Unidad y mito FOTOGRAFÍA / Itsasne Ezkerro
2020/08/02

Son diversas las guerras y los conflictos llamados internacionales que han venido sucediendo desde el inicio de siglo. Un siglo que dio comienzo, precisamente, con un nuevo paradigma de guerra imperialista –la guerra por la democracia y contra el terrorismo, que apestaba a ya viejo recurso para la dominación–, y una dosis de realidad y humildad para aquellos que proclamaban el fin de la era imperialista, y con ella, necesariamente, de las contradicciones capitalistas que conducen inexorablemente a su final crítico, la crisis, y al conflicto bélico por la redistribución capitalista a escala mundial de las fuentes del plusvalor.

El común denominador de las guerras imperialistas es el derrocamiento de un gobierno para instaurar otro, títere del país imperialista, pero bajo la forma democrático-nacional, que es la forma más simple en la que se ejerce la dominación capitalista. Ese proceso se realiza, a veces, mediante ocupación explicita de un territorio, y otras veces mediante la subvención directa a la oposición gubernamental y la compra de la misma, a crédito, que luego ha de ser devuelto, y con creces. Al fin y al cabo, se trata de derrocar a una facción de la burguesía, para alzar o constituir a otra, y rara vez se extiende la ocupación militar extranjera, una vez asegurado el poder del nuevo gobierno. Ese nuevo gobierno ha de facilitar inversiones de capital extranjero, más específicamente del país imperialista que lo ha instaurado, ya sea en la forma de dinero o en la forma mercantil de los elementos productivos.

Se trata, por lo tanto, del control sobre el proceso productivo del capital y no sobre recursos en abstracto. Esto es, lejos del mito constituido por el nacionalismo en el que una ocupación militar imperialista sería un ataque a la soberanía nacional y exigiría una respuesta del conjunto de la nación –que, en lo que respecta a la comunidad de vida, no es más que el espacio social en el que se equilibran las contradicciones de clase, y en los momentos decisivos como el de la guerra crítica del capital lo es más–, lo que verdaderamente disputa entre sí la burguesía, y que desemboca en conflicto bélico, no es la disposición de un recurso de la nación, sino que el control sobre el proceso de explotación de la clase obrera, mediante el cual la burguesía extrae plusvalor.

Lejos del mito constituido por el nacionalismo en el que una ocupación militar imperialista sería un ataque a la soberanía nacional y exigiría una respuesta del conjunto de la nación –que, en lo que respecta a la comunidad de vida, no es más que el espacio social en el que se equilibran las contradicciones de clase, y en los momentos decisivos como el de la guerra crítica del capital lo es más–, lo que verdaderamente disputa entre sí la burguesía, y que desemboca en conflicto bélico, no es la disposición de un recurso de la nación, sino que el control sobre el proceso de explotación de la clase obrera, mediante el cual la burguesía extrae plusvalor

Ese proceso puede sostenerse sobre el control directo de los recursos naturales, sobre su posesión privada, pero no necesariamente. De lo que se trata es de controlar el excedente de la riqueza abstracta, de apoderarse del plusvalor, mediante el proceso económico del capital, y no de disponer de tal o cual recurso, siendo éste indiferente en cuanto a su uso. Incluso allí donde un recurso escasea y por lo tanto su forma material concreta pueda parecer decisiva y su control estratégico, como pueden ser el caso del petróleo y del gas, éste no es más que un manto que oculta la relación social que hace del recurso vital y de su control una cuestión de poder. No se trata, por ello, de reproducción de vida en abstracto, sino que de reproducción de la vida capitalista y sólo desde esa posición puede relativizarse la importancia de uno u otro recurso.

Para el fin supremo de la obtención de plusvalor, o dicho desde la perspectiva capitalista, de la producción de ganancia, puede ser efectivo 1) la apropiación de recursos a bajo precio mediante tratado comercial impuesto, o incluso como pago por el servicio de democratización del país, 2) el control directo de los mismos de tal modo que el capital pueda asentarse productivamente en un país y controlar toda la cadena de transmisión de plusvalor, o también, 3) la exportación de capital dinerario que ha de retornar con intereses, compra de deuda pública y diversos negocios financieros. A este proceso de competencia interburguesa queda subordinada la guerra comercial o el boicot al enemigo, destruyendo recursos y monopolizando vías de abastecimiento.

Los recursos no son, por ello, más que medios para ejercer la dominación de clase: unas veces medios para producir plusvalor, otras, medios extraordinarios para la apropiación del plusvalor globalmente producido que, no olvidemos, halla su fuente en la explotación de la clase obrera. Esto es, son capital, en tanto que enfrentan a la clase obrera y median la extracción de trabajo vivo.

Los recursos no son, por ello, más que medios para ejercer la dominación de clase: unas veces medios para producir plusvalor, otras, medios extraordinarios para la apropiación del plusvalor globalmente producido que, no olvidemos, halla su fuente en la explotación de la clase obrera. Esto es, son capital, en tanto que enfrentan a la clase obrera y median la extracción de trabajo vivo

El imperialismo trata de llevar el orden social capitalista imperante en las fronteras de un estado, a otro estado. No exporta, por ello, una forma de gobierno, sino que hace de un mercado exterior, un mercado interior, o al menos un mercado que no es tan exterior, favorable a los intereses económicos de la burguesía imperialista. Trata de eliminar los limites políticos exteriores interpuestos a la economía, o de reestablecerlos en favor de la potencia imperialista, y en contra de los demás estados. Solo en ese sentido es un atentado contra la soberanía nacional, en tanto que usurpa a la burguesía nacional el poder y control sobre el capital; pero en ningún modo usurpa a la clase obrera algo que no es suyo, porque ya de antemano no le pertenece, y a favor de lo cual no tiene que luchar junto con su burguesía, sino que en contra de ella y contra ello.

Para que una guerra imperialista sea categorizada como ataque a la nación en conjunto, como ocupación nacional, es necesario, por lo tanto, desdibujar y ocultar la contradicción interna a la nación, la contradicción de clase, y el proceso de clase inherente a la guerra imperialista. A ese proceso mistificador le llamamos el mito de la nación, y compone toda la mitología que lo rodea, mayormente, sobre el revisionismo histórico que articula el gran mito constituyente de la nación, y hace de toda la historia, la historia de la nación, creándola incluso allí donde nunca existió.

Ese pensar nacionalista hermana clases, y hermana formas sociales antagónicas. Hace del proletariado semejante del burgués, pero también del esclavista, del señor feudal y de monarcas. Nada queda fuera de su nación, siempre y cuando haga nación. El trabajo asalariado y la explotación son, de tal modo, productores de nación, tanto como lo es el látigo que azuza al esclavo. Lo cierto es, en cambio, que el proletariado nunca ha tenido estado, ni ha tenido nación alguna, porque siempre le han sido negados. Tampoco se trata de quién produce de manera subordinada –el ya mítico y mistificador «todo lo existente ha sido producido por la clase obrera»–, sino de quién subordina el proceso a sus intereses –porque tampoco se trata de convertir a todos en clase obrera, sino de abolir las clases sociales–. Y en tanto que es la burguesía tal sujeto, toda invasión nacional no es sino lucha interburguesa por apropiarse del control sobre la producción de plusvalor, es explotación de clase a escala internacional y en el terreno más violento de la política.

Bajo el paradigma burgués, la lucha contra el imperialismo se convierte en una lucha por la perduración positiva de la nación capitalista, y en una herramienta de legitimación del orden social capitalista. Fue Lenin, en cambio, el que defendió e hizo internacional la posición favorable a convertir la guerra imperialista en una guerra civil del proletariado contra la burguesía, posicionándose en contra de todo gobierno burgués.

Bajo el paradigma burgués, la lucha contra el imperialismo se convierte en una lucha por la perduración positiva de la nación capitalista, y en una herramienta de legitimación del orden social capitalista. Fue Lenin, en cambio, el que defendió e hizo internacional la posición favorable a convertir la guerra imperialista en una guerra civil del proletariado contra la burguesía, posicionándose en contra de todo gobierno burgués

La lucha contra el imperialismo no puede ser una lucha por la soberanía nacional, en tanto que el imperialismo es una tendencia económica a la mundialización del capital, liderada por el sujeto centro-imperialista. La única manera es confrontarlo a escala mundial, mediante la organización comunista. No se trata, por ello, de una perduración de la nación como centro gestor de las contradicciones capitalistas, sino de su superación, de la abolición del sujeto burgués y la constitución de la comunidad libre, y las diversas comunidades libres. Al fin y al cabo, el internacionalismo trata de unidad de lucha y de unidad estratégica, en contra de un enemigo común y a favor de una nueva formación social. En ese sentido han de ser entendidos los conflictos que presentamos a continuación, y en ese sentido abordados, desde la unidad de clase, por el fin de la explotación clasista y de la guerra imperialista inherente a ella.

NO HAY COMENTARIOS