Los estados de la OTAN muestran sus dientes largos ante el banquete de ganancias que les brinda su perro fiel, Israel, en Oriente Medio. Detrás de los mandatos mesiánicos y los discursos sobre la democratización de Irán o Siria, se encuentran los mandamientos del mercado bursátil y la galopante inflación. La despiadada competencia del mercado mundial ha sumido a un Occidente ya en crisis en batallas arancelarias y lo ha forzado a llevar al límite su artillería financiera. Por ello no le tiembla el brazo al imperialismo al convertir Tierra Santa en el mismísimo infierno en la tierra, pues lo único sacro para él son el precio de las materias primas y la rentabilidad del capital exportado.
Con el desmembramiento de Siria, Israel ha eliminado al último gobierno baaz, y se ha repartido el territorio con los yihadistas y Turquía, que también ha pescado en río revuelto. Mientras el nuevo poder en Damasco masacra credos enteros como los alauitas, la UE levanta todas las sanciones comerciales que han ahogado a los sirios durante 15 años de guerra civil. Gaza, por su parte, se ha convertido en un matadero a cielo abierto, pues los sionistas no podían permitirse 2,26 millones de árabes concentrados en un hervidero de resistencia armada de 365 km2. Los quieren como fuerza de trabajo esclava y sumisa, eso sí.
Completan el macabro rompecabezas el silencio sepulcral de los gobiernos expectantes (sean estos wahabíes como Arabia Saudí, militares como Egipto o monarquías clientelares como Jordania), el pacto abrahámico en marcha, el Líbano sumido en el caos, la sangrienta y eterna guerra contra los hutíes en Yemen… Todo ha contribuido al reordenamiento regional que ha logrado Israel en tiempo récord.
Asistimos al espectáculo de la retórica liberal que habla sobre las ventajas universales del libre comercio pacífico y la reconstrucción, mientras el gran capital azuza al creciente militarismo para que entre a sangre y fuego a mantener bajo el brent y abiertos los canales comerciales desde Hormuz hasta Bab el-Mandeb.
Los doce días de asedio a Irán han sido el último recordatorio a los árabes y persas de que no son más que colonias jurídicamente libres; rehenes de la división internacional del trabajo. Es la disyuntiva que el imperialismo ofrece a estos pueblos: estar obligados por sus gobiernos a trabajar hasta la extenuación, extrayendo la riqueza de la tierra para lograr divisas, u obligados a la economía de guerra. Esta última, cuando no se es un lacayo del imperialismo en una guerra bendecida por el crédito y el favor de la industria armamentística (Tel Aviv, Kiev), no es más que otra forma de miseria; tal como dijo Pakistán en los 70: "Si India construye la bomba, comeremos hierba, u hojas de los árboles, o pasaremos hambre, pero nosotros también conseguiremos una; no tenemos otra opción".