FOTOGRAFÍA / Lander Moreno
2022/05/03

«Bienvenidos a la era de lo virtual, un tiempo sin taxonomía, un nuevo sensorium de lo inclasificable en el que, quizás, la muerte del código civil resulte terminar en una suerte de civilización sin código, salvo la moral de Instagram que, como el nombre indica, es la justicia del instante» — Francisco Sierra Caballero

Uno de los términos que se ha generalizado en torno a los estudios culturales de la última década es el del capitalismo de plataformas. Esas líneas de investigación materialistas pretenden desmentir la concepción de que los videojuegos y las redes sociales sean plataformas de consumo privativo que nada tienen que ver con la ideología. Esa concepción parte de la idea de que la ideología se reproduce simplemente a través delos medios de comunicación, la prensa y la información de actualidad, así como que se limita a las secciones de política y economía de los medios de información.

Según autores como Sierra Caballero, que recogen las conclusiones de dichas investigaciones, es necesario un doble desplazamiento; por un lado la del eje clásico de la ideología a la semiología –es decir, cómo construimos las contradicciones en la representación– y un segundo eje que visualice cómo se desplaza la información política de la actualidad al entretenimiento.

Sierra Caballero afirma toda crítica a la mediación social, entendiendo la mediación no solo como medios sino «procesos culturales adyacentes, implícitos o latentes que están en todo proceso de representación discursiva o de la información». Parte desde un debate clásico entre dos tradiciones: «aquellos que piensan que el problema de la comunicación son los medios, el emisor que transmite un mensaje a través de un canal a un público más o menos disperso, y aquellos que consideran que para entender los medios es necesario ver los contextos históricos y culturales»: la historia de los medios, las mediaciones culturales.

Desde una perspectiva marxista una de las lecciones primordiales que señalan dichas investigaciones es que toda crítica a la mediación debe partir de una perspectiva amplia que nace de la crítica al fetichismo de la mercancía: es decir, «definir en qué sentido el discurso de los medios, aunque sean de entretenimiento, están reproduciendo las lógicas dominantes de la reproducción de la cultura capitalista».

De las imágenes y de los imaginarios, y bajo acusación de determinismo economicista de dichas investigaciones, «un análisis materialista de la mediación o el capitalismo cognitivo, implica que toda crítica debe cuestionar y partir de ese elemento: el fetichismo».

«Por ejemplo la proliferación de literatura, cine, videojuegos, con el tema de los zombis como en otras fases de la historia de la crisis del capitalismo son formas de la representación en el plano imaginario que tienen que ver con la transformación material histórica concreta: esto lo ha estudiado la teoría crítica de la literatura. Justamente, partiendo desde el fetichismo, conectan esos procesos de representación en el entretenimiento con otros procesos de reedificación de la fantasmagoría del capital».

Vuelven así a reaparecer las sombras de Conrad Veidt del Gabinete del Doctor Caligari (1920) el Nosferatu (1922) o la Máquina Corazón de la mítica Metrópolis (1927). La misma representación del fantasmagórico desarrollo del capitalismo, ese sigue siendo el fantasma que recorre Europa.

Como decíamos anteriormente, el reto de los estudios culturales actuales, en esta materia, pasan por visualizar como desde la industria del entretenimiento, y ciertamente desde estas plataformas tecnológicas, se reproduce la cultura capitalista. Asimismo,más allá de afirmar hipótesis, tienen como objeto plantear el rumbo que direccione la cultura comunista, desde las posibles oportunidades que abre, una vez más, el escenario de ruptura y crisis que caracteriza este momento histórico.

Así, a partir de los primeros autores de investigaciones culturales, como Gramsci, Benjamin, Adorno, Horkheimer o Williams, los dispositivos tecnológicos son productos culturales y transmiten procesos y lógicas culturales, ya que son aparatos ideológicos del Estado.

Ilustrativo de ello es el libro Doing cultural studies, The Story of the Sony walkman, el cual señala porque se dan las innovaciones tecnológicas de esta manera, «porque empezamos por el walkman y no con otros dispositivos técnicos más horizontales, colectivos, y no individuales. La razón es que hay una lógica de valor que introduce un uso y una práctica asociada a una lógica de consumo individualizado». Así, aunque pareciera que las redes sociales son plataformas de comunicación colectiva, no son más que herramientas que profundizan en el individualismo y la disociación del individuo, que interactúa en una red de usuarios como mercancía.

Aunque pareciera que las redes sociales son plataformas de comunicación colectiva, no son más que herramientas que profundizan en el individualismo y la disociación del individuo, que interactúa en una red de usuarios como mercancía

Así la cultura comunista es una cuestión sin resolver, una cuestión que no se puede resolver del todo. No se puede proyectar en una forma definitiva. Es un proceso en construcción, y en ese proceso subyace lo siguiente: observar las conclusiones de los avances estratégicos y reflexionar sobre su adecuación.

El poder burgués puede tomar diferentes dimensiones; además de la dimensión política y económica, la lucha de clases también tiene un componente cultural, el cual permite el sometimiento de la clase obrera mediante la cultura. La burguesía implanta de ese modo el comportamiento y el pensamiento de la sociedad. Es más, los determina. Es decir, la lucha de clases tiene dimensiones diferentes y produce efectos diferentes. Todos, sin embargo, están entrelazados y su valor es regenerar/acrecentar la persistencia del poder burgués.

Por todo ello, es necesario entender las diferentes dimensiones y la complejidad del poder burgués. Para ello pueden haber varios frentes o perspectivas: el prisma de las subjetividades oprimidas, la cuestión de las libertades políticas y la dominación cultural, entre otros. A continuación trataremos sobre la tercera.

¿Qué supone, pues, el poder de la burguesía? ¿Cómo podemos analizar los efectos que tiene el poder burgués? Crea subjetividades oprimidas, conlleva limitaciones de libertades y nos domina culturalmente. Todos ellos no son fenómenos aislados; aunque aparecen diferenciados, están condicionados entre sí.

La visión de las subjetividades oprimidas se desarrolla con el objetivo de subyugarlos/aplastarlos por su funcionalidad para la burguesía, sacando de ellas un mayor rendimiento. Entre otras cosas, a través de las plataformas digitales se manifiestan las líneas transversales evidentes de la problemática juvenil. Precisamente, a través de las plataformas digitales, y a través de las redes sociales, en particular, la industria del entretenimiento plantea una serie de cuestiones analíticas generalizables.

Lejos de ser plataformas de interrelación, estas plataformas de entretenimiento que como apuntábamos al inicio parecen aparentemente vacías de contenido, se nos presentan como aparatos ideológicos del Estado que han destacado en los primeros estudios culturales materialistas. Toda crítica relacionada con ese aspecto tienen en el centro dos corrientes analíticas en relación con la problemática juvenil: la influencia de estos aparatos en los hijos de la clase media y en los jóvenes de la clase trabajadora.

En efecto, estos instrumentos de modernización capitalista se han convertido en los principales medios de expansión de la aspiración de vida capitalista. Así, en ese llamado ascensor social representan un escaparate de un nivel de vida que parece estar al alcance de cualquiera; incluso han convertido en referencias simbólicas a quienes llevan la narrativa de esas promesas. En efecto, estos nuevos ídolos (instagramers, youtubers, twitcher) que lejos de ser sujetos ajenos o inalcanzables, encarnan esos logros en rostros vecinales. Parece que, de este modo, pareciera que estas aspiraciones pueden alcanzarse por voluntad, que podemos tocar ese nivel de vida con la punta de los dedos, ya que su representación ha penetrado en los aspectos más íntimos de nuestro día a día (gustos musicales, ocio, modelos de relación, alimentación, sexualidad…). Estos, sin embargo, no pueden ejecutarse más que de un modo general en las vidas de los hijos de clase media. Por lo demás, para los jóvenes proletarios no es sino un instrumento de devaluación y despolitización y muestran su cara más cruda en la sexualización de las mujeres trabajadoras, en la violencia contra ellas y en su devaluación salarial.

En ese llamado «ascensor social» representan un escaparate de un nivel de vida que parece estar al alcance de cualquiera; incluso han convertido en referencias simbólicas a quienes llevan la narrativa de esas promesas

En relación a esto, otro aspecto a mencionar es el de la perspectiva de las libertades políticas, dado que el poder de la burguesía se basa en la negación de la libertad de la mayor parte de la sociedad, de donde también es interesante observar. Desde una perspectiva de control social, supresión progresiva de derechos y persecución policial (bases de datos, horarios, hábitos de vida…) estas plataformas, por un lado, transforman las interacciones en mercancías y, a su vez, las convierten en mercado. Además, estos soportes supuestamente democráticos y garantistas de la libertad de expresión no extienden más que el individualismo, la irresponsabilidad ante las cuestiones sociales y la ideología burguesa. Si bien estas plataformas, en el mejor de los casos, son herramientas para la propaganda política e intervención política; en general, no son sino instrumentos de canalización de la indignación y frustración generada por la propia crisis capitalista. Además, en cuestiones como la de Ucrania, hemos visto claramente como otro de los principales exponentes de la decadencia de la democracia burguesa, el totalitarismo, influye también en ellas: la censura, la propaganda y la manipulación.

Porque incluso en esas plataformas que parecen carentes de reglas y de mando, en última instancia, se pone de manifiesto que la concepción que rige el mundo por inercia es la ideología burguesa. Como bien subrayó EKIDA, la ideología y el sentido común se representan en estos soportes según los patrones culturales que imponen la cosmovisión capitalista. Es decir, que la concepción capitalista del mundo determina, entre otras cosas, los valores morales de los individuos, el modelo de relación, las ambiciones, las aspiraciones, los gustos, los referentes, el humor, la comprensión de lo justo y lo injusto, la comprensión del bien y del mal y la comprensión de la política. Asimismo, la industria del entretenimiento no es ajena a ello. Es más, se ha convertido en uno de sus mayores sustentos. Para terminar con un dato ilustrativo, la industria de los videojuegos recibió, en plena pandemia, la mayor inversión de la historia por parte del Estado español: más de 70 millones de euros. A su vez, ha implantado el bono cultural para los adolescentes, más coloquialmente conocido como el bono videojuego.

Porque incluso en esas plataformas que parecen carentes de reglas y de mando, en última instancia, se pone de manifiesto que la concepción que rige el mundo por inercia es la ideología burguesa

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