La Segunda Guerra Mundial fue dirigida por el Partido de la URSS con firmeza y pragmatismo a la vez. Las necesidades de edificar la construcción del socialismo económico obligaron a la URSS a actuar de manera reservada al principio y antes de la guerra. Por otro lado, el desarrollo bélico requirió un ejército moralmente a la altura de hacer frente a un ente deplorable que estaba dispuesto a aniquilar todo lo que tenía que ver con el comunismo. Así, se llevó a cabo una campaña nacionalista que iba en coherencia con la deriva que tomó el comunismo internacional. En lo sucesivo, se va a narrar el desarrollo de la guerra así como el de sus décadas previas, de la mano de la evolución y las decisiones cruciales del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS).
SOCIALISMO EN UN SOLO PAÍS Y AUGE DEL FASCISMO
Los años veinte vieron desvanecerse las oportunidades del triunfo comunista europeo. Aquellas inversiones en el Viejo Continente por parte de la URSS fueron debilitadas cuando una socialdemocracia revisionista y contaminada a más no poder de elementos socialchovinistas traicionó a la clase obrera mediante un horizonte esperanzador pero esencialmente inalcanzable, dadas las contradicciones del capitalismo, que no tardarían en volver a aflorar. La misión de exportar el comunismo desde la URSS, pues, había de demorarse. Lo esencial pasaba a ser la construcción del socialismo en un solo país que sirviera de ariete contra un sistema capitalista en reconstrucción. Sin embargo, este cambio de relato acabaría desembocando en una afirmación de la URSS como un fin en sí mismo.
En este contexto, el PCUS liderado por Stalin declaró, en línea con el VIII Pleno de la Komintern en 1927, que el peligro de guerra contra la Unión Soviética pasaba a ser la cuestión más acuciante del movimiento obrero internacional. La amenaza de una guerra anticomunista era cada vez mayor, y las búsquedas de aliados por parte de Alemania en occidente dejaban claro que la política de Rapallo era pasajera. Esto llevó a una crítica abierta a las campañas de desarme promovidas por la socialdemocracia occidental por ser consideradas inútiles y convertían, según el PCUS, a sus promotores en "socialimperialistas".
El VI Congreso de la Komintern en 1928 concluyó que, en caso de guerra contrarrevolucionaria, la táctica debía ser clara: los proletarios del mundo debían luchar por la derrota de sus propios gobiernos, subordinando su acción a la estrategia marcada por la URSS. Existía la obligación de apoyar al Ejército Rojo y sostener la paz dentro del territorio soviético, con el fin de facilitar su armamento y el desarrollo de su industria. Desde entonces, el PCUS puso en marcha una gran maquinaria propagandística contra la guerra imperialista.
En medio de la crisis global a finales de los 20, El PCUS fomentó la estrategia de “clase contra clase”, mediante la cual planteaba una fase ofensiva en la que se proponía una unión de la clase obrera europea en contra del fascismo, pero categorizando a los partidos socialdemócratas como socialfascistas. Era una estrategia que se basaba en unir fuerzas en un frente bajo la condición previa de la ruptura con la socialdemocracia. Las obligaciones eran claras: unirse en contra del fascismo y a favor de la patria socialista. Había que aspirar a la victoria de la URSS, y cualquier desvío sería categorizado como contrarrevolucionario. Los resultados, empero, no fueron los deseados y derivaron más en una tendencia sectaria que en un frente antifascista masivo.
Paralelamente, el socialismo en un solo país sería la teoría que llevaría a cabo Stalin frente a la revolución permanente de Trotski, que se vio debilitada para aquél entonces. La tensión entre las dos corrientes fue aumentando hasta que en 1927, tanto Trotski como Zinoviev (que fue alejándose de Stalin) fueron expulsados del Partido. Este momento determinó al llamado estalinismo como una continuidad del leninismo, por mucho que Trotski lo calificara de negación termidoriana.
Stalin comenzaría una época de crecimiento industrial, colectivización de las granjas y una “deskulakización” que elevaría a la URSS a las capacidades con las que poder vencer a la Alemania nazi, apostando para ello por el desarrollo de la industria pesada en detrimento de la ligera, que dejaría ciertas secuelas entre la población. La renta nacional creció un 86% y un 110% en los primeros dos planes quinquenales, y siguió creciendo en el tercero aunque se viera interrumpido por el inicio de la guerra.
RELACIONES EXTERIORES PREVIAS A LA GUERRA: LA DÉCADA DE LOS 30
Durante la década de 1930, la Unión Soviética vivió una doble dinámica en política exterior. Por un lado, intentó mejorar sus relaciones internacionales a través de pactos de no agresión con países como Turquía, Persia, los Estados bálticos y Rumanía. Esta política buscaba romper con el aislamiento diplomático posterior a la Revolución de Octubre. En ese contexto, también se produjo el reconocimiento diplomático por parte de Estados Unidos en 1933 y la entrada de la URSS en la Sociedad de las Naciones en 1934. Sin embargo, estas iniciativas quedaron en segundo plano con la puesta en marcha de los comentados planes quinquenales, que centraron los esfuerzos de la URSS en la industrialización acelerada y el fortalecimiento del poder interno.
Esto llevó a una crítica abierta a las campañas de desarme promovidas por la socialdemocracia occidental por ser consideradas inútiles y convertían a sus promotores, según el PCUS, en "socialimperialistas"
Al mismo tiempo, la consolidación de potencias abiertamente hostiles al comunismo, como la Alemania nazi, la Italia fascista y el imperialismo japonés, generó un clima de tensión creciente. Desde 1933, con la llegada de Hitler al poder, comenzaron las campañas anticomunistas. Aunque las relaciones económicas entre Alemania y la URSS se mantuvieron relativamente estables en los primeros años, la amenaza ideológica se intensificó.
A partir de 1935, las tensiones con Alemania crecían. La política exterior soviética giró entonces hacia la formación de una unidad antifascista internacional, promoviendo los Frentes Populares junto a los partidos socialistas de Europa bajo una estrategia interclasista.
En el contexto de una creciente amenaza externa, el PCUS reformuló el papel del Estado socialista mientras la existencia de éste se convertía en objeto de debate en el Partido. En un discurso de 1938, Stalin negó el dogmatismo, y defendió la necesidad de mantener el Estado fuerte ante el asedio capitalista, haciendo un análisis concreto de la situación concreta. Justificó esta postura señalando que el Estado era esencial tanto para la educación socialista como para la construcción económica del socialismo. Esta línea fue reafirmada en el XVIII Congreso del PCUS.
A partir de 1935, la política exterior soviétiva gira entonces hacia la formación de una unidad antifascista internacional, promoviendo los Frentes Populares junto a los partidos socialistas de Europa bajo una estrategia interclasista
Al mismo tiempo, el papel de la Internacional Comunista (Komintern) se debilitó. Entre 1929 y 1943 sólo se celebró un Congreso Mundial, y la Komintern se transformó en un instrumento mediático del PCUS para dirigir a los demás partidos comunistas. Esto fue objeto de críticas, principalmente trotskistas, al considerar que la organización había dejado de representar una verdadera estrategia revolucionaria internacional. La Internacional Socialista, mientras tanto, discutía fragmentada sobre la esencia del fascismo, sin dar pasos adelante. Vandervelde, entre otros, categorizó el fascismo como un fenómeno propio de los países subdesarrollados de Europa del Este.
La controversia en el papel de la Internacional Socialista ante la guerra de hace veinte años había transmutado a la controversia ante el fascismo. Los resultados, sin embargo, no difieren: incapacidad y decadencia ante un fenómeno que venía a destruir a la clase obrera.
LA GUERRA: INICIO E INTERPRETACIÓN
Mientras la amenaza fascista crecía, Francia y Reino Unido adoptaron una política de apaciguamiento, permitiendo la ocupación de Austria y posteriormente la de Checoslovaquia por parte de los nazis.
En este contexto de inseguridad y falta de compromiso occidental, la URSS firmó el Pacto de no agresión con Alemania (el conocido Mólotov-Ribbentrop) en agosto de 1939. Días después, comenzó la Segunda Guerra Mundial con la invasión alemana de Polonia, seguida por la ocupación soviética del este del país. Como consecuencia de este pacto, la URSS también anexionó los países bálticos, Besarabia y Bucovina, y mantuvo enfrentamientos con Finlandia y Japón. La amenaza al comunismo estaba sobre la mesa, y había que afianzar terreno.
Desde el punto de vista teórico, el estallido de la guerra fue interpretado inicialmente por el PCUS de forma similar a la de 1914: una guerra reaccionaria e imperialista, en la que la clase obrera no debía tomar partido. Según esta lectura, ni Francia ni Inglaterra combatían por la democracia o la libertad de los pueblos, sino por mantener su dominación imperialista. En este marco, los comunistas debían hacer propaganda contra sus propios gobiernos, no apoyarlos.
Posteriormente, el relato cambió, afirmando que la guerra había sido antifascista desde su inicio, y que la entrada de la URSS no hizo más que reforzar ese carácter. Se consolidó así una narrativa que justificaba las fases pragmáticas de la política soviética con Alemania en los años previos, bajo la razón de un rearme fundamental. La guerra pues, fue definida por el PCUS como un elemento inseparable de las contradicciones capitalistas, pero dotada de un elemento socioeconómico que no era más que una de las caras del capitalismo crítico: el fascismo.
OPERACIÓN BARBARROJA Y REORGANIZACIÓN DEL PARTIDO
En lo que resta, se va a relatar una fusión entre el desarrollo del Partido en la guerra y la realidad detrás de ciertos mitos derivados de la historiografía occidental, trotskista o jruschoviana.
A pesar de los avances alemanes, Francia y Reino Unido siguieron subestimando las capacidades militares de la URSS incluso después de la ocupación alemana de Austria y Checoslovaquia. En palabras de diplomáticos británicos, la URSS era vista como una potencia de “capacidades militares insignificantes”. Esta subestimación también fue compartida por Hitler y su entorno. En palabras del propio Führer ante un diplomático búlgaro, el Ejército Rojo “no era más que un chiste”. Sin embargo, esta percepción resultó ser un error estratégico colosal. Como refleja el desarrollo del diario de Goebbels, la maquinaria soviética no sólo resistió, sino que logró una movilización nacional impresionante, tanto militar como civil.
La Operación Barbarroja supuso un golpe duro al Partido que, aunque en vías de preparación, era beneficiado por cada día que se atrasaba la explosión del frente oriental. En 1939, el Partido Comunista ordenó la construcción de nueve grandes fábricas de aviones, y para 1941 la URSS contaba con aproximadamente 2.700 aviones modernos y 4.300 carros de combate. La preparación industrial para la guerra, en realidad y en contra de la interpretación jruschoviana, venía de mucho antes.
Nada más darse la ofensiva fascista, Stalin encabezó una reunión de 11 horas, y en los días siguientes el Partido asumió el control directo y minucioso de todos los aspectos de la gestión de guerra, desde decisiones estratégicas hasta detalles como los títulos de los artículos publicados en Pravda. La reacción soviética fue rápida: 800.000 reservistas fueron movilizados entre mayo y junio, incluso antes de que comenzara la invasión. Y apenas dos días después del ataque, se puso en marcha el Comité de Evacuación, que logró desplazar más de 1.500 grandes fábricas al este, un proceso logístico titánico que había empezado, de hecho, semanas antes. Este esfuerzo fue posible gracias a que el PCUS había proyectado un nuevo cinturón industrial en los Urales, Siberia y Kazajistán, como parte de la estrategia de descentralización y resistencia a posibles agresiones externas.
La guerra pues, fue definida por el PCUS como un elemento inseparable de las contradicciones capitalistas, pero dotada de un elemento socioeconómico que no era más que una de las caras del capitalismo crítico: el fascismo
El Partido se reconfiguró. Se estableció un Cuartel General de la defensa del Estado, bajo la dirección de Stalin, que coordinó directamente con el Comité Estatal de Defensa y con los Consejos Militares. Desde ahí se organizaron no solo los movimientos estratégicos del Ejército Rojo, sino también la gestión industrial, la moral del frente y la movilización de la población. El Komsomol, la organización juvenil del Partido, envió al frente a más de 95.000 militantes sólo en 1941, actuando como fuerza ejemplar de entrega y disciplina. Incluso miembros destacados del Comité Central se desplazaron al frente para participar directamente en las operaciones, lo que subrayó el compromiso total de la dirección.
Las estructuras del Partido demostraron una sorprendente capacidad de adaptación. Las organizaciones locales, incluso en zonas de combate directo como Ucrania, Bielorrusia, Moldavia o las repúblicas bálticas, continuaron funcionando sin interrupción. Los comités regionales, municipales y distritales colaboraron activamente en la movilización de reservistas, la organización de fortificaciones, así como en la evacuación masiva de población y recursos hacia el este.
Uno de los aspectos más significativos de esta dinámica fue la preocupación constante por la moral del ejército. La dirección del PCUS comprendía que la resistencia no podía sostenerse únicamente por medios materiales, sino que requería una convicción ideológica profunda. Para ello se reorganizaron los órganos de propaganda y agitación política y se instauró la figura del comisario político militar en el frente, encargado de mantener la moral alta y la confianza en el Partido. Sin embargo, un elemento ideológico clave fue un cambio retórico nacionalista en el que además de revivir “héroes nacionales” rusos, se luchó por la patria, a lo que acompañaría un gran número de elementos y términos nacionalistas potencialmente nocivos para el desarrollo futuro del internacionalismo proletario.
Todo este esfuerzo integral permitió al Partido Comunista mantener el control, impulsar la resistencia y reforzar la moral colectiva en un momento de enorme amenaza. La capacidad del Partido para movilizar a toda la sociedad fue uno de los factores determinantes para resistir el primer golpe alemán (no sin pérdidas masivas) y, posteriormente, para pasar a la contraofensiva.
LA OFENSIVA ALEMANA
Hitler basó su estrategia inicial en provocar una única batalla decisiva al frente, con el objetivo de destruir el grueso del poder soviético de un solo golpe. Fue la llamada Blitzkrieg. Algunos generales soviéticos quisieron aceptar en un inicio, pero el PCUS evitó caer en la trampa.
Desde el inicio, la defensa soviética estuvo marcada por una organización táctica que, aunque superada en ocasiones en términos de movilidad, mostró una enorme capacidad de resistencia y adaptación. Ciudades clave como Smolensk, Leningrado, Kiev, Odesa y Sebastopol ofrecieron una defensa ejemplar. En Leningrado, mientras caía sobre la ciudad un incesante bombardeo de largo alcance, miles de obreros trabajaban día y noche en la construcción de fortificaciones, logrando convertirla en una plaza prácticamente inexpugnable. En Kiev, aunque la ciudad tuvo que ser finalmente abandonada, la defensa fue prolongada y dificultó enormemente los planes alemanes. En Odesa, más de 100.000 trabajadores participaron en la construcción de defensas antes de trasladarse a Sebastopol, donde la resistencia estuvo al nivel. Todas estas defensas, aunque terminaran en derrotas, negaron la efectividad del plan alemán.
Los comités regionales, municipales y distritales colaboraron activamente en la movilización de reservistas, la organización de fortificaciones, así como en la evacuación masiva de población y recursos hacia el este
El fracaso de la Blitzkrieg marcó un giro estratégico en la guerra. No solo retrasó significativamente el avance alemán, sino que permitió a la Unión Soviética reorganizar su producción militar y profundizar su defensa.
Uno de los momentos más críticos se vivió en octubre de 1941, con el sitio de Moscú. Ya en julio, la organización municipal del Partido había formado divisiones de voluntarios populares que reunieron a más de 120.000 efectivos, casi la mitad de ellos miembros del Partido o del Komsomol. Cuarenta y dos mil personas se unieron a las fuerzas de defensa antiaérea y a los batallones de destructores de la ciudad. En total, medio millón de habitantes participaron directamente en la defensa. La organización regional del Partido de Moscú no sólo mantuvo la producción activa, sino que cumplió con éxito su labor de abastecer a las tropas y a la población civil. Las organizaciones del Partido en los Urales, Siberia, el Volga, Asia Central y el Cáucaso aseguraron la llegada constante de reservas y equipamiento a la capital.
A pesar del asedio, los bolcheviques no se rindieron. Mientras muchas instituciones eran evacuadas por precaución, el Politburó del Comité Central, el Gobierno soviético, el Comité
Estatal de Defensa y el Cuartel General permanecieron ejemplarmente en la ciudad. El 6 de noviembre de 1941, el Sóviet de Diputados Obreros de Moscú celebró su reunión habitual junto a representantes del Partido y organizaciones populares. Al día siguiente, el Ejército Rojo desfiló como cada año en la Plaza Roja por el aniversario de la Revolución de Octubre. Moscú resistió y los planes nazis se vieron frustrados.
Paralelamente, en las zonas ocupadas, el Partido organizó la resistencia partisana. En Ucrania, Bielorrusia, Moldavia y en las repúblicas bálticas se organizaron golpes constantes contra el enemigo. El Comité Central creó una comisión especial para dirigir esta labor desde la retaguardia. Los partisanos sabotearon las medidas políticas y económicas de las autoridades de ocupación, impidieron el traslado de propiedades a la Alemania de Hitler y ayudaron a destruir personal y material bélico del enemigo. El movimiento partisano y la lucha del pueblo soviético contra los invasores en las zonas ocupadas fueron organizados y dirigidos por organizaciones clandestinas del Partido. Estas últimas estaban encabezadas por 26 secretarios de comités regionales y 539 secretarios de comités municipales y distritales del Partido.
En diciembre de 1941 comenzó la contraofensiva soviética. Para febrero de 1942, el Ejército Rojo había empujado al enemigo 400 kilómetros hacia el oeste, liberando Moscú, Tula y distritos de las regiones de Kalinin, Leningrado, Orel y Smolensk. Se rompía así el mito de la invencibilidad de la Wehrmacht. Como afirmaba Lenin, la moral podía ser decisiva: el golpe simbólico contra la supremacía nazi fue tan importante como el militar.
En el plano diplomático, la URSS enfrentaba el riesgo de un aislamiento hostil. La posibilidad de una coalición conjunta entre las potencias occidentales y la Alemania nazi fue real. Prueba de ello es la conocida declaración de Harry Truman, entonces senador por Missouri, quien en 1941 dijo al New York Times: “Si vemos que Alemania está ganando, deberíamos ayudar a Rusia; y si Rusia está ganando, deberíamos ayudar a Alemania. De esa manera, dejaremos que se maten entre ellos tanto como sea posible.” Sin embargo, el miedo a una Alemania victoriosa y en control de los recursos soviéticos (un temor compartido por sectores crecientes de la opinión pública), junto con el ataque japonés a Pearl Harbor, aceleraron la formación de una coalición. En 1942, 26 países, entre ellos Estados Unidos, la URSS y China, firmaron una declaración conjunta de apoyo mutuo frente al Eje. El Reino Unido y Estados Unidos prometieron abrir un segundo frente en Europa ese mismo año. No cumplieron. Mientras tanto, el grueso del ejército alemán se volcaba en el frente oriental. En otoño de 1942, el número de divisiones alemanas allí alcanzaba las 266.
A finales de 1942, la Wehrmacht lanzó una nueva ofensiva sobre Stalingrado. 150.000 obreros y campesinos colaboraron en la construcción de fortificaciones, y miles de militantes del Partido y del Komsomol se integraron al Ejército Rojo.
Para entonces, la economía de guerra soviética había alcanzado un grado notable de organización. En 1942, se superó en más del 50% la producción del año anterior. Unos 1.300.000 trabajadores fueron formados en nuevos oficios y más de 2.500.000 obtuvieron formación extra. Las organizaciones de base del Partido debatían formas de incrementar la productividad. A pesar de que gran parte del campo estaba bajo ocupación enemiga, el Partido tomó medidas eficaces para politizar a los agricultores y aumentar el rendimiento agrícola en las regiones orientales.
Este primer y más difícil período de la Gran Guerra Patria fue una prueba de fuego para el Partido Comunista. No hay que olvidar que aunque consiguieran frenar los planes iniciales de los nazis, las pérdidas humanas, territoriales y económicas soviéticas fueron inmensas. Su papel dirigente y organizador se hizo más evidente que nunca. El Partido demostró firmeza, adaptabilidad y una capacidad inigualable para movilizar todos los recursos del país en defensa de la patria socialista. Como reflejo de esta confianza creciente, en 1942 se unieron a sus filas más de 1.368.000 nuevos militantes. Para finales de ese año, más de dos millones de comunistas (el 54,3% del total del Partido) estaban integrados en el Ejército Rojo. El Partido emergió de esta etapa más fortalecido que nunca, con una experiencia consolidada en la dirección política, militar, económica y organizativa.
DE STALINGRADO A BERLÍN
Gracias a los exitosos resultados industriales, el ejército soviético superó al alemán en armamento en 1942, cuando Stalingrado estaba siendo atacada. Una firme dirección militar consiguió cercar en la ciudad a unos 330.000 nazis, lo que representó un éxito militar y político sin precedentes. Esta victoria cambió todo: generó inestabilidad en Alemania, cuyas perspectivas comenzaron a ser negativas; Japón y Turquía dejaron de considerar una posible acción contra la URSS; y surgieron crisis políticas en Italia, Hungría y Rumanía.
Los partisanos sabotearon las medidas políticas y económicas de las autoridades de ocupación, impidieron el traslado de propiedades a la Alemania de Hitler, y ayudaron a destruir personal y material bélico del enemigo
En 1943, tuvo lugar una nueva ofensiva alemana debido al incumplimiento, por parte de Estados Unidos y el Reino Unido, de la creación de un nuevo frente occidental. Esta ofensiva se dirigió a Kursk, pero fue rápidamente contenida por el Ejército Rojo. Los éxitos soviéticos en el Volga, en Kursk y en otros lugares se debieron al esfuerzo bélico del frente interno, al vasto trabajo organizativo que el Partido había llevado a cabo para fortalecer al Ejército Rojo y equiparlo con las armas más modernas, y al hecho de que los soldados soviéticos habían aprendido a manejar estas armas con destreza. Sin embargo, fueron más las condiciones que posibilitaron esta dinámica victoriosa de la URSS.
Anteriormente, las organizaciones de base del Partido existían solo en los regimientos; ahora se formaban también en batallones y otras unidades equivalentes. Esta medida, adoptada en la primavera de 1943, fortaleció los vínculos entre las organizaciones del Partido y el Ejército, e inició nuevas formas de trabajo del Partido más flexibles entre las tropas. En la nueva fase de la guerra, comenzada en Stalingrado, esta medida ayudó a cohesionar al Ejército Rojo y al Partido en plena ofensiva.
Por otro lado, en esta fase, la industria soviética suministró al Ejército Rojo cantidades cada vez mayores de equipo de combate de primera clase. A pesar de la disminución de casi un tercio del número de trabajadores en comparación con 1940, proporcionó al frente considerablemente más equipo militar que la industria alemana a la Wehrmacht fascista. Las fábricas de tanques soviéticas fabricaron 44.600 tanques en dos años (1942 y 1943), mientras que los alemanes solo fabricaron 18.200. Durante el mismo período, la industria aeronáutica soviética suministró al frente 20.000 aviones más que la industria alemana.
La Gran Guerra Patria había terminado. La Unión Soviética salvó a la humanidad de la plaga fascista. Se restableció la paz que la clase obrera del mundo ansiaba, pero no la subsiguió una revolución internacional
Tras el éxito de Stalingrado, se fueron liberando zonas ocupadas por los nazis, y el PCUS tomó medidas para rehabilitar la economía en esos lugares. En 1943, el Consejo de Comisarios del Pueblo de la URSS y el Comité Central del PCUS adoptaron la decisión “Sobre Medidas Urgentes para Restablecer la Economía en las Zonas Liberadas de la Ocupación Alemana”. Como resultado de su implementación, las granjas colectivas de las zonas afectadas recibieron 1.720.000 cabezas de ganado y 96.000 toneladas de semillas de cultivos de invierno para el 1 de enero de 1944. Se realizó una importante labor de reconstrucción de viviendas, escuelas, hospitales y fábricas.
En 1944, el Partido Comunista declaró la necesidad de acabar con el fascismo y llegar hasta Alemania. Se comenzó a avanzar con ese objetivo, aunque la Wehrmacht seguía siendo una fuerza poderosa. Se prestó especial atención a la prensa: se publicaban 4 periódicos centrales, 19 en el frente y más de 90 pertenecientes al ejército. En este instante, a sabiendas de la inevitable derrota nazi, se reactivó el frente occidental.
La influencia soviética fue muy grande en los países liberados. Los partidos comunistas balcánicos y de Europa oriental acogieron al Ejército Rojo, y muchos pueblos, como los de Hungría, Bulgaria y Rumanía, se posicionaron explícitamente en contra de los nazis. Las ventajas del sistema económico socialista, las cualidades morales fomentadas en el pueblo soviético y la capacidad organizativa del Partido Comunista habían demostrado su valor.
El Comité Central y el Gobierno abordaron continuamente los problemas de la rehabilitación económica de las zonas liberadas. Más del 40% de las inversiones en construcción de infraestructura se destinó a la solución de este problema. Se tomaron medidas para remediar los estragos de la guerra en cada zona soviética tan pronto como fue liberada.
La creciente unidad del Partido y el pueblo trabajador se evidenció, entre otras cosas, en el crecimiento sin precedentes de la afiliación al Partido. En 1944, las filas del Partido aumentaron en 1.336.350 candidatos y 1.124.853 miembros. Quienes se unieron durante la guerra representaban casi dos tercios del total de afiliados. Naturalmente, la formación ideológica de los recién admitidos y el trabajo político entre la población se convirtieron en tareas urgentes para el Partido. Sin embargo, las organizaciones del Partido habían relajado su atención al trabajo ideológico. Por ello, el Comité Central tomó varias decisiones para remediar esta situación, lo que resultó en una notable mejora cualitativa.
Una de las tareas ideológicas primordiales era acabar con la influencia fascista en las zonas ocupadas. En Ucrania, Bielorrusia, Besarabia y los países bálticos, se devolvieron a los agricultores las tierras que los nazis habían entregado nuevamente a los terratenientes. Sin embargo, es innegable la existencia de un cierto nacionalismo en estos países. En enero de 1944, el Sóviet Supremo de la URSS, basándose en una decisión tomada por una reunión plenaria del Comité Central del PCUS, promulgó una ley que ampliaba los derechos de las Repúblicas de la Unión en materia de relaciones exteriores y defensa. Los Comisariados del Pueblo para la Defensa y Asuntos Exteriores se reorganizaron, pasando de ser de toda la Unión a Comisariados del Pueblo Republicanos. De este modo, se autorizó a las Repúblicas de la Unión a establecer relaciones directas con estados extranjeros, firmar acuerdos con ellos y establecer unidades militares.
En los últimos suspiros de la guerra, Churchill priorizó que fueran los aliados quienes llegaran primero a Berlín, y posteriormente planteó una eventual invasión a la URSS. Sin embargo, fueron los soviéticos quienes llegaron y remataron al fascismo. En agosto, la URSS declaró la guerra a Japón y venció en Manchuria. Así, contribuyó a la rendición japonesa en septiembre. La Gran Guerra Patria había terminado. La Unión Soviética salvó a la humanidad de la plaga fascista. Se restableció la paz que la clase obrera del mundo ansiaba, pero no la subsiguió una revolución internacional.
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