciones sociales capitalistas, y que un mayor gasto social no necesariamente supone un mayor gasto en políticas sociales. Así, los fondos europeos de recuperación y el Green New Deal han sido vistos como herramientas que iban a reinstaurar un pacto de bienestar al estilo de la segunda postguerra mundial, y sus resultados al respecto han sido escasos. 

Ante estas perspectivas, el keynesianismo militar puede ser visto por cierta izquierda como la última bala para reeditar este pacto social de bienestar. El gasto bélico estatal puede generar empleo y subidas salariales a corto plazo, pero además de no alterar la base productiva de la sociedad, desata una tendencia destructiva a medio largo plazo incalculable. Al igual que el cocinero que elabora el postre más delicioso pero calórico posible terminará comiéndose este, una economía que produce armas en gran cantidad terminará usando estas para el propósito que han sido creadas: generar matanzas y destrucción a gran escala. 

El keynesianismo militar puede ser visto por cierta izquierda como la última bala para reeditar este pacto social de bienestar. El gasto bélico estatal puede generar empleo y subidas salariales a corto plazo, pero además de no alterar la base productiva de la sociedad, desata una tendencia destructiva a medio largo plazo incalculable

Por ello resulta inocente la propuesta realizada ante los tambores de guerra por el gobierno de Pedro Sánchez. Este propuso que la producción de armas sirva para la tecnologización del resto del tejido productivo, sin centrarse únicamente en el armamento puramente militar. Pero esta es una consecuencia que tiene la industria bélica ya de por sí, ya que toda guerra ha producido una modernización del tejido productivo, pero a costa de una anterior destrucción de capitales e ingentes vidas humanas. 

En cuanto al relato de una UE más social, es paradigmático el último texto que publicaba uno de los principales exponentes intelectuales del entorno del partido Sumar, Xan López, en su blog personal titulado Tres historias financieras (y una coda climática). En el mismo, argumentaba que frenar el cambio climático debía ser rentable para que las instituciones independientes del poder legislativo, como el Banco Central, apostasen por su financiación vía políticas monetarias extraordinarias. Sin embargo, a la luz de los recientes hechos, podemos decir que la apuesta inmediata de las autoridades monetarias europeas es la de volver a la austeridad fiscal en lo social y la expansión de gasto en lo militar. Lejos, pues, de los sueños húmedos de la izquierda sobre la vuelta del Estado social de bienestar.

Además, tenemos casos empíricos de la relación entre izquierda gobernante y aumento del gasto militar, puesto que los presupuestos más militaristas de la historia reciente en los Estados de España y Alemania los están liderando partidos socialdemócratas. Y, anteriormente, cuando la “izquierda radical” de Syriza consiguió el poder gubernamental en Grecia, no rompió ni uno de los acuerdos militares que el país heleno tenía suscritos con Estados Unidos y sus empresas armamentísticas. De hecho, Grecia se mantuvo con Syriza como uno de los cuatro miembros de la OTAN que cumplía con el nivel de gasto militar exigido por la misma, gastando más del 3% de su PIB en épocas de recortes sociales sin parangón. Asimismo, el país heleno continuó siendo el mayor importador de armas, en proporción respecto a su PIB, de toda la UE. Syriza también firmó a principios de abril de 2015 el mayor acuerdo de la última década de compra y modernización de armamento con la compañía estadounidense Lockheed Martin, por valor de 464 millones de euros.

CONCLUSIONES

En conclusión, la dimensión económica de la economía de guerra puede que mejore ciertas perspectivas económicas de los estados en crisis del centro europeo. Por su poder de arrastre de fuerza de trabajo y la innovación industrial que supone, pero a la larga al ser un sector coyuntural y no productivo en términos de valorización, no solucionará los problemas de fondo de la ya larga crisis económica europea. Por otra parte, está la dimensión geopolítica y geoestratégica, ámbito del que la UE puede salir muy mal parada si se desata una guerra a escala internacional, ya que esta se lucharía principalmente en suelo europeo, provocando una destrucción incalculable. 

Incluso antes de comenzar esta hipotética guerra, Europa ya está sufriendo las consecuencias negativas de su realineamiento directo a los intereses de Washington. En efecto, la principal economía europea, Alemania, está sufriendo las consecuencias de su desconexión con el área geoeconómica euroasiática, en especial con Rusia y China, dado que China era el principal mercado de fuera de la UE para la potencia exportadora germana, y Rusia suponía para esta su fuente de abastecimiento energético segura y barata. Estados Unidos está tratando de cortocircuitar la relación euroasiática, que era de potencial riesgo para sus intereses hegemónicos. 

Finalmente, la izquierda parlamentaria no ha mostrado una oposición a la política belicista que se está configurando en la actualidad. Es más, su alineamiento con esta política es total en la práctica, pese a ciertas lamentaciones discursivas que pueda hacer. Bajo el gobierno de PSOE y Unidas Podemos se celebró la cumbre más importante de los últimos años de la OTAN en Madrid, en la que se acordó el rearme de todos los miembros de la Alianza Atlántica para prepararse para la guerra con las potencias que cuestionan la hegemonía occidental. Bajo este mismo gobierno se sellaron los presupuestos con mayor gasto militar desde el fin de la dictadura franquista en el Estado español. Y el gobierno reeditado entre PSOE y Sumar, si cabe más subordinado al gobierno del “progresista” Joe Biden, no está siendo capaz de efectuar ninguna medida práctica contra el Estado de Israel en mitad de un genocidio abierto contra el pueblo palestino. Además de seguir a pies puntillas la política de rearme dictada por la OTAN. 

La izquierda parlamentaria no ha mostrado una oposición a la política belicista que se está configurando en la actualidad. Es más, su alineamiento con esta política es total

Desde luego, la alternativa a la guerra no pasa por unos partidos que entienden, aunque no lo digan abiertamente, que en la actual coyuntura de redefinición de los equilibrios de poder geopolíticos el futuro de sus proyectos de estado pasa por subordinarse a la defensa que de ellos pueda efectuar militarmente la OTAN. Una visión independiente de estos intereses es la única que puede salvarnos hoy de una escalada bélica de un coste humano incalculable. De una escalada que ya está teniendo tintes de barbarie; no hay más que mirar las imágenes que llegan de Gaza a diario, hasta que estos horrores toquen nuestras puertas en Europa.

NOTAS

[1] Robert Schuman, ministro francés de Asuntos Exteriores, proponía la creación de una Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), cuyos miembros pondrían en común la producción de carbón y de acero, ya que estos eran materiales clave para la producción bélica. Sus palabras, que pasaron a la historia conocidas como “Declaración Schuman”, pueden leerse íntegramente en la página web de la Unión Europea. 

[2] Sobre la relación entre guerra y capitalismo un buen resumen en el capítulo trece de: Gill, L. (2022). Fundamentos y límites del capitalismo, Madrid, Instituto Marxista de Economía. 

[3] Sobre la historia del proceso de integración europeo puede consultarse: Anderson, P. (2012). El nuevo viejo mundo, Madrid, Akal. 

[4] Una historia geoeconómica del euro puede consultarse en: Montes, P. (2001). Una historia inacaba del euro, Madrid, Trotta. 

[5] Sobre la invasión de Irak y su relación con el euro/dólar: López Torres, J. (2003). “El euro, el dólar y la crisis de Irak”, Temas para el debate, 102, pp. 74-75.

[6] Un resumen del estudio citado puede consultarse en la publicación “Defence key figures – 2021” del Ministerio francés de Defensa (disponible online).

[7] Más sobre la situación militar en la guerra de Ucrania en el reportaje “Visual analysis: Ukraine’s war of survival enters third year”, de Financial Times. 

[8] Ischenko, V.; Matvéyev, I. y Shuraviév (2024). “Keynesianismo militar ruso: ¿quién se beneficia de la guerra en Ucrania?”, Viento Sur, 4 de abril (disponible online). 

[9] Roberts, M. (2024). “Rusia y la economía de guerra de Putin”, Sin Permiso, 17 de marzo (disponible online). 

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