FOTOGRAFÍA / Giangiacomo Spadari (1938-1977)
Jon Larrabide
2025/06/04

Los combatientes de Junio, las víctimas de la Comuna, los mártires de la Revolución Rusa: una lista interminable de fantasmas sangrantes. Han caído en el campo del honor, como dijo Marx refiriéndose a los héroes de la Comuna, para ocupar para siempre su lugar en el gran corazón de la clase obrera. Ahora millones de proletarios están cayendo en el campo del deshonor, del fratricidio, de la autodestrucción, (...). Pero no estamos perdidos y la victoria será nuestra si no nos hemos olvidado cómo se aprende. Y si los dirigentes modernos del proletariado no saben cómo se aprende, caerán para “dejar lugar para los que sean más capaces de enfrentar los problemas del mundo nuevo”.

Rosa Luxemburgo

Guerra, guerra, guerra. Guerra, guerra y más guerra. Guerra, guerra y, después, guerra. Hablar de la coyuntura histórica actual significa inevitablemente hablar de la guerra. Vivimos, aparentemente, en un mundo dislocado, en proceso de desintegración. Las dinámicas sociales evolucionan constantemente y esto genera una especie de telón de fondo rasgado por el choque y el conflicto. Parece que el cambio deriva en desequilibrio, y el desequilibrio en guerra, tanto en el plano bélico como en el social. En cualquier caso, esto, lejos de ser un tema de coyuntura, representa más bien una cuestión histórica. Y es que, aunque cambien los actores particulares y su atrezzo, todo el desarrollo histórico de la formación social capitalista (no de manera exclusiva, pero sí específicamente) está atravesada por el cambio, el desequilibrio e, inevitablemente, la guerra. Y es así como se nos presenta a altas horas, encorsetada entre tensiones y contradicciones sociales que no paran de enredarse, tambaleante.

Hoy pretendía, parapetado en la actualidad del tema en general y el interés del caso particular, repasar las actitudes y posicionamientos del Partido Comunista Alemán (KPD) en torno a la guerra. No obstante, uno tiene la mala costumbre de enrollarse cada vez que arranca a hablar. Además, resulta complicado hablar de algo sin relación, sin conexiones ni diferencias. El ejercicio de contextualización y el de establecer un mapa de coordenadas se impone, pues, como punto de partida a la hora de abordar un tema. Así lo exige también este tema a tratar. Hablar del KPD implica hablar de la socialdemocracia alemana, concretamente del SPD. Igual que abordar su postura ante la guerra implica abordar la del SPD. Ya que, a fin de cuentas, el nacimiento del KPD es el correlato de la traición de la socialdemocracia alemana. Nace y se desarrolla en oposición a ella. La historia del KPD es oposición, incondicional, en el sentido más estricto. Oposición al SPD, oposición a la guerra, oposición a la sociedad capitalista y a todos los horrores que emanan de esta caja de Pandora. En la misma medida enque es el relato de un martirio que descansa, esperando su redención, en los anales de la historia del movimiento obrero.

La historia de una bancarrota

El Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) representa la culminación del cambio de paradigma político organizativo general que se da en el contexto que rodea la inauguración de la II. Internacional. Hablamos de una época que se inaugura partiendo de un cisma político, con tintes tanto estratégicos como territoriales, en el que se trató de hacer de la necesidad virtud, edificando un espacio histórico sobre el que se fueron levantando las estructuras políticas sobre las que versa el ocaso del siglo XIX y el amanecer del XX. Grandes organizaciones de masas, que trascendiendo la gramática política del heterogéneo elenco que caracterizaba la Asociación Internacional de Trabajadores, apostaron de manera más o menos unificada por la síntesis social-democrática (aunque, como comprobaremos a lo largo del relato, esta se comprenda en claves diferentes, y persista la existencia de facciones, y de facciones en pugna), y obtuvieron su reflejo supraestatal en la II Internacional, también conocida como la Internacional Socialista.

A fin de cuentas, el nacimiento del KPD es el correlato de la traición de la socialdemocracia alemana. Nace y se desarrolla en oposición a ella. La historia del KPD es oposición, incondicional, en el sentido más estricto

En este contexto, el SPD adquirió una importancia crucial en lo respectivo al movimiento obrero internacional de la época. Una influencia y capacidad de dirección cuyo análisis puede ser desplegado a tres principales niveles, en los que podemos desglosar un razonamiento tanto en términos absolutos como relativos. En primer lugar, el SPD contaba con la militancia más numerosa en el panorama internacional, organizada además dentro de un entramado organizativo muy amplio en el que se contaban partido, sindicato y demás organizaciones obreras desplegadas a lo ancho de los diversos ámbitos de la vida social, en coherencia con la visión socialdemócrata de los “dos mundos”. Este es por sí solo un hecho que serviría para justificar de alguna manera su referencialidad e influencia o peso. No obstante, adquiere una mayor significación cuando la valoramos a la luz de la coyuntura política de la época que responde al segundo de los elementos. Y es que, en la casi mitad de siglo que comprende este nivel del análisis, la socialdemocracia alemana caminó en una senda ascendente en la arena electoral, tanto a nivel general como sindical. Algo que encaja a la perfección con la tendencia y la creencia general de la época, muy centrada en abordar el poder parlamentario de manera gradual a través de las urnas y “el trabajo diario”. Este proceso se dio de la mano de una suerte de profesionalización, que tornándose en objetivo en sí mismo, derivó en un partido burocratizado y exclusivamente centrado en la conquista de reformas, que a la vez que aproximaba la consecución del socialismo, servía para seguir ganando posiciones entre las masas. En tercer lugar, el SPD recibió el testigo de la dirección teórica del movimiento, principalmente a través de las figuras puente entre los padres fundadores del marxismo y la II Internacional, tales como Bebel o Kautsky.

A su vez, el SPD fue la organización encargada de promover el nacimiento de la II Internacional, una organización supraestatal con el objetivo de reconstruir la unidad operativa del proletariado como sujeto internacional. No sorprenderá a nadie el señalamiento de la fuerte vinculación que la II Internacional tuvo desde un primer momento con la guerra. El carácter caprichoso de las tendencias históricas situó el nacimiento de la II Internacional en el mismo mapa de coordenadas al que tres décadas más tarde debió su muerte. Las décadas finales del siglo XIX albergaron el proceso de acumulación que a más de un siglo de distancia reconocemos bajo el término “imperialismo”. Época de fuerte desarrollo capitalista con un marcado componente territorial tanto a la hora de delimitar o definir a los agentes implicados, como a la hora de establecer sus pautas relacionales. Semejante coyuntura histórica obligó a la Internacional a dar pasos firmes hacia la caracterización de la guerra y a adoptar posiciones frente a ella. La resolución del Segundo Congreso de la Internacional oficiado en Bruselas (redactada por Wilhelm Liebknecht, líder y fundador del SPD, junto con Édouard Vaillant) habla de ella en los siguientes términos: “El militarismo (...), es el resultado fatal del estado permanente de guerra abierta y latente, impuesto sobre la sociedad por el sistema de explotación del hombre por el hombre y la lucha de clases (...) Declara que todos los esfuerzos encaminados a obtener la abolición del militarismo y la instauración de la paz entre las naciones (...) sólo pueden ser utópicas e impotentes si no alteran las fuentes económicas del mal”. Asimismo declara que “el único medio capaz de evitar una guerra general” es “el triunfo del socialismo”, en un llamamiento “a todos los trabajadores (...) contra todos los deseos de guerra y contra las alianzas que la favorecen”.

El militarismo (...), es el resultado fatal del estado permanente de guerra abierta y latente, impuesto sobre la sociedad por el sistema de explotación del hombre por el hombre y la lucha de clases

Esta tesis sienta las bases del discurso y la acción política que desarrolló la Internacional Socialista a lo largo de los próximos años, cuya pertinencia se ratificó (a la vez que se profundizó y concretó) en los congresos que se llevarán a cabo en los años posteriores, léase en Zurich, Londres, París y Stuttgart. En todos ellos, los miembros de la socialdemocracia alemana desempeñaron un papel protagónico a la hora de presentar informes, redactar resoluciones, presentar enmiendas y participar en los debates. Tal y como nos informa Rosa Luxemburgo en su Folleto de Junius, sobre el que seguro volveremos más tarde: “La socialdemocracia alemana era la joya de las organizaciones del proletariado consciente. Las socialdemocracias de Francia, Italia y Bélgica, los movimientos obreros de Holanda, Escandinavia, Suiza y Estados Unidos, seguían ilusionados sus pasos. (...) En la Segunda Internacional la socialdemocracia alemana era sin duda el factor decisivo. En cada congreso, en cada plenario del Buró Socialista Internacional, todo dependía de la posición del grupo alemán”. Además, lejos de ser un posicionamiento meramente propagandístico, esta tesis estaba dirigida a la acción desde su misma formulación (en la que ya se recogen condenas y propuestas para la acción concretas) y posteriormente se desarrolló en campañas de lucha concretas a medida que el escenario internacional explotaba en su camino hacia la Gran Guerra.

En cualquier caso, las cosas empezaron a cambiar a medida que el momento crucial se acercaba. La traición de los dirigentes de la II Internacional no es un hecho que pueda explicarse, por supuesto, sin observar el desarrollo de tendencias y grietas presentes desde el nacimiento mismo del SPD (en tanto que es imposible sustraerlo del estado del movimiento obrero de la época y sus características). Cada posicionamiento concreto responde en última instancia a un planteamiento estratégico general, así como a cambios o transformaciones políticas que responden de manera más directa a la coyuntura. Podría decirse que en este caso el proceso responde a tres principales factores;

Una falta de claridad en los principios políticos más generales (en los que se establece una especie de separación entre el análisis de la realidad y la manera de enfrentarse a ella), una coyuntura histórica específica (en la que el capitalismo se encontraba en una fase ascendente, especialmente en el caso de Alemania, del que derivan ideas como la del  “ultraimperialismo”, y del que nace una cada vez más abundante capa de estratos medios que creen encontrar en su colina de migajas un bastión a defender), y una coyuntura y evolución política concreta (en la que los datos, resultados electorales y sindicales cada vez adquirieron una mayor significación y fueron imponiéndose sobre el resto de interpretaciones posibles).

Con una relación de 68 votos a favor frente a 14 en contra, la bancada socialdemócrata decidió votar unánimemente (siguiendo la disciplina de voto) a favor de los créditos de guerra, abriendo las puertas del proceso histórico a escala internacional, que en adelante conoceremos bajo la denominación de “bancarrota”

El caso es que por una cosa o la otra las posiciones de una parte de la socialdemocracia alemana empezaron a resbalar de manera gradual hacia el nacionalismo y el belicismo, aduciendo razones de índole defensiva. Es necesario señalar que este proceso se dio en la forma de una pugna dentro del partido, en el que se debatieron en adelante posiciones contrapuestas. No obstante, el simple hecho de que este tipo de ideas o razonamientos se hiciesen de manera pública, y nada menos que en un congreso del partido, representa en sí mismo, como poco, una ruptura respecto a la línea y a la acción política del SPD hasta la fecha. Las palabras de Noske en el Congreso de Essen resultan clarificadoras al respecto: “En el caso de que nuestro país se vea seriamente amenazado, los socialdemócratas defenderán su patria con entusiasmo (...), pues no son menos patriotas que la burguesía (!)”. En cualquier caso, se puede puntualizar que los posicionamientos oficiales seguían apuntando en la dirección pautada por los distintos congresos antes mentados, dirección reforzada por la actividad llevada a cabo por el partido a lo largo de los meses que preceden a la tormenta. Para hacernos una idea, apenas diez días antes de la votación de los créditos de guerra, una semana antes de que el gobierno alemán declarase la guerra a Rusia, el partido aún seguía manifestando que “el proletariado consciente de Alemania, en nombre de la humanidad y de la civilización, eleva una vibrante protesta contra los promotores de la guerra”.

La irrupción de la guerra encajó perfectamente en esta combinación de factores, para dar pie al que Rosa Luxemburgo definió como “una de las fechas más negras en la historia del movimiento socialista internacional”. Todo el abanico político se impregnó del macabro discurso maniqueo de los agresores y los agredidos para cerrar filas en torno a la defensa de la patria y la “unión sagrada”. La posibilidad de un periodo de paz a nivel internacional se había esfumado, y la dirección socialdemócrata decidió tomar partido al respecto. Con una relación de 68 votos a favor frente a 14 en contra, la bancada socialdemócrata decidió votar unánimemente (siguiendo la disciplina de voto) a favor de los créditos de guerra, abriendo las puertas del proceso histórico a escala internacional, que en adelante conoceremos bajo la denominación de “bancarrota”, un cisma de carácter irreversible, cuya consecuencia más sonada será la creación de la III Internacional, en este caso comunista. Este proceso a escala internacional, a su vez, se descompone en tajantes procesos de ruptura en los diferentes partidos socialdemócratas de la época. El caso del SPD representa, en este caso también, la norma. Lenin nos lo explica con las siguientes palabras: “Los líderes de la Internacional han traicionado al socialismo votando los créditos de guerra (...) Si el socialismo se encuentra así, deshonrado, la responsabilidad incumbe ante todo a los socialdemócratas alemanes, que eran el partido más fuerte e influyente de la II Internacional”.

La oposición

Esa misma tarde, distintos miembros del partido, entre los que se encontraban Rosa Luxemburgo y Franz Mehring (militante de gran importancia dentro del partido debido a su pertenencia a una generación previa y a su nivel político y experiencia) se reunieron con el objetivo de tomar partido en la nueva coyuntura política. Aunque la decisión de votar en favor de los créditos de guerra significaba de facto la ruptura entre las distintas tendencias que coexistían dentro del SPD, debido al cariz irreconciliable de las posiciones defendidas por cada una de ellas, el proceso de desintegración a nivel organizativo del SPD debió esperar. La oposición se enfrentaba a una mezcla de principios y vértigos, que le impidieron dar un paso adelante y consumar la escisión. La esperanza (que se realizó solo parcialmente) de generar un debate en las bases del partido con el objetivo de ganar posiciones en la correlación de fuerzas se encontró con el miedo a caer en el ostracismo político, dando pie a una complicada relación en la que el principio político que primaba la conquista del aparato político del partido por parte de las bases (enfrentada a la visión bolchevique de ruptura sin reservas con el oportunismo, aunque eso significara la creación de un nuevo partido) hizo las veces de aglutinante. Esta decisión derivó en una actividad de propaganda y un debate (principalmente en clave intrapartidaria) que se prolongó durante un par de años, en los que fue adquiriendo un carácter cada vez más público.

El nombre de “espartaquistas” responde a la facción socialdemócrata conformada, tomando como base la crítica a la socialdemocracia y las tesis desarrolladas por Rosa Luxemburgo en el "Folleto de Junius". Representaban la encarnación de la tendencia comunista dentro del partido

En cualquier caso, a partir de cierto momento la situación se hizo insostenible. Además de la existencia de tres principales facciones (mayoritarios, centristas y radicales de izquierda) en guerra abierta (en la que los últimos no dudaban en criticar de forma abierta las posiciones de los dos primeros y en la que los primeros no dudaban en colaborar con las autoridades para aplastar a los dos últimos) dentro del partido, la situación degeneró hacia la creación de dos grupos parlamentarios y, a su vez, la oposición fue adquiriendo gradualmente cuerpos organizativos autónomos de manera paralela.

A este nivel del relato, es necesario señalar la coyuntura histórica específica y las condiciones a las que la oposición tuvo que adaptar su actividad, en tanto que dibujan el marco que delimita las posibilidades y potencias de esta. El primer elemento lo encontramos en la división interna de la oposición, que, unificada de manera forzada por el desarrollo de los acontecimientos, se encontraba muy dividida en diversas organizaciones con posturas además contrapuestas (la acción cruzada de constante crítica y denuncia entre los principales representantes de cada una de estas líneas es un reflejo de esto). Debemos sumar a esto el hecho de desarrollar su actividad en un campo de juego muy complejo, limitado a nivel externo por el estado de guerra (que a nivel práctico se traduce en la supresión total de libertades políticas y económicas, aunque los partidos del orden gozarán de cierto margen de maniobra) y a nivel interno por la intensidad con la que el discurso de la “defensa de la patria frente al enemigo” logró calar en las capas populares alemanas.

En tercer lugar, observamos la debilidad organizativa y, en consecuencia, efectiva que atravesará a toda la constelación de organizaciones minoritarias dentro del SPD. La dirección controlaba no solo el aparato del partido en sentido estricto, sino también en el sentido más amplio (entiéndase dentro de la vasta extensión del tejido organizativo desarrollado por la socialdemocracia alemana): sindicatos, organizaciones, medios de comunicación… todos respondían a los designios de la dirección. La oposición, por el contrario, tenía que sacarse las castañas del fuego tanto a nivel de estructuras como de herramientas con las cuales desplegar su actividad, y no contó con un aparato de partido propio hasta tiempo más tarde, cuando la escisión se consumió, y aún entonces sus capacidades operativas fueron reducidas y, en cualquier caso, mucho menores que las de los mayoritarios. En relación con este último punto, merece una mención especial la vigilancia canina a la que estaban sometidos los militantes de la oposición y la represión sufrida por estos (los comunistas,, principalmente) proveniente de la facción mayoritaria del SPD y los cuerpos del orden en Alemania, que obligaba a la oposición a desplegar su actividad política en la clandestinidad y al margen (y en contra) de la ley, obligada a su vez a reinventarse constantemente (por la rotación de militantes –resultado de encarcelaciones y movilizaciones al frente– y por el cierre, suspensión o ilegalización de las distintas plataformas de agitación). La guinda del pastel la ponen las coordenadas tácticas y estratégicas de la socialdemocracia de la época y más concretamente de la alemana antes mencionadas.

Con el tiempo, la oposición se fue perfilando de manera más individualizada. Tuvo que pasar en primer lugar por el proceso de escisión formal, o expulsión del partido por parte de los mayoritarios. De esta expulsión nació el USPD, el Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania, una especie de cajón de sastre en el que acabaron todos los restos políticos divergentes del SPD, a pesar de que la relación entre ellos fuese por lo menos compleja, y mutuamente indeseada. A pesar de encontrarse en una nueva coyuntura, los espartaquistas no se decidieron a romper, una vez más, con los restos del oportunismo. El nombre de “espartaquistas” responde a la facción socialdemócrata conformada como tal en marzo de 1916, tomando como base la crítica a la socialdemocracia y las tesis desarrolladas por Rosa Luxemburgo en el Folleto de Junius. Representaban la encarnación de la tendencia comunista dentro del partido (aunque no fuera exclusiva a ellos) y reunía a los elementos que de manera más resuelta, decidida y abierta se habían opuesto a la línea mayoritaria del partido, pagando por ello con la movilización y el presidio. Sus tesis mantenían la coherencia con la doctrina de la tradición socialista y con las tesis adoptadas a lo largo de los distintos congresos de los años anteriores a la guerra. Su posición es clara y transparente. “Avergonzada, deshonrada, nadando en sangre y chorreando mugre: así vemos a la sociedad capitalista (...) Y en medio de esta orgía, ha sucedido una tragedia mundial: la socialdemocracia alemana ha capitulado”, leemos en las palabras que abren el Folleto de Junius. Representan en ese sentido una de las expresiones más puras y rectas de la oposición en Alemania.

La revolución soviética, en su enmienda a la totalidad, impuso su realidad con firmeza. Su mera existencia ratificaba las tesis sostenidas por los distintos destacamentos comunistas en Alemania, demostraba al mundo que era posible llevar a cabo un viraje radical

Su incansable oposición frente a la guerra se despliega en las mismas coordenadas de claridad y transparencia. “Federico Engels dijo una vez: ‘La sociedad capitalista se halla ante un dilema: avance al socialismo o regresión a la barbarie’. ¿Qué significa ‘regresión a la barbarie’ en la etapa actual de la civilización europea? (...) En este momento basta mirar a nuestro alrededor para comprender qué significa la regresión a la barbarie en la sociedad capitalista. Esta guerra mundial es una regresión a la barbarie”. Denunciaban el carácter estructural de la guerra, así como la corrupción en la falsa bandera del chovinismo y la defensa nacional. Pero, sobre todo, dibujaron una hoja de ruta: “la presente guerra mundial (...) tiene la misión de llevar al proletariado alemán a la dirección del pueblo y así crear el comienzo del gran conflicto internacional entre el capital y el trabajo por la supremacía política del mundo” (aunque no coincida del todo con la tesis sostenida por Lenin de la necesidad de tornar la guerra imperialista en guerra civil).

Y en eso llegó 1917

Y en eso llegó 1917. La evolución de los acontecimientos, tanto a nivel general como bélico, abrió una nueva fase histórica. La guerra había seguido apilando muerte y miseria en los meses en los que se desarrollaban los acontecimientos descritos. La estabilidad social en los países contendientes pendía de un hilo. Tanto es así, que la revolución de febrero tumba la tan temida Rusia de los zares, y en octubre se alzaba victoriosa la revolución socialista. Evidentemente, semejante acontecimiento sacudió la escena internacional del momento. En el plano bélico, en lo que respecta a los alemanes, se disolvió uno de los frentes de batalla. Los revolucionarios rusos apostaron, en coherencia con el programa que los llevó al poder, por dar fin a la guerra. En el plano político, empero, su resonancia fue todavía mayor. No solo porque representaba una referencia para todo el proletariado mundial, sino porque, tal y como ocurriese con la guerra, obligaba a los distintos agentes políticos a tomar partido. En el caso alemán no supuso más que la continuación o desarrollo de las posiciones políticas ya establecidas. Mayoritarios y sindicatos se volcaron en el mantenimiento del orden, los centristas, aunque de manera más velada, también (“¿cómo va a terminar?” se preguntaba Kautsky por esas fechas, “por la descomposición social y política, el caos”). En cualquier caso, este cambio en la coyuntura reforzó la posición de los radicales, incluso en relación al movimiento obrero y la clase trabajadora alemana. La revolución soviética, en su enmienda a la totalidad, impuso su realidad con firmeza. Su mera existencia ratificaba las tesis sostenidas por los distintos destacamentos comunistas en Alemania, demostraba al mundo que era posible llevar a cabo un viraje radical que dejase atrás la miseria y la muerte, así como el putrefacto sistema que las engendraba.

La acción de los comunistas no se hizo esperar. El simple eco de la Revolución de Febrero sirvió para agitar la organización revolucionaria alemana. En abril se desencadenó una oleada de protestas, movilizaciones y huelgas que azotó durante días la calma impuesta en Alemania (las cifras que se barajan se aproximan a los 300.000 huelguistas). En junio, el trabajo desplegado en la marina de guerra empezó a dar sus frutos, abriendo así un nuevo foco de tensión social. A partir de octubre, los bolcheviques empezaron a trabajar por extender las tesis antibelicistas y revolucionarias entre los soldados alemanes. La solidaridad internacional se volcó en las negociaciones de Brest-Litovsk. Los espartaquistas pasaron a la acción en enero de 1918, haciendo un llamamiento a la huelga general en favor de una paz general. Tras duras negociaciones, las facciones más radicales dentro de la oposición adoptaron la decisión de secundarla. El 28 de enero, 400.000 huelguistas inundaron las calles de la capital, se movilizaron en torno a un programa de siete puntos entre los que se podían leer la paz sin anexiones ni indemnizaciones, el restablecimiento de la libertad de expresión y de reunión, desmilitarización de las empresas y la democratización del Estado a todos los niveles. Las discrepancias entre las distintas organizaciones del ala radical impidieron establecer una hoja de ruta clara, y la huelga, descabezada, se extinguió, por la represión sufrida y por una flagrante ausencia de dirección política. No obstante, el ciclo de lucha que se había desplegado a lo largo de los últimos meses fue dejando un poso. Una experiencia acumulada a lo largo de los distintos procesos de lucha que compusieron esta etapa se cristalizaron, a la rusa, en los Consejos de Obreros y Soldados a lo largo del país (aunque su alcance y capacidad de determinación fue inferior a la rusa, y muchos de ellos estuvieron intervenidos e incluso dinamizados por el SPD).

En la práctica, el gobierno alemán había terminado por desmoronarse a causa de sus contradicciones internas, y el gobierno socialdemócrata se esmeró en mantener inmaculadas las estructuras de poder

Y en eso llegó la derrota militar. Saltaron todas las alarmas. La nación alemana se encontraba profundamente desestabilizada tanto a nivel civil como militar. La ocasión parecía perfecta. No obstante, la represión sufrida por los militantes revolucionarios acentuaba aún más si cabe las distintas debilidades que el movimiento revolucionario venía arrastrando desde hacía años. Únicamente la organización de la juventud revolucionaria mostraba un músculo organizativo suficiente para intentar responder a las circunstancias. Pero la revolución no parecía dispuesta a esperar, e hizo su estelar aparición en noviembre, demasiado pronto, como tantas otras veces. A principios de octubre, los espartaquistas ya analizaban la situación como “una situación revolucionaria en la que se plantean de forma nueva todos los problemas que la burguesía alemana fue incapaz de resolver en la revolución de 1848” y elaboran un programa netamente antibelicista. A finales de octubre, Liebknecht, que se había convertido en una especie de leyenda contra la guerra (tanto entre las masas como en las trincheras), fue liberado. Miles de personas le dieron la bienvenida en Potsdam. Las acciones en contra del gobierno y la policía proliferaban sin pausa en los últimos días de octubre. Pero la dirección de la facción radical, aun a riesgo de ser desbordada por el impulso de las masas, no se atrevía a dar el paso, no había unanimidad en lo referente al camino a seguir. Huelga de los marinos, mítines de masas exigiendo la abdicación del emperador, llamamientos a manifestaciones centrales. El Die Rote Fahne proclamaba: “¡Es el principio de la revolución alemana, de la revolución mundial! ¡Salud a la más poderosa acción de la revolución mundial! ¡Viva el socialismo! ¡Viva la República alemana de los trabajadores!, ¡Viva el bolchevismo mundial!”. La revolución alemana había comenzado.

Sin derramamiento de sangre, para la noche del 9 de noviembre, el gobierno estaba en manos de la socialdemocracia. Los independientes decidieron agachar la cabeza y aceptar la oferta de Ebert de formar un gobierno en coalición, un Estado alemán en ruinas aguantado a la fuerza por la socialdemocracia. Los espartaquistas, por supuesto, fueron excluidos del nuevo gobierno.

Pero la correlación de fuerzas empezó a cambiar en los meses que siguieron a la revolución. Los espartaquistas veían con claridad que esta primera fase no había sido suficiente, el proceso de ruptura debía llevarse a término, la revolución real estaba por hacerse. De hecho en la práctica, el gobierno alemán había terminado por desmoronarse a causa de sus contradicciones internas, y el gobierno socialdemócrata se esmeró en mantener inmaculadas las estructuras de poder. Su principal preocupación la representaban los espartaquistas “perturbadores”, cuyo programa pretendía atacar las estructuras fundamentales del poder burgués.

Del hecho de que los acontecimientos se desarrollasen dentro de los cauces “naturales” de los últimos años, y del hecho de que los distintos agentes volvieran a adoptar las mismas posiciones, se derivó en este caso una consecuencia nueva. La coexistencia dentro del USPD llegaba a su fin. Los espartaquistas decidieron llamar un congreso, del que nació una nueva organización, el KPD, en unión con los Comunistas Internacionalistas Alemanes, el Grupo de Bremen y demás organizaciones revolucionarias minoritarias. La tesis en la base de dicha fundación fue clara y tajante: “Debemos constituir un nuevo partido autónomo, (...) sólido y homogéneo en su teoría y su voluntad, con un programa claro que fije las metas y fines, así como los medios apropiados a los intereses de la revolución mundial”.

De la relación necesaria entre el imperialismo y la guerra, o dicho de otra manera, entre la guerra y el metabolismo social capitalista, deriva el vínculo necesario entre la paz y la revolución. La acción definitiva contra la guerra es, en ese sentido, la revolución

La semana sangrienta supuso el choque definitivo. El gobierno socialdemócrata deseaba sobre todas las cosas el orden, y el KPD encarnaba la mayor de las amenazas para ese orden. La destitución del prefecto de la Policía Independiente, Eichhorn, fue interpretada por parte del KPD como una provocación hacia los obreros y un golpe contra la revolución alemana. Fue lo que representó el pistoletazo de salida. La respuesta popular al llamamiento a la movilización volvió a crear un clima insurreccional en la capital. Radek lo describe de la siguiente manera: “La participación de las masas en las manifestaciones era tan extraordinaria, que durante esos días hubiera sido posible tomar el poder en Berlín”. Pero volvió a faltar algo. El KPD no consiguió ponerse a la vanguardia del proceso, no existió capacidad de dirección, ni siquiera una dirección o proyección clara. La represión sin miramientos orquestada por el gobierno socialdemócrata ejecutó toda proyección o posibilidad de desarrollo. El movimiento quedó descabezado, los principales líderes del Partido Comunista fueron encarcelados o asesinados (como ocurrió en el caso de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht). Este último capítulo cierra este relato acerca del KPD.

Conclusiones generales y cierre

La historia del Partido Comunista en Alemania es la historia de la lucha contra el capital, el imperialismo y la guerra. Esa es su razón de ser y su marco existencial. Esta oposición la encarna su existencia misma. La fase imperialista pone a la orden del día la posibilidad de la guerra. Bloques de capitales enfrentados entre sí, compitiendo a muerte por una cuchara cada vez más grande con la que alimentarse en el gran mercado mundial. De la relación necesaria entre el imperialismo y la guerra, o dicho de otra manera, entre la guerra y el metabolismo social capitalista, deriva el vínculo necesario entre la paz y la revolución. La acción definitiva contra la guerra es, en ese sentido, la revolución. La destrucción del orden económico, político y social, para la construcción de un nuevo modelo que, regido por unos principios antagónicos, no sólo ponga fin la caja de pandora y sus horrores, sino que la clausure.

Los comunistas alemanes lo tuvieron claro siempre, y se enfrentaron con determinación y a costa de un gran sacrificio a la tarea que la historia había puesto ante ellos. La guerra deslindó los campos de la socialdemocracia alemana y los comunistas decidieron tomar partido. El SPD, principal bastión de la II Internacional, se dejó emborrachar por los cantos de sirena de la burguesía para pasar a formar parte del bando del militarismo, el chovinismo y la contrarrevolución. El mayor edificio político de la época no fue capaz de luchar de manera eficaz contra la enfermedad degenerativa del comunismo, el oportunismo, pese a contar con un gran músculo operativo, grandes capacidades teóricas y gran influencia en las masas. Ese edificio se desmorona, y lo hace de una manera y en una dirección específicas. Los comunistas, por el contrario, decidieron en ese contexto luchar contra todas las dificultades. Una tarea hercúlea que llevar a cabo, y con todo en contra. La imposibilidad de erigirse en fuerte dirección (en lo que a capacidades operativas, técnicas, de vanguardia se refiere) supuso un coste demasiado alto que no pudieron pagar. La socialdemocracia se encargó de hacer el resto y aun en medio de la más brutal de las represiones e incluso en una coyuntura de repliegue, estos militantes apostaron por dejarlo todo en el campo de batalla.

En ese sentido, los comunistas alemanes fueron en cierto sentido los primeros, los que fueron a la cabeza como ejemplo para el proletariado mundial; son todavía, en cierto sentido, únicos, y pueden clamar con los bolcheviques: yo osé.