Ha pasado casi un mes desde que se realizó el Topagune Socialista. Por ello, he visto necesario, por un lado, dar unos breves apuntes acerca de la criminalización juvenil y, por otro lado, explicar la necesidad de entender el proceso socialista desde la totalidad.
Tenemos que situar este Topagune en el contexto de la pandemia, específicamente en la gestión que se le ha dado a esta, en la cual hemos visto y padecido cómo los derechos civiles y políticos del proletariado eran suprimidos y con ello la de las organizaciones que orbitan fuera de las instituciones burguesas. Los últimos meses, la juventud proletaria ha sido foco mediático, ya que la burguesía a través de sus aparatos ideológicos ha buscado generar una opinión común criminalizadora a este sector de la población; en pocas palabras, la incapacidad que tiene la burguesía de gestionar esta y cualquier pandemia tanto por medios privados como públicos, en definitiva por medios burgueses, se ha traducido en represión, histeria generalizada, señalamiento… Estos discursos no pueden ser ajenos a la lucha de clases y por ello no debería sorprendernos que Naiz, en su papel de propagandista pequeñoburgués, publique artículos en los que se criminalice a la juventud proletaria, artículos en los que se ensalza la necesidad de «marcar límites a la juventud», «ejercer presión social de condena y denunciar lo que es socialmente reprobable». (1)
En multitud de ocasiones, como en este caso, se le achaca a la juventud proletaria «que no se organiza». Un juicio que se basa en una simple abstracción moralista haciendo creer que cualquier tipo de organización está encaminada hacia la emancipación de la clase trabajadora. Por tanto, debemos señalar que en el imaginario colectivo de estos discursos se escuda la defensa de los movimientos sociales que son perfectamente asumibles en las relaciones sociales capitalistas, como Fridays for Future, y no en la lucha por la superación de clases, en la lucha previa, atendiendo a la correlación de fuerzas frente a la burguesía, donde el proletariado haga suyo el proyecto comunista.
Por otro lado, podemos encontrar la solución que da la socialdemocracia en el artículo de Alberto Matxain «Tensión intergeneracional». (2) Aquí se aboga por la necesidad de la conciliación de clases, siendo los representantes (gobernantes) del aparato estatal burgués los que deben ejercer esa conciliación, dejando al aparato represivo, en la medida de lo posible, a un lado. Es decir, buscar una conciliación de clases entre la pequeña burguesía y el proletariado (en este caso juvenil) –cosa imposible (3)– para así haciendo gala de la buena o mala voluntad de los gobernantes no tener que recurrir a la represión. Lo que se esconde detrás de esto es la defensa de un proyecto político socialdemócrata que se articula en los márgenes de los intereses de la democracia burguesa –dictadura del capital–al igual que un intento de ocultar la esencia represiva de los aparatos coercitivos y la defensa de una neutralidad inexistente del Estado Burgués.
Junto a esto hemos visto que la progresiva concentración del capital y las crisis capitalistas agravan la proletarización, lo cual conlleva que el proletariado aumente cuantitativamente. La solución económica que se le da a la crisis no es otra que un aumento en la explotación del proletariado en una ofensiva política burguesa y que la pauperización de las condiciones de vida no conlleve a una organización por la transformación social radica en la crisis ideológica revolucionaria que padece el proletariado internacionalmente. Es decir, predomina la cosmovisión burguesa en el seno del proletariado.
En cuanto a la solución a esto, muchos sectores de la sociedad intentan enfocar la solución en lo inmediato. Por eso, intentaré dar unos apuntes acerca del quehacer inmediato y dar una argumentación de qué se entiende por tareas inmediatas y en qué se diferencia con la concepción burguesa de inmediatez. Observando como la diferencia antagónica de objetivos, conlleva necesariamente una serie de diferencias en la táctica y el análisis político para la consecución de estos.
Por un lado, la socialdemocracia marca en su agenda política el principio de inmediatez burgués en dos aspectos fundamentales: sindicalismo, ligándolo a lo económico, y movimientos sociales, ligándolos a parcialidades. (1) Este sindicalismo se basa en adentrarse en el movimiento obrero priorizando participar y atajar (relativamente y en medida que haya una presión espontánea suficiente) los problemas de la clase trabajadora partiendo de su situación concreta y coyuntural. Se busca, participando en la espontaneidad de las masas, un respaldo de estas para el objetivo parlamentarista. Por ello, la socialdemocracia, en su fetichismo empresarial, enfoca la solución del problema en el individualismo del salario de los trabajadores, en la redistribución de la riqueza, haciendo gala de su legitimación al orden social burgués y su posición en este.
Por otro lado (2), la socialdemocracia también asocia lo inmediato con las luchas parciales dentro del marco capitalista. Estas están representadas en los movimientos sociales y, en el mejor de los casos, buscan la conquista progresiva de reformas. Así, al no tener potencialidad para transformar la realidad, conlleva que jueguen un papel determinante, ya que son la correa de transmisión de la ideología burguesa en el movimiento obrero más radicalizado. Esto contribuye a que dentro del proletariado impere la «falsa consciencia» (4); es decir, la adopción de la visión del mundo que no satisface sus intereses reales, a saber, sus intereses de clase. La disociación entre ser y la conciencia del «quehacer histórico», que por lo tanto satisface los intereses de la clase burguesa.
De aquí no se concluye que no existan estratificaciones y diferenciaciones objetivas en la clase trabajadora. La cuestión que se plantea es la de saber –como decía Lukács– si estas diferenciaciones son bastante fuertes para producir una irreconciliación en el interior de los intereses del conjunto de la clase. Se trata de saber aquí si hay una acción de freno que haga que la conciencia revolucionaria no se desarrolle. Por lo que la cuestión no radica únicamente en identificar que la juventud proletaria cumple un funcionamiento concreto en el sistema capitalista y que se diferencia de otros sujetos, sino en que táctica y estrategia llevar a cabo para que el proletariado juvenil vea en el socialismo la única solución a sus problemas. Y se puede utilizar estas particularidades o bien para intereses burgueses revisionando el marxismo (como los muchos marxismos en Marx de Yolanda Díaz (5)) o bien ligando esa problemática al programa comunista, a confrontar la totalidad que supone la realidad histórica del capital.
Encontramos así en el oportunismo la teoría de la «igualdad de derechos» y la «acción paralela» (7). Es decir, la socialdemocracia pregona e intenta hacer creer en apariencia que, en este caso, la problemática juvenil debe abordarse aisladamente, autónomamente, ya que la juventud tiene características propias en el sistema capitalista. Por ello justifican que esa lucha concreta de la problemática juvenil se debe abordar desde su individualidad, con apoyo de otros movimientos que aborden su problemática autónomamente. Pero, en realidad, siendo los movimientos sociales el apoyo de base del reformismo, los usan de correa de transmisión ideológica en la que estas organizaciones y movimientos sociales se subordinan al Partido reformista pequeñoburgués.
Como resumen, es cierto que dentro de la clase trabajadora existen estratificaciones y diferenciaciones. Estas estratificaciones crean el caldo de cultivo para que esas diferenciaciones se autonomicen y se burocraticen, dicho de otra manera, la clase media –como bloque político– orienta a las masas a la parcialización de la clase trabajadora creando sujetos diferenciados entre sí (en cuanto a medio político para fines electoralistas), por lo que esta estratificación ejerce una acción de freno reaccionaria, ya que desarrollan la falsa idea de poder resolver los problemas en las relaciones sociales capitalistas, ya sea cambiando la ley, consiguiendo más votos en el parlamento o con una mayor afiliación en el sindicato burgués.
Mientras la cosmovisión burguesa impere dentro del proletariado, la «falsa consciencia», es decir, (6) la imposibilidad objetiva de intervenir en la marcha de la historia, será la guía ideológica del proletariado, y, con ello, también la creencia de que las formas de la libertad están representadas por las organizaciones que orbitan en la legitimación de las relaciones sociales capitalistas, directa o indirectamente. Es decir, un modo de alienación en el cual el proletariado no vele por sus verdaderos intereses.
Partiendo de que la táctica de los oportunistas se basa en el «realismo político burgués», reduciendo las exigencias coyunturales de la clase trabajadora a un practicismo encaminado a la lucha parlamentaria, y con esto a renunciar de los principios marxistas, el movimiento socialista debe mantener la dialéctica entre el objetivo final con las exigencias concretas en cada marco de actuación. Que el «quehacer inmediato» no se reduzca a ser un mero objetivo, sino un medio para la acumulación de fuerzas comunista que esté orientado a la ideologización marxista en diferentes frentes como paso previo a la creación del Partido Comunista. Por ello, para que las tareas inmediatas no embriaguen el contenido del objetivo final, es de vital importancia la independencia política (ideológica y organizativa). O dicho de otro modo, la unidad de acción en base al objetivo común mencionado anteriormente.
Por último, me gustaría añadir que averiguar y saber aprovechar cuáles son los momentos que permiten una orientación, el conocimiento correcto, por parte del proletariado, de su propia situación histórica es un factor de primera importancia. El Topagune Socialista ha sido una demostración de la necesidad de esta independencia organizativa, para poder guiar ideológicamente y visibilizar la importancia y vigencia que tiene el programa comunista internacionalmente.
(1). Ruiz, G. (2021). Botellon, colocón o revolución. https://www.naiz.eus/eu/iritzia/articulos/el-botellon-colocon-o-revolucion
(2) Matxain, A. (2021). Tensión intergeneracional. https://www.naiz.eus/es/info/noticia/20211004/tension-intergeneracional
(3) Lenin, V. (1917) Estado y revolución.
https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/estyrev/
La vigencia de este texto y la correlación con el artículo radica en la comprensión de que el Estado es producto del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase, en definitiva, un órgano de dominación de clase que no actúa como un agente neutral. Y por ello los reformistas niegan este carácter y creen que una reconciliación de las clases antagónicas es posible.
(4) Engels, F. (1893). Carta a F. Mehring https://www.marxists.org/espanol/m-e/cartas/e1893-7-14.htm
(5) Díaz, Y. (2021) Prólogo al Manifiesto Comunista https://twitter.com/Yolanda_Diaz_/status/1434108400837799936?t=_6DWrVutpJn6bBjLKgQ ajg&s=19
(6) Lukacs, G. (1923). Historia y conciencia de clase
(7) Rosa Luxemburgo. (1906). Huelga de masas, partido y sindicato
Rosa Luxemburgo entendía la «igualdad de derechos» como el discurso del ala derechista y oportunista de la socialdemocracia (de entonces) en la cual el sindicato y el Partido eran organizaciones independientes: una realizaba la lucha económica y otra la lucha política (reduciendo la política al Parlamento). En el texto intento extrapolar esta concepción a la parcialización que realiza la socialdemocracia de las luchas parciales donde la conexión de estos diferentes colectivos se reduce al organicismo y un apoyo superficial como a la inmovilidad de las organizaciones y no como organizaciones que busquen superar la sociedad de clases en un racionalismo político y objetivo emancipador.