Toda violencia que pueda acontecer en la sociedad actual es única y exclusivamente responsabilidad de esa sociedad y de quienes la sustentan. La labor del oprimido es liberarse, y los medios le son impuestos. Renunciar a los mismos por una especie de dilema moral es renunciar a la libertad, pues esos medios no son simples accidentes contingentes de los que podríamos librarnos, sino que expresiones objetivas de unas relaciones sociales y medios de manifestación históricos de las mismas. Tal es así que, el dilema que plantea la cuestión de si debiéramos estar a favor o no de la violencia o de otras tantas formas de manifestación de la lucha de clases es falso por principio, pues tergiversa y desdibuja la historia y, por lo tanto, es parte del sistema moral del enemigo.
El dilema que plantea la cuestión de si debiéramos estar a favor o no de la violencia o de otras tantas formas de manifestación de la lucha de clases es falso por principio, pues tergiversa y desdibuja la historia y, por lo tanto, es parte del sistema moral del enemigo
Es un dilema moral que aparece en muchas ocasiones asociado a la valoración de acontecimientos pasados. Y es tan absurdo que se plantea cuestiones como si un hecho ya acontecido debiera o no haber ocurrido –esto lo hemos visto, por ejemplo, cuando la izquierda abertzale y militantes de ETA han hecho autocrítica diciendo que “nunca debió haber ocurrido”–, cuando la realidad es que ha ocurrido, y ha ocurrido por algo.
A eso hay que añadir, además, que el dilema moral suele ir asociado a un revisionismo histórico basado en una actualidad que ha perdido el fervor de los acontecimientos pasados; un fervor que, tal y como sucede generalmente en todo proceso de lucha y en las revoluciones, representaba, pero no sustituía, la racionalidad política y la dirección consciente del movimiento. Sin embargo, la derrota de todo un ciclo de lucha disuelve el fundamento del fervor revolucionario, que es la racionalidad política, y deshace su conexión histórica –la del fervor revolucionario y la racionalidad política–, cayendo en el derrotismo y en la derrota política. Hasta el punto de cuestionar el uso de la violencia y, con ello, el derecho del oprimido a luchar por su liberación.
Sin embargo, ese dilema moral no está relacionado únicamente con los hechos del pasado. Responde, también, a hechos presentes que no deberían estar pasando. Hechos que, como no deberían estar pasando, suceden por una extraña irracionalidad, por algún fenómeno que no corresponde a esta realidad y mucho menos al sistema capitalista. Así, al igual que los campos de concentración fascistas y nazis del siglo pasado, que “jamás tendrían que haber sucedido”, en la actualidad las potencias capitalistas construyen campos de exterminio que “pertenecen a otro tiempo”. El dilema, en este caso, es profundamente contradictorio, pues aquello que no debería haber pasado, si pertenece a otro tiempo, será porque en aquel tiempo tenía que haber pasado, era inevitable. Hasta llegar al punto de que, si sucedió porque tenía que haber pasado, está sucediendo porque tiene que pasar.
La derrota de todo un ciclo de lucha disuelve el fundamento del fervor revolucionario, que es la racionalidad política, y deshace su conexión histórica –la del fervor revolucionario y la racionalidad política–, cayendo en el derrotismo y en la derrota política
En el número anterior de Arteka vimos una expresión similar de este dilema moral. Parecía que la emergencia del fascismo en el siglo pasado era ajena a la sociedad liberal capitalista; incluso el propio fascismo, en primer momento, se presentó a sí mismo como anticapitalista. Y aunque eso hubiera sido así, cosa imposible, por cierto, nada de la acontecido en nombre del anticapitalismo hubiera sido ajeno a la responsabilidad de la sociedad capitalista y de sus defensores, como tampoco lo es la violencia revolucionaria, cuyas consecuencias la burguesía pretende imputar a la mala voluntad de los oprimidos.
La falsedad del dilema moral es tal que, mientras que la sociedad capitalista y las grandes potencias pretenden hacer caso omiso de su responsabilidad en la emergencia del fascismo, diciendo que “no debería haber ocurrido”, su sociedad actual y la dominación capitalista son producto de aquello que “no debería haber ocurrido”, pues el fascismo no era sino la vanguardia burguesa organizada que, mediante la guerra y el autoritarismo, pretendía erigir un nuevo orden mundial, esto es, un nuevo sujeto de dominación, una nueva forma política para la burguesía, de la única manera en la que puede abrirse paso la unidad de clase de la burguesía y de todo su sistema, esto es, mediante la violencia.
Así, el exterminio de los judíos, largamente oprimidos por las potencias europeas y expulsados de sus estados, y el exterminio de los cuadros comunistas, llevados a cabo por el fascismo y el nazismo, son, sin lugar a dudas, la consumación del programa de toda la burguesía, la expresión consumada de sus intereses, a pesar de que ahora, todas las potencias capitalista, hablen del pasado con cinismo, rehuyendo de sus responsabilidades y de la responsabilidad de este sistema criminal, base de la dominación burguesa, en el exterminio de millones de seres humanos, pobres, proletarios… en guerras, contrarrevoluciones y campos de concentración.
El exterminio de los judíos, largamente oprimidos por las potencias europeas y expulsados de sus estados, y el exterminio de los cuadros comunistas, llevados a cabo por el fascismo y el nazismo, son, sin lugar a dudas, la consumación del programa de toda la burguesía, la expresión consumada de sus intereses
Nada de eso puede ser ocultado con las supuestas muertes causadas por el comunismo y, por supuesto, ninguna víctima de la revolución es responsabilidad de los revolucionarios. Tampoco los campos de concentración, que analizamos en el presente número, son ajenos al sistema capitalista, sino que intrínsecos a su lógica de dominación y necesarios para la misma; incluso aquellos que han sido imputados al comunismo. Pues no hablamos de una sociedad que surge de sus propios fundamentos y se ha desarrollado, sino que, como ya adelantara Marx, de una sociedad que surge de los cimientos de otra y que, por un periodo determinado, sufre de sus mismas dolencias y, en muchos casos, requiere de sus mismas soluciones y respuestas. No puede decir lo mismo una sociedad capitalista y una clase burguesa que hoy, incluso después de su transitoria pero largamente celebrada victoria, sigue requiriendo de campos de concentración y del exterminio como herramienta de supervivencia a la que recurrir constantemente.
PUBLICADO AQUÍ