ACTUALIDAD EDITORIAL IKUSPUNTUA CIENCIA OBRERA COLABORACIONES AGENDA GEDAR TB ARTEKA
2020/06/23

(Traducción)

El asesinato de un hombre negro por parte de la policía en Estados Unidos es uno de los temas que está llenando los informativos en las últimas semanas. Como respuesta a estos sucesos, hemos podido ver múltiples movilizaciones en diferentes rincones de todo el mundo. También en este periódico, la semana pasada pudimos leer el texto de coyuntura escrito por Manex Gurrutxaga[1], donde recoge las líneas generales del movimiento que se ha desarrollado en contra del racismo y las limitaciones que puede tener. De esta forma, el siguiente texto tiene como intención realizar su aportación a esta hipótesis.

Ante todo esto, la mayoría de los movimientos de «izquierdas» de todo el mundo han puesto su mirada sobre Estados Unidos. Han sido notables, por un lado, aquellos que idolatran el romanticismo insurreccionalista del movimiento espontáneo, que hipnotizados por la radicalidad de las formas del movimiento, han tenido dificultades para realizar análisis que vayan más allá. Por otro lado, teniendo en cuenta que se trata de un movimiento que se sitúa en la distancia y que no tiene un contenido de clase claro, los socialdemócratas se han unido sin ningún tipo de análisis crítico a clamores como #BlackLivesMatter o #ICantBreathe que se han elevado en las redes sociales. Está claro que las posiciones de la derecha más reaccionaria no merecen ni mención.

Desde una perspectiva de clase, sin embargo, ha quedado claro que lo que hay que analizar es la función estructural que se esconde detrás de todas las formas que puede adoptar la opresión de clase, si es que tenemos como objetivo cambiar la situación actual. En este sentido, no han sido pocos los intentos realizados por el movimiento obrero a lo largo de la historia para tratar estos temas. Sin embargo, la importancia adquirida por las teorías (post) estructuralistas desarrolladas en la academia en las últimas décadas han tenido, entre otros factores, la clara intención de desterrar al marxismo como ciencia, lo cual ha influido notablemente en el contexto político. Pero en contra de los deseos de algunos, fruto de las nuevas formas de circulación del capital de las últimas décadas, en Euskal Herria (también) se está recuperando la línea comunista, junto con los procesos de aprendizaje y análisis que ello exige. Al respecto, podríamos afirmar que las opresiones hacen referencia a manifestaciones concretas de la subordinación de clase. Es decir, esta forma de dominación aparece subordinada a la relación de capital que articula y garantiza el poder burgués, siendo necesaria para la acumulación ilimitada de capital en la forma concreta de la devaluación de la fuerza de trabajo. En cambio, las ideologías y formas culturales que acarrea, materializan las opresiones en diversos fenómenos.

En este caso, el capitalismo se ha manifestado en su faceta racista, pero este es tan sólo uno de los disfraces que reviste al proletariado. Y es que, si reparamos en la historia, podremos ver claramente que la cuestión de la raza se encuentra continuamente unida a una necesidad económica. Esto es, no podríamos comprender la creación y el desarrollo de la sociedad capitalista y de la burguesía sin comprender la violencia, la colonización y la esclavitud sobre la que se crearon. La mano de obra de África y América fue un recurso necesario para la acumulación originaria del capital. La división social del trabajo tuvo como consecuencia un desarrollo de la producción, que exigía una gran cantidad de trabajo, de manera que, en este caso, encontraron la fuerza de trabajo necesaria en la figura de los negros, precisamente en su esclavitud. Por tanto, la violencia esclavista fue creada por la necesidad económica de explotación. Como siempre de la mano de una ideología dominante que intentaba justificar la esclavitud.

En los Estados Unidos de América la situación fue especialmente peculiar, ya que mientras la esclavitud de los negros se instaló en el sur del país, el inicio del desarrollo industrial en el norte implicaba que se mantuvieran dos formas económicas contradictorias. La guerra entre ellas dos era previsible, en tanto que la esclavitud obstaculizaba el desarrollo del capitalismo. En 1861, Lincoln, debido a la necesidad de que el desarrollo del capitalismo venciera frente a la esclavitud, introdujo en su programa la abolición de la esclavitud, haciendo así que los esclavos negros se unieran a los ejércitos del norte. Una vez acelerado el ritmo revolucionario, la burguesía del norte, impulsada por amplias masas, ocupo el sur. Se les concedieron ciertos derechos a los esclavos negros y se implantaron las relaciones capitalistas. Sin embargo, una vez conseguido esto, vieron peligrar sus privilegios: el miedo generado por la crisis de 1873, la rebelión obrera del norte y la posibilidad de alianzas entre blancos y negros pobres, hizo que se preparase el comienzo de la contrarrevolución. Todo ello pudo desarrollarse ligado a una campaña racista que mantuviera separadas las masas del proletariado y justificara la represión, incorporando dentro de la clase trabajadora la ideología racista, prevaleciendo el privilegio étnico sobre su condición de clase.

Con ello, queda claro la determinación de clase que hay detrás del racismo o, en concreto, la inseparable relación de esta opresión con el sistema capitalista. Una célebre frase de Marx[2] nos indicaba hace tiempo que la esclavitud misma sólo se debía a una condición concreta, a la necesidad de explotación. El desarrollo del capitalismo no ha superado la opresión y contrariamente, lo ha reformulado en base a las necesidades de acumulación de cada momento.

Sin embargo, como consecuencia de estos hechos históricos, la larga historia del movimiento negro que ha perdurado hasta hoy no se ha basado en todo momento en una perspectiva de clase. El movimiento se ha ido estructurando en base al contexto, las condiciones históricas y los diferentes intereses de clase, conformando un amplio abanico de visiones políticas respecto a la cuestión: los nacionalismos negros, las posiciones desarrolladas en el CPUSA por recomendación del Comitern[3], el movimiento de masas nacido del movimiento estudiantil en los años 60, la creación de las Panteras Negras o los movimientos a favor de los derechos civiles de los afroamericanos, entre otros.

A falta del proceso de estudio que requeriría una valoración profunda de estos, tan solo me gustaría subrayar que la limitación derivada de la descomposición de la ideología proletaria en el movimiento obrero desde los años 60 es evidente: los movimientos que no han sido marcados por la huella de clase del proletariado revolucionario, no han tenido capacidad para superar el marco social en el que vivimos actualmente. Podríamos hacer la misma reflexión en torno a las experiencias de los diferentes movimientos espontáneos o estallidos sociales de los últimos años: aunque las masas hayan demostrado tener la capacidad de explotar violentamente sin ayuda de nadie, hasta las explosiones sociales más violentas han demostrado una y otra vez la incapacidad de poner bajo amenaza el orden social capitalista, ya que siempre acaban encontrando una nueva estabilidad provisional.

Todas estas experiencias son precedentes de lo que va a pasar en Estados Unidos. Es más, estamos viendo claramente que, tratándose de un movimiento que carece de una línea ideológica definida, muestra la imposibilidad de llevar a cabo un análisis apropiado de la situación y desarrollar un programa y una posición política revolucionaria para responder a ella. Un claro ejemplo ha sido la posibilidad que ha tenido la policía de tener gestos de «solidaridad» con los manifestantes, a falta de una lectura sobre la función estructural que cumplen las fuerzas policiales, han prevalecido los análisis realizados desde un punto de vista moral, permitiendo las alianzas entre los manifestantes y la policía y considerando como ejemplar la actitud de algunos policías. Es más, los intentos de capitalizar el propio movimiento están siendo evidentes, entre ellos, el caso de algunas multinacionales que se han sumado a las reivindicaciones.[4]

Es evidente que la clase dominante tiene la necesidad y la capacidad de apropiarse de cualquier reivindicación que se convierta en movimiento de masas. Esto no resta legitimidad al movimiento espontáneo, pero nos indica que el capital es capaz de asimilar todo aquello que no lo cuestione en su totalidad. También en el caso del racismo, es la función que este desempeña en la articulación del poder burgués la que lo mantiene en el tiempo. Por tanto, la cuestión racial no puede ser superada por un capitalismo basado en el poder de los negros. Al revés, solo la organización social en la que las opresiones no cumplan ninguna función puede garantizar la igualdad de oportunidades entre diferentes. Sin embargo, a falta de un Partido Comunista, el proletariado no puede actuar con independencia de clase, y en consecuencia lo que estamos viendo de momento es un movimiento que puede ser asumido en cualquier momento por una de las fracciones de la clase dominante.