FOTOGRAFÍA / Gaizka Azketa
2023/01/01

El carácter internacional del comunismo se ha presentado a menudo como una necesidad pesada y con la causa-efecto invertida: el enemigo está organizado a nivel mundial y, por consiguiente, nosotros también tenemos que hacerlo. Empero, el movimiento político que construirá el territorio de la libertad debería formular su misión en principios más liberadores. Esto no significa que no tengamos que analizar y conocer la naturaleza objetiva de nuestra práctica; somos conscientes de que el conocimiento de nuestras capacidades y posibilidades es lo que define el principio de libertad para los comunistas. Sin embargo, cuando apoyamos nuestra organización en la del enemigo estamos olvidando que el enemigo también adapta su nivel de organización a nuestras capacidades y se organiza para hacer frente a nuestros deseos.

Poner en valor estos deseos es importante para que no nos devoren los deseos del enemigo. Nuestra pobreza puede condicionar y explicar nuestra convicción comunista, pero no la justifica en absoluto. También podríamos ser otra cosa, pero hemos decidido ser comunistas. El propio proceso de proletarización no justifica el advenimiento del comunismo –amplía posibilidades, es decir, clarifica el principio de libertad–; el comunismo debe ser nuestra gran obra, no la del enemigo.

Nuestra pobreza puede condicionar y explicar nuestra convicción comunista, pero no la justifica en absoluto. También podríamos ser otra cosa, pero hemos decidido ser comunistas

La relación entre la necesidad y el deseo es sin duda compleja. Nos dicen que no podemos hacer todo lo que queremos, pero, si no se pudiera hacer, no lo querríamos. No todo lo que es factible es deseable. La necesidad es un proceso que hay que realizar voluntariamente y que determina la forma de esa voluntad. Y cuando hablamos de voluntad, por supuesto, nos referimos a la organización y a la forma que esta debe adoptar para conquistar sus objetivos.

Por eso es difícil pensar más allá del pensamiento cíclico mencionado al principio. Tenemos que organizarnos porque el enemigo está organizado internacionalmente, pero más que eso, el enemigo está organizado internacionalmente porque el proletariado y las posibilidades del comunismo también son internacionales. Y nuestro deseo es conquistar la libertad universal, superar toda forma de opresión y organizar nuestra vida de otra manera. Y ofrecer esa posibilidad a todos los seres humanos. Y ahora es posible.

Es posible porque con el desarrollo del capitalismo se ha abierto esa puerta. Pero no debemos entender ese desarrollo de una manera instrumental. El desarrollo no es una gran variedad de medios materiales disponibles ni un simple aumento de sus capacidades. La abolición del trabajo asalariado no consiste en que las máquinas trabajen por nosotros; si así fuera, el mundo pertenecería a las máquinas y ello no implicaría en absoluto la libertad del proletariado.

El capitalismo no crea ni desarrolla simples medios físicos. El capitalismo desarrolla las relaciones humanas, las relaciones de producción o las fuerzas productivas, lo que abre la posibilidad de su superación. Esta posibilidad no consiste en el desarrollo de fuerzas mecánicas, sino en un determinado desarrollo de la humanidad. Y ese desarrollo se da a nivel internacional.

La condición para nuestro proyecto no es solo la escala organizativa adquirida conscientemente por el enemigo, es decir, la capacidad política del enemigo, sino esa nueva humanidad –el proletariado– que hasta hoy ha sido desarrollada de un modo miserable, pero que encuentra en esa miseria la posibilidad de la libertad universal.

La condición para nuestro proyecto no es solo la escala organizativa adquirida conscientemente por el enemigo, es decir, la capacidad política del enemigo, sino esa nueva humanidad –el proletariado– que hasta hoy ha sido desarrollada de un modo miserable, pero que encuentra en esa miseria la posibilidad de la libertad universal

El proletariado, producto de la sociedad capitalista, es la única clase social que puede garantizar el futuro de la humanidad y encuentra las posibilidades de ello en sí misma. Y es que, con el proletariado, nace la posibilidad de la humanidad universal; porque es una clase internacional, pero especialmente porque con él nace el internacionalismo y la comprensión de la unidad social, porque por primera vez el proletariado consigue que una gran parte de la humanidad forme parte de una misma sociedad, con intereses comunes y con intereses que pueden ser para bien de la inmensa mayoría. En eso consiste su humanidad y su construcción positiva.

Esta fuerza positiva se neutraliza totalmente cuando el proletariado se organiza en función de diferentes estrategias nacionales. Y es que el nacionalismo se opone al concepto de proletariado; distorsiona su función política –superación del capitalismo– negando su universalidad, y alinea al proletariado con la lucha por la acumulación capitalista nacional.

Sin embargo, si tenemos como objetivo la liberación del proletariado y la superación de la sociedad capitalista, producto ambos de la construcción comunista, esto tiene implicaciones organizativas directas. Porque el enemigo está organizado internacionalmente, sí, pero eso es porque podemos encontrar el proletariado en todos los rincones del mundo. Y este estar en todas partes, más que estar, implica hacer: el proletariado tiene una función social como clase, y solo en la medida en que es una clase –y no un conjunto abstracto de individuos– puede resolverse la función social del proletariado como productor de plusvalía y de la relación de capital. Es esta función la que hace imprescindible su unidad política para poder superar esa misma función.

Aunque a menudo se presenta al revés, solo la posibilidad del comunismo y el carácter internacional del proletariado hacen posible la superación de la sociedad capitalista; con una tendencia mecánica al derrumbe no basta, la realidad social debe producir también a los sepultureros y una forma de subjetividad, que adopta la forma de voluntad y de proyecto político.

Aunque a menudo se presenta al revés, solo la posibilidad del comunismo y el carácter internacional del proletariado hacen posible la superación de la sociedad capitalista; con una tendencia mecánica al derrumbe no basta

En las experiencias del movimiento comunista del siglo XX tenemos ejemplos suficientes de ello. Para los bolcheviques el internacionalismo no era un mero marco organizativo impuesto por el enemigo. La revolución alemana, por ejemplo, no era un recurso subordinado para fortalecer la revolución socialista rusa. Por el contrario, la revolución rusa tenía como objetivo estimular y estabilizar la revolución en Alemania.

Las luchas de liberación en las colonias o el anticolonialismo no eran un simple recurso para garantizar un desarrollo «económico» que hiciera posible el comunismo en estos países. La liberación de los países oprimidos era, en ese contexto, una necesidad ética de los comunistas y el comunismo significaba eso.

La revolución misma de Rusia no hubiera sido posible sin la ética comunista de la liberación que no se inclina ante las «condiciones». Según el análisis económico de los mencheviques, no había condiciones para iniciar la revolución; era necesario que se diera en Rusia el desarrollo natural del capitalismo. Los bolcheviques demostraron, en cambio, que el estudio de la realidad económica no es, como en la ciencia económica capitalista, la realización de un estudio instrumental, sino el estudio de las relaciones sociales y de las capacidades políticas del proletariado.

En este sentido, el proyecto liberador del proletariado, el comunismo, no es una simple negación del estado actual de las cosas, aunque se exprese de ese modo la lucha entre las clases antagónicas. También hay una nueva realidad que podríamos imaginar positivamente y que podemos expresar especialmente a través del deseo y de la militancia política voluntaria.

El proyecto liberador del proletariado, el comunismo, no es una simple negación del estado actual de las cosas, aunque se exprese de ese modo la lucha entre las clases antagónicas. También hay una nueva realidad que podríamos imaginar positivamente y que podemos expresar especialmente a través del deseo y de la militancia política voluntaria

Esa ha sido la grandeza de los revolucionarios comunistas, el deseo de llevar a cabo la liberación del proletariado, se encuentre donde se encuentre. Y ese deseo lo expresaron con un solo símbolo, un símbolo que también es el nuestro: una bandera roja, la bandera de los y las comunistas.

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