Aberri Eguna (Iruñea) FOTOGRAFÍA / Archivo de la Transición
Imanol Satrustegi
@imanols3
2021/04/06

En Euskal Herria, a principios del siglo XXI una corriente política ha predominado los movimientos sociales, hasta casi tener el monopolio absoluto de casi todos los movimientos de protesta. Sin embargo, esto no siempre ha sido así; hubo antes otra corriente revolucionaria dentro de «el movimiento vasco radical de masa» que, al igual que la izquierda abertzale, tuvo gran capacidad de arraigo y movilización. A esa corriente se la denominaba izquierda revolucionaria o izquierda radical. En su época, algunos sectores desdeñaron y menospreciaron dicha corriente tachándola de españolista o sucursalista. Aun así, la izquierda revolucionaria fue una de las formas que tomó la lucha de clases y resultó ser parte imprescindible de la tradición revolucionaria de Euskal Herria.

Hasta hace poco, la lucha de clases y el socialismo estaban algo olvidados; la bandera roja se situaba en un papel secundario dentro de los movimientos sociales. Aunque en Euskal Herria haya habido durante muchos años grandes luchas sociales, el fracaso del socialismo real y las tendencias pequeñoburguesas dentro de la izquierda abertzale influyeron en que esto sucediera así.

No obstante, esto no fue siempre así, hubo una época en la que el comunismo y la clase obrera tuvieron gran centralidad en los movimientos revolucionarios de Euskal Herria. Durante el ocaso del franquismo, en la oposición antifranquista de Hego Euskal Herria se crearon algunos partidos comunistas de carácter revolucionario. Esos partidos, amparados por la coyuntura internacional y las expectativas revolucionarias que parecían abrirse, tuvieron gran repercusión y tuvieron capacidad para intervenir en diferentes ámbitos, sobre todo en el movimiento obrero. El origen de todos estos partidos se remonta al final de la década de los 60, y su momento álgido fue durante los años clave de la transición, es decir, de 1975 a 1977. A través de movilizaciones, lograron tejer vínculos con numerosos sectores sociales y así ayudaron a erosionar la dictadura franquista. Sin embargo, a principios de la década de 1980 esta corriente revolucionaria entró en declive. Estamos hablando de partidos como el Movimiento Comunista de Euskadi (EMK-MCE, Euskadiko Mugimendu Komunista), la Organización Revolucionaria de Trabajadores (ORT), la Liga Komunista Iraultzailea (LKI-LCR, que antes fue LCR-ETA VI), la Liga Comunista (LC), el Partido del Trabajo de España (PTE, y antes Partido Comunista de España –Internacional–) y la Organización de la Izquierda Comunista (OIC-EKE)[1]. Estos fueron los más importantes, aunque también existieron algunos otros más minoritarios.

Durante el ocaso del franquismo, en la oposición antifranquista de Hego Euskal Herria se crearon algunos partidos comunistas de carácter revolucionario

El origen de todos estos partidos se remonta al final de la década de los 60, y su momento álgido fue durante los años clave de la transición, es decir, de 1975 a 1977

A causa del fracaso generalizado del movimiento obrero, se dio una ruptura en la memoria de estas tradiciones revolucionarias. Se rompió el vínculo generacional y los comunistas de hoy en día ni siquiera conocen los lenguajes, los lemas o los modelos de organización de entonces. No obstante, en los últimos años estamos viviendo una época de florecimiento de movimientos políticos con carácter de clase. Se está produciendo el renacimiento de la llama revolucionaria y el conocimiento de las culturas rebeldes del pasado puede serle útil al movimiento socialista actual. Pero no me entendáis mal: el objetivo no es copiar acríticamente la cultura y la estética obrera de aquella época, eso sería puro folclore. Las culturas revolucionarias de aquel entonces respondían a las necesidades de la época y los movimientos sociales actuales necesitan otros recursos propios de esta época. Pero para crear nuevos recursos propios, podría ser enriquecedor recuperar el pasado del movimiento obrero y de los movimientos sociales.

¿CÓMO Y DE DÓNDE SURGIÓ LA IZQUIERDA REVOLUCIONARIA?

Hacia el final de la década de los 60, los movimientos emancipadores de todo el mundo experimentaron un gran impulso. Se agudizaba la intensidad de la lucha de clases, los países del Tercer Mundo estaban alzándose y parecía que en cualquier rincón del mundo se podían conseguir cambios sociales profundos. En plena Guerra Fría, el capitalismo y el socialismo se hallaban en una intensa competencia, y la mera existencia de la Unión Soviética, aunque criticable para muchos, abría posibilidades para la transformación social. Así pues, este proceso general de radicalización internacional se conoce actualmente como el Largo 68 o el Segundo Asalto Proletario a la Sociedad de Clases.

Al mismo tiempo, en esos años de posguerra, la economía capitalista estaba inmersa en el mayor crecimiento económico de su historia. En un principio, con motivo de la dictadura franquista, España se quedó al margen de la situación del resto de Europa: estaba sumida en la recesión económica y el aislamiento político. Pero la situación comenzó a cambiar a mediados de la década de 1950, debido a los acuerdos comerciales con Estados Unidos y al Plan de Estabilización de 1959. El impulso industrializador denominado Desarrollismo revolucionó la estructura económica de Hego Euskal Herria, sobre todo en las provincias del interior, donde Álava y Navarra vivieron una auténtica revolución industria. Aquel crecimiento económico se basó en el capitalismo de modelo fordista y modificó por completo la naturaleza y composición del proletariado.

A consecuencia de estos profundos cambios socioeconómicos, se produjo el éxodo rural y la proletarización de numerosos campesinos, lo que provocó la creación de una nueva clase obrera. La clase obrera se componía en su mayor parte de personas jóvenes y no tenía relación directa con las tradiciones izquierdistas de preguerra. Pronto, junto con el nuevo modelo del capitalismo, se formaron nuevas relaciones entre empresarios y trabajadores y se abrió un nuevo período de conflictos laborales, sobre todo desde la aprobación de la Ley de Convenios Colectivos de 1958. En este contexto, los trabajadores crearon una nueva identidad (es decir, una nueva subjetividad o un nuevo nosotros) a causa de vivencias padecidas y compartidas, como por ejemplo, experiencias de explotación, necesidades económicas, luchas colectivas, etc. De este modo, aquella clase obrera tomó conciencia y se constituyó como sujeto histórico[2].

Pronto, la clase obrera tomó conciencia y creó instrumentos eficaces para la defensa de sus intereses: la solidaridad de clase y las Comisiones Obreras (CCOO, que eran organizaciones obreras unitarias de base y no el sindicato burocrático que hoy conocemos)[3]. La corriente política de la izquierda revolucionaria surgió, por tanto, para responder a esa nueva realidad de la lucha de clases, en ese contexto de radicalización internacional.

La corriente política de la izquierda revolucionaria surgió, por tanto, para responder a esa nueva realidad de la lucha de clases, en ese contexto de radicalización internacional

Como es sabido, la izquierda revolucionaria no fue una sola y unificada corriente. De hecho, grupos de diferentes referencias ideológicas (maoísmo, trotskismo, leninismo, hoxhaismo, comunismo consultivo...) compitieron entre sí en un espacio político estrecho. En general, casi todas estas organizaciones procedían de uno o varios de los siguientes orígenes: el movimiento estudiantil radicalizado, en las escisiones producidas desde la izquierda del PCE (especialmente en España), en las corrientes obreristas de ETA y en los movimientos apostólicos cristianos radicalizados. En Euskal Herria los que más eco tuvieron fueron estos dos últimos.

Por un lado, la procedencia cristiana de la izquierda radical tuvo su origen en la aproximación de sectores religiosos hacia la gente más oprimida, como consecuencia de la doctrina social de la Iglesia y del Concilio Vaticano IIº (1962-1965). El objetivo inicial de asociaciones como la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC), la Juventud Obrera Católica (JOC) o Vanguardia Obrera Social (VOS) era trasladar el evangelio a los sectores más marginados de la sociedad. El papel de estas asociaciones fue impulsar espacios de socialización cristiana entre los trabajadores y, en principio, no hacían activismo político directo: ofrecían a los trabajadores formación profesional, formación espiritual y ocio barato. Todas estas actividades constituyeron un marco de socialización prepolítica para muchos obreros[4]. Pero pronto, numerosos miembros de estos movimientos se radicalizaron. Las organizaciones de apostolado obrero chocaron con las necesidades y la falta de libertad de los trabajadores, y despertó la conciencia social. Estas asociaciones, que formaban parte del catolicismo social, permitieron la creación de la izquierda revolucionaria porque fueron el punto de encuentro y escuela de formación de muchos militantes. Además, como la Iglesia tenía facilidades legales, sus puntos de encuentro y recursos materiales sirvieron en los primeros pasos de la izquierda revolucionaria. Asimismo, mucha de la gente que pasó por las asociaciones cristianas o el seminario se convirtieron en militantes y cuadros de los partidos revolucionarios. El ejemplo más claro fue el del partido maoísta ORT, que tuvo su origen en el sindicato AST (Acción Sindical de Trabajadores), fundado por miembros de la asociación jesuita VOS. Pero en el resto de partidos también hubo miembros que antes formaron parte de estos movimientos cristianos.

Por otro lado, las corrientes obreristas que se desarrollaron en la organización Euskadi Ta Askatasuna fueron la otra fuente importante de la izquierda revolucionaria de Euskal Herria. En los años 60 y 70 ETA fue vivero de comunistas. Los cambios demográficos y sociológicos generados por la rápida industrialización del desarrollismo también influyeron en el movimiento abertzale. Todo ello suscitó una reflexión en el seno de ETA sobre el nacionalismo, organización que desde la década de 1960 trató de unir nacionalismo e izquierdismo. Sin embargo, las huellas de doctrinas pasadas (nacionalismo esencialismo, desconfianza hacia los inmigrantes, etc.) seguían afectando a algunos sectores de ETA; la síntesis entre nacionalismo y corrientes de izquierdas fue un proceso complejo y lleno de contradicciones. Como consecuencia de estas discusiones, hubo escisiones y rupturas en la Vª y en la VIª asamblea (1966-67 y 1970). De aquellas corrientes obreristas salieron los embriones de los partidos EMK y LKI, pero también numerosos militantes revolucionarios de partidos como ORT, LC y OIC-EKE, entre otros.

ILUSIÓN REVOLUCIONARIA: CUANDO MIRARON CARA A CARA AL CAPITALISMO

En un principio, a finales de la década de los 60, era tarea difícil y ardua poner en marcha las diferentes luchas. Aunque eran tiempos de penurias y de falta de libertades, no era fácil movilizar a la gente, ya que el miedo y la represión pesaban demasiado. Pero en pocos años, la izquierda revolucionaria logró arraigarse en la oposición antifranquista de Hego Euskal Herria, principalmente en el movimiento obrero. Sus militantes organizaron y promovieron Comisiones Obreras en numerosos centros de trabajo, y poco a poco fueron proliferando y extendiéndose las movilizaciones. A pesar de compartir referentes ideológicos y estratégicos, existía mucho sectarismo y división entre la izquierda revolucionaria. Por eso, se implantaron de manera fragmentada a lo largo del territorio, y fue habitual que en cada comarca predominara una corriente distinta. En la Comarca de Pamplona, Tolosaldea y entre los campesinos de la Ribera predominaba la ORT. La EMK tenía una fuerte presencia en Bizkaia, controlaba la corriente mayoritaria de CCOO en Gipuzkoa, y tenía una presencia destacada en Pamplona y Tudela. En el caso de la OIC-EKE, Gipuzkoa fue uno de los puntos fuertes estatales de esta organización (principalmente la zona de Oarsoaldea), donde participaba en el movimiento obrero a través de la plataforma Comités Obreros. LCR-LKI, LC y PTE también tuvieron una presencia destacada (pero variable según la región), así como otros partidos y asociaciones radicales más minoritarias. En Vitoria, en cambio, el desarrollo de los movimientos radicales fue tardío y autónomo, que estalló repentinamente a principios de 1976[5]. En Iparralde, por su parte, la izquierda radical francesa tuvo menos influencia que en Hegoalde, existían la Ligue Communiste Révolutionnaire (LCR) que era trotskista y Révolution!, semi-maoísta.

A diferencia de la mayoría de los territorios españoles, los partidos de la izquierda radical lograron encabezar las reivindicaciones de los trabajadores, muy por encima de la capacidad del reformista PCE, y lideraron exitosas movilizaciones de masas. Por ejemplo, el 11 de diciembre de 1974 MCE, ORT y las Comisiones Obreras de Gipuzkoa y Navarra (junto con el apoyo de CCOO de la Margen Derecha, ORT, MCE, LCR-ETA VI y LC) convocaron una huelga general en contra de la opinión de la Coordinadora General de CCOO y del PCE. Fue una movilización de gran éxito puesto que movilizó a unos 200.000 trabajadores de Gipuzkoa, Bizkaia y Navarra. Esta huelga puso de manifiesto la especial correlación de fuerzas que existía en Hegoalde entre el PCE y los partidos revolucionarios. Los partidos que se situaban a la izquierda del PCE mostraron que tenían fuerza, y quedó claro que se podían llevar a cabo movilizaciones exitosas sin el liderazgo del partido de Carrillo[6]. La izquierda abertzale, mientras tanto, tenía todavía una capacidad limitada para influir en el movimiento obrero. Debido al excesivo peso de la rama militar, la izquierda abertzale civil no se había constituido todavía, lo que le generaba dificultades para relacionarse con sectores sociales más amplios.

La izquierda abertzale, mientras tanto, tenía todavía una capacidad limitada para influir en el movimiento obrero. Debido al excesivo peso de la rama militar, la izquierda abertzale civil no se había constituido todavía, lo que le generaba dificultades para relacionarse con sectores sociales más amplios

Hasta 1977, la tendencia general de las movilizaciones fue ascendente: cada vez eran más multitudinarias y más exitosas. Además, se empezaron a introducir más elementos en las reivindicaciones de las movilizaciones, ya que se mezclaban diferentes tipos de convocatorias: desde las reivindicaciones de cada frente de lucha (vecinal, educativo o de las fábricas), pasando por los paros solidarios con otros centros de trabajo, hasta las de carácter estrictamente político o antirrepresivo. Todas las reivindicaciones, tanto las que eran cercanas y concretas como las que eran más generales, se hacían a la vez, porque todo se mezclaba. En consecuencia, había una actividad constante en las fábricas y como dicen algunos militantes de entonces: «no hubo ni un solo mes en el que cobráramos el salario completo».

Además, contaban con la aceptación y el reconocimiento de amplios sectores sociales y los militantes sentían ese apoyo. Tomaron un papel dinamizador y organizador de luchas, pero no solo en el movimiento obrero, sino que también en otros movimientos sociales. El movimiento vecinal, por ejemplo, organizó luchas en torno a las necesidades de los habitantes de los barrios obreros para reclamar infraestructuras y condiciones de vida más adecuadas. Las militantes de la izquierda revolucionaria también jugaron un papel muy importante en el movimiento feminista, ya que fueron parte activa en la creación de las primeras asociaciones feministas.

Sin embargo, aunque fuera el elemento organizado más activo que participaba en estos movimientos, el liderazgo y control de la izquierda revolucionaria sobre las movilizaciones era discutible. De hecho, muchas de las movilizaciones se producían de forma muy repentina e incontrolada, ya que el movimiento de masas tenía mucha autonomía. Sobre todo, en las respuestas a los ataques represivos, en las que las movilizaciones eran espontáneas y masivas, como las respuestas a la masacre de Vitoria (1976) o a las muertes en la Semana Pro-Amnistía (mayo 1977). Los partidos de la izquierda revolucionaria organizaban aquel movimiento de masas, pero no lo controlaban del todo.

En cualquier caso, a mediados de la década de 1970 las luchas surgían a borbotones, ya que en aquella época el ambiente sociopolítico parecía estar en pleno proceso de ebullición. El movimiento obrero estaba muy activo y las organizaciones de clases disponían de herramientas eficaces (como la solidaridad de clase y las Comisiones Obreras) para llevar a cabo protestas y movilizaciones. Como consecuencia, por muy dura que fuera la represión, tenían un gran potencial reivindicativo. Durante estos años, además, gracias a esas movilizaciones exitosas, las rentas del trabajo crecieron por encima de las del Capital; es decir, la tasa de beneficio de los capitalistas empezó a descender por efecto de la presión obrera. Era tal la capacidad del movimiento obrero, que en algunos centros de trabajo se produjeron gestos de rebeldía e insubordinación (casi pequeños contrapoderes), ante los que a menudo la dirección no podía hacer otra cosa que someterse a las exigencias del movimiento obrero[7]. En aquella época era frecuente interrumpir la jornada de trabajo para celebrar grandes asambleas, en las que se reunían varios centenares de trabajadores. En alguna ocasión también solía ocurrir que la policía detenía a algún militante y todos sus compañeros se ponían en huelga; los empresarios tenían que rogar a las autoridades que lo pusieran en libertad para poder reanudar la producción. Como consecuencia de todo ello, hubo momentos en los que la autoridad de los empresarios se vio comprometida y el orden social fue minado. Entre los militantes de la izquierda revolucionaria se extendió la sensación de que estaban ante una situación pre-revolucionaria.

A menudo la dirección no podía hacer otra cosa que someterse a las exigencias del movimiento obrero. [...] hubo momentos en los que la autoridad de los empresarios se vio comprometida y el orden social fue minado. Entre los militantes de la izquierda revolucionaria se extendió la sensación de que estaban ante una situación pre-revolucionaria

EN LO QUE SE REFIERE AL ESPAÑOLISMO

Entre la mayoría de los partidos de izquierda eran habituales el partidismo y el sectarismo, y discutían muy a menudo. Uno de los temas más importantes era el de la cuestión nacional. Los partidos de izquierda de ámbito estatal solían ser objeto de las críticas de la izquierda abertzale, acusada de ser españolista, sucursalista y estatalista; mientras que a los de la izquierda abertzale se les acusaba de nacionalistas pequeño-burgueses, chauvinistas o etnicistas. A pesar de las divisiones, cuando las circunstancias lo exigían, la unidad de acción se imponía y la mayoría de los movimientos revolucionarios actuaban de forma conjunta para las movilizaciones importantes.

En los últimos años del franquismo, la cuestión nacional tuvo gran importancia y las reivindicaciones nacionales desempeñaron un papel destacado en el derribamiento de la dictadura. El relato nacional del franquismo y el modelo de organización territorial chocaban con los sentimientos y reivindicaciones de las naciones periféricas de España. En consecuencia, en la lucha contra el franquismo los símbolos vascos (euskera, ikurriñas, reivindicaciones nacionales...) adquirieron una connotación positiva, democrática y progresista. El antifranquismo y el izquierdismo se identificaron con el vasquismo y fue asumido por todos los movimientos de la oposición. Este proceso de identificación coincidió además con el Renacimiento Cultural Vasco (creación de las ikastolas, euskera batúa, literatura, Nueva Canción...).

Esta ampliación de la conciencia nacional probablemente no hubiera tenido lugar del mismo modo sin los debates de las Asambleas Vº y VIº, ni sin la actuación de ETA. ETA contribuyó a radicalizar y endurecer el discurso general de la oposición y propagó la conciencia antifranquista y nacional. Aunque estas no pasaron a ser independentistas, el resto de las organizaciones de izquierda acabaron asimilando la reivindicación de la autodeterminación con el fin de que fuera más que un asunto puramente retórico.

Por el contrario, como se ha mencionado anteriormente, la izquierda abertzale no era capaz de influir en las movilizaciones de masas, y fueron los partidos de la izquierda revolucionaria de ámbito estatal los que tuvieron el mérito de incorporar la conciencia nacional al movimiento obrero y a la oposición antifranquista. Además, realizaron una importante aportación, ya que contribuyeron a integrar esa connotación positiva y progresista de estos símbolos vasquistas en los territorios castellanoparlantes y entre los trabajadores inmigrados.

Sin embargo, la izquierda abertzale y la izquierda revolucionaria estatal tenían diferencias en torno a la cuestión nacional, sobre todo en cuatro cuestiones. 1) Los estatalistas defendieron la autodeterminación mientras los nacionalistas priorizaban el lema de la independencia. 2) En cuanto al modelo organizativo, los estatalistas eran las ramas vascas de los partidos españoles, algo que los nacionalistas consideraban una actitud «sucursalista». 3) Los estatalistas querían un referéndum para esclarecer la vasquidad de la Alta Navarra. Para los nacionalistas, en cambio, dicha provincia era una parte indisoluble de Euskal Herria que no podía concretarse mediante una consulta. 4) Finalmente, tenían diferencias en torno a la lucha armada. La izquierda revolucionaria estatal cuestionaba la eficacia revolucionaria de la violencia de ETA, porque eran partidarios de un levantamiento revolucionario de masas y no del terrorismo «burgués-pequeño e individualista» de ETA.

Sin embargo, como ya se ha mencionado, la izquierda revolucionaria estatal participó activamente en las movilizaciones a favor de las reivindicaciones nacionales y del euskera. En los partidos que surgieron de las corrientes obreristas de ETA, la cuestión nacional siempre tuvo una gran importancia y existió una especial sensibilidad hacia el tema (sobre todo en la LKI –Liga Comunista Revolucionaria–, que provenía de ETA VI). En el resto de partidos, aun sin contacto directo con los movimientos abertzales, ocurrió de forma similar. La ORT fue probablemente el partido más reticente a la cuestión nacional; pero su base social –a diferencia de la dirección– se sentía muy identificada con las reivindicaciones nacionales vascas. También en Iparralde, la LCR mantuvo una actitud más positiva que el jacobino y centralista Partido Comunista Francés (PCF): se mostró a favor de la autodeterminación, apoyó las luchas de las naciones oprimidas y mantuvo una relación cordial con la izquierda abertzale[8].

Por tanto, si bien los partidos de ámbito estatal fueron menospreciados con el anatema españolista, hay que reconocerles que contribuyeron a extender las reivindicaciones a favor del euskera y la conciencia nacional. Además, el origen de algunos partidos se situaba en Euskal Herria y, teniendo en cuenta todo el Estado, su punto fuerte (es decir, una parte importante de la militancia) se encontraba en Hego Euskal Herria. La izquierda abertzale consideraba que el marco más adecuado para provocar una revolución social era el de Euskal Herria, mientras que la izquierda revolucionaria estatal prefería el marco del conjunto de España. Pero aparte del debate sobre cuestiones tácticas, la relación entre ambas culturas políticas fue estrecha y se alimentaron mutuamente.

Si bien los partidos de ámbito estatal fueron menospreciados con el anatema españolista, hay que reconocerles que contribuyeron a extender las reivindicaciones a favor del euskera y la conciencia nacional

DECADENCIA Y CAMBIO DE TESTIGO

Como hemos dicho anteriormente, a finales de la década de 1960 y principios de 1970 los movimientos emancipadores dieron un gran paso y en ocasiones consiguieron poner en peligro el poder burgués e imperialista. Ante esta amenaza, la burguesía puso en marcha una contrarrevolución preventiva, para lo que aprovechó la depresión económica provocada por la Crisis del Petróleo de 1973. En los años siguientes se dejó atrás el modelo de acumulación fordista-keynesianista y se implantó el modelo neoliberal, que supuso la recuperación de la tasa de beneficio de los empresarios y el declive del movimiento obrero. El coste de la crisis cayó sobre los trabajadores y las nuevas relaciones sociales supusieron el fracaso del movimiento obrero.

Este cambio de tendencia general de la lucha de clases atrapó a Euskal Herria en plena transición. Aunque a menudo se olvide, hay que tener presente que el franquismo era un régimen con carácter de clase. Los objetivos fundacionales de la dictadura fueron detener el impulso del movimiento obrero y asegurar el beneficio de la burguesía. Pero a mediados de los 70, la dictadura dejó de serle útil al capitalismo; debido a la presión de los trabajadores, a la crisis económica y a la deslegitimación de las instituciones franquistas. Entonces, el Gobierno improvisó un final controlado de la dictadura a través del pacto social, para buscar nuevos apoyos sociales que aseguraran la aceptación del sistema capitalista. Hacía falta un nuevo modelo de crecimiento que asegurara los beneficios de los empresarios y que a cambio de su implantación ofreciera reconocimiento legal y participación pública a la oposición. La oposición moderada (PSOE, PCE, PNV...) dio por bueno el nuevo marco de la monarquía constitucional.

Con todo ello, se abrió un nuevo período de lucha de clases. Se apagó en ese momento la chispa revolucionaria del Largo 68, justamente porque la puerta de las expectativas revolucionarias se había cerrado. Asimismo, comenzó el declive de la clase trabajadora y los sindicatos tuvieron que adoptar una actitud más defensiva que ofensiva. Además, fue entonces cuando emergieron nuevos movimientos sociales (feminismo, ecologismo, liberación sexual, pacifismo...) con otros lenguajes, objetivos y modelos de lucha. En consecuencia, la centralidad que hasta entonces había tenido el obrerismo en los movimientos sociales se difuminó.

En este nuevo contexto, la izquierda revolucionaria de ámbito estatal dejó de ser efectiva y vivió una grave crisis. Se trataba de una cultura política muy fragmentada que en la transición no supo presentar un programa conjunto y coherente. Además, aunque en algunos momentos parecía que podía producirse una ruptura revolucionaria, la mayoría de la sociedad optó por opciones moderadas. En pocos años, perdieron mucho apoyo social y obtuvieron resultados electorales modestos. Sus numerosos militantes y simpatizantes vivieron la situación como un gran «desengaño»[9]. Esta tendencia se notó en la mayoría de los partidos revolucionarios europeos, y aunque los ecos de los gritos de rebeldía se escucharon a lo largo de la década de los 80, el movimiento decayó progresivamente.

Pero, aquella fuerza rebelde no desapareció del todo y ni tampoco de golpe. Quedaron focos de resistencia en algunos lugares, vinculados sobre todo a las reivindicaciones nacionales: Euskal Herria e Irlanda fueron los más destacados. Durante la transición, y ante el nuevo modelo de confrontación social, la izquierda abertzale logró convertirse en un referente del movimiento radical y rupturista, que se mostró como un movimiento que luchaba de la manera más eficaz y dura contra la nueva monarquía constitucional. En poco tiempo, Herri Batasuna consiguió atraer hacia sí a muchos de los que hasta entonces habían sido seguidores de la izquierda revolucionaria de ámbito estatal. El nacionalismo funcionó como refugio de muchos revolucionarios.

Durante la transición, y ante el nuevo modelo de confrontación social, la izquierda abertzale logró convertirse en un referente del movimiento radical y rupturista, que se mostró como un movimiento que luchaba de la manera más eficaz y dura contra la nueva monarquía constitucional

El surgimiento de esta nueva fuerza sorprendió a los partidos de la izquierda revolucionaria estatal que en algunos momentos estuvieron sin rumbo claro. Además, hubo algunos errores tácticos que perjudicaron seriamente a algunos de estos partidos. La ORT, por ejemplo, a vista de los malos resultados en las elecciones y con el objetivo de atraer más votantes, intentó dar una imagen de moderación, lo que le llevó a pedir el voto a favor de la Constitución española de 1978. Pero esta decisión que tomó la directiva estatal fue la perdición del partido, sobre todo en Euskal Herria. Sus bases sociales estaban muy identificadas con la cuestión nacional y las reivindicaciones antirrepresivas, y no vieron con buenos ojos dicha decisión.

El resto de partidos radicales no pudieron resistir ante la capacidad de atracción de HB y la izquierda abertzale. La sección vasca del PTE, en su Iª y IIª Conferencia Nacional (1978 y 1979) aceptaron las consignas del marco autónomo de lucha de clases y la reivindicación de la independencia. PTE y ORT, con el fin de hacer frente al declive que sufrían, intentaron llevar a cabo un proceso de unión entre 1979 y 1980. Pero fue un fracaso y ambos partidos desaparecieron al poco tiempo. Sus militantes se dispersaron en distintas direcciones: una gran parte fueron a la izquierda abertzale o a nuevos movimientos sociales, otros –la directiva de la ORT entre ellos– al PSOE y otros muchos abandonaron la política. En cambio, EMK y LKI continuaron más tiempo. Durante la década de 1980 orbitaron alrededor de HB y pudieron sobrevivir gracias a los nuevos movimientos sociales. Se convirtieron en plataformas especializadas en la promoción del feminismo, la insumisión o el ecologismo, pero ya lejos de ser partidos leninistas dispuestos a tomar el poder por la fuerza.

CONCLUSIONES

Los partidos de la izquierda revolucionaria fueron una de las formas que adoptó la lucha de clases en Euskal Herria y al mismo tiempo la variante local de la ola revolucionaria conocida como el Largo 68. A pesar de haber cometido errores y tener contradicciones, formaron un amplio y rico movimiento de izquierdas, bien arraigado en el movimiento obrero. Aquel movimiento no era un mero antifranquismo, no tenían como objetivo participar en la democracia parlamentaria. Diseñaron estrategias revolucionarias centradas en el socialismo y en la lucha de clases con el fin de lograr profundas transformaciones sociales. A través de las movilizaciones, hicieron una contribución de valor incalculable al desgaste del franquismo y obtuvieron numerosas victorias parciales en varias luchas sectoriales. Resultado de las luchas de entonces son muchos de los derechos (el famoso Estado del bienestar) que hasta la crisis de 2008 teníamos como imprescindibles.

Sin embargo, el proyecto fracasó. Aunque desde la perspectiva actual parezca una ilusión, aquel fue el último intento serio, al menos hasta el momento, de provocar una revolución social. Para algunos sectores de la sociedad, por momentos pareció que era posible. En este sentido, es cierto que existió una intensa pugna por la hegemonía social entre la élite burguesa y el «movimiento vasco radical de masas», lo que dificultó la implantación de la monarquía constitucional. A lo largo de la década de 1980 el Estado tenía todavía graves problemas para lograr legitimidad social en Euskal Herria. Pero no se produjo un contexto prerevolucionario, al menos no como pensaba la izquierda revolucionaria.

A pesar de la derrota y de la ruptura generacional, el impacto de todas estas luchas ha llegado hasta nuestros días, marcando el carácter rebelde de los movimientos sociales actuales. Aún se encuentran entre nosotros muchos militantes de aquel entonces, entre los organizadores del movimiento de los pensionistas de los estos últimos años, por ejemplo, encontramos a tantos y tantos ex maoístas o ex trotskistas de entonces. Como se ha dicho al principio, aquella cultura política ha sido criticada con dureza, en mi humilde opinión, de forma excesivamente tajante e injusta. A pesar de su corta experiencia, formó una rica tradición revolucionaria de nuestro pasado reciente.

REFERENCIAS

[1] Obra de referencia para el Estado español: WHILHELMI CASANOVA, Gonzalo: Romper el consenso. La izquierda radical en la Transición (1975-1982), Siglo XXI, Madrid, 2016.

[2] Proceso de creación de la clase trabajadora: PEREZ IBARROLA, Nerea, Langileria Berri Baten Eraketa. Iruñerria 1956-1976, Nafarroako Gobernua, Iruñea, 2017.

[3] IRIARTE ARESO, Jose Vicente, Movimiento obrero en Navarra (1967-1977), Departamento de Educación, Cultura, Deporte y Juventud, Iruñea, 1995. IBARRA GÜELL, Pedro Ibarra, El movimiento obrero en Vizcaya (1967-1977). Ideología, organización y conflictividad, EHU, 1987.

[4] PEREZ IBARROLA, Nerea, Langileria Berri Baten Eraketa... 264-267.

[5] CARNICERO HERREROS, Carlos, La ciudad donde nunca pasa nada. Vitoria, 3 de marzo de 1976, Eusko Jaurlaritza, Gasteiz, 2007. ABASOLO, Jose Antonio, Vitoria, 3 de marzo: metamorfosis de una ciudad, Arabako Foru Diputazioa, Gasteiz, 1987.

[6] ESCRIBANO RIERA, Daniel: «Las Jornadas De Lucha De Diciembre De 1974 En El País Vasco», Fundación Salvador Seguí-Madrid (Koord.): Las otras protagonistas de la Transicion. Izquierda radical y movilizaciones sociales, Editorial Descontrol, 595-608. IRIARTE ARESO, Jose Vicente: «Otoño caliente en Navarra. La huelga general del 11 de diciembre de 1974», Geronimo de Uztariz, 14-15 zbk. (1999), 105-121.

[7] RODRÍGUEZ LÓPEZ, Emmanuel: Por qué fracasó la democracia en España. La Transición y el régimen del ‘78, Traficantes de Sueños, Madril, 2015. ETXEZARRETA ZUBIZARRETA, Miren (Koord.): La Reestructuracion del Capitalismo Español, 1970-1990, Icaria, Bartzelona, 1991.

[8] SALLES, Jean-Paul, La Ligue communiste révolutionnaire (1968-1981), Instrument du Grand Soir ou lieu d’apprentissage, Presses universitaires de Rennes, Rennes, 2015.

[9] BEORLEGUI ZARRANZ, David, Transición y melancolía. La experiencia del desencanto en el País vasco (1976-1986), Postmetropolis Editorial, Madril, 2017.

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