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(Traducción)

Han pasado nueve años desde el 20 de octubre de 2011, es decir, desde el día en el que ETA anunció el cese definitivo de la lucha armada. Me acuerdo bien de aquel día, tanto como del instante en el que supe de la noticia. Aunque en aquel momento no era capaz de comprender la trascendencia de aquella decisión en su totalidad, podía darme cuenta en mi entorno de que se trataba de un hecho de gran relevancia política.

Claro que fue un hecho de relevancia política, aunque sabemos que los procesos sociales y políticos no cambian de un día a otro, ese día se ha convertido en el símbolo que señala la división de dos eras políticas en Euskal Herria: divide, precisamente, la era previa y la posterior a que ETA abandonara su actividad armada, con la transformación del espacio político y la realidad social que ello conlleva.

Según esa división, puede decirse que mi generación y las que le siguen son de la era posterior, no tanto porque nosotros no hayamos conocido la era previa, sino porque el paso a la actividad política lo hemos dado en la era posterior. Es pertinente señalar que, en gran medida, ese paso lo hemos dado también gracias a la gente que ha transmitido el ansia de libertad de las eras anteriores hasta nuestro tiempo.

Nueve años es tiempo suficiente para considerar las consecuencias de una decisión de tal calibre. Está claro que hay muchas cosas que subrayar en el transcurso de estos últimos años. Yo he querido hacer énfasis en dos aspectos que hoy en día son evidentes.

Por un lado, no se ha materializado el escenario que proyectó la organización ETA con el abandono de la actividad armada. De hecho, llamaron a los gobiernos a dialogar y buscar soluciones para gestionar las consecuencias del conflicto, con el objetivo de superar el conflicto armado. Es evidente que eso no ha ocurrido; prueba de ello es que muchos militantes de la organización ETA tengan aun largas condenas por delante. Los militantes que se encuentran en el exilio viven situaciones similares. ¿Cómo es posible que haya cometido un error de previsión y cálculo en un asunto tan fundamental para dicha organización? ¿Qué pudo haber impulsado a la organización armada a pensar que podría suceder lo contrario? Quiero decir, ¿Por qué calculó que los Gobiernos harían algún movimiento con el carácter de semejante concesión política justamente en el momento donde carecen de presión?

Por otro lado, siguen vigentes los fenómenos políticos, culturales y económicos que motivaron a varios jóvenes a crear la organización ETA y han hecho perdurar durante décadas el movimiento político que miles de personas han apoyado. El franquismo llegó a su fin, pero la voluntad y el derecho de fundar el pueblo vasco como comunidad siguen oprimidos por las armas, el euskera sigue subestimado y arrinconado mediante leyes y armas, la opción política de mucha gente es reprimida y perseguida por el carácter autoritario de los estados y, aunque las capacidades productivas de la humanidad hayan aumentado, extensas masas siguen privadas de la posibilidad de una vida de calidad. En ese aspecto la situación no ha cambiado tanto.

Eso en lo que se debe a la que he denominado la era posterior, pero acerca del anterior también sigue habiendo debate, quizá más intenso e importante. Pues no ha pasado ni una década desde que podemos adjetivar como previa la era previa, y la disputa por el discurso sobre aquella era ya está candente. Peor aún, diría que desde más de un lado del debate se fomenta un discurso dogmático y monolítico sobre lo ocurrido. En dos puntos de vista por lo menos, esa tendencia se hace evidente.

Por una parte, desde el punto de vista que podemos denominarla como el de la sociedad civil, el uso de la violencia para la consecución de objetivos políticos está mal (salvo en el caso de los Estados o de las instituciones imperialistas supraestatales), por lo que la organización ETA y el Movimiento de Liberación Nacional Vasco (MLNV) en general han representado al mal, por lo que deben ser negados en su totalidad.

Por otra parte, desde algunos puntos de vista opuestos, con otros fines, pero la historia tiene un tratamiento similar. De hecho, tratan de utilizar la historia de todo un movimiento de masas con el fin de legitimar la práctica política actual. Miran atrás para buscar justificaciones históricas y son quienes leen los libros de historia con el objetivo de tener razón. De este modo, pretenden explicar la evolución de un movimiento muy amplio y variado durante décadas a través de una línea recta trazada en una hoja, ya que su único propósito es escribir su nombre al final de la línea.

Todo aquel que quiera conocer honestamente la historia contemporánea de este país y el intento revolucionario de décadas debería alejarse de estas posiciones. Para hacer un relato sincero sobre este movimiento, son condiciones mínimas prescindir de sentencias morales apriorísticas y ejercicios interesados o partidistas. Porque el análisis de un movimiento político, social, militar y cultural de décadas de esta envergadura tiene que ser necesariamente crítico, es decir, tiene que cuestionar también las tesis que se dan por aceptadas o por acertadas. Sí al menos si de ese estudio o conocimiento se pretende obtener un ejercicio constructivo. Creo que debemos ese ejercicio de respeto a la herencia de décadas de lucha por la libertad.

De esta manera debemos entender las críticas que se han hecho desde un punto de vista comunista en los últimos años y las propuestas políticas innovadoras surgidas al hilo de esas críticas, sobre todo, las críticas y aportaciones al punto de vista estratégico del movimiento de liberación creado bajo la influencia de procesos de descolonización. Es decir, una propuesta política que renuncia a la creación de un frente nacional interclasista y se basa en darle centralidad al proletariado, con el objetivo de construir una organización de clase cada con cada vez mayor incidencia en la vida política, social y económica.

Sin embargo, más allá de ser un ejercicio de respeto, nos resulta absolutamente necesario y por eso es interesante fijarnos en la época anterior desde un punto de vista crítico. De hecho, para los comunistas, el siglo XXI lo podríamos calificar como el momento de la resaca de las derrotas del siglo pasado, y más aún en el caso vasco. Los intentos revolucionarios del siglo pasado han fracasado y a nivel global nos encontramos sin un país de referencia o al menos de protección, sin una organización internacional y fuerte como clase y lo peor de todo, sin una fuerte estrategia revolucionaria. Esta situación nos obliga necesariamente a revisar críticamente el pasado y a reinventar la práctica política, es decir, a identificar los errores y empezar de nuevo. Más aún hoy en día en Euskal Herria, en un momento en el que la derrota de un intento revolucionario es tan actual.

Pero la aceptación de la derrota no hay que confundirlo con la resignación, no es más que un paso obligado para poder asumir la realidad e incidir en ella con eficacia. Es cierto que no es una situación fácil para el comunismo y el proletariado, sobre todo porque el comunismo no existe como agente político y fuerza social, lo que hace que el proletariado esté desprotegido de todo tipo de políticas abusivas de la burguesía. Eso no significa que se trate de un fracaso definitivo. Al contrario, hay motivos para mirar al futuro con esperanza, cada vez somos más los que, reforzando la organización de clase, apostamos por el socialismo y estamos contribuyendo a la construcción de un nuevo intento revolucionario.