Por todos es conocida la historia del PSOE: desde la traición a la clase obrera en su crítica al marxismo y renuncia a la revolución socialista, pasando por la reorganización del Estado español en los años de transición posdictadura, incluyendo los métodos de guerra sucia, hasta la actual gestión de la crisis capitalista, este partido es sin duda el que mejor se corresponde con el concepto de partido del Estado o, como tanto gusta a la socialdemocracia, partido del régimen.
El PSOE siempre ha sido un partido pegamento que, en la alternancia bipartidista ya conocida en el Estado español, gobierna en los momentos más críticos y con mayor fractura social. Lo ha hecho en la Transición, también en los momentos de mayor auge del independentismo que estaba destinado a fracturar el Estado, y lo hace también en el momento actual de crisis, donde el peligro del fascismo acecha a Europa, causando la posibilidad de la ruptura y la inestabilidad del propio sistema capitalista.
El PSOE siempre ha sido un partido pegamento que, en la alternancia bipartidista ya conocida en el Estado español, gobierna en los momentos más críticos y con mayor fractura social
Cuando diversas fuerzas sociales, posteriormente institucionalizadas en partidos de orden, llamaban al fin del bipartidismo, no fueron aquellas nuevas fuerzas quienes catalizaron el descontento asociado sino que, al contrario, el PSOE fue aupado al Gobierno para acabar con la incertidumbre y recordar que la alternancia bipartidista es parte del orden capitalista y toda ficción que llama a su final es simplemente falsa, por ser formalmente improbable y porque, si por algún motivo ocurriera, por serlo sustancialmente imposible: la alternancia bipartidista no es ella misma más que un mecanismo formal que asegura la continuidad en el cambio.
Cuando la Transición ya agotó todos sus personajes tragicómicos, apareció la farsa del PSOE, vestida en chaqueta de pana, para encauzar las luchas obreras de la época en la institucionalidad del Estado capitalista. Las huelgas y la protesta social ya no tenían sentido, pues había llegado al poder el partido obrero que encauzaría el cambio hacia una verdadera institucionalidad capitalista donde los derechos de la clase obrera serían reconocidos como clase oprimida que es, esto es, al lado de los derechos de la clase capitalista, subordinados a estos. Llegarían la reconversión industrial, los grandes despidos de trabajadores y el paulatino pero continuo desgaste del movimiento obrero, su corporativización vía UGT y CCOO –este último históricamente vinculado al PCE, cuestión ya tratada anteriormente en esta revista– y la represión policial a gran escala.ç
Cuando la Transición ya agotó todos sus personajes tragicómicos, apareció la farsa del PSOE, vestida en chaqueta de pana, para encauzar las luchas obreras de la época en la institucionalidad del Estado capitalista
Contemporánea es también la guerra sucia, que solo el PSOE podría poner en marcha, por su condición como partido. Con el objetivo de desestructurar a parte de la vanguardia del movimiento obrero en aquellos años, asesinaron a militantes revolucionarios, dirigentes de organizaciones políticas y armadas, y cumplieron una función imprescindible en el desmantelamiento de las capacidades militantes que tan necesarias eran en una época de gran convulsión social. El PSOE, como toda la socialdemocracia, ha sido y es una herramienta-estado cuyo objetivo es destruir a toda costa una dirección consciente e independiente de la clase obrera, que se aúpa en el poder precisamente en los momentos críticos en los que la ruptura es una opción viable.
El papel cortafuegos del PSOE llama a la solución de los dos Estados, evidentemente fracasada, ilegítima y legitimadora del Estado fascista de Israel, mientras que hace imposible una solución efectiva en ese sentido, alimentando la maquinaria de guerra israelí, con la mayor venta de armas realizada en los últimos 20 años
Así ha ocurrido también con la última gran crisis capitalista, iniciada en la década de los 2000. De los últimos 20 años, que coinciden con la crisis capitalista, 14 han sido gobernados por el PSOE. Los seis años de ausencia coinciden precisamente con el auge del independentismo catalán –asociado sin duda a la crisis del Estado español producida por la crisis capitalista–, el conocido procés, que no finaliza con la declaración unilateral de independencia y la posterior intervención de la autonomía decretada por el PP, juicios incluidos, sino que culmina con el ascenso del PSOE al Gobierno en el año 2018, que, en un acto ilustrativo, acaba indultando en 2021 a los dirigentes previamente encarcelados o huidos.
La misma lógica se emplea en el caso del genocidio palestino que, además, aclara más la cuestión. El papel cortafuegos del PSOE llama a la solución de los dos Estados, evidentemente fracasada, ilegítima y legitimadora del Estado fascista de Israel, mientras que hace imposible una solución efectiva en ese sentido, alimentando la maquinaria de guerra israelí, con la mayor venta de armas realizada en los últimos 20 años.
Dicen los socialdemócratas que lo importante es el camino, y no el fin. Pues he ahí vuestro camino
Pero nada de esto les parece suficiente a los partidos socialdemócratas, incluidos los nacionalistas de naciones sin Estado, que han sufrido directamente la guerra sucia del PSOE, para retirar su apoyo al Gobierno. Porque, claro, si un gobierno alternativo del PP va a hacer lo mismo, y eso nadie lo duda, al menos la situación actual habilita a partidos más pequeños para participar del pastel, alimentar económicamente a sus estructuras burocráticas y permitir que sigan creciendo como empresas estatales del partido del orden. ¿Para qué denunciar al PSOE si los que vengan después van a hacer lo mismo, si eso conlleva, además, no poder seguir chupando del bote y, por lo tanto, la abolición de las capacidades de hacer política, id est, su fin como partido político?
Desde luego que es una lógica de supervivencia que se podría justificar en el ciudadano modelo de la sociedad rapaz en la que vivimos. En un partido político es colaboracionismo y complicidad, que lo sitúan en el campo del enemigo de clase. Dicen los socialdemócratas que lo importante es el camino, y no el fin. Pues he ahí vuestro camino.
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