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2020/07/28

«En la historia de la sociedad dividida en clases, la revolución es un acto de creación política, mientras que la legislación es el vegetar político inerte de la sociedad. La acción legal de la reforma no tiene impulso propio independientemente de la revolución.»

Bolivar Echeverría. 1979.

 Rosa Luxemburgo: espontaneidad revolucionaria e Internacionalismo

 

(Traducción)

Ha sido polémica la acogida en las redes sociales de la entrevista concedida a Angela Davis en el medio de comunicación Russia Today[1]. La histórica militante de las Panteras Negras ha pedido el voto para Joe Biden, candidato del Partido Demócrata, para las elecciones que tendrán lugar en noviembre en Estados Unidos. No es de extrañar el hecho de que haya pedido el voto para ese partido, ya que es sabido que en las elecciones anteriores también llamó a votar a Hillary Clinton. Lo que cabe señalar es la justificación de la que se sirve para pedir estos votos pues, en este caso, aunque explique que Biden es problemático, defiende que es el candidato que se tomará con más seriedad las peticiones de las masas, «Se tratará de elegir un candidato que pueda ser presionado de manera más efectiva»[2]. Cuando pidió el voto a favor de Clinton lo defendió en la misma línea, subrayando que la prioridad era parar a Trump y afirmando que lo que estaba por perder dejaba de lado la posibilidad de no votar. Esto es, apuesta por el mal menor.

El Partido Demócrata no es más que una de las alas que controla todos los aparatos de Estado en beneficio de la clase capitalista en Estados Unidos, y que desde los años 80 ha hecho una clara elección para apropiarse de las nuevas identidades, tratando de demostrar que su política y sus valores se alejan de los del Partido Republicano. Aunque esto le haya dado una apariencia «progre»–con un alto porcentaje de mujeres, afroamericanos y homosexuales entre sus electores-, está claro que se trata de un partido que lleva a cabo una rigurosa defensa del capitalismo y el imperialismo. Eso es lo que convierte al propio Bidens en problemático y lo que Davis ha definido como problema secundario.

Con esta idea no pretendo promover una campaña a favor de la abstención, ya que, tal y como afirmó Aitor Martínez hace unas semanas, «un programa político, por ejemplo, a favor de la abstención, puede ser correcto o equivocado»[3]. Sin embargo, me parece que hay que prestar atención al juicio, las críticas y las peticiones de explicaciones que han surgido en Euskal Herria en el ambiente electoral en contra de quienes deciden no votar ni al mal menor.

Hay quienes equiparan hacer política o participar en ella con votar, y afirman que el que no vota está actuando con irresponsabilidad respecto al futuro. En consecuencia, es evidente la tendencia a criminalizar a quien ha decidido abstenerse, de manera que se muestra su falta de conciencia o falta de interés y seriedad hacia la política como responsable de distintos fenómenos. Esto último se ha materializado esta vez en el hecho de que VOX obtuviera un escaño.

También hay quien entiende la revolución como un suceso que va a caer del cielo, quien, mientras tanto, por el hecho de no perder lo poco que tenemos se ve obligado a votar.  O bien podemos encontrar a quienes sitúan la revolución en un segundo momento o etapa, de manera que, de momento, les es suficiente con la reforma de la estructura social existente. Defienden que el proletariado tiene que seguir comiendo y que son necesarias las reformas legales para mantenerlo en la mejor posición posible, en nombre de un mundo más justo. Por supuesto, la idea de una sociedad más justa, aunque de forma abstracta llame la atención de mucha gente, no supera para nada la raíz del problema y aunque pueda mejorar la situación de una pequeña capa de la clase obrera cuando el contexto lo permite, la vuelta a la inversa es inevitable.

En cambio, lo que caracteriza a estos últimos es su actitud en contra de esos movimientos que trabajan en el proceso de poder que se estructurará realmente en favor de los intereses del proletariado. En muchas ocasiones dejan de lado la propia existencia del movimiento comunista que está dando los primeros pasos en Euskal Herria, mientras que exigen soluciones a todo aquel que se ha posicionado a favor de no votar. Como si las cartas no estuvieran sobre la mesa. En otras ocasiones, aunque admitan su existencia, intentan transmitir que se trata de un movimiento de actitud sectaria, valiéndose de la capacidad cuantitativa del movimiento para sumar fuerzas como excusa para ello.  Mientras tanto, el mal menor pierde todos sus principios, intentando reunir, aunque sea en forma electoral, a un sector cada vez más amplio de la sociedad. No hay más que ver el acuerdo de EH Bildu con Sindicato de Estudiantes. No llevan a cabo un trabajo político para que la gente se una a su programa, sino que es su programa lo que amoldan a la sociedad civil. Así, diseñan una hoja de ruta guiada por lo que está bien visto en la sociedad, a sabiendas de que la conciencia espontánea de la sociedad está conformada por los mecanismos que controla la clase dominante. La visión política queda desterrada por el sentido común de la sociedad.

Es evidente desde hace tiempo que deberíamos de volver a plantear la idea de que el objetivo que tiene cada uno de los movimientos es diferente en sí mismo. Aunque parezca agotador, la idea que dejaron clara hace siglo y medio adquiere de nuevo gran actualidad. Reforma o revolución. Es completamente falsa la idea de que la reforma legal es la revolución prolongada en el tiempo y la revolución una reforma concentrada. La reforma y la revolución difieren en su esencia, no las define su duración. El cambio histórico que se busca por medio del poder político, tiene como objetivo transformar los cambios cuantitativos en una nueva cualidad, es decir, su fin es la transición de un modelo de sociedad a otro. Es por eso por lo que quienes se muestran a favor de las reformas legales no tienen un camino más calmado y largo para llegar a la misma meta, sino que su objetivo es distinto, tan solo buscan cambios cuantitativos en la sociedad actual.

Sin embargo, desde el punto de vista del comunismo, la lucha de clases del proletariado niega la sociedad burguesa en su totalidad, y entiende la política en este sentido. La forma política que se manifiesta en su apariencia, que en su forma más desarrollada se trata del estado democrático burgués, es la simple forma del poder político establecido por la dictadura económica. Y en contraposición a eso se manifiesta la forma política de los comunistas, es decir, la comprensión de la lucha de clases. Por lo tanto, podríamos definir la política como una lucha por construir nuestra forma de poder, con la intención de desmentir la forma «democrática» que esconde esa dominación económica.

Estamos hablando de construir la forma de poder del proletariado o del programa que tiene como objetivo el Estado Socialista. Es un proceso hacia una nueva forma de sociedad que se diferencia esencialmente del capitalismo y que es imprescindiblemente revolucionario. Este entiende el camino hacia el comunismo de una forma gradual, teniendo el Estado Socialista como objetivo estratégico, desarrollando en el día a día la organización de las capacidades que responden a ello. De manera que esa es la táctica que busca mejorar las condiciones para ir ganando posiciones en la lucha de clases, es decir, ir creando condiciones para la unidad organizativa y estratégica de los sectores proletarios.

He ahí una demostración de la distinción que existe entre quienes optan por perfeccionar la democracia en términos reformistas y quienes queremos establecerla en base a principios revolucionarios. Esto no anula el camino de la reforma como forma táctica, pero debemos tener claro que la táctica está definida necesariamente, por un lado, por los principios políticos definidos por el comunismo, y por otro lado, por la realidad histórica que se encuentra en constante cambio. Por lo tanto, deberíamos de dejar de lado la idealización de la acción de votar que Angela Davis ve como un deber necesario y situar el debate donde debe. Antes que dar la centralidad a las opciones que gestionarán de una forma u otra las leyes capitalistas preestablecidas, sería mejor si dedicara la misma fuerza y compromiso a la organización de la fuerza política que opte por superar estas leyes.  Porque el único mal menor que el proletariado puede asumir es el que pueda acarrear un proceso revolucionario