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2020/09/17

(Traducción)

Las nuevas oportunidades generalmente tienden a ser creadas a través de rupturas; nunca de forma absoluta ni de forma positiva, sino que a partir de la negación de lo dado. De este modo se forma el camino al comunismo, mediante luchas reales, mediante la lucha contra el capitalismo y contra sus formas de expresión, desde la negación y no a través de la mera afirmación de una idea. Por ello también la crítica a la ideología, cuando ésta solo expresa voluntarismo y deja de ser nexo cultural con las luchas reales. Al contrario, la ideología, de ser algo, ha de ser clara y un claro mecanismo de unión a la teoría y al movimiento revolucionario, y no una premisa subjetiva que nuble la realidad. La ideología ha de ser conciencia colectiva arraigada a una nueva cultura de lucha.

Por esa vía ha estado trabajando estos últimos años el Movimiento Socialista de Euskal Herria. Desde el comienzo ha estado reivindicando la necesidad de un nuevo paradigma y para ello ha desarrollado y ofrecido un nuevo marco conceptual. Este marco conceptual ha tenido dos pilares principales: por un lado, una crítica general al sistema capitalista y, por otro lado, una crítica a las formas organizativas históricas  de la clase obrera, y especialmente una crítica a la socialdemocracia y a su  sociología política de clase media. Los dos cometidos han tenido como objetivo avanzar en el camino de la construcción de la independencia política del proletariado, tomando como fundamento su independencia teórica e ideológica. Y las dos se han realizado en el ámbito de la teoría y la organización, tal y  como exige la crítica revolucionaria.

No es de extrañar, por tanto, que también las críticas -y el proceder contrario a la independencia del proletariado- vengan por la misma vía, es decir, por la vía de la teoría y la organización. Hay que decir, sin embargo, que las críticas no siempre se llevan a cabo de forma directa, y que a menudo no se interpela a nadie. A veces hay que recurrir a los programas políticos para darse cuenta de la crítica que los diferentes actores políticos hacen a su tiempo y a sus contemporáneos. Yo así lo he hecho, y especialmente son dos puntos los que han llamado mi atención: la defensa de la unidad y poner como condición indispensable el marco autónomo nacional de la lucha de clases.

La primera queda suficientemente definida una vez se lee la segunda: unidad nacional -o unidad entre clases, sobre el programa nacional. De facto: la negación de la independencia del proletariado y la abolición del programa comunista en beneficio del nacionalismo. Además, la crítica es falsa y su premisa errónea. De hecho, en los últimos años el principio de unidad ha sido ejercido de forma coherente y con resultados positivos por el Movimiento Socialista, precisamente porque ha puesto la independencia del proletariado en el centro de su programa, es decir, porque se ha organizado de acuerdo con el principio que el interclasismo ha caracterizado como ruptura de la unidad y como sectarismo. Ojo: la unidad no es una cuestión de voluntad, sino de estrategia, y cuando se renuncia a la última, la unidad se hace imposible, no es más que papel mojado. Además, en tales situaciones, la unidad se basa en la exclusión de las potencialidades, en fundir al proletariado comunista como sujeto, en beneficio de los intereses de un sujeto que supuestamente es más amplio. Suposición errónea: en la práctica, la unidad consagrada sobre esos principios se ha solido resolver en división.

La segundael marco autónomo de la lucha de clases- ha sido siempre la estrategia interclasista o la línea roja del nacionalismo, y del Movimiento de Liberación Nacional que el Movimiento Socialista ha considerado agotado. Esta teoría política constituye el núcleo del agotamiento de ese movimiento: desplegar esta, comprender aquello. Según esta teoría, las fronteras nacionales aparecen como límites de la expansión de la lucha de clases y la nación/nacionalismo como condición de la lucha de clases. En consecuencia, se impone a la lucha de clases la condición que obstaculiza su expansión, la misma condición que agota la lucha de clases, y se niega al proletariado su universalidad, para seguir siendo la clase de los productores replegados a la nación. Así, la línea roja divide dos bandos: nacionalismo en uno, comunismo en otro.

No corresponde desarrollar aquí la cuestión nacional, ni su forma concretamente resuelta en la comunidad comunista. Basta con decir que Euskal Herria, si va a perdurar, lo hará como consecuencia de la unidad internacional del proletariado, y no limitando la lucha de clases a las fronteras nacionales. Esto es, de ser, la comunidad de los vascos, será resultado de la estrategia comunista a escala planetaria, y no condición de la misma. Cómo se componga tal comunidad, y cuáles sean sus características, se definirá acorde a ese proceso, condicionados por él, y no como condicionante del mismo.

Todas estas cuestiones ya están resueltas, en principio, en la ruptura histórica que caracteriza el surgimiento del Movimiento Socialista. Se trata de desplegar aquello que todavía no es más que una contraposición, y de defender la teoría revolucionaria comunista de todos los ataques revisionistas a su núcleo racional. De esa defensa depende que la independencia del proletariado sea un hecho irreversible, y un arma indestructible en la lucha por el comunismo. No dejemos retroceder todo lo que se ha avanzado.