FOTOGRAFÍA / Itsasne Ezkerro
2021/10/01

Han pasado ocho décadas desde la última Guerra Mundial reconocida como tal, pero en el mundo no ha habido ni un solo minuto sin guerra desde entonces, por mucho que eufemismos maniqueos hayan caracterizado muchas de ellas como conflictos regionales, ajenos a la mundialización objetiva del Capital. Unas más silenciosas que otras, otras completamente silenciadas; la guerra sigue siendo un recurso impepinable de la política capitalista –es esa misma política realizada por medio de la guerra–, que no está determinada por decisiones personales o de gobierno, sino que por la necesidad objetiva del Capital de superar sus propios límites.

Unas más silenciosas que otras, otras completamente silenciadas; la guerra sigue siendo un recurso impepinable de la política capitalista, que no está determinada por decisiones personales o de gobierno, sino que por la necesidad objetiva del Capital de superar sus propios límites

La guerra sigue, pero cambian sus estrategias, y también su percepción. A día de hoy, en lugar del conflicto abierto y directo entre las grandes potencias imperialistas, parece más adecuada a los intereses capitalistas, por la evidencia de su actualidad, la guerra por delegación, el conflicto bélico entre potencias imperialistas mediante representantes vernáculos, velado por falsas apariencias autóctonas que lo hacen culturalmente incomprensible a los ojos del observador occidental, que no duda en sentenciar que es producto de un mundo no civilizado y de una cultura no europea y atrasada.

De ese modo, las guerras por delegación han permitido fortalecer la ideología y cultura capitalista en el centro imperialista, pues esta última, en gran parte, se desarrolla como elemento diferenciador con respecto a una supuesta falta de civismo que representarían los países subdesarrollados, que se oponen a las directrices de la fracción dominante del Capital mundial. Esa dimensión de la guerra es muchas veces obviada, pero es crucial para comprender que una guerra en la periferia del centro imperialista es también una toma de posición del imperialismo y una guerra contra el proletariado mundial, que se desarrolla también en la dimensión cultural.

Las guerras por delegación han permitido fortalecer la ideología y cultura capitalista en el centro imperialista

Son muchas las razones que se alegan para justificar la no procedencia de un conflicto abierto entre las grandes potencias imperialistas. Entre ellas, la más sonada quizás sea la que hace referencia al poder destructivo alcanzado, que actúa como freno y coerción mutua ante una posible catástrofe humanitaria. Parece como si el Capital, lejos de ser una potencia que arrasa con todo, hubiera tomado conciencia de lo que él mismo no es, algo así como percepción de su humanidad en un sentido moral, sin sospechar siquiera estar negándose a sí mismo como fuerza ciega que no encuentra otro límite que los suyos propios. Nada más lejos de la realidad; antes destruye el Capital las condiciones de su existencia –la humanidad al completo–, que negarse a sí mismo como fuerza viva y poder social. Es más, si pudiéramos hablar de esa capacidad de contenerse a sí mismo, ya no estaríamos hablando del Capital.

Pero tampoco la posibilidad de destrucción masiva en lo concerniente a la riqueza material producida actúa coercitivamente sobre los capitalistas. Primero porque quien va a la guerra, lo hace para ganar. Segundo, porque lo productivo de la guerra, en su amplio sentido, es su capacidad destructiva. Tercero, porque el Capital invertido en la guerra aumenta la capacidad de subordinar a millones de proletarios en la producción de beneficios que, en nombre de la defensa nacional, justifican mayor intensidad y prolongación del trabajo, así como reducciones salariales. Y cuarto, porque eso último es lo que realmente concierne al Capital como Capital: subordinar al proletariado, ejercer poder, más que amasar material inerte, con fecha de caducidad.

Desde luego, no parece adecuado categorizar la guerra por delegación como la vía menos catastrófica, tanto en el sentido material como en el humano, para el Capital imperialista; como el único medio material y humanamente posible para que las grandes potencias puedan seguir disputándose el mundo. Acaso lo que es totalmente inhumano –por no decir racista, xenófobo y supremacista– es tal argumento, pues obvia que quienes sufren en los conflictos de guerra por delegación son humanos proletarios, y que sus vidas no valen menos que las nuestras. Tampoco ese coste humano puede ser determinado según las necesidades del Capital, pues este es ciego e incapaz de concebir la fuente de su existencia, cuando de lo que se trata no es de la renovación de sus manantiales, sino que de apoderarse del mayor beneficio posible -en detrimento de sus competidores y de la ganancia futura-, accesible mediante la guerra.

Por lo tanto, nada indica que una Guerra Imperialista abierta y directa entre las potencias capitalistas sea una posibilidad nula, ni siquiera la última opción, pues el desarrollo de esta no está condicionado por una moral limitante que da prioridad al coste humano, ni por el miedo a la destrucción total, sino que por la propia existencia del Capital, que no es otra cosa que las necesidades de su acumulación y las cambiantes condiciones objetivas de su realización. Si es beneficiosa para el Capital, y urgente, esa guerra se realizará, por muchas que sean las posibles víctimas de la misma y el alcance de la destrucción.

Entre las cambiantes condiciones de realización del Capital, su ser concreto y su despliegue efectivo, se hallan no solo el estado actual de la división internacional del trabajo y las cadenas de valor en el mercado mundial, que determinan la viabilidad económica de diversas formas de conquistar y organizar un territorio, sino que también el desarrollo político alcanzado por la nación en disputa, que convierte en caducas y costosas ciertas formas de dominación política. Al menos mientras que esas naciones y sus condiciones no sean degradadas hasta tal punto que haga deseable y justificable una ocupación militar, en nombre de la civilización, como ha ocurrido muchas veces.

Las guerras por delegación no son, por tanto, un residuo de la guerra imperialista ya agotada por un supuesto desarrollo civilizatorio que la hace no deseable y no compatible a una moral superior alcanzada, sino que cumplen la función del imperialismo actualizada al desarrollo objetivo del sistema capitalista. Más allá de los beneficios inmediatos de la guerra como guerra, citados anteriormente, las guerras por delegación son el medio más efectivo que encuentra el Capital para seguir ejerciendo su dominación sobre el proletariado a escala planetaria. Estas permiten no solo el control efectivo sobre el territorio, ejecutado por gobiernos títeres comprados mediante la deuda generada por el conflicto bélico y la posterior reconstrucción industrial, sino que además consiguen abatir la resistencia interna que tiende a desarrollarse en contra de la ocupación extranjera. Esa resistencia ha posibilitado en conflictos previos la pérdida de mercado para las potencias imperialistas y en cierto sentido la constitución de un bloque de acumulación de capital dispuesto a disputar la hegemonía al bloque dirigente.

Más allá de los beneficios inmediatos de la guerra como guerra, citados anteriormente, las guerras por delegación son el medio más efectivo que encuentra el Capital para seguir ejerciendo su dominación sobre el proletariado a escala planetaria

Ya no es rentable el control directo sobre un territorio, y es mucho más barato ejercerlo mediante gobiernos nacionales y la subordinación económica de los mismos. De esa manera no solo se extiende el Mercado Mundial, sino que además se generan condiciones favorables para la explotación aumentada del trabajo por medio de la salarización expansiva unida a la acumulación intensiva del Capital.

Las guerras por delegación significan la apertura de un nuevo paradigma de la dominación mundial y globalización del Capital que busca extender sus límites a territorios hasta ahora subordinados al proceso de producción de plusvalor en la metrópoli, pero no sujetos a una acumulación de capital independiente. Ya no hay territorio que se le resista al Capital.

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