Delegados de la Segunda Internacional en el VIIº Congreso. Stuttgart (Alemania) 1907
Jon Kortazar
@Drazmihailovitx
2023/01/04

En este artículo trataremos algunas «antiguas cuestiones», como es el caso del proceso de nacimiento de la II Internacional. La II Internacional ha tenido históricamente un mal nombre en el movimiento revolucionario, sobre todo por la forma en que terminó: incapaz de combatir el chovinismo de la I Guerra Mundial, no tuvo una muerte muy grandiosa. ¿Por qué escribir entonces sobre este cadáver medio olvidado?

Si hay algo que no hay que hacer en la historia es hacer proyecciones, o, mejor dicho, tomar proyecciones de manera lineal y teleológica, más que como «opciones» o «posibilidades». En este caso, esto sucedería si, teniendo en cuenta cómo acabó la II Internacional, nos aferráramos únicamente a la proyección que tuvo esta Internacional fundada en 1889, la tratáramos dentro de la totalidad de su recorrido histórico como una manzana putrefacta, como el fruto podrido del reformismo. Nosotros y nosotras, como materialistas, debemos tener cuidado con estas tentaciones.

Entonces, una vez disipada tal tentación en torno a la II Internacional, ¿qué nos queda qué tenemos para aprender de ella? La II Internacional se creó en el momento en que el marxismo se dio a conocer como corpus filosófico, aunque, como veremos, se formó por organizaciones ideológicamente diversas. Por lo tanto, y pese a que en muchas ocasiones así se haya señalado, no fue tanto una doctrina ideológica la que hizo efectiva la unión. Aun así, muchos de los trabajadores socialistas que se reunieron en París en 1889 tenían claro que contaban con un objetivo común por encima de la defensa de sus propios países: la liberación de la clase trabajadora. Se trató de un intento por reconstruir el proletariado como sujeto internacional y por reafirmarse en su independencia política.

Así pues, la razón que llevó a la II Internacional a su muerte fue totalmente distinta, antagónica, de la que impulsó su creación. Este artículo no analizará la corrupción chovinista de esta Internacional. Lo que examinaremos aquí será cómo el internacionalismo trajo el surgimiento de la II Internacional, así como la composición de esta, los primeros debates ideológicos y las decisiones tomadas; es decir, más bien estudiaremos cómo el internacionalismo llevó a materializar un intento así, dejando para otro momento la derrota de él.

EL INTERNACIONALISMO EN EL ÚLTIMO TERCIO DEL SIGLO XIX

Es bien conocido el apego que tuvo la I Internacional hacia la Comuna de París. Físicamente, la mayoría de los miembros de la Internacional estaban en París cuando surgió la revolución de la Comuna[1]. Uno de los directores de la Internacional, Eugène Varlin, fue uno de los líderes de los communards (comuneros) de París y tuvo un papel significativo en aquella Revolución. También había otros communards que habían sido delegados en la I Internacional de 1872 (esto teniendo en cuenta que muchos delegados habían muerto en las barricadas o habían sido ejecutados, como el mismo Varlin); por ejemplo, los franceses Charles Longuet y Édouard Vaillant[2]. Pero miembros de la Internacional que no eran franceses también lucharon en las barricadas de París, entre los que podríamos mencionar el húngaro Leo Fränkel o los polacos Jaroslaw Dabrowski y Walery Wroblewski –el primero dio nombre a una de las compañías de las Brigadas Internacionales en 1937, el segundo tomó parte en el consejo de la I Internacional y lideró el último núcleo de resistencia de los communards[3]–. Según G. D. H. Cole, de los 92 miembros del Comité Central de la Comuna, 22 eran al mismo tiempo miembros de la Internacional[4]. La huella de la Comuna estuvo presente también en el congreso fundacional de la II Internacional, en las palabras de Jules Guesde: «Crearemos una nueva Comuna»[5].

Si bien fueron la experiencia de la Comuna de París y su derrota las que trajeron la quiebra de la I Internacional, fueron otros los factores que propiciaron el nacimiento de la segunda. Aun así, en ambas nos encontramos con la solidaridad obrera por encima de las naciones. De hecho, en la prensa socialista de la época entre las dos internacionales, que duró algo más de década y media, y especialmente en la revista referente Die Neue Zeit, se publicaban con frecuencia artículos de autores de otros países y debates entre socialistas de distintos países[6].

El internacionalismo también estaba presente en el movimiento socialista durante los años previos a la revolución de la Comuna; por ejemplo, la I Internacional acordó su posición en contra de las guerras a nivel mundial en sus congresos del 1867 y 1869. También debe ser tenido en cuenta que en el 1871, los dos partidos socialistas de Alemania (los seguidores de Lassalle y los de Bebel) votaron en contra de los créditos de guerra y de la anexión de Alsacia y Lorena en el parlamento del Reich[7], en favor de la Comuna de París (posicionamiento que llevó a August Bebel y a Karl Liebknecht a sufrir el castigo de dos años de prisión).

Podríamos acudir al mismo Marx para verificar esto. En el folleto Crítica al Programa de Gotha (1875), Marx echó en cara al Partido Obrero Alemán que su internacionalismo no era suficiente, refiriéndose a estas líneas: «La clase obrera procura su emancipación, en primer término, dentro del marco del Estado nacional de hoy, consciente de que el resultado (…), será la fraternización internacional de los pueblos». Marx responsabiliza a sus camaradas de tratar el internacionalismo como un objetivo ideal del «futuro», sin metas ni funciones concretas. «La profesión de fe internacionalista del programa queda, en realidad, infinitamente por debajo de la del partido librecambista» –liberal, representante de la gran burguesía alemana–. «También este afirma que el resultado de sus aspiraciones será «la fraternización internacional de los pueblos». Pero, además, hace algo por internacionalizar el comercio». Ya no valía solo con apoyar el internacionalismo con palabras, puesto que, si no «Son un simple eco del Partido Popular burgués, de la Liga Internacional por la Paz y la Libertad»[8]; es decir, no se debe tratar el internacionalismo como un conjunto de actos de ternura entre pueblos escondiendo la premisa política del carácter internacional de la clase trabajadora. Como dijo Marx, «el marco del Estado nacional de hoy», por ejemplo, del imperio alemán, se halla a su vez, (…) «“dentro del marco” de un sistema de Estados. Cualquier comerciante sabe que el comercio alemán es, al mismo tiempo, comercio exterior»[9]. Esto es, Marx deploraba que el análisis de las etapas de la revolución diese cobertura a aislar las tareas nacionales a las internacionales, y, como dice el Manifiesto del Partido Comunista, pese a tratarse de las plataformas más notables capaz de organizar el Estado que le corresponde, lamentaba claramente el uso de este hecho como excusa para la negación del internacionalismo o para su «débil negación», o sea para el rechazo de las tareas internacionales[10]. Esto es la reafirmación de los principios de Marx, pero también un hecho revelador de la situación de los años 70 del siglo XIX, digna de pedir cuentas al partido más fuerte del movimiento obrero.

Marx deploraba que el análisis de las etapas de la revolución diese cobertura a aislar las tareas nacionales a las internacionales, y, como dice el 'Manifiesto del Partido Comunista', pese a tratarse de las plataformas más notables capaz de organizar el Estado que le corresponde, lamentaba claramente el uso de este hecho como excusa para la negación del internacionalismo o para su «débil negación», o sea para el rechazo de las tareas internacionales

¿QUÉ FACILITÓ LA DIFUSIÓN Y LA APARICIÓN DEL INTERNACIONALISMO?

Para comprender esta cuestión, debemos investigar cómo se mantuvieron y desarrollaron estas redes internacionales de trabajadores entre los años 70 del siglo XIX (es decir, cuando desapareció la I Internacional) y los últimos años de la década de los 80 (cuando se creó la II Internacional).

Entre 1872 y 1889, también hubo diversos intentos de crear organizaciones que reunieran a trabajadores de diferentes naciones, aunque a día de hoy no se conozcan mucho. Tanto los socialistas como los anarquistas realizaron sus respectivos encuentros; los anarquistas, por ejemplo, fueron muy activos a partir del 1873, reuniéndose casi cada año, aunque aquel año hicieron su último congreso internacional. Los socialistas también organizaron encuentros internacionales; en el 1877 se reunieron en Gante socialistas belgas, franceses y alemanes. En 1881, en cambio, se encontraron socialistas de alrededor de once países diferentes en la ciudad suiza Coira[11].

En esta «etapa entre épocas», según Igor Krivoguz, los anarquistas trataron de utilizar la marca de la «Primera Internacional» y la legitimidad de ella, con la voluntad de dirigir la reconstrucción de esta, y, por lo tanto, buscaban adecuar una continuación de la antigua Primera Internacional a las estructuras construidas o controladas por ellos[12]. Además de los anarquistas y los socialistas, los «posibilistas» o socialistas reformistas también realizaron sus congresos internacionales, en 1883 y 1886, ambos en París[13].

Finalmente, apareció la idea de convocar un congreso internacional; el primero en proponerlo fue el Partido Socialista Alemán en 1888, con una propuesta dirigida a los marxistas y blanquistas de Francia. Según esa propuesta, se llamaría un Congreso Socialista Internacional en el 1889. La fecha también era simbólica, en tanto que aquel año se cumplían 100 años de la Revolución Francesa. El primer paso fue una conferencia preparativa convocada por Wilhelm Liebknecht en La Haya (Países Bajos) en el 1889, que acogió a socialistas alemanes, franceses, holandeses, suizos y belgas. Al final, la convocatoria pública para el Congreso General que comenzaría el 14 de julio de 1889 se realizó el 1 de junio, invitando en un principio a socialistas de 12 países diferentes[14].

Por el momento, se conformaron partidos socialistas unificados en muy escasos países. El primero fue el de Alemania, en 1871, pero era la excepción en aquella época. La opinión de Igor Krivoguz indica que fueron los encuentros socialistas los que hicieron posible la creación de los partidos socialistas, como en el caso de los encuentros de Gante de 1877, donde se hizo la llamada a la creación de partidos socialistas[15]. Según Franco Andreucci, el Partido Socialista Alemán fue en aquel tiempo el que más difundió el marxismo: «en esta época no existían interpretaciones nacionales del marxismo»[16]. David Priestland[17] y Hans-Josef Steinberg son de la misma opinión. A juicio de Steinberg, una de las claves para ello fue la publicación de la revista teórica socialista Die Neue Zeit, en el 1883, pues esta fue difundida en diversos países[18].

Debe ser tenido en cuenta que en aquel momento, época que transcurre entre las dos internacionales, en muchos países surgió un sindicato unificado y de masas. Esto también marcó la diversidad ideológica de la II Internacional, ya que la II Internacional se vio obligada a aceptar a los sindicatos obreros.

Además, es importante tener presente que sucedió una crisis capitalista, ligada a las crisis sociales de aquella época. No podemos negar de ninguna manera la expansión del capitalismo (en los años 70 del siglo XIX la producción industrial se duplicó, los kilómetros de ferrocarril se triplicaron y se cuadriplicó el transporte marítimo[19]), pero en esta época nos encontramos con las tan típicas crisis del siglo XIX. Esto, coincidió con la reivindicación de la jornada laboral de ocho horas que muchas veces hemos mencionado, pero también con otra clase de reivindicaciones, por ejemplo, la de la subida salarial o el logro de seguros, así como con otro tipo de reivindicaciones (por ejemplo, las reivindicaciones contrarias a los establecimientos donde había que comprar obligatoriamente). Según los datos aportados por Igor Krivoguz[20], el incremento de las huelgas fue significativo; por ejemplo, en el 1888 hubo en Gran Bretaña 517 huelgas en las que participaron 119.000 trabajadores y trabajadoras, y en 1889 más de 1.200, con una participación de más de 360.000 obreros y obreras[21]. En Francia, entre 1881 y 1890, se organizaron más de 900 huelgas. En Alemania, en la cuenca del Ruhr, una gran huelga en el 1889 implicó a 150.000 trabajadores[22]. Aunque resulte sorprendente desde la visión actual, los EE. UU. fueron líderes de los movimientos huelguísticos en aquel momento: entre los años 1886 y 1890 en los Estados Unidos hubo 6.682 huelgas que implicaron a más de millón y medio de obreros, y también a nivel cualitativo, puesto que lograron la jornada laboral de ocho horas (y cabe mencionar que la campaña internacional del Primero de Mayo, creada en favor de la jornada de ocho horas, tuvo origen en las manifestaciones organizadas por el movimiento obrero de los EE. UU. en aquella fecha). No es extraño que Engels ensalzara el movimiento obrero de los Estados Unidos en el 1886 en una carta enviada a Adolf Sorge[23]. Es importante tener en cuenta que EE. UU. también iba más adelantado que otros países en materia legal: en el 1867 el Estado de Illinois estableció la jornada laboral de ocho horas (no obstante, parece que esa ley tenía grandes excepciones y no era muy efectiva[24]), en 1868 se acordó la jornada de ocho horas para los funcionarios, y en el mismo 1890 (tras el primer Primero de Mayo), algunos otros gremios, como los carpinteros, consiguieron la jornada laboral de ocho horas[25], mientras que los mineros la consiguieron en 1898 –es preciso decir que es difícil establecer una fecha exacta en los EE. UU., ya que debido al autogobierno de sus Estados federales, la ley puede variar mucho de estado a estado–.

Sin duda, esto supuso el incremento del sindicalismo; por ejemplo, para la década de los 80 del siglo XIX, en Gran Bretaña existían 900.000 obreros sindicados, en Estados Unidos 700.000 y en Alemania 350.000[26]. El crecimiento en Alemania fue bastante considerable, pues doce años antes, en 1878, los diferentes sindicatos socialistas de Alemania contaban más que con 50.000 miembros[27].

Otro factor importante para la creación de la II Internacional fue el prestigio adquirido por los libros de Marx y su expansión por Europa. La Comuna de París fue el viento que impulsó la difusión de las obras de Marx. Hay que entender que mientras Marx vivía (murió en 1883), la difusión de sus obras fue muy limitada, y más aún antes de 1871 –el proyecto de publicar de forma sistemática la Obra Completa de Marx es un proyecto del siglo XX, de estados como la URSS y la RDA primero y de ediciones en inglés más tarde–[28]. Según Eric Hobsbawm, entre las obras de 1850, las únicas obras reeditadas de Marx fueron el Manifiesto del Partido Comunista, el 18 de brumario de Luis Bonaparte y la Guerra de los campesinos en Alemania de Engels –con el título de Revolución y contrarrevolución en Alemania–. Durante la vida de Marx, además de los trabajos mencionados, solo El Capital fue reeditado y también traducido (al ruso y al francés). El Manifiesto del Partido Comunista «solo» tuvo nueve ediciones hasta 1871 (hay que tener en cuenta que, entre las obras de Marx, es un libro bastante corto)[29].

Tras la Comuna, en cambio, las obras de Marx recibieron un cierto auge. Después de esto se publicó el trabajo La Guerra Civil en Francia, que fue uno de los únicos libros que Marx consiguió volver a publicar en vida. Justamente, este consistía en un análisis de la Comuna hecho desde la corta distancia y también tuvo su segunda edición en un periodo breve de tiempo. Quizás, fue este, junto al Manifiesto del Partido Comunista, el único «superventas» durante la vida de Marx (El Capital era una obra que se leía en círculos muchos más limitados). El propio Manifiesto tuvo la suerte de su lado tras el fin de la Comuna de París. Paradójicamente, podríamos comparar la buena suerte de los dos trabajos, pues ambos fueron publicados en periodos revolucionarios. La difusión de estas obras se aceleró con la muerte de Marx. Según Hobsbawm, entre 1883 y 1895 (fecha en la que murió Engels, todavía en los inicios de la II Internacional, que había acogido solo tres Congresos Generales hasta aquel año; el de 1889, 1891 y 1893), se publicaron 75 ediciones del Manifiesto Comunista en 15 idiomas, cuatro veces las publicadas en los 35 años previos. Además de esto, las obras (casi) desconocidas de Marx fueron publicadas o reeditadas: para Hobsbawm, en esta época podría decirse que se conformó por primera vez un corpus de los trabajos de Marx (y de Engels). En este momento fueron publicadas por primera vez o reeditadas, por ejemplo, la mayoría de las obras del ciclo 1848-51, y también Crítica al programa de Gotha (al margen del Manifiesto del Partido Comunista, el primer trabajo marxiano que fue reeditado inmediatamente tras su primera publicación), Trabajo Asalariado y Capital, La miseria de la filosofía, y La situación de la clase obrera en Inglaterra, Del socialismo utópico al socialismo científico, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado y Anti-Dühring (escrito algo antes) de Engels; sin olvidar el Segundo y Tercer Tomo de El Capital (durante la vida de Marx solo se dio a conocer el Primero)­[30]. Hubo también, además de Marx y Engels, libros exitosos de otros socialistas, por ejemplo La mujer ayer, hoy y en el futuro (que más tarde tomaría el título de La mujer y el socialismo) de August Bebel, ¡fue editado 50 veces entre 1878 y 1909![31]

¿Cómo se dieron a conocer estos trabajos? En primer lugar, se trata del trabajo de Engels, considerado a menudo secundario o tachado por supuestos errores «dogmáticos» o «esquematicistas», ya que fue él quien asumió la tarea de publicar y reeditar las obras inéditas de Marx. Fue él quien en los últimos años acometió por ejemplo la reedición y difusión de la obra Crítica al Programa de Gotha, que delimitaba el pensamiento de Marx respecto a otras escuelas socialistas. Este tipo de obras tuvieron gran éxito en los diferentes partidos socialistas; como resultado, por ejemplo, en Italia casi la totalidad de la obra de Engels ya estaba traducida para el año 1900[32].

Por otra parte, debemos tener en cuenta que tanto Marx (hasta su muerte en 1883) como Engels (que vivió hasta 1895) formaron parte de los debates en diferentes partidos. Según David Priestland, fue mérito de ellos el congreso fundacional de la II Internacional en París (1889)[33]. Como dice Andreucci, es en esta época cuando el marxismo comienza ya a diferenciarse de otras escuelas socialistas, a adquirir su propia identidad, y eso fue en gran parte gracias a la labor divulgativa de Engels[34]. Para Georges Haupt, las obras de Marx tuvieron una difusión real en esta época, pero «todavía se tomaban como parte de una ideología socialista ecléctica que también englobaba a Bakunin, Proudhon y otros ideólogos». Según Haupt, la obra Anti-Dühring de Engels (publicado a finales de los años 70 del siglo XIX) hizo aparecer al marxismo como una ideología real de carácter propio[35].

Pero no podemos entenderlo todo a través de la difusión de las obras de Marx, ya que debemos tener en cuenta que, si bien la II Internacional suele definirse como «marxista», en un principio la pluralidad ideológica en esa Internacional era mayor de lo que se piensa. ¿Cuáles fueron, entonces, los demás factores que hicieron posible la reconstrucción de la Internacional? Quizá, y lo más importante, el desplazamiento y la mezcla cada vez mayor de la clase obrera. Según Igor Krivoguz, para 1880 casi 19 millones de europeos habían migrado y abandonado su hogar. Tales desterrados jugaron un gran papel en el desarrollo del movimiento socialista[36].

Este fenómeno migratorio hace que en los diferentes partidos socialistas y sindicatos europeos, en muchos casos también en los grupos fundadores o de dirección, hubiera gente de otros países, permitiendo así el intercambio de experiencias entre diferentes pueblos. Entre los fundadores del Partido Socialista Italiano en 1882 se encontraba Anna Kuliscioff[37]. Otro ruso, Constantin Dobrogeanu-Gherea (llamado Solomon Katz de nacimiento) introdujo ideas socialistas en Rumanía, fundando el Partido Socialista Rumano[38]. El grupo que fundó Emancipación del Trabajo en Rusia (Plejánov, Zasúlich, Akselrod) estuvo exiliado durante muchos años[39]. Los exiliados rusos tomaron un gran papel a finales del siglo XIX y a principios del XX en los países socialistas de acogida[40]. Muchos miembros del Partido Socialista Alemán, debido a las leyes antisocialistas, tuvieron que abandonar Alemania y muchas veces contactaban con los socialistas de los países de acogida. El Partido Socialdemócrata Alemán también celebró congresos en el exilio en el siglo XIX (al igual que el de Rusia a principios del siglo XX), como el celebrado en 1887 en la ciudad suiza de Saint Gallen[41]. Para terminar esta cadena de sucesos no podemos dejar de mencionar el destierro de Rosa Luxemburgo y de los marxistas polacos; muchos socialistas polacos también encontraron refugio en Zúrich, la que se había convertido entonces en capital de los exiliados socialistas europeos, donde entablaron una gran relación ideológica con los marxistas rusos (el grupo de Plejánov). En 1892 se fundó la Unión Socialista de Polacos en el Extranjero, a la que pertenecía la propia Luxemburgo; este grupo, al igual que la mayoría de los grupos socialistas polacos, pronto se dividió entre nacionalistas e internacionalistas, pero sin embargo fue ahí de dónde salió el núcleo fundacional del Partido Socialdemócrata Polaco, creado por Luxemburgo[42].

Otro de estos factores son las campañas internacionales puestas en marcha. Tales campañas, por ejemplo, en torno a la jornada laboral de ocho horas, no dieron una bandera al movimiento socialista internacional (la reivindicación existía previamente), pero sí una oportunidad para demostrar el internacionalismo. Esta reivindicación fue una reivindicación de la clase trabajadora internacional en el siglo XIX. En El Capital de Marx ya se explica que en 1866 los obreros de EE. UU. (de Baltimore, concretamente) hicieron esta petición, poco antes que los obreros de la I Internacional[43]. Marx afirma que la proclama se manifestó «instintivamente, a ambos lados del océano», es decir, que las reivindicaciones precedían a las institucionalizaciones formales también entonces. (Por otra parte, Marx, en el libro Crítica al Programa de Gotha que escribió en 1875, acusó al Partido Socialdemócrata de Alemania de proclamar una jornada de trabajo ordinaria y de no especificar el número de horas de esta[44]. Esta reivindicación fue muy conocida en la época previa a la creación de la II Internacional; debe tenerse en cuenta que en 1886 se produjeron los disturbios de Chicago y posteriormente los asesinatos de cinco trabajadores por parte del Estado, precisamente en el contexto de una protesta en torno a la jornada laboral de ocho horas[45]. Según Igor Krivoguz, cada vez más obreros obtuvieron el derecho a la jornada de trabajo de ocho horas: en 1885 había 185.000 trabajadores en EE. UU. en este régimen[46], y según Cole esta jornada ya era legal en Australia[47]. La protesta por la jornada laboral de ocho horas era tan popular que si normalmente en un lugar se celebraba una gran manifestación (y sobre todo si terminaba con disturbios o detenciones), en otros países se celebraban mítines de solidaridad[48]. Según Cole, el encuentro internacional de sindicatos en Londres en 1888 presentó una moción a favor de la jornada laboral de las ocho horas[49]. ¡No es de extrañar, entonces, que en 1889, cuando surgió la idea de una manifestación internacional para el uno de mayo de 1890, esta idea tuviera gran aceptación! La II Internacional, en su congreso fundacional, tuvo muy presente la campaña en favor de la jornada laboral de ocho horas, no solo por presentar una moción a favor de la misma, sino también por fundar una revista que hiciera campaña propiamente por esta cuestión[50].

Otro de estos factores son las campañas internacionales puestas en marcha. Tales campañas, por ejemplo, en torno a la jornada laboral de ocho horas, no dieron una bandera al movimiento socialista internacional (la reivindicación existía previamente), pero sí una oportunidad para demostrar el internacionalismo

Otra de las exigencias de esta época giraba en torno al sufragio universal e igualitario. En la mayoría de los países, el sufragio estaba limitado solo a algunos hombres (no a todos los hombres, sino a los propietarios). Según Igor Krivoguz, para el comienzo de la década de 1890, en Francia podían votar 265 de cada mil personas, en Italia 82, en Austria 73, en Suecia 62, en Países Bajos 30 y en Bélgica 22[51]. Además, en otros países como Alemania y Gran Bretaña, pese a existir el sufragio universal para los hombres, no se trataba de un sufragio igualitario, ya que el voto tenía un valor distinto según la clase social[52]. Naturalmente, esto abrió paso a otra reivindicación internacional, justamente el sufragio universal real –no solo masculino– e igualitario (esta reivindicación fue la que comenzó la reivindicación del Ocho de Marzo, a principios del siglo XX).

Además, unido a esto, debemos tener en cuenta las campañas y movilizaciones contra las vulneraciones de los derechos democráticos: en Alemania, la llamada Ley Antisocialista duró hasta 1890[53], lo que dio lugar, como es de esperar, a campañas solidarias.

Pese a no ser tan conocidas, en esos momentos también se realizaron algunas campañas contra el imperialismo. Por ejemplo, Igor Krivoguz menciona cómo socialistas alemanes, franceses y españoles emprendieron «campañas unificadas» contra los elementos agresivos de los Gobiernos de sus países, «en la segunda mitad de la década del 1880»; o que las campañas denunciando la intervención imperialista que realizó en aquellos años Gran Bretaña en Egipto fueron dirigidas por socialistas de diversos países[54].

¿CUÁL FUE LA DIFERENCIA ENTRE LOS DELEGADOS DE LA I INTERNACIONAL Y LA II INTERNACIONAL EN LO QUE RESPECTA AL ORIGEN GEOGRÁFICO?

El avance del internacionalismo obrero es objetivamente difícil de medir. En el caso que nos ocupa, una manera de medir si las redes internacionales de solidaridad realizaron un buen trabajo tras la desaparición de la I Internacional y hasta la aparición de la II Internacional, es observar si el número de pueblos representados en la II Internacional aumentó.

En los diferentes congresos de la I Internacional participaron al principio muy pocos miembros y de pocos países; eran reuniones de veinte o treinta delegados y al principio figuraban miembros de cuatro o cinco países europeos. El Congreso de Bruselas de 1868 aumentó el número de países, al reunir representantes de siete países. En 1969 apareció el primer delegado no europeo, un representante de los Estados Unidos. Finalmente, en el Congreso de La Haya de 1872, hubo 69 representantes de once países (podrían haber sido doce doce, ya que Italia, que había participado en anteriores sesiones, no participó en esta). Este congreso fue el más variado entre los congresos de la I Internacional, al menos respecto al número de países. En ese congreso participaron los socialistas checos y húngaros, que formaban la frontera oriental de la I Internacional (más al Este no tenía delegados)[55].

En la II Internacional, por ejemplo, si atendemos al primer congreso de 1889, asistieron delegaciones de muchos pueblos que no estaban representados en la Primera Internacional; por ejemplo, rusos (dispersados en varios partidos), rumanos y armenios[56].

En las siguientes reuniones la extensión fue mucho mayor: acudieron tanto los búlgaros como los serbios y también el continente oceánico, pues participaron los australianos[57].

Sin embargo, las delegaciones no siempre eran permanentes, sobre todo en los primeros años. Por ejemplo, en el segundo congreso de 1891 no hubo representantes rusos: el líder de los marxistas, Plejánov, declaró que «si acudimos sin haber hecho nuestro propio trabajo en el socialismo científico, la representación rusa sería aparente»[58].

El gran número de entidades que había entre los asistentes reflejó esta diversidad; se reunieron socialistas de 20 países, pero ¡había 300 organizaciones representadas! Esto ocurrió por un lado debido a la pluralidad ideológica. Además, no solo se invitó a «partidos» (en muchos casos, más que a partidos reales eran entidades o clubes, muchas veces limitados a una sola ciudad), sino también a sindicatos.

¿Cuántos delegados se reunieron en aquel congreso de 1889? Según Igor Krivoguz, el 14 de julio hubo 393 delegados (teniendo en cuenta que había 300 organizaciones representadas) y en los días siguientes «fueron más de 400»; según Cole, fueron 391 representantes[59]; y según Priestland, 392, procedentes de 23 países[60].

En los años siguientes, el número de representantes en las sesiones de la II Internacional aumentó y el número de países representados también: en 1891 eran 372 los delegados en representación a 16 países, en 1893 eran 438 delegados en representación 20 países y en 1896 eran 700 delegados en representación a 22 países[61].

Sin embargo, hay que tener en cuenta que el país que acogía a el congreso enviaba más delegados; esto ocurrió tanto en el II Congreso de Bruselas de 1891, como en el III Congreso de Zürich de 1893 y en el IV Congreso de Londres de 1896[62].

Sin embargo, esta superación del marco europeo de la II Internacional tuvo también sus límites: los únicos países extraeuropeos a los que el marxismo llegó eran los países de «tradición europea» o de «población europea», pero se atrasó en cierta medida en llegar a los países coloniales autóctonos (a países no anglosajones de Asia o a África). Según Andreucci, en el siglo XX llegó primero a Japón y luego a China (según este autor, el marxismo llegó a China antes de la Revolución Rusa, contradiciendo la opinión de Mao); sin embargo, no estuvieron representados en los congresos de la II Internacional[63].

No obstante, aunque la frontera fuera esta, hay que tener en cuenta que la II Internacional extendió el socialismo a toda Europa, más allá de Occidente: al Este de Europa, a Rusia, a los Balcanes y a Escandinavia. A ello se unía la presencia regular de representantes provenientes de fuera de Europa. Por otro lado, como veremos en el capítulo siguiente, pese a que la II Internacional no fuera ideológicamente homogénea, gozó de una regularidad por parte de las organizaciones: esto aumentó el prestigio de la Internacional, al considerar que la pertenencia a esta era más una necesidad que una cuestión de voluntad.

Hay que tener en cuenta que la II Internacional extendió el socialismo a toda Europa, más allá de Occidente

¿CÓMO SE DESARROLLÓ LA II INTERNACIONAL, QUÉ TRATARON LOS PRIMEROS DEBATES?

Las discusiones fueron sobre la forma que debía adoptar en la práctica la II Internacional. Probablemente al lector le sean familiares las 21 condiciones que (supuestamente) «impuso Lenin» en la III Internacional. Pues bien, en la II Internacional también se produjeron tales discusiones. De hecho, también hubo discusiones sobre si se trataría del «partido revolucionario a nivel mundial» o de «una federación internacional de diferentes partidos». Aunque algunos optaron por la posición anterior, como los alemanes, que eran el partido socialista más numeroso de la época, que no querían que la Internacional se convirtiera en un «único partido a nivel mundial», preferían que quedara como una «federación de partidos socialistas». Asimismo, el Partido Socialista Alemán era el más partidario de aumentar la autonomía de cada partido en relación con las decisiones consensuadas que se tomaron, por ejemplo, en relación con cómo actuar sobre el Primero de Mayo[64] . A pesar de que en el II Congreso, en 1891, la II Internacional se autodefinió como «el Partido Socialista Internacional», esto no tuvo ninguna implicación práctica, pero sí puede ser reflejo de la voluntad de un sector de la Internacional en esta época[65].

Como hemos observado, dentro de la II Internacional, hubo una gran diversidad en el momento de su creación, sobre todo cuando en 1891 se celebró en Bruselas el segundo Congreso General. En esta segunda reunión aparecieron los posibilistas, por lo que aumentó la pluralidad de la Internacional. Un segundo factor jugaba en favor de esta diversidad: aunque el proceso de formación de partidos unificados estuviera en marcha, en muchos países no había un partido socialista unificado: esto solo se daba en Alemania, en Austria (fundado en 1889[66]), en Hungría[67], en Bélgica y en España. En aquel tiempo, ese fenómeno no había sucedido todavía en Francia, Gran Bretaña, Polonia, Italia, Países Bajos y tampoco en Rusia. Por lo tanto, era muy posible que en los próximos congresos salieran de un país diferentes organizaciones o partidos. Por otro lado, en la II Internacional, además de los partidos socialistas o las «organizaciones políticas socialistas», también estaban presentes los sindicatos: en muchos países eran los sindicatos (no los partidos) los que tenían la referencialidad de las trabajadoras. En muchos casos, las definiciones de lo que se entendía por «sindicato» o «unión obrera» podían ser muy amplias y a menudo no correspondían con la definición de un sindicato moderno; por ejemplo, en el IV Congreso de Londres de 1896, dentro de la delegación francesa, además de sindicatos (y partidos) estaban representadas las «cámaras sindicales» locales, las uniones obreras locales, las asociaciones estudiantiles, los consejos obreros llamados «bourse du travail», las asociaciones propagandísticas y los medios de comunicación[68].

Además de los sindicatos, entre los partidos también había una gran diversidad ideológica en algunos países y no era nada raro que en los primeros años hubiera partidos u organizaciones diferentes en representación de un país. Esto ocurrió, por ejemplo, en Francia, donde el partido socialista unificado fue muy tardío (en Italia se dio el caso contrario, la Internacional dio lugar a la creación de un partido unificado). En las delegaciones de algunos países también participaban algunos anarquistas. En los primeros años, algunas delegaciones, como la holandesa, estaban bajo la hegemonía anarquista (hasta 1896)[69] –la Liga Socialdemócrata Holandesa, por ejemplo, llamara como se llamara, era una organización anarquista–. Incluso, en algunos casos, algunos sindicatos llevaban representantes anarquistas. Hay que tener en cuenta que en algunos pueblos, sobre todo en aquellos con menor desarrollo de partidos y sindicatos, las líneas fronterizas entre anarquistas y marxistas no eran tan nítidas (por ejemplo, el primero que tradujo el Manifiesto del Partido Comunista al húngaro, y nos referimos al idioma que ha sido instrumento de una gran tradición intelectual marxista, fue el anarquista Ervin Szabo[70]). Pero esta «diversidad» no solo se daba con respecto a los anarquistas. Por ejemplo, los sorelianos o los «sindicalistas revolucionarios», en Francia mismo aparecían blanquistas y jacobinos, en Inglaterra reformistas y guildistas[71] o los naródniki o populistas en Rusia (que además tuvieron su propia representación hasta la desaparición de la II Internacional en los tiempos de la Primera Guerra Mundial). También hubo divisiones entre los polacos, protagonizadas por los más nacionalistas (seguidores de Pilsudski) y los más internacionalistas (partidarios de Rosa Luxemburgo)[72]. Es cierto que esa heterogeneidad inicial se simplificó en los años siguientes, y también es cierto que los marxistas se impusieron hasta la gran división de 1914, pero esa diversidad inicial nunca desapareció. Por lo tanto, podríamos decir que de alguna manera la II Internacional es «marxista», pero en forma de convención lingüística y si somos conscientes de que estamos haciendo una sinécdoque, es decir, tomando el todo por la parte (aunque fuera una gran parte, la mayor), teniendo en cuenta que algunos de los partidos que hemos mencionado fueron miembros de la Internacional hasta el final.

Esa diversidad inicial nunca desapareció. Por lo tanto, podríamos decir que de alguna manera la II Internacional es «marxista», pero en forma de convención lingüística y si somos conscientes de que estamos haciendo una sinécdoque, es decir, tomando el todo por la parte

Los conflictos entre marxistas y posibilistas se observaron en el II Congreso de 1891; los protagonistas fueron, por parte de los organizadores, Émile Vandervelde (más partidario de los posibilistas) y por parte de los marxistas, el alemán August Bebel. Vandervelde presentó un informe favorable a la legislación protectora de los trabajadores y pretendía que este fuera el programa de la Internacional. La respuesta de Bebel fue que el deber del movimiento socialista no era luchar por la legislación obrera, sino explicar a los trabajadores dónde estaban las raíces de la sociedad injusta, para que hicieran «desaparecer lo más rápidamente posible este tipo de sociedad». La moción de Bebel resultó victoriosa y la Internacional definió como su objetivo «la adquisición del poder político por parte de la clase obrera»; sin embargo, no estableció el método, ni tampoco una definición entre el Estado y el poder, que más tarde sería objeto de discusión entre reformistas y revolucionarios (por ejemplo, los socialistas austríacos lanzaron un clamor por el sufragio y el parlamentarismo). Otro punto de discusión fue la posición contraria a la guerra, pero en este caso no fue con los posibilistas, sino con los filoanarquistas holandeses. La moción que votó la mayoría denunció el chovinismo de las grandes potencias y abogó por la paz entre los países, los holandeses reivindicaron la separación entre las «guerras ofensivas y defensivas» y abogaron por el aprovechamiento de la guerra como una oportunidad para acelerar la revolución bélica, frente al llamamiento a luchar por la paz. En el resto de puntos (el derecho de voto y sufragio universal y paritario de las mujeres, la lucha contra el antisemitismo y el reconocimiento de las huelgas y boicots como herramientas sindicales) se produjo un consenso total en este congreso[73].

El primer paso hacia la homogeneidad ideológica tuvo lugar en el III Congreso de 1893. En la III Asamblea General de 1893 se aprobó una resolución que excluía a los anarquistas –la resolución decía: «la Asamblea reconoce a todos los partidos y organizaciones socialistas que aceptan las uniones obreras y la organización y acción política obrera»; es decir, aceptaban a los sindicatos, pero la «acción política» era una condición indispensable en caso de ser partido u organización–. Además, en ese III Congreso se tomó la decisión favorable a la participación de los partidos socialistas en las elecciones y en las Instituciones, decisión por supuesto contraria a la opinión de los anarquistas[74]. Sin embargo, algunos anarquistas continuaron figurando como «representantes de los sindicatos obreros», por ejemplo, en el IV Congreso de 1896 (Londres) Louise Michel figuró como «representante italiano» y Errico Malatesta como «representante francés»[75]. Pero en el 1896, además de reafirmar lo decidido en Zúrich en 1893, se tomó la decisión de aumentar la rigurosidad sobre los delegados de cada país (que tuvo como consecuencia la «simplificación» de la situación política entre los socialistas de cada país). Esta decisión trajo consigo el abandono de la II Internacional por parte de la Liga Socialdemócrata Holandesa (organización anarquista)[76].

El clamor del II Congreso por la constitución de los partidos socialistas en todas partes, y el clamor por la homogeneidad de los congresos III y IV aceleró el proceso de formación de partidos en algunos países y de unificar partidos en otros. Por ejemplo, el Partido Socialista Italiano se constituyó en 1891, aunque los primeros partidos socialistas se fundaron en 1882. En Francia el proceso se demoró un poco más y hubo que esperar al siglo XX para que se produjeran las primeras uniones: la unión entre marxistas y blanquistas se produjo en 1905, tomando el significativo nombre de Sección Francesa de la Internacional de los Trabajadores (SFIO); es decir, más que doctrinas, la principal fuerza de unión era la voluntad de que la Internacional de los Trabajadores tuviera un único interlocutor en Francia[77]. Sin embargo, hay que decir que en el proceso de unificación en Francia influyeron otras dos causas: una oleada de huelgas que se produjo en esa época y la entrada en el Gobierno de la social-reformista Alexandere Millerand, que acercó a las facciones anti-reformistas.

En el III Congreso hubo más cuestiones a debate. Entre ellos, decidieron continuar con la campaña en favor de la jornada laboral de ocho horas. También aparecieron otros tres puntos. Primero, el tema de la guerra, en el que reapareció el conflicto entre marxistas y filoanarquistas holandeses. En segundo lugar, hubo un debate en torno al sindicalismo: los socialistas alemanes quisieron definir a los sindicatos como «instrumentos de lucha contra el capitalismo», y en contra estaban los sindicatos británicos, para los cuales los sindicatos eran «el modelo de la sociedad del futuro», al estilo del socialismo utópico de Owen.
A falta de consenso, finalmente el congreso votó una moción intermedia de la delegación belga sobre este asunto. Y en tercer lugar, por primera vez se debatió expresamente la cuestión femenina, con las representantes femeninas como protagonistas y de una manera completa, teniendo en cuenta también los objetivos y las tácticas (en sesiones anteriores se limitaron a exigir el sufragio universal e igualitario, incluyendo a las mujeres, pero tomando además la palabra ponentes masculinos en la mayoría de los casos).

Las marxistas alemanas (Zetkin, Louise Kautsky, etc.) abogaron por una moción por la participación de las trabajadoras en las organizaciones obreras y la lucha por una jornada laboral de ocho horas (seis, en el caso de las chicas adolescentes). Sin embargo, la belga Eugénie Claeys presentó otra posición: consideraba que las mujeres no podían coexistir con los hombres en las mismas organizaciones, reivindicaba que los hombres eran «enemigos» de las mujeres y defendía que las mujeres crearan sus propias organizaciones separadas[78]. Quizás esta fue la primera vez en un debate público a principios del siglo XX en la que las principales líneas ideológicas que dividieron a las mujeres de izquierdas entre sufragistas y marxistas quedaron tan marcadas.

Por otro lado, en el IV Congreso, además del debate con los anarquistas, el consenso fue mayor, reflejo de que la Internacional adquiría una mayor homogeneidad interna y externa. En ese congreso votaron una resolución contraria al colonialismo, otra a favor de la acción política y la independencia de clase, una resolución a favor de la educación (que suscitó un entre las británicas Sydney Webb y Keir Hardie, pues para Hardie, el deseo de subvencionar universalmente los estudios, incluidos los universitarios, que proponía Webb traía consigo una meritocracia excluyente y el apoyo a los niños y las niñas académicamente mejores) y otra resolución a favor de la participación política de las mujeres[79].

En los años 1890, con la recuperación del capitalismo, se inició un nuevo ciclo de expansión[80]: el flujo migratorio hacia las ciudades continuó, la producción de la industria duplicó la del sector primario, y la compraventa internacional se recuperó e incluso se extendió. La compraventa exterior de Alemania en 1910, por ejemplo, era dos o tres veces superior a la del 1880[81]. Por otro lado, los estados avanzaron hacia el proteccionismo, el aumento de la producción industrial e incluso de la legislación social, al mismo tiempo que se producía la revolución tecnológica[82]. Esto también tuvo su consecuencia en el marxismo, no tanto porque paró el crecimiento de los partidos socialistas o marxistas, sino porque supuso cierto revisionismo en torno al marxismo[83]. Algunos marxistas pusieron en el punto de mira algunos axiomas del marxismo y formaron su propio corpus, ejemplo de estos revisionismos es el reformismo de Bernstein[84] y la «movilización en torno al mito» de Sorel[85] –también podemos sugerir si en parte de esto tuvo alguna influencia la crítica liberal, pues en esta época, en 1895, salió el libro de Fin del sistema marxista de Böhm-Bawerk, padrino del liberalismo austríaco–. La aparición de replanteamientos o revisiones del marxismo en épocas de crecimiento es cíclica a lo largo de la historia: guardando ciertas distancias, podríamos citar un fenómeno similar, es decir, lo que ocurrió en la Europa del Estado de Bienestar después de la II Guerra Mundial; entonces también comenzó a hablarse de la «crisis del marxismo», entonces surgieron las nuevas formulaciones del capitalismo, el freudomarxismo y la Escuela de Frankfurt, y posteriormente, el posmodernismo o la negación del sujeto y la aparición de la diversidad de sujetos (nota: este último, surgido a partir de la década de 1970, tuvo más que ver con el fracaso del sindicalismo o con el triunfo político del capitalismo desde 1990 que con el crecimiento económico del capitalismo). Este tema exige profundizar más de lo que podamos exponer y aquí lo vamos a dejar; sin embargo, me ha parecido interesante mencionarlo para fotografiar la situación social de finales del siglo XIX y también para reflexionar sobre la aparición del revisionismo.

En los años 1890, con la recuperación del capitalismo, se inició un nuevo ciclo de expansión. Esto también tuvo su consecuencia en el marxismo

Quizá sorprenda al lector que en este artículo no se haya mencionado hasta ahora ningún «Comité Central» o «Comisión Central» de la II Internacional. No es un olvido, en estas primeras décadas la II Internacional no tuvo ningún tipo de estructura propia. En 1900 se aceptó que la II Internacional tuviera una estructura permanente: se creó el Bureau Internacional Socialista, presidido por el belga Émile Vandervelde. Sin embargo, como la II Internacional no era un partido revolucionario internacional, ese Bureau Internacional no debería confundirse con un Comité Central de dirección; era un órgano muy reducido tanto en los miembros como en las competencias, sus responsabilidades fueron ordenar la correspondencia entre congresos y las tareas de organización entre congresos[86]. Como dijo Nicolao Merker, ese Bureau «no era más que una oficina de información»[87]. En este ámbito, la I Internacional fue mucho más «partido», ya que también contó con un Consejo General (cuyo control provocó numerosos conflictos). También la III Internacional se planteó desde el principio como una Internacional con un comité de dirección, es más, tuvo más coherencia que las dos anteriores, ya que se establecieron los famosos 21 puntos. Por consiguiente, en lo que se refiere a esta materia, la II Internacional representa una excepción. Podríamos dar una razón para explicar esta excepción: tanto la I como la III Internacional surgieron en un estado de expansión revolucionaria: esta última en la era de la Revolución Rusa y de la época revolucionaria que podría surgir en Europa a partir de 1918 y la I Internacional con la revuelta polaca de 1863, que trajo la perspectiva de desencadenamiento de una crisis política en Europa. En ambas había una intuición de «fundar un partido internacional para la revolución que se avecina». En la época en que se fundó la II Internacional no se veían revoluciones en el horizonte, sino demandas sindicales (jornada de ocho horas) e incluso antirrepresivas (supresión de la Ley Antisocialista alemana). En ese momento, quizás no existía una necesidad tan grande de un partido internacional cohesionado; no obstante, son de mencionar el impulso y la conciencia internacionalista que tuvieron aquellos hombres y mujeres para crear una organización internacional.

En este ámbito, la I Internacional fue mucho más «partido», ya que también contó con un Consejo General (cuyo control provocó numerosos conflictos). También la III Internacional se planteó desde el principio como una Internacional con un comité de dirección

CONCLUSIONES

En este artículo hemos querido estudiar, en la medida que hemos podido, los aspectos más fundamentales de los primeros años de la II Internacional; sus vínculos con la I Internacional, las redes entre ambas internacionales –­que hicieron posible la recomposición de una red internacional–, la composición de esta internacional y sus discusiones internas.

La II Internacional es probablemente la internacional que menos conocemos en el movimiento obrero desde la perspectiva actual, puede que, porque no coincidió con un hito histórico del movimiento obrero, o quizá porque los líderes históricos más conocidos no se relacionan con la ella (solo Engels, al inicio), y, como hemos mencionado, porque acabó su recorrido con una «derrota sin lucha». Entonces, ¿por qué traer aquí la II Internacional?

Si hacemos nuestro el materialismo histórico, la materialidad de la historia y toda su dimensión, tenemos que tomar las idas y venidas y las influencias de diversos factores, no solo debemos aferrarnos al linealismo friccionado por juicios morales o el fatalismo. El materialismo histórico también supone estudiar por qué surgieron los fenómenos y a qué pudieron llevar. La II Internacional nos ha dejado algunas lecciones memorables, sobre todo en su creación y también en cuanto a los factores que propiciaron su creación en tiempos de su «prehistoria», la audacia que tuvieron los movimientos socialistas para crearla y la conciencia internacionalista nos enseñan que esa luz del marxismo, esa luz de la Comuna, no se ha apagado. Es históricamente una injusticia limitar la II Internacional solo a su muerte, tanto para aquellos que hicieron posible su creación como para su propio sacrificio.

La audacia que tuvieron los movimientos socialistas para crearla y la conciencia internacionalista nos enseñan que esa luz del marxismo, esa luz de la Comuna, no se ha apagado. Es históricamente una injusticia limitar la II Internacional solo a su muerte, tanto para aquellos que hicieron posible su creación como para su propio sacrificio

NOTAS

[1] COLE, G. D. H.: Historia del pensamiento socialista-2. lib.: Marxismo y anarquismo 1850-1890. Fondo de Cultura Económica. Mexico DF, 1958 [1953], pág. 135.

[2] COLE, G. D. H.: Historia del pensamiento socialista-2. Lib.: Marxismo y… op. cit., págs. 190 y 201.

[3] WALICKI, Andrzej: «El marxismo polaco entre los siglos XIX y XX» in HOBSBAWM, Eric (zuz.)

[4] WALICKI, Andrzej: «El marxismo polaco entre los siglos XIX y XX» in HOBSBAWM, Eric (zuz.)

[5] KRIVOGUZ, Igor: The Second International 1889-1914. Progress Publishers. Moscú, 1989 [1964], págs. 53-54. y 58.

[6] KRIVOGUZ, Igor: op. cit., 35. or.; MERKER, Nicolao: Il socialismo vietato. Biblioteca di Cultura Moderna Laterza. Erroma-Bari, 1996, págs. 8-14.; eta ROVAN, Joseph: Histoire de la social-democratie allemande. Éditions du Seuil. París, 1978, pág. 75.

[7] RÉBÈRIOUX, Madeleine: «El debate sobre la guerra» in HOBSBAWM, Eric (zuz.): Historia del marxismo-6. lib.: El marxismo en la época de la II Internacional (4) (Págs. 287-345.) Bruguera. Bartzelona, 1981 [1978], 303. pág.; eta TEGEL, Susan: «The SPD in Imperial Germany, 1817-1914» in FLETCHER, Roger (zuz.): Bernstein to Brandt. A Short History of German Social Democracy (Págs. 16-25.). Edward Arnold. Gran Bretaña, 1989 [1987], pág. 17.

[8] La Liga Internacional por la Paz y la Libertad fue una organización creada en el siglo XIX por republicanos de izquierdas y diversos anarquistas, también llamado los «Estados Unidos de Europa».

[9] Esa crítica se encuentra en el quinto punto del primer capítulo del folleto.

[10] Recientemente, han aparecido ciertos nacionalistas que consideran inexistente el «proletariado internacional»; según ellos, el proletariado es «necesariamente» «proletariado de una determinada nación». Sin duda, toman el socialismo como excusa para la exaltación del patriotismo. Les conviene repasar la obra de Marx.

[11] Según Cole, también acudieron socialistas estadounidenses. COLE, G. D. H.: Historia del pensamiento socialista-3. lib.: La Segunda Internacional 1889-1914. Fondo de Cultura Económica. Mexiko DF, 1959 [1956], pág. 17-18. orr.; eta HAUPT, Georges: «Marx y el marxismo» in HOBSBAWM, Eric (zuz.): Historia del marxismo-2. lib.: El marxismo en los tiempos de Marx (2) (197-233. orr.). Bruguera. Barcelona, 1980 [1979], pág. 206.

[12] KRIVOGUZ, Igor: KRIVOGUZ, Igor: op. cit., pág. 31.

[13] COLE, G. D. H.: Historia del pensamiento socialista-3. lib.: La Segunda… op. cit., págs. 18-19.

[14] KRIVOGUZ, Igor: op. cit., 43-46. orr.; eta COLE, G. D. H.: Historia del pensamiento socialista-3. lib.: La Segunda… op. cit., pág. 21.

[15] KRIVOGUZ, Igor: op. cit., págs. 32-33.

[16] ANDREUCCI, Franco: «La difusión y vulgarización del marxismo» in HOBSBAWM, Eric (zuz.): Historia del marxismo-3. lib.: El marxismo en la época de la II Internacional (1) (Pág. 15-88.). Bruguera. Barcelona, 1980 [1979], pág. 40.

[17] PRIESTLAND, David: Bandera roja. Historia política y cultural del comunismo. Critica. Barcelona, 2010 [2009], pág. 70.

[18] STEINBERG, Hans-Josef: «El partido y la formación de la ortodoxia marxista» in HOBSBAWM, Eric (zuz.): Historia del marxismo-4. lib.: El marxismo en la época de la II Internacional (2) (págs. 103-126.). Bruguera. Barcelona, 1980 [1978], págs. 117-118.

[19] KRIVOGUZ, Igor: op. cit., pág. 17.

[20] Datos del siguiente párrafo: KRIVOGUZ, Igor: op. cit., págs. 21-22.

[21] Según Krivoguz, tomando solo Inglaterra; en el quinquenio de 1885-1889 se duplicó el número de huelgas del anterior quinquenio.

[22] MOSES, John A.: «Socialist Trade Unionism in Imperial Germany, 1871-1914» in FLETCHER, Roger (zuz.): Bernstein to Brandt. A Short History of German Social Democracy (26-34. orr.). Edward Arnold. Gran Bretaña, 1989 [1987], pág. 28.

[23] Carta enviada por Engels a Adolf Sorge el 29 de abril del 1886.

[24] Muestra de ello es la masacre sucedida en 1886 en la ciudad de Chicago, del Estado de Illinois, en una manifestación en favor de la jornada laboral de ocho horas.

[25] COLE, G. D. H.: Historia del pensamiento socialista-3. lib.: La Segunda… op. cit., pág. 25.

[26] KRIVOGUZ, Igor: op. cit., págs. 22-23. y 25. John A. Moses baja un poco la cifra de trabajadores de los sindicatos alemanes en estas fechas, considera que eran 240.000. MOSES, John A.: op. cit., pág. 28.

[27] ROVAN, Joseph: op. cit., pág. 61.

[28] Hoy en día no existe una edición de la Obra Completa de Marx que reúna todos sus trabajos conocidos al completo. Se estima que el proyecto en inglés Collected Works, comenzado en 1975, acabará la tarea en el 2030.

[29] Sobre lo dicho en este párrafo y en los siguientes, más detalles aquí: HOBSBAWM, Eric: Cómo cambiar el mundo. Marx y el marxismo, 1840-2011. Crítica. Barcelona, 2016 [2011], págs. 185-204.

[30] HOBSBAWM, Eric: Cómo cambiar... op. cit., pág. 188.

[31] ROVAN, Joseph: op. cit., págs. 62-63.

[32] HOBSBAWM, Eric: Cómo cambiar... op. cit., pág. 190.

[33] PRIESTLAND, David: op. cit., págs. 70-71.

[34] ANDREUCCI, Franco: op. cit., págs. 34-35. Según Georges Haupt, la etiqueta «marxista» comenzó a ser utilizada en la década de los 70 del siglo XIX, pero entonces, se utilizaba, más que para denominar a los seguidores de una filosofía, para nombrar a aquellos partidarios a la facción que no apoyaba a Bakunin, tras la división de la Internacional, es decir, para nombrar a aquellos que coincidían con determinada decisión política tomada por Marx (la de posicionarse en una facción de la Internacional); casi se trataba del sinónimo de «anti-bakuninista». Entonces, la «facción no bakuninista» no tenía suficiente coherencia ideológica. HAUPT, Georges: «Marx y el marxismo»… op. cit., págs. 202-205.

[35] HAUPT, Georges: «Marx y el marxismo»… op. cit., págs. 216-219.

[36] KRIVOGUZ, Igor: op. cit., 31. or.; eta ANDREUCCI, Franco: op. cit., pág. 42-43.

[37] KRIVOGUZ, Igor: op. cit., 30. or.; eta HAUPT, Georges: «Rôle de l’exil dans la diffusion de l’image de l’intelligentsia révolutionnaire» in Cahiers du monde russe et soviétique, 19. lib., nº 3, págs. 235-249, 1978, págs. 238-241.

[38] HAUPT, Georges: «Rôle de l’exil…» op. cit., págs. 240-246.

[39] Sobre el exilio de este grupo, por ejemplo, GETZLER, Israel: «Georgi V. Plejanov: El fracaso de la ortodoxia» in HOBSBAWM, Eric (zuz.): Historia del marxismo-5. lib.: El marxismo en la época de la II Internacional (3) (págs. 85-125.). Bruguera. Barcelona, 1981 [1978]; sobre todo págs. 90-102.

[40] HAUPT, Georges: «Rôle de l’exil…» op. cit., págs. 237-238.

[41] COLE, G. D. H.: Historia del pensamiento socialista-3. lib.: La Segunda… op. cit., págs. 451-452.

[42] COLE, G. D. H.: Historia del pensamiento socialista-3. lib.: La Segunda… op. cit., págs. 451-452.

[43] Esto se explica en el octavo capítulo del primer todo de El Capital. En el decimotercer menciona también que los trabajadores de Lancashire (Inglaterra) hicieron la misma petición.

[44] La crítica se encuentra en el cuarto (y último) apartado.

[45] COLE, G. D. H.: Historia del pensamiento socialista-3. lib.: La Segunda… op. cit., pág. 19.

[46] KRIVOGUZ, Igor: op. cit., pág. 20.

[47] COLE, G. D. H.: Historia del pensamiento socialista-3. lib.: La Segunda… op. cit., pág. 18.

[48] KRIVOGUZ, Igor: op. cit., pág. 36.

[49] COLE, G. D. H.: Historia del pensamiento socialista-3. lib.: La Segunda… op. cit., págs. 20-21.

[50] KRIVOGUZ, Igor: op. cit., págs. 55-57.

[51] KRIVOGUZ, Igor: op. cit., pág. 19.

[52] En Alemania sucedió también una regresión a finales del siglo XIX, en ciertos lugares donde existía el sufragio igualitario masculino, como por ejemplo en Sajonia, donde establecieron el voto no igualitario, el «sistema de las tres clases» (utilizado en Prusia).

[53] Según la Ley Antisocialista alemana, que entró en vigor en 1878, estaba prohibida cualquier actividad política pública del Partido Socialista Alemán, incluso el acto propagandístico (también el hecho de que los simpatizantes portaran en sus trajes el símbolo del partido). Por lo tanto, la actividad del Partido se limitó a los discursos privados «educativos» (por ejemplo, a la organización de debates disfrazados de forma de debates sobre la economía o sociología) y a las elecciones y parlamentos. Sin embargo, según Susan Tegel, la derogación de esta ley no significó que los socialistas dejaran de ser tratados por el Estado como «enemigos internos» o por la sociedad burguesa como «parias». TEGEL, Susan: op. cit., pág. 18. Según Joseph Rovan, la estructura casi-federal de Alemania, a la hora de aplicar esta ley, lo hacía con matices hacia algunos y otros Estados. ROVAN, Joseph: op. cit., pág. 74.

[54] KRIVOGUZ, Igor: op. cit., pág. 34.

[55] COLE, G. D. H.: Historia del pensamiento socialista-2. lib.: Marxismo y… op. cit., págs. 124, 127 y 188-191.

[56] KRIVOGUZ, Igor: op. cit., págs. 48-49.

[57] COLE, G. D. H.: Historia del pensamiento socialista-3. lib.: La Segunda… op. cit., pág. 37.

[58] KRIVOGUZ, Igor: op. cit., pág. 106.

[59] KRIVOGUZ, Igor: op. cit., pág. 47.; y COLE, G. D. H.: Historia del pensamiento socialista-3. lib.: La Segunda… op. cit., pág. 17.

[60] PRIESTLAND, David: op. cit., pág. 70.

[61] KRIVOGUZ, Igor: op. cit., pág. 100.

[62] COLE, G. D. H.: Historia del pensamiento socialista-3. lib.: La Segunda… op. cit., págs. 40-41.; y KRIVOGUZ, Igor: op. cit., págs. 105 y 117.

[63] ANDREUCCI, Franco: op. cit., págs. 46-47 y 51.

[64] COLE, G. D. H.: Historia del pensamiento socialista-3. lib.: La Segunda… op. cit., págs. 24 y 30-31. Para Cole, «en los preparativos para crear la Intenacional los franceses y los estadounidenses tuvieron el liderazgo, pero una vez creada, ese liderazgo fue tomado por los alemanes».

[65] RÉBÈRIOUX, Madeleine: op. cit., pág. 306.

[66] Sin embargo, el Partido Socialista Austríaco reconocía dentro del partido, desde el momento de su fundación, la autonomía de los distintos grupos nacionales. Este proceso se puede leer en KRIVOGUZ, Igor: op. cit., pág. 69. En su conocido libro Marxismo y cuestión nacional, Stalin expuso (y criticó) cómo en 1899, en Brno, el Partido Socialista Austríaco decidió convertirse en una «federación de diferentes partidos nacionales».

[67] El Partido Socialista Húngaro se fundó en el 1890, inmediatamente después del de Austria. KRIVOGUZ, Igor: op. cit., pág. 70. La organización del Partido era federal, similar a la del austríaco (aunque dentro del Imperio Austro-Húngaro Hungría fuera mucho más centralista).

[68] COLE, G. D. H.: Historia del pensamiento socialista-3. lib.: La Segunda… op. cit., pág. 41.

[69] KRIVOGUZ, Igor: op. cit., 54. or.; eta COLE, G. D. H.: Historia del pensamiento socialista-3. lib.: La Segunda… op. cit., págs. 35 y 38-40.

[70] Según Eric Hobsbawm, a finales del siglo XIX entre los anarquistas los argumentos marxianos y las críticas marxistas tuvieron una suerte de predicación. HOBSBAWM, Eric: «La cultura europea y el marxismo entre los siglos XIX y XX» in HOBSBAWM, Eric: Historia del marxismo-3. lib.: El marxismo en la época de la II Internacional (1) (págs. 89-152). Bruguera. Barcelona, 1980 [1979]; sobre todo págs. 98-104. HOBSBAWM, Eric: Cómo cambiar... op. cit., pág. 226. Sobre esto, debemos recordar que el primero que emprendió la traducción de El Capital al ruso fue el propio Mijaíl Bakunin. Por otro lado, según Hobsbawm, el marxismo tuvo relación con ellos entre los naródnik agrícolas, también entre los eseristas rusos (Víktor Chernov era lector de Marx), pero sobre todo en los Balcanes (págs. 242-243). El conocido Gavrilo Princip fue lector de El Capital de Marx en el tiempo cuando cometió el atentado de Sarajevo.

[71] El guildismo o guild-socialism, el socialismo «gremial»; era una ideología que defendía la federación de órganos autogestionados organizados en el sector económico que bebía parcialmente del socialismo utópico de Owen. Guardaba grandes similitudes con el «socialismo corporativo» del continente europeo o con el sorelianismo; sin embargo, no tenía sus tics organicistas (que más tarde se convertirían en autoritarios o retrógrados).

[72] COLE, G. D. H.: Historia del pensamiento socialista-3. lib.: La Segunda… op. cit., pág. 37.

[73] Sobre este Congreso: KRIVOGUZ, Igor: op. cit., pág. 108-114.

[74] KRIVOGUZ, Igor: op. cit., pág. 122.

[75] Para Igor Krivoguz, el hecho de que los anarquistas acudieran como representantes de los sindicatos no era solo reflejo de la diversidad interna o de la vaguedad ideológica, sino que fue el resultado de una táctica anarquista aconsejada por Kropotkin. KRIVOGUZ, Igor: op. cit., págs. 126-127.

[76] COLE, G. D. H.: Historia del pensamiento socialista-3. lib.: La Segunda… op. cit., págs. 38-39. y 41-42..; eta KRIVOGUZ, Igor: op. cit., págs. 118-119 y 126-113.

[77] KRIVOGUZ, Igor: op. cit., págs. 72. y 157-158.; y COLE, G. D. H.: Historia del pensamiento socialista-3. lib.: La Segunda… op. cit., págs. 304-309 y 323-333.

[78] Información sobre esta reunión: KRIVOGUZ, Igor: op. cit., págs. 119-126.

[79] Información sobre el IV Congreso: KRIVOGUZ, Igor: op. cit. págs. 129-136.

[80] Según Igor Krivoguz, en la primera mitad de los años 90 del siglo XIX el desempleó aumentó, y si en la segunda mitad bajó fue «gracias a los superbeneficios extraídos de las colonias». KRIVOGUZ, Igor: op. cit. pág. 62. Eric Hobsbawm coincide con la opinión de que el crecimiento económico de esta época se llevó a cabo a cargo de de los campesinos y las colonias: HOBSBAWM, Eric: La era del Imperio (1871-1914). Labor Universitaria. Barcelona, 1989 [1987], págs. 36 y 46-47.

[81] MERKER, Nicolao: op. cit., pág. 67. Aun así, para Igor Krivoguz, ese crecimiento industrial fue posible a través de la explotación de zonas agrarias y de políticas de concentración de riqueza contrarias a los pequeños campesinos. KRIVOGUZ, Igor: op. cit., pág. 63. Eric Hobsbawm es partidario de esta idea. HOBSBAWM, Eric: La era del Imperio… op. cit., págs. 39-45.

[82] HOBSBAWM, Eric: La era del Imperio… op. cit., págs. 39-45 y 52.

[83] La crisis del marxismo a principios del siglo XX no fue cuantitativa, como podemos leer, por ejemplo, aquí: HOBSBAWM, Eric: «La cultura europea…» op. cit., págs. 92-93.

[84] Los fundamentos del revisionismo de Bernstein más desarrollados en estas fuentes: FETSCHER, Iring: «Bernstein y el reto a la ortodoxia» in HOBSBAWM, Eric: Historia del marxismo-4. lib.: El marxismo en la época de la II Internacional (2) (págs. 165-213.). Bruguera. Barcelona, 1980 [1978], págs. 189-196.; FLETCHER, Roger: «The Life and Work of Roger Bernstein» in FLETCHER, Roger (zuz.): Bernstein to Brandt. A Short History of German Social Democracy (págs. 45-54.). Edward Arnold. Britainia Handia, 1989 [1987]; MERKER, Nicolao: op. cit., págs. 67-74.; GUSTAFSSON, Bo: «Capitalismo y socialismo en el pensamiento de Bernstein» in ZANARDO, Aldo: Historia del marxismo contemporáneo-1. lib.: La socialdemocracia y la II Internacional (págs. 167-179.). Avance. Barcelona, 1976 [1974]; ANGEL, Pierre: «Estado y sociedad burguesa en el pensamiento de Bernstein» in ZANARDO, Aldo: Historia del marxismo contemporáneo-1. lib.: La socialdemocracia y la II Internacional (págs. 181-225). Avance. Barcelona, 1976 [1974]; y LIDTKE, Vernon L.: «Las premisas teóricas del socialismo de Bernstein» in ZANARDO, Aldo: Historia del marxismo contemporáneo-1. lib.: La socialdemocracia y la II Internacional (págs. 227-252). Avance. Barcelona, 1976 [1974].

[85] La evolución de Sorel y el surgimiento del sorelianismo (distinguiéndose del marxismo), la centralidad del mito como intento de encontrar una solución diferente frente a la nueva situación económica. DE PAOLA, Gregorio: «Georges Sorel, de la metafísica al mito» in HOBSBAWM, Eric (zuz.): Historia del marxismo-3. lib.: El marxismo en la época de la II Internacional (1). Bruguera. Barcelona, 1980 [1979], págs. 273, 257 y sobre todo, 263-278.

[86] Según Cole, fue en 1896 cuando se propuso por primera vez el establecimiento de un comité como aquel, pero no se llegó a ningún acuerdo, aunque en esa reunión de 1896 se estableció Londres como sede de la Internacional. COLE, G. D. H.: Historia del pensamiento socialista-vol. 3: La Segunda... op. cit., págs. 43-44. Según Krivoguz, el francés Jules Guesde propuso en el congreso de 1891 la creación de un Consejo General de la II Internacional, pero Engels se opuso, pensando que la creación de un órgano así en ese momento beneficiaría a los posibilistas. Esto confirma lo que hemos mencionado anteriormente: la visión de los franceses sobre la II Internacional era cercana al «partido socialista internacional», mientras que los alemanes preferían la «federación internacional de partidos socialistas». KRIVOGUZ, Igor: op. cit., págs. 103-104.

[87] MERKER, Nicolao: op. cit., pág. 5.

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