2019/07/01
Sucedió en Twitter. La mayoría en Vasconia no se percató, menos los cuatro gatos que andamos preocupados en estas “frikadas”. Un político bosnio llamado Reuf Bajrović, nacionalista bosnio para más señas, exministro –dejaremos para debatir otro día su grado de responsabilidad en la catastrófica situación económico-infraestructural de aquel país balcánico- detonó la trifulca: afirmó que el corazón de la resistencia partisana en Yugoslavia fueron Bosnia y Croacia, mientras que Serbia fue “chetnik”, por tanto “colaboracionista”: “Desde que en diciembre de 1941 cayó la República de Užice[1] hasta la ofensiva de 1944 allí no hubo ni partisanos ni acciones de resistencia partisana”.
Claro que ello le trajo ásperas respuestas (incluida la mía). Al fin y al cabo, lo que Bajrović vino a decir fue “nosotros somos mejores”, pero como eso no se puede decir, dice “nosotros fuimos más antifascistas”, como si el antifascismo fuesen puntos para avanzar en el medallero de una competición olímpica entre naciones. Entre sus críticos, hubo muchos quienes le recordaron la composición étnica de los partisanos –mayoría serbia, reconocida por el mismo Tito-, otros que los nazis y sus colaboradores mataron a cientos de miles de serbios por razón de nacionalidad, algo que no casa con la imagen que Bajrović pretendió mostrar. Otros en cambio, le inquirieron que si tanto se preocupa del colaboracionismo puntual de otros –chetniks serbios en este caso- podría haber hablado del apoyo y adhesión de las élites nacionales y culturales de los bosniacos/musulmanes a los ustaše… Bajrović seguidamente suavizó lo dicho inicialmente: no quería decir que todos los serbios fuesen colaboracionistas ni quería negar el papel que “los serbios de Bosnia” tuvieron en la resistencia, pero afirmó que “geográficamente”, el “puntal de la resistencia” fue Bosnia. Claro que no mencionó las circunstancias que llevaron a ello –entre ellos, el movimiento de los partisanos de Serbia a Bosnia en 1942, para evitar el círculo de los alemanes-; ni siquiera se acordó de lo que dijo Tito el Día de la Victoria: “Comenzamos en Šumadija [2], los campesinos šumadijos fueron los primeros en alistarse en nuestro movimiento”.
El revisionismo tiene muchas caras: una de ellas es mentir y otra, muy tentadora para quien es hábil es estas lides, apoyarse en datos ciertos para desvirtuar las razones y causas de acontecimientos o procesos pasados o para ajustar el pasado a necesidades presentes. En este caso, Bajrović (también algunos de sus críticos, con otro color) quiso utilizar el antifascismo de los partisanos como justificantes de una causa nacional propia, atribuirles a ellos su opinión presente. Ya dijo Benedict Anderson que es más fácil nacionalizar a los muertos que a los vivos y Bajrović ya sabe que ni Tito ni ningún partisano, sea de la etnia que sea, se levantará de su tumba para refutarle.
Muchos os preguntaréis que por qué viene ahora ese pesado del chetnik Mihailović a contar cosas de los Balcanes que a nadie interesan. Pero este tema no es solamente sobre los Balcanes. Hoy en día está muy mal visto ser “nacionalista”. Nadie, ni en la izquierda, ni en la derecha, ni en Vasconia, ni en España se tiene así mismo como “nacionalista” (quizá con la excepción del PNV, Partido Nacionalista Vasco). Y aún menos como “chovinista”: todos somos “patriotas” (“abertzales”). Alguien dijo que “el patriotismo es amor por el propio país, el nacionalismo el odio por el país del otro”[3]. Pronunció esa frase tan nacionalista y todos le creímos: los nacionalistas siempre son los otros, nosotros no, nosotros somos “patriotas” (o “abertzales”). Albert Rivera es patriota, no nacionalista, aunque denuncia repetidamente que “la nación ha desertado de Cataluña”. Pero su nación es “natural”, se reivindica con “normalidad”, no como las de los demás, que parece que sólo se puede reivindicar mediante la exaltación. Reuf Bajrović, por supuesto que también es patriota, un patriota cívico. Él sólo quiere que Bosnia sea un “Estado cívico unitario por encima de las etnias”; los nacionalistas están en otro lugar, en Belgrado o en el “separatismo étnico” de la Republica Srpska. Por eso le parece normal convertir a los partisanos, o a su recuerdo, en combatientes metahistóricos de su nación, porque a fin de cuentas pretende identificar una causa universal con la nación.
Michael Billig dijo que el patriotismo y el nacionalismo no se distinguen tan fácilmente, normalmente quienes más sentimientos patrióticos –“positivos”- suelen mostrar son los más proclives a exaltar los sentimientos nacionalistas “negativos”. Está claro que ni Rivera ni Bajrović han leído a Billig.
También sucede con los marxistas. Más allá de las condenas generales y grandes frases, el tema ha sido mucho más complejo y poroso para nosotros. El marxista británico Tom Nairn ya dijo que la cuestión nacional era el punto débil del marxismo, que no había sido capaz de definir o caracterizar esta cuestión de modo consensuado, de una vez para siempre. Y tiene razón, sólo hace falta comprobar las discusiones que genera esta cuestión, comenzando por la falta de una “definición objetiva” de la nación, o de un consenso para aceptar una definición en ese sentido. Stalin intentsó estableces unas condiciones objetivas materiales, pero seguidamente estas condiciones pasaron a ser objeto de eterna controversia sobre a qué pueblo o colectividad se le pueden aplicar, o si X las cumple pero Y no (y normalmente, en las discusiones, ocurre a menudo que el participante anteponga sus propios sentimientos nacionales o que trate de adaptar el marco teórico a ellos. El ponente marxista a menudo no consigue librarse del vicio del deseo: vuelta a la casilla inicial de este artículo).
Dentro del marxismo siempre se ha tenido el nacionalismo como un error (“interclasista”, “Pequeñoburgués”…); el mismo Lenin, cuando defendía el derecho de autodeterminación en los países que no son colonias lo hacía como instrumento contra el nacionalismo: el objetivo no era construir naciones “en positivo”, sino garantizar la igualdad nacional y amortiguar los choques nacionales; la igualdad nacional iba a traer la unidad proletaria. Pero de cuando en cuando se reivindica el patriotismo, para frenar al fascismo (los frentes populares –incluyendo los partisanos yugoslavos con los que hemos empezado este artículo-, la Unión Soviética en la Gran Guerra Patria, etcétera) o en las colonias (Lenin estableció como condición su “necesaria e inmediata liberación”). Resumiendo, el nacionalismo se ha tenido como burgués, chovinista, egoísta y divisor de los obreros; y el patriotismo como proletario, antiimperialista o anticolonial, sano y compatible con el internacionalismo. El problema es que en casos debatibles, las fronteras entre el patriotismo y el nacionalismo son como las de la playa y el mar; que no hay un sitio concreto donde ponerlas o que nadie ha conseguido situar tal frontera: (casi) siempre aparece alguien que toma por “nacionalismo” el patriotismo o la reivindicación por el derecho de autodeterminación del “otro”; al tiempo que está presto a suavizar su nacionalismo como “patriotismo” apelando a las “condiciones objetivas”. A menudo el marxismo o los marxistas han sido incapaces de superar el paradigma de Billig.
Vengamos a un caso cercano. Muchas veces hemos visto en la izquierda española (o mejor dicho, en una parte de ésta) mirar con desconfianza o negarse a debatir las reivindicaciones de las diferentes naciones, como si tratar estas fuese “nacionalista” –por tanto, se abre una puerta a tener el marco propio como “natural” y la defensa del mismo como “patriotismo”-. Una corriente que ha aparecido recientemente va mucho más lejos, hasta el punto de justificar el Imperio Español como “progresista” (la definen como “Imperio generador”, en un supuesto antagonismo con los “imperios depredadores”); esto es, la crítica al colonialismo y al imperialismo encuentra su límite en la nación propia, que se ve como “natural” e incluso como “progresista” per se. En este caso no es sólo que se “nacionalice” una causa del pasado, sino que el pasado nacional se “proyecta” como progresista hacia el presente. El esquema de Reuf Bajrović, lo nuestro es “mejor” o “más progresista” en doble dirección: pero a diferencia de aquel, justificado desde y en nombre del marxismo. Y una vez que se da ese paso, no hay barrera para justificar lo siguiente, por ejemplo, para arremeter en nombre de la “nación política” contra cualquier elemento heterogéneo (“naciones culturales”) o sus características, por ejemplo, contra el euskara, o para pedir el aumento de la represión de ciertos movimientos políticos. En último término, esa identificación entre la nación y el progresismo –por encima de cualquier circunstancia, contradicción dialéctica o fenómeno histórico- es la excusa perfecta para convertirse en la “guardia roja” (¿o blanca?) del nacionalismo reaccionario de Estado; ya que sin ninguna estrategia para organizar al proletariado en la conquista del poder, el único programa es el aumento de la represión frente a los “separatistas” o “enemigos de la nación” (caracterizados de “reaccionarios”; ya que “nuestra nación” ha sido identificada como progresista), y al fin del trayecto, actuar de subordinados de la policía y los jueces (eso sí, aliñado con un poco de folklore keynesiano-sindical).
Pero vengamos a nuestro caso. En el caso anterior nos es fácil detectar el nacionalismo. ¿Pero en nuestro caso? ¿Acaso a los vascos no nos visita Reuf Bajrović a menudo? En el Gazte Sozialisten Topagunea celebrado en junio en Azpeitia se mencionó este tema, cuando tocaron el tema del proceso socialista en el País Vasco. Allí, en una charla, definieron el nacionalismo como el deseo de “limitar la lucha política a un marco nacional”, esto es, la subordinación de la lucha obrera o la lucha de clases a un marco nacional. Esto es, relegar la lucha obrera a objetivos interclasistas que se justifican como nacionales. ¿Ocurre esto en el País Vasco?
Claro que en una colonia queda claro el entrelazamiento de ambas luchas, pero el País Vasco no es una colonia, su estructura económica no es el de una colonia, por tanto, la lucha nacional (o identificación nacional) no se corresponde con clases sociales concretas. No hay “clases nacionales” en Vasconia (Krutwig intentó teorizar algo parecido y no pudo). En una época, cuando la identidad vasca estaba proscrita, ETA (durante muchos años fue esta organización, tanto el “tronco principal” como su escisiones, quien socializó las principales innovaciones ideológicas) formuló el sujeto del “Pueblo Trabajador Vasco”. En tiempos de la reforma del régimen se popularizó otra ley: “La independencia y el socialismo son las dos caras de la misma moneda”. En aquellos tiempos en que la reforma era el programa de la burguesía franquista, dicha frase fue aceptada con naturalidad. Pero la reforma se impuso, y consiguió “cooptar” la identidad vasca –con esto no quiero decir que las reivindicaciones políticas de la nación vasca fuesen aceptadas-, como lo hubiese hecho cualquier otro Estado europeo –opresor en tanto que burgués-.
Así pues, ¿cómo queda “la ley de la moneda”? Durante años se buscó la “ruptura”, intentando aunar masas en torno a programas mínimos o coaliciones interclasistas en torno a dicha “ruptura”. Sin embargo, al paso del tiempo, la tendencia era ir reduciendo las condiciones mínimas, ya que la fuerza para mantener el pulso era cada vez menor. Y por otro lado, tras la caída del “socialismo real”, la definición “socialista” fue perdiendo fuerza tanto en el carácter del mismo movimiento, tanto como al definir la ideología “aglutinadora” de cara al esquema “ruptura-negociación”, como al definir el “programa mínimo” –cada vez más se acentuaba el frente nacional, y cada vez menos la lucha de clases-. En una mesa redonda recientemente celebrada en Gernika, se dijo que ello era consecuencia del desplazamiento de la hegemonía dentro de la coalición interclasista del proletariado a las manos de la pequeña burguesía. De “independencia y socialismo” pasamos a pensar “independencia y después socialismo” (no entraré a discutir si las raíces de esta transformación, ya que el debate daría para largo).
Esa moneda de dos caras está totalmente decantada hacia una. Hoy en día se toma como confrontación principal la nacional, y el socialismo la “justicia social” (¿hay una definición clara sobre esto o cada uno puede tener la suya? Es clarificador también esto) queda como parte del programa para construir un nuevo Estado nacional, como si fuese una “opción”. Kolitza, en un artículo planteó lo contrario, tomar la liberación nacional vasca como parte del programa de la revolución socialista, y tuvo que hacer frente a fuertes críticas. Lo que Kolitza hizo fue invertir la formulación actual de “ley de la moneda”, subordinar una cara a la otra, o un particular (la cuestión nacional) a lo total (construcción del socialismo) –de la manera inversa a sus críticos-.
Podemos preguntarnos si los críticos de Kolitza se han cuestionado alguna vez en qué medida puede ayudar al socialismo la creación de un Estado dentro de la Unión Europea. Volvamos a Azpeitia: allí definieron como nacionalismo la subordinación de la lucha de clases a un marco nacional. Últimamente se oye frecuentemente la frase de que “en Euskal Herria la lucha de clases toma la forma de lucha nacional”. Alguien puede decir que eso es “independentismo” o “abertzalismo” (“patriotismo”) y no nacionalismo, ya se se encuadra en un “Proyecto solidario” –internacionalista, feminista, etcétera-. Pero esta manera de razonar tiene un peligro: si la independencia, esto es, un objetivo nacional, es per se puente, o es más, una precondición para el socialismo, entonces podemos llegar a abandonar, a cancelar aquí y ahora toda estrategia o programa para el socialismo, ya que el socialismo se ha identificado con la “lucha nacional” [4]. Y aquí podemos decir que nosotros somos “abertzales” (“patriotas”). Pero seguro que llamaríamos “nacionalista” si este mismo esquema lo aplicase otra gente para otra nación.
En el País Vasco, ese mecanismo dialéctico-ideológico, la presunción de que un Estado Vasco pos sí mismo trae el socialismo se ha justificado con todo un “imaginario progresista”, que no envidia a ningún imaginario nacionalista de cualquier otra nación; esto es, los vascos por sí somos progresistas o resistentes al capitalismo: “¿Conocéis algún pueblo tan movilizado, militante, con esta escena alternativa, comunitario como el nuestro? No lo hay”. Y claro, este tipo de afirmaciones tienen la otra parte: si lo nuestro es de por sí progresista, lo de los demás tiene que ser de por sí reaccionario o conservador, por ejemplo se dice que España es “irreformable” (¿En cualquier circunstancia? ¿También si el País Vasco se autodetermina o se independiza seguiría siendo irreformable? ¿No podrá haber nunca socialismo allí?). Todavía más, una intelectual orgánica de la burguesía progresista vasca utiliza palabras de desprecio como “Españistán” o tilda al proletariado de allí como “reaccionario”: quien quiera engañarse viendo “Internacionalismo” allí puede hacerlo. En ciertos análisis también aparecen unos tics de ese tipo, por ejemplo “el PNV es un partido español porque es burgués”, como si una cosa y la otra fuesen lo mismo, o como si ser más independentista hace ser más antiburgués (el proceso de Cataluña muestra que no tiene que ser así, la antigua derecha autonomista se ha convertido en independentista defendiendo los mismos intereses de clase). Este tipo de razonamientos se desarrollan suelen desarrollar para justificar una creencia propia: que “la independencia trae el socialismo”.
Si creemos en ese tipo de esquemas, entonces tenemos camino libre para hacer unas lecturas ahistóricas (pretendidamente progresistas) de algunos fenómenos “nacionales”: muchas veces hemos leído reinterpretaciones del Reino de Navarra que la ponían como “progresista” o decir que la defensa de los comunes del carlismo fue casi “revolucionario” (es algo típico de los movimientos antiliberales o antimodernos del XIX). Hace poco, con objeto de un trabajo de historia que yo realicé, alguien me respondió que no podía haber sectores autóctonos franquistas en el País Vasco porque “los vascos resistimos y sufrimos represión” (¿en otros sitios no acaso? Pero se da por hecho que en otros lugares sí que había sectores franquistas…); como si el País Vasco fuese “resistente de por sí” y hubiese que aferrarse a dicha imagen. O el último símbolo ideológico, el auzolan, que se interpreta como una suerte de “rasgo de la identidad comunitaria-socialista de los vascos” (quien piense que es algo propio, que sepa que hablamos de una institución que existió en toda Europa bajo otros nombres). Sí, Reuf Bajrović también nos visita a menudo a los vascos.
[1] La República de Užice, fue la estructura administrativa partisana de tipo socialista que los partisanos yugoslavos establecieron en verano de 1941 en los territorios liberados en el Oeste de Serbia, en la ciudad de Užice y su comarca. Esta República duró hasta 1941, cuando los alemanes reocuparon la zona.
[2] Šumadija: Comarca del centro de Serbia, se puede traducir como “Comarca de Bosques” o “Tierra de Bosques” (šuma = “bosque”).
[3] Esta frase se le ha atribuido tanto a George Orwell como a Charles De Gaulle, pero no he podido confirmarlo. Puede ser que en realidad no lo dijese ninguno de ellos pero que con objeto de darle mayor realces que haya puesto en boca de una “autoridad”.
[4] Sobre esto, en el contexto de Cataluña y desde otra ideología, desde el feminismo radical, ha escrito Briigitte Vasallo: Pàtria del meu cor.